El georgiano Stalin siempre defendió la unidad de los proletarios al margen de su nacionalidad para hacer la revolución en Rusia, pero sin olvidar jamás el derecho de autoderterminación de las naciones que integraban por la fuerza la Rusia zarista
En 1904 escribía Stalin ‑quien, como todo el mundo sabe, cometió el imperdonable pecado de lesa humanidad de ganar, él solo no, claro, la guerra a los nazis, amén de otras minucias como hacer que a la Unión Soviética no le afectara el famoso crack de 1929 que hoy tanto se evoca para compararlo con la crisis actual del capitalismo‑, escribía, digo, sobre la «cuestión nacional» que todo ‑desde la perspectiva del materialismo histórico, es decir, desde el marxismo- cambia y que en diferentes épocas salen a la escena diferentes clases sociales y cada clase entiende a su manera lo que entonces ‑y ahora- se denominaba «cuestión nacional».
Existió, por ejemplo ‑decíaquien fuera llamado por el Ché Guevara «papá Stalin»-, en nuestro país (Stalin se refiere a Georgia, su país natal) la llamada «cuestión nacional» de la nobleza, cuando ‑después de la incorporación de Georgia a Rusia- la nobleza georgiana sintió lo lo desventajoso que era para ella perder los viejos privilegios y el poderío que tenía bajo los reyezuelos georgianos y, considerando que la condición de «simples súbditos» era afrentosa para su dignidad, anheló la «liberación de Georgia». Era un «nacionalismo» monarco-feudal, otrosí reaccionario. La nobleza georgiana ‑continúa diciendo este revolucionario profesional que de terrorista bajo el zarismo pasó a ser jefe del primer estado socialista de la historia- se escindió en dos grupos. Uno de ellos renunció a todo «nacionalismo» y tendió la mano a la autocracia rusa a cambio de puestos lucrativos y de que la defendiera de los «revoltosos» del campo (entonces apenas había clase obrera). El otro grupo de la nobleza georgiana, más débil, se alió con los obispos y archimandritas georgianos, cobijándose bajo el ala del clericalismo, lo que hoy sonaría a prehistoria anacrónica, baina bai zera! Aquí se acababa su «patriotismo».
¿Estaremos buscando algún paralelismo con la Euskal Herria de hoy? No, pero alguna concomitancia es posible encontrar. El georgiano Stalin ‑de quien Antonio Machado dijera que vio la historia con sus ojos y no se la contaron como a otros- (y antes Lenin) nunca ocultó y siempre defendió la unidad de los proletarios al margen de su nacionalidad para hacer la revolución en Rusia (aquí se diría «España», Georgia sería Euskadi y Stalin un «mal vasco», desquintaesenciado y sin volkisch), pero sin olvidar jamás, como recogía el programa bolchevique, el derecho de autoderterminación de las naciones que integraban por la fuerza la Rusia zarista e, ítem más, su separación de aquella cárcel de pueblos o naciones (como es la «España» actual). No hace falta ser «estalinista» para defender estos elementales derechos democráticos, entre otras cosas porque Stalin no era «estalinista», sino marxista-leninista. Hoy Stalin defendería la independencia de Euskal Herria frente al Estado fascista español que impide que el pueblo vasco se pronuncie políticamente en un sentido o en otro, por la separación o no, así de claro. Algo que ni Hitler ni Franco ni los socialfascistas del PSOE harán si no se ven obligados. ¿Quiénes son aquí los terroristas, los fascistas, y quiénes los amparan?
Jon Odriozola