Algunas ideas adoptan forma totémica. Son emblemas discursivos que, muchas veces, ni siquiera llegan a la categoría de idea. Sirven más bien como insignias que, con sus atractivas formas y colores vistosos, ofrecen un refugio de la batalla de ideas. El único movimiento de la derecha española ante el nuevo escenario político en Euskal Herria ha sido el de readecuar su discurso. No haciéndolo más reflexivo, más atractivo, sino alzando nuevas efigies dialécticas. De momento para buscar cobijo. Pero no olvidemos que desde esos parapetos pasaron al ataque para la criminalización y la imposición de sanciones jurídicas a quienes no comulgaban con sus clichés y mantras de retórica vacía.
Los últimos tiempos, la insistente reclamación de «disolución» de ETA adopta esta forma totémica. La reivindicación puede considerarse adecuada como aspiración política, pero carece de eficacia si no se está dispuesto a avanzar y arriesgar lo más mínimo para conseguirla. Se realiza una vacua ofrenda floral al tótem sin iniciativas efectivas que coadyuven a que el hecho venerado se realice.
Porque realmente no se quiere avanzar de forma proactiva en la obtención de esa reclamación, ya que la idea fuerza sirve, más que para verse consumada, para justificar el inmovilismo: la disculpa de la no disolución de ETA refuerza cerrojos en las cárceles, justifica sentencias inadmisibles, excluye a un sector socio político ‑y a sus ideas- de foros e instituciones. El último pedestal en que se ha aposentado la idea totémica de la disolución ha resultado ser la detención de dos ciudadanos vascos en las Landas. Cierto, iban armados. Por tres motivos: uno simbólico, porque pertenecen a una organización armada. Dos, como medida de seguridad ante hechos eventuales como los que llevaron a la desaparición y muerte de Jon Anza. Tres, porque de no verificarse ningún delito en el Estado francés ‑como por ejemplo la tenencia ilegal de armas- corren el riesgo de ser expulsados a las FSE españolas. Y donde se dice FSE que se lea tortura. Armas que ETA afirmó a los verificadores internacionales seguiría portando si bien, como se ha visto, no se emplearían con carácter ofensivo.
Pero la posición totémica clamando disolución, no asegura ser la más coherente: ¿qué prefieren, una ETA existente pero desarmada o exmiembros de una organización disuelta pero armados? Tras la carcajada producida por la ridícula ocurrencia ministerial -«!Que dejen unas cuantas armas en una campa del País Vasco como prueba de sinceridad!»- deberían reflexionar: ¿es mejor un desarme verificable o una disolución incontrastable? que hagan astillas de su argumento fetiche y estipulen cómo conseguir el objetivo del desarme y la disolución con quienes les tienden la mano desde el otro lado de la mesa.
Precisamente, una de las molduras del tótem simboliza el desprecio a la mediación internacional experta. En un momento en el que se ha dejado la economía del Estado bajo la batuta de organismos Europeos, se insulta a los facilitadores internacionales de resolución de conflictos. «La verificación la hacen las FSE» brama la figura chamánica. Pero ahora se pliegan a la supervisión de auditorías financieras externas ‑Roland Berger, Oliver Wyman…- sin que a nadie se le ocurra decir «el Banco de España es quien verifica las cuentas españolas». Para dirimir contenciosos históricos enquistados y garantizar derechos humanos se reivindican suficientes, invocando la soberanía española o, como está en horas bajas, la habilidad de sus FSE. Y agudizan el ingenio para idear nuevos insultos contra los internacionales que prestan su expertise en la materia: se llenan los bolsillos, desconocen el terreno ‑argumento, por cierto, cada vez menos usado‑, están coaptados por la izquierda abertzale… Razonamiento este último que el miembro del Grupo Internacional de Contacto Alberto Spektorowsky se ocupó de descalificar criticando ‑legítimamente- a los partidos soberanistas que decidieron no participar ‑legítimamente- en la Ponencia de la exclusión.
La cuestión es que la reiterada reclamación de disolución de ETA, además de ser un muro de contención de otros debates de profundidad, está reproduciendo peligrosamente ‑consciente o inconscientemente- los pasos dados para el diseño y aplicación de la infausta Ley de Partidos Políticos. Y esto es lo que me preocupa. Aquella vez se justificó bajo la égida totémica de la «condena». Primero se obligó a condenar, después se estigmatizó a quien elaboraba un discurso alternativo a esa hierática insignia. Luego se ilegalizó y echó de las instituciones a los librepensadores. Nuevamente se ensaya la discriminación entre los partidos que exigen la disolución y quienes exponen otra metodología. Y es que el Estado nos tiene acostumbrados a no dar puntada sin hilo. Las tragaderas que últimamente demuestra la justicia presagian lo peor.
Paralelamente, se impone la emblemática efigie de las víctimas de ETA. Son varios los demonios que deben conjurar: por un lado deben evitar movimientos resolutivos de calado; además, sobre sus espaldas descansa la política penitenciaria para que nada se mueva; últimamente son la justificación para manipular el censo electoral ‑y con ello el resultado de las elecciones- en su vertiente de exiliados. Todo ello, manteniendo inamovible esa cota inalcanzable de superioridad moral, representando un pilar ético intachable. No es de extrañar que, ante semejante papelón, se comiencen a alzar voces que critican la manipulación exorbitada a la que se someten las víctimas de ETA. Cierto que muchas se prestan raudas a tal utilización. No es menos cierto que muchas de ellas no están conformes con ese dirigismo y comienzan a expresar su opinión por sí mismas. Llegado a este punto, me sería fácil realizar la fácil apelación a una «Vía Nanclares» para las víctimas de ETA. Pero no voy a caer tan bajo. Que sigan su camino, que avancen hacia posiciones propugnadoras de encuentros y facilitadoras de empatías y, a poder ser, que lleguen juntas. Que su decisión sea colectiva.
Pero realizar esa lectura anti-tótem nuevamente vadea peligrosamente leyes con efectos sancionadores fulminantes. En concreto el artículo 61 referente a la «Defensa del honor y la dignidad de las víctimas» de la todopoderosa ley de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo.
Otros tótems aparecen ya carcomidos por la polilla: la Constitución parcheada, la unidad nacional zaherida, por no hablar de la Monarquía… para defender a esta última de la crítica en forma de pitido multitudinario, ya se apuntaron medidas represivas, antes y después de la aparición de «su» majestad en un campo de fútbol. No saben encajar una crítica al tótem.
Los nativos norteamericanos reflejaban en figuras cualidades referenciales, dotándoles de atribuciones sobrenaturales. Pesaba el maleficio sobre quien contravenía los designios del tótem. No estamos para supercherías: ¡caigan los tótems amenazantes!