Una de las palabras más repetidas cuando el asunto analizado se refiere a la Justicia es “respeto”. Y lo que pasa es que muchas veces confundimos aposta el respeto con la aceptación implícita o explícita de aquello sobre lo que estamos opinando. Respeto a la Justicia, pues, y adelante con esta democracia que viene de la transición más respetuosa con una dictadura que uno pueda echarse a la cara. Me refiero, claro está, a nuestra transición, a ese tiempo que ejerció de puente entre el franquismo y la democracia, a los años en que el consenso político y la ideología de los partidos mayoritarios de izquierdas en stand by dibujaron una época que fue exportada como modelo a otros países que habían pasado por circunstancias terribles parecidas a la nuestra. Muchas de las estructuras franquistas y organizaciones que como la Iglesia siempre actuaron de mamporreras de la dictadura se mantuvieron intocadas por la democracia. La moral de la transición fue la moral de una esperanza frustrada en un cambio de paradigma. Los valores de antes permanecían intactos. Los buenos seguían siendo los de derechas y los malos los de izquierdas. Se lo decía a una amiga mía, de padre comunista exiliado, una de sus primas de derechas. Le decía la prima: “vosotros creéis que vuestro padre es de izquierdas, pero en realidad es de derechas porque tiene un buen corazón”. La conversación tenía lugar a la puerta de mi casa, en Gestalgar, hace apenas tres años. El más reciente ejemplo de esa derrota moral de la democracia: la exaltación hasta el hartazgo de Fraga Iribarne, el último gran protagonista de los horrores del franquismo.
De aquellos consensos (poco o nada avanzaron los sucesivos gobiernos de Felipe González en ese sentido) vienen bastantes de los lodos que ahora nos aquejan. Estos días, esos lodos tienen un nombre propio inexcusable: la Justicia. En el mundo entero se echan las manos a la cabeza por el caso Garzón. Dejando bien claras las sombras que tantas veces han oscurecido sus instrucciones y toma de decisiones, nadie entiende que el juez que ha investigado los crímenes de dictaduras como la chilena y la argentina, esté siendo juzgado en su país por intentar hacer lo mismo con el franquismo. Tampoco entienden que los corruptos de la trama Gürtel no hayan ido al banquillo de los acusados o hayan sido absueltos y el juez que los investiga ‑el mismo Garzón- acaba de ser expulsado de la carrera judicial por hacer precisamente eso: investigar a los miembros de esa trama corrupta. Y la nueva píldora que tiene como protagonista a la Justicia: el juez José Castro, que investiga el caso Urdangarin, está siendo investigado por el Consejo General del Poder Judicial. Aquí no cuadra nada y la Justicia se está llevando la palma en este delirio de democracia que tenemos.
Decía el Rey en su alocución navideña que la Justicia ha de ser igual para todos. A estas alturas de la película ya nadie duda de que mentía. Lo que tenía que haber hecho el Rey ‑si piensa que la Justicia ha de ser igual para todos- es poner a su yerno en manos de esa Justicia igualitaria. Pero en vez de eso, lo mandó a Estados Unidos para apartarlo de la quema. Y lo que ha hecho ahora es presionar para que la declaración de Urdangarin no sea grabada y puesta al alcance de la ciudadanía. Y es que la Monarquía es otro ‑uno de los más fuertes, si no el que más- consensos de la transición. Si no fuera el marido de la infanta Cristina quien está imputado, ¿estaría siendo investigado el juez que investiga ese caso de corrupción? Y más: ¿por qué no está imputada la hija del Rey si era socia principal ‑con su marido- de la empresa a la que se desviaban fraudulentamente los fondos de Nóos? Sé que el espacio de que dispongo es poco para reflexionar sobre tanta mierda suelta en esta democracia nuestra tan enferma y tan insuficiente. Lo que aquí he intentado ‑con respeto o sin respeto, me da igual- es simplemente lanzar algunas sugerencias, unas sugerencias que están la mente de todo el mundo. Y cuando digo mundo me refiero al mundo entero, a ese mundo que está echándose las manos a la cabeza porque no entiende lo que pasa en España. ¿Cómo va a entender nadie que si Franco se murió hace casi cuarenta años, el franquismo siga en este país más vivo que nunca? Pues eso.
Alfons Cervera es novelista
Fuente: Cartelera Turia, Valencia, Nº 2507 (febrero de 2012)