Hay libros que se publican con cierta malicia, pensando en la cara de ganso que pondrán algunos cuando lo ojeen. En 1992, el fundador de UPN, Jesús Aizpún exponía así el tema central de su ideario: «Sabino Arana inventó el término de Euskalerria, que pronto se acortó en Euzkadi». Gansada monumental que, sobre todo a partir del año 2000, encontró eco inusitado en el rebaño político y mediático español: «Euskal Herria es una farsa», dijo Aznar; «No existe» replicó Rajoy; «Es una entelequia» repitieron todos. Y del dicho al hecho: «Hay que perseguir y castigar a los colegios que enseñen la historia de Euskal Herria integrando a Navarra», amenazó Miguel Sanz en 2003. Zapatero le secundó y en 2008 dio «dos meses para retirar el término Euskal Herria del currículum escolar vasco». En 2011, el Tribunal Superior de Justicia de Navarra declaró ilegales los libros de texto en euskera que contenían la palabra Euskal Herria. Para entonces, el mapa del tiempo ya había sido retirado de la televisión vasca. Se había decidido borrar nuestro mapa del mapa.
Nadie se atrevería a sostener que Occitania o Kurdistán no existen porque no son estados. Sólo aquí osan negar la existencia de un territorio definido y documentado desde el siglo XVI, mejor incluso que esa España que menguaba o medraba según lo que arramplaban o perdían en cada guerra sus generales. Todas nuestras instituciones, prensa, escritores y artistas de todas las épocas, viajeros y enciclopedias de todo el mundo, han utilizado la expresión, con similar descripción y siete territorios que utilizara el navarro Axular en 1643. La cantidad de testimonios es tal que a uno le asalta la sensación de perder el tiempo en una gran perogrullada. Pero al cabo te das cuenta de que siempre es igual, que nuestra lucha consiste en demostrar, una y otra vez, lo evidente.
A esto que llamo «cartografía oral» le faltaba un complemento gráfico. «Echemos una mirada al mapa, ya que los mapas, como los rostros, llevan la firma de la historia», nos recuerda Will Durant. Todos conocíamos la Carte des sept provinces basques, el mapa de Bonaparte editado en 1863, pero precisamente su excepcionalidad hacía pensar que quizás los mapas de las cuatro o las siete provincias juntas era algo posterior al aranismo, lo que de alguna manera daba argumentos a quienes sostienen que nos estamos inventando una nación.
Era preciso echar un vistazo que nos sacara de dudas, por diferentes archivos y cartotecas. Y a fe que el resultado ha sido espectacular: hallar más de cien mapas ajenos al nacionalismo vasco, la mayoría anteriores al mismo, realizados por cartógrafos europeos, es relevante para un país sin Estado. Hay estados europeos con menos. Desde el siglo XVI aparecen mapas que unen los territorios del norte y sur de los Pirineos, o el Reino de Navarra con sus antiguos territorios orientales. La Biscaye et le Royaune de Navarre, con sus escudos unidos, atrajeron la atención de cartógrafos europeos hasta el siglo XVIII. Del siglo XIX hay recogidos más de 50 mapas diferentes, lo que supone uno cada dos años, buena parte de ellos realizados por militares españoles. El eco europeo de las sublevaciones vascas y el desarrollo de los estudios europeos sobre antropología y lingüística atrajeron a científicos que nos dejaron verdaderas joyas cartográficas. Curiosamente, el primer mapa moderno de las siete provincias se lo debemos al Atlas Nacional de España, hecho por Doufour en 1834. La meticulosa y espectacular cartografía alemana nunca dudó que los vascos abarcaban del Adour al Ebro. En 1893, Sabino Arana dio inicio al nacionalismo vasco moderno. Para entonces, diga lo que diga el hegemonismo español, Euskal Herria ya tenía su cartografía y los clásicos habían pergeñado por escrito los límites de este país. Una vez dedicado el nacionalismo a propagar su iconografía, la cartografía y la producción literaria siguieron su curso, según sus propios códigos, tradiciones e inercias. Nadie podrá sostener que cuando en 1905 se inició la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, el Espasa-Calpe, obra magna del idioma castellano, incluyera el mapa de Euskal Herria (vigente todavía en la edición de 1994) por presiones nacionalistas. Y que lo mismo hiciera la Larousse, la Encyclopedia Britannica o la The Columbia Encyclopedia.
Tampoco se editaron en batzokis los grandes diccionarios y geografías españolas y europeas que seguían definiendo el país de los vascos como un conjunto de siete territorios. Ni era nacionalista el «Comité de Iniciativa, propaganda y Turismo de Navarra», que en los años 40 publicó el Mapa de Carreteras del País Vasco-Navarro. Ni era abertzale Pío Baroja cuando editó en 1955 su mapa y su libro El País Vasco explicando el Zazpiak bat. Tampoco eran separatistas las cajas y bancos que hasta los inicios de la transición editaron mapas de las cuatro y de las siete provincias. Ahora, Euskal Herria ya tiene editado su primer Atlas y cientos de testimonios que la acreditan y delimitan. Ya lo sabíamos, pero como cuando de chavales coleccionábamos cromos de películas como Ben-Hur, que conocíamos de sobra, así hemos tenido que ir coleccionando mapas y testimonios que, al final, nos han mostrado lo que ya sabíamos. Más vale que, como los chavales, hemos disfrutado haciéndolo.