Lo mismo que el pastorcillo embustero de la fábula, políticos conservadores e intelectuales “orgánicos” de la contrarrevolución, convencidos de la importancia de su tarea, se han regodeado gritando que viene el lobo. Perdón, en este caso que el lobo no vendrá más, porque, luego de una muerte pregonada desde que naciera, mediado el siglo XIX, juran ahora que expiró en las postrimerías del XX, sin presentar zarpas, apaciblemente, entre los escombros de un muro (el de Berlín) cuyo súbito derrumbe se convirtió para muchos en metáfora de la fragilidad teórica y la consiguiente inanidad práctica de esa bestia nombrada marxismo.
Atilio A. Boron nos lo advierte en un artículo ampliamente reproducido en la prensa alternativa. Igual que Copérnico, Galileo, Servet, Darwin, Einstein y Freud, por mencionar a unos pocos de los grandes genios estigmatizados por la mediocridad reinante ‑la inefable aurea mediocritas, ¿no?- y el pensamiento aherrojado al poder y a las clases “señeras”, ya en vida Karl Marx fue denostado, perseguido, humillado, ridiculizado por homúnculos -“no le llegaban a los tobillos”- a los cuales les repugnaban sus transgresoras concepciones. “La academia se cuidó muy bien de sellar sus puertas, y ni él ni su amigo y eminente colega Federico Engels, jamás accedieron a los claustros universitarios. Es más, Engels, de quien Marx dijo que era “el hombre más culto de Europa’, ni siquiera estudió en la universidad”.
Pero, en puridad, el panorama lucía como para que los desavisados coincidieran con los malintencionados. Atina el francés Georges Labica (número 20 de Marx Ahora , La Habana, 2005) al aseverar: “La conjunción de factores internos, el ‘estancamiento’ brezhneviano ‑que era la expresión de la incapacidad del mundo soviético para transformarse económica y políticamente‑, y de factores externos ‑desde la imposición de una carrera armamentista, cuyo carácter propiamente ruinoso fue subestimado, hasta campañas ideológicas […]- provocó una degeneración lenta que desembocó en la detención brutal, en cuanto a ella, y pacífica (la ‘revolución de terciopelo’); los pueblos no veían ningún beneficio en el mantenimiento del sistema. La ‘katastroika’, como diría Zinoviev, del Dr. Gorbachov consistió simplemente en desconectar el enfermo”.
Por supuesto, la “eutanasia” dejaba en suspenso la cuestión de si alguna terapia inédita hubiera podido salvar al paciente de la sepsis generalizada que empezó a incubarse cuando, conforme al hispano-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez, se estableció un régimen, el “socialismo real”, no realmente socialista. Y que tampoco puede considerarse una sociedad capitalista peculiar. “Se trata de una formación social específica surgida en las condiciones históricas concretas en que se ha desarrollado el proceso de transición, no al comunismo ‑como había previsto Marx‑, sino al socialismo. En cuanto a las condiciones históricas que dieron lugar a esta nueva formación social, subrayaremos que en ellas surgió la necesidad de fortalecer al Estado y que ese fortalecimiento se tradujo en su autonomización cada vez mayor respecto a la sociedad y, en particular, a la clase obrera, fortalecimiento al que quedó unido un proceso de reforzamiento y autonomización de la burocracia estatal […]”
De funcionarios de brazos cruzados frente a la debacle. Porque esa nutrida capa ‑clase la llama A.S.V.- se encontraba ante un dilema existencial: la transformación de la propiedad estatal sobre los medios de producción en propiedad privada estaba excluida para ella, en vista de que acarrearía su destrucción. Paralelamente, “la transformación de la propiedad estatal en verdadera propiedad social y la transformación de la superestructura política en una dirección democrática, pluralista, minaría el estatus social dominante de la burocracia y del partido. Sus intereses no están pues en una verdadera involución (restauración del capitalismo) ni en una verdadera evolución (hacia la propiedad social y la forma política democrática) sino en el inmovilismo político y social, en el mantenimiento del statu quo (propiedad estatal y superestructura política autoritaria, no democrática, y, por ende, en cerrar el paso tanto a la vuelta al capitalismo como al avance o tránsito al socialismo”. (Más tarde una gran parte se decantó por el regreso; antes, se apresuró a comprar a precio de ganga el patrimonio público.)
El vaticinio cumplido
Y ese inmovilismo minó el ideal socialista al extremo de que hoy por hoy para unos cuantos “sensatos” no constituye un modelo válido de sociedad. Por ello, tras el desmoronamiento, los “libertadores” hacían gala de su victoria, en medio de un aquelarre donde se proclamaba en voz como salida de la garganta de Esténtor el inicio de una era inédita: la del fin de la guerra fría y del equilibrio del terror de las armas de destrucción masiva; era del triunfo de la democracia monda y lironda, sin apellidos, la del mercado explayado, la del neoliberalismo. Entretanto, los “liberados” batían palmas y se precipitaban a las delicias de la “sociedad de consumo”… si alguno atinó al abigarrado vientre de la piñata.
Sí, porque el nuevo orden mundial pronosticado, que dizque traería paz y desarrollo para todos, si no la imposible prosperidad hiperbórea, ponía al descubierto un potencial insospechado de malevolencia. Concordemos con Labica en que la ausencia total del competidor, por muy asténico que este haya sido, franqueaba el curso a la explotación y al enseñoramiento de unos (los menos) sobre otros (los más). En el campo exsocialista, cuyo desmembramiento sentó las bases de futuros conflictos, el “parto democrático” no produjo más que un régimen de prebendas, corrupción y operaciones mafiosas, que ni siquiera acabaron con “las viejas prácticas de despotismo oriental”. El Sur se halla más que nunca a merced de la hambruna, las pandemias, los enfrentamientos étnicos dirigidos desde fuera, el avasallamiento de los niños, la miseria y la mortalidad precoz.
Ni los países desarrollados/subdesarrollantes, para calificarlos con Roberto Fernández Retamar, resultaron perdonados: el Sur gangrena al Norte con, verbigracia, el desempleo estructural y la “nueva pobreza”. Con una emigración “bárbara”. La socialdemocracia, en un primer momento agraciada con la hecatombe, cosechó rotundos fracasos en su sueño de reformar desde dentro las relaciones capitalistas, mediante medidas que favorecieran la economía mixta, la ralentización de la especulación y el despliegue del consenso. Al mando de la nave quedaron entonces las políticas (neo)liberales, que se tradujeron en robustecidos problemas, en multiplicadas carencias.
La situación actual se asemeja a la que los jóvenes cofrades Marx y Engels vaticinaron en el Manifiesto Comunista. No se equivoca Boron en el criterio de que este sórdido ámbito de oligopolios rapaces y predatorios, guerras de conquista, degradación de la naturaleza y saqueo de los bienes comunes, desintegración social, sociedades polarizadas y naciones separadas por abismos de riqueza, poder y tecnología, plutocracias travestidas para aparentar democracia, uniformidad cultural pautada por el american way of life, es el orbe que anticiparon en todos sus escritos. Por eso forman legión los que se preguntan si el XXI no será el siglo de Marx. La respuesta se insinúa en los signos de los tiempos: “Las revoluciones en marcha en el mundo árabe, las movilizaciones de indignados en Europa, la potencia plebeya de los islandeses al enfrentarse y derrotar a los banqueros y las luchas de los griegos contra los sádicos burócratas de la Comisión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo, el reguero de pólvora de los movimientos Occupy Wall Street que abarcó a más de cien ciudades estadounidenses, las grandes luchas que en América Latina derrotaron al ALCA y la supervivencia de los gobiernos de izquierda en la región, comenzando por el heroico ejemplo del pueblo cubano, son tantas otras muestras de que el legado del gran maestro está más vivo que nunca”.
De vivificar se trata
Ahora bien, en tanto teoría de vocación científica, que revela la estructura del capitalismo, así como las premisas de transformación inscritas en ella, y asume el reto de contrastar sus tesis con la realidad y la práctica, el marxismo tendrá que emerger de la lisa manteniendo los elementos resistentes al examen, revisando los que han de ajustarse al movimiento de lo real y abandonando los invalidados por este, como proclamaba Sánchez Vázquez en el discurso de agradecimiento del título de Doctor Honoris Causa que le confirió la Universidad de La Habana, publicado en el número 265 de la revista Casa de las Américas y arriba citado.
Para el destacado filósofo, cuyas proposiciones han encontrado eco en las más lúcidas conciencias, las posibilidades de cambio devienen más sólidas que nunca. “Tales son, para dar unos cuantos ejemplos, las relativas a la naturaleza explotadora, depredadora, del capitalismo; a los conceptos de clase, división social clasista y lucha de clases; a la expansión creciente e ilimitada del capital que, en nuestros días, prueba fehacientemente la globalización del capital financiero; al carácter de clase del Estado; a la mercantilización avasallante de toda forma de producción material y espiritual; a la enajenación que alcanza hoy a todas las formas de relación humana; en la producción, en el consumo, en los medios masivos de comunicación, etcétera”.
Entre las concepciones para adaptar figuran las referidas a las contradicciones de clase, que, aun siendo fundamentales, deberán conjugarse en el presente con otras: nacionales, étnicas, religiosas, ambientales, de género… “Y por lo que toca a la concepción de la historia, hay que superar el dualismo que se da en los textos de Marx, entre una interpretación determinista e incluso teleológica, de raíz hegeliana, y la concepción abierta según la cual ‘la historia la hacen los hombres en condiciones determinadas’. Y que, por tanto, depende de ellos, de su conciencia, organización y acción, que la historia conduzca al socialismo o a una nueva barbarie.”
Aquí, permitámonos actualizar con Raúl Romero (sitio digital Rebelión ) la última frase, proveniente de Rosa Luxemburgo e inmortalizada por Cornelius Castoriadis y Claude Lefort. “Hoy es preciso decirlo con todas sus letras y sin eufemismos: Socialismo o extinción”.
Insertos en la lógica expositiva de Sánchez Vázquez, acotemos que entre las proposiciones para repasar críticamente se encuentran algunas acerca de las funciones del Estado y las de acceso al poder, aspectos sobre los cuales ya Gramsci “proporcionó importantes indicaciones”, y cuyo enfoque estaría legitimado por el criterio de análisis concreto de la situación concreta, preconizado por un Lenin enfrentado a la clerigalla marxista ‑ironizaría Raúl Roa- que lo acusaba de revisionista, de apartarse del “trivium” y el “quadrivium”, de la “suma teológica” del gigante de Tréveris.
Finalmente, “hoy no puede sostenerse que la clase obrera sea el sujeto central y exclusivo de la historia, cuando la realidad muestra y exige un sujeto plural, cuya composición no puede ser inalterable o establecerse a priori. Tampoco cabe sostener la tesis clásica de la positividad del desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas, ya que este desarrollo minaría la base natural de la existencia humana. Lo cual vuelve, a su vez, utópica la justicia distributiva, propuesta por Marx en la fase superior de la sociedad comunista con su principio de distribución de los bienes conforme a las necesidades de cada individuo, ya que ese principio de justicia presupone una producción ilimitada de bienes, ‘a manos llenas’”.
Precisamente sobre esto sentó cátedra Walter Benjamin (1892−1940): “Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes: Quizás las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, acciona el freno de emergencia”. Aserción contextualizada de excelente manera, en Rebelión, por Antoni Jesús Aguiló, para quien la propia experiencia ha demostrado que la globalización capitalista neoliberal, presentada ideológicamente como el fin de la historia o la cresta del desarrollo, es eso: un tren sin frenos en dirección suicida, una especie de locomotora sin maquinista o coche de carreras conducido por un piloto automático. En su apoyo, el analista trae a colación a Inmanuel Kant: “Los capitalistas son como ratones en una rueda, que corren cada vez más de prisa a fin de correr aún más deprisa”. Y también acude a los coautores de Educación para la ciudadanía. Democracia, capitalismo y Estado de Derecho (Akal, Madrid, 2007): “El capitalismo es como un tren sin freno que se acelera cada vez más. Camina, sin duda, hacia el abismo (…) Rueda vertiginosamente hacia el agotamiento de los recursos ecológicos, hacia la destrucción de este planeta, que sobrevendrá quizá con rapidez, por un desastre nuclear, o quizá más gradualmente, por una quiebra ecológica irreversible”.
No en vano la necesidad de reinventar la revolución, de interrumpir el curso de la ortodoxia neoliberal (mercantilización de la vida y la naturaleza, privatizaciones, desregulaciones, acumulación por desposesión, recortes de derechos, poder político antidemocrático de las transnacionales). Se imponen el rompimiento del mito del crecimiento económico capitalista como un proceso acumulativo, lineal e indefinido ‑estereotipo positivista‑, la quiebra del credo del individualismo insolidario y consumista… y sobre todo un valladar al conformismo. El conformismo que nos ofrece en la argéntea bandeja de la terminación de las ideologías el ideologizado liberalismo burgués.
Necesario punto de partida
En sí, ¿qué se ha ido por tierra con el derrumbe del socialismo real? Contestémonos que un conjunto de experiencias sociales ‑políticas, económicas y culturales- realizado bajo la advocación del marxismo en países situados a millas (¿años luz?) de la cristalización de una revolución comunista. Que si concitaron el entusiasmo multitudinario, se debió a las expectativas populares del planeta, expectativas que creemos renovadas, al menos convalecientes, atendiendo a detalles como la creciente consulta de la obra de Karl Marx, la mejor explicación de una crisis estimada por cada vez más personas estructural, sistémica, que no simplemente cíclica.
Y si la fallida sociedad no era la que previó el marxismo, ¿se podrá hablar entonces de la muerte de esa cosmovisión? No, si acaso se podrá desbarrar al respecto. Porque esta sigue y seguirá en pie, a condición de que, como remarcaba Sánchez Vázquez, “de acuerdo con el movimiento de lo real mantenga sus tesis básicas ‑aunque no todas‑, revise o ajuste otras y abandone aquellas que tienen que franquear el paso a otras nuevas, para no quedar a la zaga”. O sea, que en el impostergable vuelco del orbe habrá que “partir de Marx para desarrollar y enriquecer su teoría, aunque en el camino haya que dejar, a veces, al propio Marx”. Marx como sempiterno punto de salida, que no de arribo.
Lo que intentamos los cubanos, a despecho de quienes cargan la tinta en innegables errores olvidando, simulando olvidar, o reconociendo a regañadientes, “menudencias” como que el persistente “síndrome de plaza sitiada”, traducido en verticalismo, burocratismo propiciado por este, falta de transparencia e insuficiencias en la deseada democracia popular y en su inherente control, se deriva en grado nada desdeñable de un hecho “ontológico”, objetivo: ¡somos una plaza sitiada! Y como suecuela de ello, a ratos se torna harto difícil discernir entre una actitud demasiado vehemente en la defensa del proyecto y el más descarnado oportunismo. No por mero amor al arte el enemigo insiste en el bloqueo. Se trata de abordar el fenómeno en toda su poliédrica causalidad, pues para unidimensional el pensamiento de que nos quieren impregnar desde el Norte. Pensamiento que privilegia el trueque de cierta férula estatal ‑y se resiste uno a utilizar el término “dictadura del proletariado” por el desgaste de la connotación original, de democracia para los otrora domeñados, que le atribuyeron los clásicos- por una férula otra, la del mercado, más férrea, y ejercida sobre las mayorías.
Claro que hay miríadas de aspectos, incluidos los subjetivos, que trasmutar para bien de todos. De casi todos. Mas sin obviar que, a la arremetida de aquellos que solo percibían máculas en el ígneo redondel del sol, Lenin replicaba, en el “Informe político al undécimo congreso del partido” (27 de marzo de 1922): “Puede ser que nuestro aparato estatal sea defectuoso, pero dicen que la primera máquina de vapor también era defectuosa. Incluso no se sabe si llegó a funcionar, pero no es eso lo que importa: lo importante es que se inventó. No importa que la primera máquina de vapor haya sido inservible, el hecho es que hoy contamos con la locomotora”. Y continuaba, Vladimir Ilich: “Aunque nuestro aparato estatal sea pésimo, queda en pie el hecho de que se ha creado; se ha realizado la invención más grande de la historia; se ha creado un Estado de tipo proletario”.
Reflexiones estas nada fortuitas. Se corresponden en toda la línea con el espíritu plasmado en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “Las revoluciones proletarias se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos”.
Por cierto, ¿cuánto necesitó el capitalismo para instaurarse por su fuero y “perfeccionarse”, si estaba insinuándose desde alrededor del siglo XII, el XIII, con la reactivación de las ciudades (los burgos) y la expansión de la economía mercantil? ¿Por qué aceptar que ese sistema logre “triunfar”, aun utilizando elementos superestructurales del viejo régimen ‑entre ellos, una monarquía “adecentada”-, al cabo de una larga serie de centurias y, sin embargo, con la descontinuación de un experimento pseudorevolucionario se concluya enseguida que el socialismo ha fracasado para siempre, y con él su base teórica, el marxismo? ¿No constituye una paradoja? ¿La paradoja ‑apuntaría Labica- de identificar el aporte de Marx con las pretendidas “aplicaciones” stalinianas; o, terciaría el gran historiador Eric Hobsbawm, de confundir el cristianismo con la Inquisición, el Islam con la figura de Bin Laden?
Encomendemos las interrogantes a la conciencia de los desavisados, de los incautos, porque los malintencionados ya han hecho su inamovible elección. Solo anotemos que ‑la lógica dixit-, mientras exista la urgencia de mejorar el estado universal de cosas ‑y eso nadie lo puede colocar en la picota de la duda‑, sobrevivirá y se enraizará el prístino ideal socialista, que no el “socialismo real”. Y con aquel una teoría que, emulando al Fénix, resurge de sus pretendidas cenizas ante la diatriba vulgar o la “especializada”, y se resiste a ser sepultada entre los escombros de ningún muro. Porque siempre que respiren explotados y explotadores habrá pensamiento crítico. Habrá marxistas.