La divi­sión sexual del tra­ba­jo y de la repro­duc­ción: una refle­xión teó­ri­ca- Clau­dia Maz­zei Nogueira

El tra­ba­jo, a lo lar­go del pro­ce­so his­tó­ri­co se pre­sen­ta de muy diver­sas for­mas, res­pon­dien­do a las nece­si­da­des de cada momen­to. Se man­tie­ne siem­pre, sin embar­go, como un momen­to de rea­li­za­ción de rela­cio­nes socia­les, diri­gi­do a la pro­duc­ción social y a la repro­duc­ción de la huma­ni­dad. Lo que per­mi­te afir­mar que el tra­ba­jo es un poner teleo­ló­gi­co del ser social, que lo capa­ci­ta como ser consciente.

Por dicha razón afir­ma Lukács que Marx tenía razón al pre­ci­sar que:

Como crea­dor de valo­res de uso, es decir como tra­ba­jo útil, es tra­ba­jo es, por tan­to, con­di­ción de vida del hom­bre, y con­di­ción inde­pen­dien­te de todas las for­mas de socie­dad, una nece­si­dad peren­ne y natu­ral eter­na sin la que no se con­ce­bi­ría el inter­cam­bio orgá­ni­co entre el hom­bre y la natu­ra­le­za ni, por con­si­guien­te, la vida huma­na (Marx, 1973:10).

Y agre­ga:

Antes de que el valor de uso haya entra­do en una rela­ción de refle­xión con el valor de cam­bio ‑lo que sólo pue­de ocu­rrir en un esta­dio ya rela­ti­va­men­te muy elevado‑, el valor de uso no desig­na más que un pro­duc­to de tra­ba­jo que el hom­bre está en con­di­cio­nes de apli­car pro­ve­cho­sa­men­te en la repro­duc­ción de su exis­ten­cia. En el tra­ba­jo se hallan con­te­ni­das in nuce todas las deter­mi­na­cio­nes que, tal como vere­mos, cons­ti­tu­yen la esen­cia de lo nue­vo den­tro del ser social. (Lukács, 2004:59)

Engels ofre­ce a su vez una valio­sa con­tri­bu­ción cuan­do ana­li­za el papel del tra­ba­jo en la trans­for­ma­ción del mono en hom­bre, y se refie­re al rol del tra­ba­jo en la huma­ni­za­ción del ser social. La mis­ma con­di­ción bio­ló­gi­ca huma­na, en tan­to cons­ti­tu­yen­te de la onto­lo­gía del ser social, tie­ne como base y fun­da­men­to el tra­ba­jo humano. Ini­cial­men­te (y en gran medi­da has­ta el día de hoy) las manos de los hom­bres son res­pon­sa­bles de la pro­duc­ción de obje­tos, de mer­can­cías. Esto ocu­rre según la fun­da­men­tal cons­ta­ta­ción onto­ló­gi­ca de Marx, que se refi­rió al tra­ba­jo demos­tran­do que el mis­mo es el resul­ta­do de

…un pro­ce­so entre la natu­ra­le­za y el hom­bre, pro­ce­so en que este rea­li­za, regu­la y con­tro­la median­te su pro­pia acción su inter­cam­bio de mate­rias con la natu­ra­le­za. En este pro­ce­so, el hom­bre se enfren­ta como un poder natu­ral con la mate­ria de la natu­ra­le­za. Pone en acción las fuer­zas natu­ra­les que for­man su cor­po­rei­dad, los bra­zos y las pier­nas, la cabe­za y la mano, para de ese modo asi­mi­lar­se, bajo una for­ma útil para su pro­pia vida, las mate­rias que la natu­ra­le­za le brin­da. Y a la par que de ese modo actúa sobre la natu­ra­le­za exte­rior a él y la trans­for­ma, trans­for­ma su pro­pia natu­ra­le­za, desa­rro­llan­do las poten­cias que dor­mi­tan en él y some­tien­do el jue­go de sus fuer­zas a su pro­pia dis­ci­pli­na. Aquí, no vamos a ocu­par­nos (…) de las pri­me­ras for­mas de tra­ba­jo, for­mas ins­tin­ti­vas y de tipo ani­mal. (Marx, 1973:130)

Sien­do expre­sión de una acti­vi­dad esen­cial­men­te huma­na, el tra­ba­jo, al tiem­po que res­pon­de a las nece­si­da­des y caren­cias del ser social, auto­trans­for­ma la mis­ma natu­ra­le­za humana.

Así plan­tea­da, pode­mos pen­sar la rela­ción hom­bre-natu­ra­le­za como una rela­ción espe­cí­fi­ca­men­te social, dado que dife­ren­cia­mos al ani­mal con res­pec­to del hom­bre por medio del tra­ba­jo, que tie­ne como obje­ti­vo res­pon­der a las nece­si­da­des inhe­ren­tes del mis­mo ser.

Por lo tan­to, la cate­go­ría tra­ba­jo se pre­sen­ta como la for­ma pri­me­ra, o en tér­mi­nos de Lukács pro­to­for­ma del actuar humano, dado que la esen­cia del tra­ba­jo es la expre­sión de la acción teleo­ló­gi­ca exis­ten­te en toda pra­xis humana[i] (Lukács, 2004:72). Aquí el filó­so­fo hún­ga­ro se apo­ya en la cono­ci­da indi­ca­ción de Marx:

…par­ti­mos de el supues­to del tra­ba­jo plas­ma­do ya bajo una for­ma en la que per­te­ne­ce exclu­si­va­men­te al hom­bre. Una ara­ña eje­cu­ta ope­ra­cio­nes que seme­jan a las mani­pu­la­cio­nes del teje­dor, y la cons­truc­ción de los pana­les de las abe­jas podría aver­gon­zar por su per­fec­ción, a más de un maes­tro de obras. Pero, hay algo en que el peor maes­tro de obras aven­ta­ja, des­de lue­go, a la mejor abeja,y es el hecho de que, antes de eje­cu­tar la cons­truc­ción, la pro­yec­tra en su cere­bro. Al final del pro­ce­so de tra­ba­jo, bro­ta un resul­ta­do que antes de comen­zar el pro­ce­so exis­tía ya en la men­te del obre­ro; es decir, un resul­ta­do que ya tenía exis­ten­cia ideal. El obre­ro no se limi­ta a hacer cam­biar de for­ma la mate­ria que le brin­da la natu­ra­le­za, sino que, al mis­mo tiem­po, rea­li­za en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley laa moda­li­da­des de su actua­ción y al que tie­ne nece­sa­ria­men­te que supe­di­tar su volun­tad. (Marx, 1973 vol. 1:130)

Así, con­si­de­ran­do al tra­ba­jo como un pro­ce­so que da ori­gen a una nue­va obje­ti­vi­dad, como pro­duc­tor de valo­res de uso, con­fir­ma­mos la exis­ten­cia de una rela­ción meta­bó­li­ca entre el ser social y la mis­ma natu­ra­le­za. Es pre­ci­sa­men­te a esta rela­ción de trans­for­ma­ción direc­ta entre ser social y natu­ra­le­za a la que pode­mos atri­buir­le sig­ni­fi­ca­do de “posi­ción teleo­ló­gi­ca pri­ma­ria”, es decir, el mis­mo sen­ti­do ori­gi­na­rio del tra­ba­jo que tie­ne como atri­bu­to el esta­tu­to onto­ló­gi­co fundante.

Según sos­tie­ne Antu­nes, el tra­ba­jo en el nivel más “gené­ri­co y abs­trac­to” tal como lo con­si­de­ró Marx, como expre­sión exclu­si­va­men­te del acto labo­ral, toma la mate­ria bru­ta (natu­ral) con el pro­pó­si­to úni­co de trans­for­mar­la en cosas úti­les. Más ade­lan­te, con una pra­xis social más desa­rro­lla­da, con el desa­rro­llo de la socie­dad y su com­ple­ji­za­ción, jun­to con la rela­ción hom­bre-natu­ra­le­za, se amplían las inter­re­la­cio­nes con otros seres socia­les, inclu­so con el mis­mo obje­ti­vo de pro­duc­ción de valo­res de uso. Sin embar­go, en este esca­lón más avan­za­do, encon­tra­mos la pra­xis social inter­ac­ti­va, cuyo obje­ti­vo es con­ven­cer a los otros seres socia­les para rea­li­zar deter­mi­na­do acto teleo­ló­gi­co. Eso ocu­rre por­que el fun­da­men­to de las posi­cio­nes teleo­ló­gi­cas inter­sub­je­ti­vas tie­ne como fina­li­dad la acción entre seres socia­les”. (Antu­nes, 2005:132). Según la sín­te­sis de Lukács:

Este pro­ble­ma apa­re­ce en cuan­to el tra­ba­jo se ha vuel­to ya tal pun­to social, que se basa en la coope­ra­ción de varios hom­bres; esta vez al már­gen de que el pro­ble­ma del valor de cam­bio haya apa­re­ci­do ya, o de que la coope­ra­ción solo se encuen­tra orien­ta­da a los valo­res de uso. De ahí que esta segun­da for­ma de posi­ción teleo­ló­gi­cas, en la que cual el fin pues­to es inme­dia­ta­men­te un fin pues­to por otros hom­bres, ya apa­rez­ca en un nivel muy pri­mi­ti­vo”. (Lukacs, 2004:103/104).

Esta segun­da for­ma de posi­ción ideo­ló­gi­ca, que se da en una rela­ción inter­ac­ti­va con otros seres socia­les y se desa­rro­lla en el cur­so del avan­ce de la socie­dad huma­na, apa­re­ce sin embar­go des­de los momen­tos his­tó­ri­cos más rudi­men­ta­ria, como lo ejem­pli­fi­ca el con­ven­ci­mien­to de optar por la caza en lugar de la pes­ca con fines de super­vi­ven­cia. Para la rea­li­za­ción del acto de caza, fue nece­sa­ria la inter­ac­ción, la coope­ra­ción entre un deter­mi­na­do gru­po de hom­bres, inclu­yen­do en este acto una divi­sión social del tra­ba­jo. Basán­do­se jus­ta­men­te en esta divi­sión social del tra­ba­jo Lukacs. afir­ma­rá que

Las posi­cio­nes teo­ló­gi­cas que aquí tie­nen lugar real­men­te, poseen, pues, des­de el pun­to de vis­ta del tra­ba­jo inme­dia­to, un carác­ter secun­da­rio; deben ir pre­ce­di­das de una posi­ción teo­ló­gi­ca que deter­mi­ne el carác­ter, el papel, la fun­ción, etc. de las posi­cio­nes indi­vi­dua­les, aho­ra con­cre­tas y reales, orien­ta­das a un obje­to natu­ral. El obje­to de esta posi­ción secun­da­ria no es, pues, ya algo pura­men­te natu­ral, sino la con­cien­cia de un gru­po humano; la posi­ción del fin ya no tie­ne por fin trans­for­mar un obje­to natu­ral, sino la eje­cu­ción de una posi­ción teleo­ló­gi­ca que, por cier­to, está orien­ta­da ya a obje­tos natu­ra­les; los medios, igual­men­te, ya no son inme­dia­ta­men­te inter­ven­cio­nes sobre obje­tos natu­ra­les, sino que quie­ren pro­vo­car estas inter­ven­cio­nes en otros hom­bres. (Lukács, 2004: 104)

Tales posi­cio­nes teo­ló­gi­cas secun­da­rias están mucho más rela­cio­na­das con la pra­xis social en nive­les más evo­lu­cio­na­dos que el tra­ba­jo mis­mo, tal como aquí lo con­ce­bi­mos. Para el ser social pri­mi­ti­vo o con­tem­po­rá­neo, el desa­rro­llo del pla­nea­mien­to que pre­ce­de y orien­ta la acción es deno­mi­na­do por Lukacs “pre­via-idea­ción”, pues­to que los hechos que se deri­van de la acción son idea­li­za­dos sub­je­ti­va­men­te en la con­cien­cia antes de concretarse.

Esto no sig­ni­fi­ca que el momen­to de sub­je­ti­vi­dad no sea real, sino que, al con­tra­rio, expre­sa una influen­cia mate­rial direc­ta en las accio­nes huma­nas, en la pra­xis social. Ade­más, es en este momen­to cuan­do los seres socia­les pue­den tener con­tac­to, con­co­mi­tan­te­men­te, con el pasa­do, con el pre­sen­te y el futu­ro, idea­li­zan­do su por­ve­nir, su pra­xis. Sin embar­go, no pode­mos dejar de recor­dar que la pre­via-idea­ción solo exis­te si la mis­ma se con­cre­ta a tra­vés de la pra­xis humana.

Tam­bién para Marx, el tra­ba­jo es el úni­co pun­to en que pue­de demos­trar­se onto­ló­gi­ca­men­te una posi­ción teleo­ló­gi­ca en cuan­to fac­tor real de la reali­dad mate­rial”. Este cono­ci­mien­to acer­ta­do de la reali­dad es el fun­da­men­to para com­pren­der “que todo tra­ba­jo sería impo­si­ble si no lo pre­ce­die­ra una posi­ción tal, a fin de deter­mi­nar su pro­ce­so en todas sus eta­pas. (Lukács, 2004: 67). Sin embar­go, al asu­mir una posi­ción teleo­ló­gi­ca, es nece­sa­rio pres­tar espe­cial aten­ción a la tota­li­dad de los actos y “sus inter­re­la­cio­nes recí­pro­cas en una deter­mi­na­da socie­dad” y no sólo al “acto sin­gu­lar de una pre­ci­sa posi­ción teleo­ló­gi­ca”. Será en la tota­li­dad don­de inevi­ta­ble­men­te se encon­tra­rán los actos aná­lo­gos ten­den­cial­men­te, las con­fluen­cias, etcé­te­ra, y el peso de tales ten­den­cias para la “con­ver­gen­cia o para la diver­gen­cia” en el núcleo de tal tota­li­dad será lo que defi­na, en gran medi­da, el espa­cio con­cre­to de las posi­cio­nes teleológicas.

Por lo tan­to, el tra­ba­jo como posi­ción teleo­ló­gi­ca pri­ma­ria tie­ne, en su ori­gen e inclu­so tam­bién en su reco­rri­do, una inten­cio­na­li­dad orien­ta­da hacia el desa­rro­llo de la con­di­ción huma­na del hom­bre, en su sen­ti­do más abar­ca­ti­vo y pro­fun­do. Cuan­do enfo­que­mos las rela­cio­nes socia­les en el sen­ti­do de inter­ac­ción entre los seres y la inten­cio­na­li­dad del con­ven­ci­mien­to aten­dien­do diver­sas dimen­sio­nes, como se expli­ci­tan en el arte, en la polí­ti­ca, la reli­gión, la éti­ca, etcé­te­ra, debe­mos con­si­de­rar­las como posi­cio­nes teleo­ló­gi­cas secun­da­rias. Por esta razón Antu­nes, recor­dan­do a Lukács, afir­ma que las posi­cio­nes teleo­ló­gi­cas pri­ma­rias “remi­ten direc­ta­men­te al tra­ba­jo y a la inter­ac­ción con la natu­ra­le­za”, y las posi­cio­nes teleo­ló­gi­cas secun­da­rias más com­ple­ji­za­das y desa­rro­lla­das que las ante­rio­res “supo­nen la inter­ac­ción entre seres socia­les, como pra­xis inter­ac­ti­va e inter­sub­je­ti­va, pero que se cons­ti­tu­yen como com­ple­jos que ocu­rren a par­tir del tra­ba­jo en su for­ma pri­me­ra.” (Antu­nes, 2005:139). Eso quie­re decir que el tra­ba­jo, en cuan­to expre­sión de la posi­ción teleo­ló­gi­ca pri­ma­ria, tie­ne ya pre­sen­te, así sea en ger­men, ele­men­tos de la posi­ción teleo­ló­gi­ca secun­da­ria, o sea, no es posi­ble esta­ble­cer una sepa­ra­ción bina­ria y dual entre ambas posiciones.[ii] Y esto porque

…la bús­que­da de una vida lle­na de sen­ti­do, dota­da de auten­ti­ci­dad, encuen­tra en el tra­ba­jo su locus pri­me­ro de rea­li­za­ción. La mis­ma bús­que­da de una vida lle­na de sen­ti­do es social­men­te empren­di­da por los seres socia­les para su auto­rrea­li­za­ción indi­vi­dual y colec­ti­va. Es una cate­go­ría genui­na­men­te huma­na, que no se pre­sen­ta en la natu­ra­le­za. (…) Decir que una vida lle­na de sen­ti­do encuen­tra en la esfe­ra del tra­ba­jo su pri­mer momen­to de rea­li­za­ción es total­men­te dife­ren­te a decir que una vida lle­na de sen­ti­dos se resu­me exclu­si­va­men­te al tra­ba­jo, lo que sería un com­ple­to absur­do. (Antu­nes, 2005:136)

Con esto se mar­cha en direc­ción con­tra­ria a la lógi­ca capi­ta­lis­ta mis­ma, que se apo­de­ra del tra­ba­ja­dor has­ta exte­nuar­lo, impi­dien­do en gran medi­da que exis­ta algún sen­ti­do en su vida, tan­to den­tro como fue­ra del tra­ba­jo. Por­que una vez que el valor de uso entra en una rela­ción refle­xi­va con el valor de cam­bio (lo que sólo pue­de ocu­rrir, como ya diji­mos, en un esta­dio rela­ti­va­men­te muy ele­va­do), deja ya de indi­car un pro­duc­to del tra­ba­jo que el ser social pue­da uti­li­zar para la repro­duc­ción de su pro­pia existencia.

Lukács, al tomar en su for­ma más gene­ral lo que Marx deno­mi­nó la meta­mor­fo­sis de las mer­can­cías, la com­pra y ven­ta sim­ple de mer­can­cías, recuer­da que para que exis­tan las rela­cio­nes mer­can­ti­les sobre la base del valor de cam­bio y del dine­ro debe exis­tir en la socie­dad una divi­sión del tra­ba­jo. Y esta divi­sión social del tra­ba­jo, siem­pre en pala­bras de Marx, hace que los tra­ba­jos de los posee­do­res de mer­can­cías sean tan limi­ta­dos como ili­mi­ta­das son sus nece­si­da­des. De tal modo que esta con­se­cuen­cia ele­men­tal y con­tra­dic­to­ria de la divi­sión del tra­ba­jo gene­ra una situa­ción en la que actos obje­ti­va­men­te inter­de­pen­dien­tes como la com­pra y la ven­ta, en la prác­ti­ca se sepa­ren, hacién­do­se mutua­men­te autó­no­mos, con­tin­gen­tes uno con res­pec­to al otro. “Nadie pue­de ven­der si no hay quien com­pre” (Lukács, 2004:137).

La divi­sión del tra­ba­jo, media­da y pues­ta en acción por el valor de cam­bio, pro­du­ce el prin­ci­pio de con­trol del tiem­po a tra­vés de la opti­mi­za­ción del mis­mo. Según Marx, a esto se redu­ce en defi­ni­ti­va toda la eco­no­mía. Del mis­mo modo que la socie­dad debe repar­tir de for­ma pla­ni­fi­ca­da su tiem­po con el fin de con­se­guir una pro­duc­ción ade­cua­da al con­jun­to de sus nece­si­da­des, tam­bién el indi­vi­duo debe divi­dir correc­ta­men­te su tiem­po con el obje­ti­vo de alcan­zar los cono­ci­mien­tos nece­sa­rios y/​o satis­fa­cer las diver­sas exi­gen­cias de su acti­vi­dad. “Eco­no­mía de tiem­po y divi­sión pla­ni­fi­ca­da del tiem­po de tra­ba­jo entre las dis­tin­tas ramas de la pro­duc­ción resul­tan siem­pre la pri­me­ra ley eco­nó­mi­ca sobre la base de la pro­duc­ción colec­ti­va” (Marx in Lukács, 2004:138).

Cabe des­ta­car que el espa­cio pro­duc­ti­vo con la intro­duc­ción de maqui­na­ria en el momen­to de la Revo­lu­ción Indus­trial, que ocu­rrió en Ingla­te­rra entre 1771 1830, per­mi­tió inten­si­fi­car la inser­ción de la fuer­za de tra­ba­jo feme­ni­na, ade­más de la enor­me explo­ta­ción de la fuer­za de tra­ba­jo infan­til. El capi­ta­lis­mo, que nece­si­ta­ba expan­dir la extrac­ción de plus­va­lía, amplió el cam­po pro­duc­ti­vo de explo­ta­ción, incor­po­ran­do amplia­men­te a las muje­res y los niños en este espa­cio, inten­si­fi­can­do aún más la pre­ca­ri­za­ción de toda la cla­se tra­ba­ja­do­ra. No sólo se pro­du­jo en ese momen­to una reduc­ción de los sala­rios del tra­ba­ja­dor, sino que tam­bién se amplió, según demos­tró Marx, el ejér­ci­to indus­trial de reser­va de modo que:

Duran­te los perío­dos de estan­ca­mien­to y pros­pe­ri­dad media, el ejér­ci­to indus­trial de reser­va pre­sio­na ejer­ce pre­sión sobre el ejér­ci­to obre­ro en acti­vo, y duran­te las épo­cas de super­pro­duc­ción y paro­xis­mo pone un freno a sus exi­gen­cias. La sobre­po­bla­ción rela­ti­va es, por tan­to, el telón de fon­do sobre la el cual se mue­ve la ley de la ofer­ta y la deman­da de fuer­za de tra­ba­jo. Gra­cias a ella, el radio de acción de esta ley se encie­rra den­tro de los lími­tes que con­vie­nen en abso­lu­to a la codi­cia y al des­po­tis­mo del capi­tal. (Marx, 1973vol. 1:541)

Este hecho ter­mi­na garan­ti­zan­do, por un lado, la expan­sión capi­ta­lis­ta y, por otro, la inten­si­fi­ca­ción de la explo­ta­ción y la mise­ria la cla­se tra­ba­ja­do­ra, dado que los sala­rios en cier­to modo son deter­mi­na­dos jus­ta­men­te por esta rela­ción entre los tra­ba­ja­do­res acti­vos y los de la reser­va, gene­ran­do una com­pe­ten­cia inin­te­rrum­pi­da debi­do al cons­tan­te exce­den­te de tra­ba­ja­do­res. Con la inser­ción de la mujer en el mun­do del tra­ba­jo pro­duc­ti­vo, ella se trans­for­ma en tra­ba­ja­do­ra asa­la­ria­da, hacién­do­se par­te de los engra­na­jes de un pro­ce­so que sus­ti­tu­ye tra­ba­ja­do­res cali­fi­ca­dos por no cali­fi­ca­dos (ya que las muje­res y los niños eran con­si­de­ra­dos tra­ba­ja­do­res no cali­fi­ca­dos), o sea, sus­ti­tuían adul­tos por niños y hom­bres por muje­res. De este modo, la des­ca­li­fi­ca­ción del tra­ba­ja­dor, que es con­se­cuen­cia del adve­ni­mien­to de la gran indus­tria y el fin de la manu­fac­tu­ra, amplió sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te la inser­ción de la mujer en el espa­cio productivo.[iii]

Así, las muje­res tra­ba­ja­do­ras en las fábri­cas que­da­ron a mer­ced, jun­to con los tra­ba­ja­do­res, de los exte­nuan­tes meca­nis­mos de explo­ta­ción y opre­sión pro­pios de la regu­la­ción de la pro­duc­ción indus­trial deno­mi­na­da taylorista/​fordista, esto es: inten­sa pro­duc­ti­vi­dad, rígi­da dis­ci­pli­na, bajos sala­rios, etcé­te­ra. En el caso de la fuer­za de tra­ba­jo feme­ni­na, que his­tó­ri­ca­men­te era poco valo­ra­da, la inten­si­fi­ca­ción de la pre­ca­ri­za­ción era enor­me, o sea que las tra­ba­ja­do­ras reci­bían sala­rios indig­nos, ocu­pa­ban los car­gos más bajos de la jerar­quía pro­duc­ti­va, etcétera.

De modo que, ade­más de ser las más explo­ta­das en el mun­do del tra­ba­jo, se les suma­ban a las ago­ta­do­ras y lar­gas jor­na­das de tra­ba­jo del espa­cio pro­duc­ti­vo, las inter­mi­na­bles tareas del espa­cio repro­duc­ti­vo. Se con­fi­gu­ra­ba, enton­ces, una divi­sión sexual del tra­ba­jo que ade­más de pre­ca­ri­zar al máxi­mo la fuer­za de tra­ba­jo feme­ni­na, les reser­va­ba ade­más las tareas del espa­cio repro­duc­ti­vo en tan­to que a los hom­bres cabía la res­pon­sa­bi­li­dad de la sub­sis­ten­cia de la fami­lia, reser­ván­do­les, con­se­cuen­te­men­te, el espa­cio productivo.

La divi­sión sexual de la reproducción

Por otro lado, la cate­go­ría de repro­duc­ción se refie­re a un fenó­meno pre­sen­te tan­to en el indi­vi­duo como en el géne­ro humano. Así como el indi­vi­duo inten­ta repro­du­cir­se a sí mis­mo –repro­duc­ción indi­vi­dual – , tam­bién el géne­ro humano nece­si­ta reproducirse.

La repro­duc­ción huma­na es tan­to indi­vi­dual como colec­ti­va, y esto es simul­tá­nea­men­te fun­da­men­tal y con­tra­dic­to­rio. Esta repro­duc­ción fun­da­men­tal y con­tra­dic­to­ria se da en una ten­sión cons­tan­te entre los obje­ti­vos gené­ri­cos y los particulares.

Por eso, mien­tras que en la vida orgá­ni­ca el pre­do­mi­nio de la pre­ser­va­ción de la espe­cie, más allá de sí mis­mo, impli­ca las repro­duc­cio­nes en sen­ti­do stric­tum, o sea, son las repro­duc­cio­nes bio­ló­gi­cas de un ser vivo, en el ser social la repro­duc­ción impli­ca cam­bios inter­nos y exter­nos. Por lo tan­to, la sus­tan­cia social es “la sín­te­sis de actos sin­gu­la­res en tota­li­dad social y en indi­vi­dua­li­da­des” y esta es la cues­tión bási­ca en el aná­li­sis de la repro­duc­ción social: cómo se dan esos dos pro­ce­sos sin­té­ti­cos refle­xi­va­men­te fun­da­men­ta­les y con­tra­dic­to­rios (Les­sa, 1996:94).

En esta ten­sión, la moral, las cos­tum­bres, la tra­di­ción, el dere­cho, la polí­ti­ca, la éti­ca, entre otros, tie­nen un papel impor­tan­te. Cabe a este con­jun­to de com­ple­jos socia­les ser la media­ción en el pro­ce­so de supera­ción de la con­tra­po­si­ción individualidad/​género humano, trans­for­man­do la indi­vi­dua­li­dad en-sí en indi­vi­dua­li­dad-para-sí, o sea, en indi­vi­dua­li­dad vuel­ta efec­ti­va­men­te huma­na y social (Les­sa, 1996: 101 y Antu­nes, 2005: 164).

Para Lukács, en el pro­ce­so repro­duc­ti­vo del indi­vi­duo y de la socie­dad tam­bién están pre­sen­tes otros com­ple­jos de media­ción que arti­cu­lan las nece­si­da­des humano-colec­ti­vas y las de indi­vi­dua­ción. Ejem­plos de ello son la divi­sión del tra­ba­jo, el len­gua­je, la ali­men­ta­ción, la sexua­li­dad y la edu­ca­ción. Estos otros com­ple­jos son tam­bién fun­da­men­ta­les en nues­tra inves­ti­ga­ción, en la medi­da que ellos pue­den sumi­nis­trar ele­men­tos que faci­li­tan la com­pren­sión de la situa­ción feme­ni­na en el seno del espa­cio reproductivo.

La divi­sión del tra­ba­jo, según el filó­so­fo hún­ga­ro, se super­po­ne a la dife­ren­cia­ción bio­ló­gi­ca de los seres huma­nos. El des­pla­za­mien­to de la barre­ra natu­ral a con­se­cuen­cia del ser social sur­ge, ini­cial­men­te, de que esa dife­ren­cia­ción bio­ló­gi­ca incor­po­ra en sí espa­cios de socia­bi­li­dad cada vez mayo­res, que pasan enton­ces a ser deter­mi­nan­tes en la divi­sión del tra­ba­jo. Esto que­da cla­ro si pen­sa­mos en el papel que tie­nen los sexos en la divi­sión social del tra­ba­jo. Engels des­ta­ca que el lugar de la mujer en la vida social (matriar­ca­do, patriar­ca­do, etcé­te­ra) está direc­ta­men­te rela­cio­na­do con el hecho de que la acu­mu­la­ción de rique­zas es atri­bui­da a las fun­cio­nes eco­nó­mi­cas mas­cu­li­nas y no a las feme­ni­nas. Es decir, “se encuen­tran siem­pre deter­mi­na­das por la estruc­tu­ra de la socie­dad res­pec­ti­va, y no por la cons­ti­tu­ción bio­ló­gi­ca de sus miem­bros” (Lukács, 2004:61).[iv]

En las socie­da­des pre­ca­pi­ta­lis­tas el sis­te­ma de meta­bo­lis­mo social se desa­rro­lla a tra­vés de las media­cio­nes pri­ma­rias que, como dice Antu­nes citan­do a Més­zá­ros, tie­nen como fina­li­dad la pre­ser­va­ción de las fun­cio­nes vita­les de la repro­duc­ción del indi­vi­duo y de la socie­dad, pues “los seres huma­nos son par­te de la natu­ra­le­za, debien­do rea­li­zar sus nece­si­da­des ele­men­ta­les por medio del cons­tan­te inter­cam­bio con la pro­pia natu­ra­le­za”. Y com­ple­ta dicien­do que los seres huma­nos “están cons­ti­tui­dos de tal mane­ra que no pue­den sobre­vi­vir como indi­vi­duos de la espe­cie a la que per­te­ne­cen (…) basa­dos en un inter­cam­bio sin media­cio­nes con la natu­ra­le­za (…) regu­la­dos por un com­por­ta­mien­to ins­tin­ti­vo deter­mi­na­do direc­ta­men­te por la natu­ra­le­za, por más com­ple­jo que este com­por­ta­mien­to ins­tin­ti­vo sea” (Antu­nes, 2005: 5).

De acuer­do con Més­zá­ros, el ser humano atien­de las siem­pre pre­sen­tes exi­gen­cias mate­ria­les y cul­tu­ra­les de su super­vi­ven­cia a par­tir de estas con­di­cio­nes onto­ló­gi­cas. Esto sig­ni­fi­ca “ase­gu­rar y res­guar­dar las con­di­cio­nes obje­ti­vas de su repro­duc­ción bajo cir­cuns­tan­cias que cam­bian inevi­ta­ble y pro­gre­si­va­men­te bajo el impac­to de su pro­pia inter­ven­ción median­te la acti­vi­dad pro­duc­ti­va –la onto­lo­gía del tra­ba­jo exclu­si­va­men­te huma­na– en el orden ori­gi­nal de la natu­ra­le­za” (Més­zá­ros, 2001:158).

En los comien­zos del capi­ta­lis­mo la prin­ci­pal tarea que exis­tía en el espa­cio repro­duc­ti­vo era la de “pro­du­cir” gran núme­ro de hijos. La inser­ción de la maqui­na­ria en el espa­cio pro­duc­ti­vo indus­trial exi­gía una can­ti­dad cre­cien­te de tra­ba­ja­do­res y, según Marx:

El pro­ce­so de acu­mu­la­ción mis­mo no es más que un momen­to inma­nen­te del pro­ce­so capi­ta­lis­ta de pro­duc­ción. Impli­ca una nue­va crea­ción de asa­la­ria­dos, para la rea­li­za­ción y el aumen­to del capi­tal exis­ten­te, ya sea por­que sub­su­me en él par­tes de la pobla­ción aún no abar­ca­dos por la pro­duc­ción capi­ta­lis­ta, como niños y muje­res, ya por­que gra­cias al cre­ci­mien­to natu­ral de la pobla­ción se le some­te una masa acre­cen­ta­da de obre­ros. Estu­dian­do el asun­to de cer­ca, resul­ta que el capi­tal regu­la, con­for­me a sus nece­si­da­des de explo­ta­ción, esta pro­duc­ción de la fuer­za de tra­ba­jo mis­ma, la pro­duc­ción de la masa huma­na que él habrá de explo­tar. El capi­tal, enton­ces, no sólo pro­du­ce capi­tal: pro­du­ce una masa obre­ra cre­cien­te. (Marx, 1990:102/3)

Pero en el capi­ta­lis­mo con­tem­po­rá­neo, ya la indus­tria no nece­si­ta una gran can­ti­dad de obre­ros, muy por el con­tra­rio se pro­du­ce una “lio­fi­li­za­ción” de los tra­ba­ja­do­res, según el tér­mino uti­li­za­do por Antu­nes. Lo que se requie­re es una menor can­ti­dad de fuer­za de tra­ba­jo, más cali­fi­ca­da y que per­mi­ta la inten­si­fi­ca­ción de su tra­ba­jo. Por lo tan­to, la fami­lia, mayo­ri­ta­ria­men­te, ter­mi­na adap­tán­do­se a esa nue­va reali­dad del mun­do del tra­ba­jo. Según Peg­gi Morton:

Las ganan­cias depen­den cada vez más de la orga­ni­za­ción efi­cien­te del tra­ba­jo y de la auto­dis­ci­pli­na de los tra­ba­ja­do­res, más que de la ase­ve­ra­ción sim­ple y otras for­mas direc­tas uti­li­za­das para aumen­tar la explo­ta­ción de los tra­ba­ja­do­res. (…). La fami­lia debe crear hijos que asi­mi­len las rela­cio­nes socia­les jerar­qui­za­das, se ha auto­dis­ci­pli­na y tra­ba­jen de mane­ra efi­cien­te sin la nece­si­dad de una super­vi­sión cons­tan­te (…). La mujer es la res­pon­sa­ble de lle­var a cabo la mayor par­te de este tipo de socia­li­za­ción. (Mor­ton, 1977: 170)

Pode­mos adver­tir, por lo tan­to, que el espa­cio repro­duc­ti­vo es una espe­cie de imi­ta­ción “cari­ca­tu­ri­za­da” del mun­do pro­duc­ti­vo. El tra­ba­jo domés­ti­co abar­ca una enor­me por­ción de pro­duc­ción social­men­te nece­sa­ria. Esto es, en el pro­ce­so de acu­mu­la­ción de capi­tal el quan­tum de mer­can­cía fuer­za de tra­ba­jo es impres­cin­di­ble, dado que la plus­va­lía se gene­ra a tra­vés de la explo­ta­ción del gas­to de ener­gía social­men­te nece­sa­ria para la pro­duc­ción de mer­can­cías. Por lo tan­to, el espa­cio domés­ti­co fami­liar es fun­da­men­tal para que el capi­tal garan­ti­ce la repro­duc­ción y la manu­ten­ción de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. No pode­mos olvi­dar que no exis­te la fuer­za de tra­ba­jo sin la exis­ten­cia del trabajador/​a, que fue gene­ra­do y mantenido[v] por una mujer. Por lo tan­to, la ven­ta de la fuer­za de tra­ba­jo del proletario/​a está garan­ti­za­da por las acti­vi­da­des domés­ti­cas rea­li­za­das, la gran mayo­ría de las veces, por la mujer, sea ella tra­ba­ja­do­ra pro­duc­ti­va o no. Es decir, el tra­ba­jo rea­li­za­do dia­ria­men­te por las muje­res en el espa­cio repro­duc­ti­vo hace posi­ble que el capi­ta­lis­ta ten­ga ase­gu­ra­da la repro­duc­ción y per­pe­tua­ción de la fuer­za de tra­ba­jo y, de este modo, garan­ti­za­da tam­bién la repro­duc­ción y manu­ten­ción de la mis­ma lógi­ca del capital.

Se entien­de enton­ces que esa garan­tía para el capi­tal sea una de las prin­ci­pa­les razo­nes para que el capi­ta­lis­mo man­ten­ga viva la for­ma de unión de la fami­lia patriar­cal, como par­te de sus intere­ses. El casa­mien­to, con su “con­tra­to de depen­den­cia” de la mujer hacia el hom­bre, faci­li­ta el con­trol del capi­ta­lis­mo en rela­ción a la par­ti­ci­pa­ción feme­ni­na en el mun­do del tra­ba­jo pro­duc­ti­vo, reafir­man­do la impor­tan­cia de las acti­vi­da­des domés­ti­cas y mater­na­les (Tole­do, 2001: 44).

A modo de conclusión

Por lo tan­to, la fami­lia patriar­cal es un impor­tan­te alia­do para el fun­cio­na­mien­to de la socie­dad capi­ta­lis­ta. Los queha­ce­res domés­ti­cos, es decir el “cui­da­do” fami­liar, cons­ti­tu­yen una acti­vi­dad repro­duc­ti­va fun­da­men­tal. Siem­pre en tér­mi­nos de Marx, el tra­ba­jo domés­ti­co no se obje­ti­va en la crea­ción de mer­can­cías, sino en la crea­ción de bie­nes úti­les indis­pen­sa­bles para la super­vi­ven­cia de la fami­lia. Y ésta es una de las dife­ren­cias esen­cia­les entre el tra­ba­jo asa­la­ria­do y el tra­ba­jo domés­ti­co, pues­to que mien­tras uno está vin­cu­la­do al espa­cio pro­duc­ti­vo, crean­do mer­can­cías y con­se­cuen­te­men­te gene­ran­do valo­res de cam­bio, el otro está rela­cio­na­do con la pro­duc­ción de bie­nes úti­les nece­sa­rios para la repro­duc­ción de los mis­mos com­po­nen­tes de la fami­lia, per­mi­tien­do en gran medi­da que el capi­tal tam­bién se apro­pie, aun­que sea indi­rec­ta­men­te, de la esfe­ra de la reproducción.

Esto ocu­rre por­que el capi­tal nece­si­ta cons­tan­te­men­te dis­mi­nuir el gas­to en la repro­duc­ción de la fuer­za de tra­ba­jo, lo que ter­mi­na aca­rrean­do la dis­mi­nu­ción de los valo­res de los sala­rios de toda la cla­se tra­ba­ja­do­ra. Y en par­ti­cu­lar, ese pro­ce­so es más acen­tua­do aún en la fuer­za de tra­ba­jo feme­ni­na, que en cier­ta for­ma ya se encuen­tra depre­cia­da por las rela­cio­nes de poder exis­ten­tes entre los sexos, prin­ci­pal­men­te en el seno de la fami­lia patriarcal.

En este pro­ce­so la mujer se trans­for­ma en una espe­cie de “ejér­ci­to de reser­va” de fuer­za de tra­ba­jo sub-remu­ne­ra­da, posi­bi­li­tan­do que el modo de pro­duc­ción capi­ta­lis­ta ten­ga “argu­men­tos” como para con­ti­nuar en gran medi­da su pro­ce­so de pre­ca­ri­za­ción del pro­le­ta­ria­do en gene­ral y de la mujer tra­ba­ja­do­ra en particular.

El inte­rés en pre­ser­var la fami­lia patriar­cal en fun­ción de la lógi­ca capi­ta­lis­ta sos­tie­ne, en cier­to modo, la rela­ción de una des­igual divi­sión socio-sexual del tra­ba­jo. Como Més­zá­ros afir­ma: Sería un mila­gro si se pudie­se orde­nar a los “micro­cos­mos” del sis­te­ma de capi­tal mis­mo de acuer­do con el prin­ci­pio de igual­dad sus­tan­ti­va. Por­que este sis­te­ma en su con­jun­to, no pue­de man­te­ner­se en exis­ten­cia sin repro­du­cir exi­to­sa­men­tes sobre una base con­ti­nua­da las rela­cio­nes de poder his­tó­ri­ca­men­te espe­cí­fi­cas gra­cias a las cua­les la fun­ción de con­trol se encuen­tra radi­cal­men­te sepa­ra­da de, y le es impues­ta de modo auto­ri­ta­rio a, la fuer­za labo­ral por las per­so­ni­fi­ca­cio­nes del capi­tal. (Més­zá­ros, 2001:215) De modo que este deba­te asu­me una impor­tan­cia vital para la com­pren­sión de la divi­sión sexual del tra­ba­jo y de la repro­duc­ción, pues­to que por medio de esta divi­sión es como el capi­tal man­tie­ne su lógi­ca de explotación/​opresión y en con­se­cuen­cia su perpetuación.


Biblio­gra­fía Antu­nes, Ricar­do, Los sen­ti­dos del tra­ba­jo. Ensa­yo sobre la afir­ma­ción y la nega­ción del tra­ba­jo. Trad. de Ser­gio Dima, TEL-Edi­cio­nes Herra­mien­ta, Bue­nos Aires: 2005.

Les­sa, Sil­vio, A onto­lo­gía de Lukács. Maceió: Edu­fal, 1996.

Lukács, György, Onto­lo­gía del Ser Social. El Tra­ba­jo. Trad. de Miguel Ved­da, Ed. Herra­mien­ta, Bue­nos Aires: 2004.

Marx, Karl, El capi­tal. Crí­ti­ca de la eco­no­mía polí­ti­ca. Trad. de Wen­ces­lao Roces. 3 vols. FCE: Méxi­co, 1973.

Marx, Karl, El capi­tal. Libro I Capí­tu­lo VI (iné­di­to). Trad. de Pedro Sca­rón. Siglo vein­tiuno edi­to­res, Méxi­co: 1990.

Métzá­ros, Ist­ván, Más allá del Capi­tal. Hacia una teo­ría de la tran­si­ción. Trad. de Eduar­do Gas­ca, Vadell her­ma­nos edi­to­res, Valen­cia-Cara­cas, 2001.

Mor­ton, Peg­gi, “A woman’s work is never done”, en Mit­chell, J. La con­di­ción de la mujer. Edi­to­rial Ana­gra­ma, Bar­ce­lo­na: 1977.

Tole­do, Ceci­lia, Mulhe­res. O gêne­ro nos une, a clas­se nos divi­de. Xama, San Pablo: 2001.

Notas [i] Lukács argu­men­tó muchas veces que cier­tos actos huma­nos no pue­den ser redu­ci­dos a actos de tra­ba­jo, pese al hecho de que el tra­ba­jo sea la for­ma ori­gi­na­ria y fun­dan­te onto­ló­gi­ca­men­te de las dife­ren­tes for­mas de pra­xis social.

[ii] Sepa­ra­ción que pare­ce rea­li­zar Haber­mas cuan­do cri­ti­ca el “para­dig­ma del tra­ba­jo”. Antu­nes lo dis­cu­te cuan­do abor­da la polé­mi­ca Lukács-Haber­mas en Los sen­ti­dos del trabajo.

[iii] Una expo­si­ción mas deta­lla­da de este tema pue­de ver­se en Noguei­ra, 2004.

[iv] Hay otras deter­mi­na­cio­nes liga­das a la cues­tión de la divi­sión del tra­ba­jo, como la de su divi­sión téc­ni­ca, por ejem­plo, cuan­do algu­nas ocu­pa­cio­nes se auto­no­mi­zan como pro­fe­sio­nes y sobre todo cuan­do se ini­cia el perío­do al que Marx deno­mi­na “la Gran Indus­tria”, que aca­rrea con la maqui­na­ria una con­cre­ta divi­sión del tra­ba­jo deter­mi­na­da por la teco­no­lo­gía y con ella una real rela­cion mer­can­til. Sin embar­go, por no ser cen­tral para este artícu­lo no nos deten­dre­mos acá en el desa­rro­llo de la divi­sión téc­ni­ca del trabajo.

[v] Usa­mos acá la expre­sión “man­te­ni­do” en el sen­ti­do de cui­da­dos domés­ti­cos como ali­men­tar, ves­tir, bañar, etc.

* Clau­dia Maz­zei Noguei­ra es Doc­to­ra y Pro­fe­so­ra del Depar­ta­men­to de Ser­vi­cio Social de la Uni­ver­si­dad Fede­ral de San­ta Cata­ri­na –UFSC‑, Bra­sil. Es auto­ra de los libros A Femi­ni­zaçao no Mun­do do Tra­balho , Edi­to­ra Auto­res Asso­cia­dos, 2004 y O Tra­balho Dupli­ca­do, Edi­to­ra Expres­sao Popu­lar, 2006. Es tam­bién inves­ti­ga­do­ra del CNPq.

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