«Buscan al guardia Diego por todos los lugares de la casa, remueven ropas, armarios, el doblado, hasta que finalmente le hallan en los trasteros, en el pajar». «Una vorágine de golpes cae sobre él. Se le araña, arrastra, insulta… «La madre se abraza al hijo profiriendo alaridos» «En el Consistorio se halla ya su primo Juan, desde hace horas; ambos son maniatados y conducidos a la llamada Ermita del Cristo de la Guadaña. Son las siete de la tarde del 15 de agosto de 1936. “Les ataron a la verja en cruz con alambre espino. Cuando les sacaron del Ayuntamiento iban ya deshechos, magullados, colmados de hematomas…»
dissabte 16 de maig de 2009
Liberto Miguel: Lo relatado hasta aquí palidece ante el drama que vivieron Diego Redondo Macías y su primo Juan Rodríguez Redondo.
“Mi padre ‑nos dice el hijo mayor de Diego- nos llevó a Calañas (Huelva), distante unos cuarenta kilómetros de Gibraleón (Huelva). Pidió refugio para nosotros en una posada, pero el dueño asustado, no nos dejó alojar. De nada le serviría la previsión, porque al siguiente día le asesinaron. Vía abajo hubimos de regresar a Gibraleón; ya en la bajada pudimos comprobar que habían comenzado las depredaciones y los asesinatos”
«Padre y tío siguen campo adelante, pero al cabo de los días, agotados, hambrientos, tienen la osadía de penetrar en Gibraleón en busca de descanso y ayuda. Aspiran a un rato de reposo y avituallarse. El 13 de agosto de 1936 han alcanzado el pueblo en el que penetran con sigilo amparados en las sombras de la noche.
Cuerda de presos
Alguien, sin embargo, debió detectar la presencia de ambos y debió producirse la delación. Dos días después eran apresados»
“Yo era muy pequeñita ‑habla una testigo excepcional-. Iba a un recado calle Santo Domingo arriba. Me tropecé con una jauría que enarbolaban banderas y cantaban “el Cara al Sol”. Se dirigían a Castejuela, gritando: “a por él, a por él”. En cabeza iban Chaparro y el “Leperillo”. Al llegar al domicilio buscado, interceptaron todos los accesos. Los vecinos quedaron atemorizados. Los que habían llegado hechos un brazo de mar entraron atropellándolo todo”
Buscan al guardia Diego por todos los lugares de la casa, remueven ropas, armarios, el doblado, hasta que finalmente le hallan en los trasteros, en el pajar. Una vorágine de golpes cae sobre él. Se le araña, arrastra, insulta con los más desnudos depuestos. La madre se abraza al hijo profiriendo alaridos. La separación de ambos se hace casi imposible.
Martillean entonces a ambos con las culatas de los fusiles. A consecuencia de uno de los golpes, propinado por el “Leperillo”, la madre ha caído de bruces desvanecida.
“Cuando la madre perdió el conocimiento lo sacaron a rastras, quedando rodeado por la jauría que en el valle esperaba. A través de todo el camino le fueron vejando, haciéndole caminar a empujones mientras le arañaban, golpeaban e insultaban con el peor de los vocabularios, hasta hacerle entrar en el Ayuntamiento”
Detención de miliciano
En el Consistorio se halla ya su primo Juan, desde hace horas; ambos son maniatados y conducidos a la llamada Ermita del Cristo de la Guadaña, situada en una de las esquinas de la plaza Mayor del pueblo, justo al frente del Ayuntamiento. Son las siete de la tarde del 15 de agosto, fiesta de la Bella, que se prolonga al 16 con la de San Roque. Cuantos intervienen en la represión se hallan concentrados en la plaza a la espera de que se inicie el espectáculo. La ermita posee una cancela de acceso semiojival que destaca de cuanto se erige en el contorno. Es el lugar seleccionado para el sacrificio previo a la muerte definitiva.
“Les ataron a la verja en cruz con alambre espino. Cuando les sacaron del Ayuntamiento iban ya deshechos, magullados, colmados de hematomas; pero lo que les vino después fue espantoso. Es norma aquí en los entierros el dar la cabezada, lo que se dice dar el pésame en la misma iglesia a los dolientes. Pues bien, con ironía y gesto burlón aquellas hienas fueron desfilando ante ellos pronunciando la frase “les acompaña en el sentimiento”, para anunciarles la inmediata muerte que iban a tener”
A renglón seguido comenzó un delirio macabro. Una chusma desatada entre la que se encuentran falangistas, la vanguardia de asesinos, “señoras” encopetadas y la flor y nata del bajo fondo vengador, escupen y golpean despiadadamente a las indefensas víctimas.
Asesinados
“Algunos ‑habla uno de los hijos de Diego- les pinchaban con leznas en los costados mientras les insultaban con las más groseras palabras. Otros, como Chaparro y Bargallo, les golpearon en los pies con las culatas de los fusiles hasta que se los reventaron. Manuel Morín “El Leperillo” les lanzó un café hirviendo al rostro. También el “Satanás” les escupió sin cesar a lo largo de toda la noche. Estaban ebrios de alcohol y de locura asesina”
Los reos eran ya casi cadáveres. A veces perdían el conocimiento, que volvían a recuperar por las punzadas y los golpes. Sufrían la quemazón de las heridas, la sed provocada por el tormento, la desesperanza de una vida que se les escapaba.
“Jamás olvidaré en aquellas circunstancias trágicas, a Alfonso Torres, falangista-rejoneador, o aspirante a serlo, que tuviera el gesto de llevar agua a mi padre y tío para aplacarles la sed que les quemaba la garganta, como tampoco podré olvidar que Joaquín Hernández, también falangista, notificara al tío Francisco que nuestra casa iba a ser arrasada, como lo fue una vez consumada la crucifixión y nos diera tiempo a salvar las reliquias personales que queríamos conservar en memoria de mi pobre padre”.
Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas al desgranar los tristes recuerdos. Repuesto, continúa el trágico relato.
“Soportaron el martirio hasta las tres de la madrugada. Las fieras habían quedado ya satisfechas de la escena y procedía bajar el telón. Desanudaron las ataduras. Los cuerpos, maniatados ahora por las muñecas, fueron lanzados como dos fardos sobre el vehículo, acompañados por los chacales que iban a poner fin al drama”
El vehículo se pierde en la lejanía. Las víctimas llegan casi expirando por el tormento. Con todo han demostrado que la resistencia humana no tiene medida: apeados del camión son situados junto a la tapia elegida. Una voz que expele vahos de alcohol, rompe el silencio: ¡Vais ahora a demostrar los cojones que tenéis! Al parecer correspondía a la del «Leperillo”. Les bajan los calzones y así, a carnes desnudas, les cercenan en vivo los órganos viriles.
Las víctimas se desploman profiriendo gritos de dolor. Todavía sumidos en la demencial carrera exterminadora, les disparan al vientre” Ahí ‑exclama “Chaparro”- para que vuestra muerte sea lenta y paguéis bien vuestro mal”.
La venganza, ¿de qué?, ha sido consumada. El camión se aleja, mientras los dos desgraciados prolongan su agonía atenazados por el dolor.
Diego Redondo Macías, guardia municipal de Gibraleón
En el caos de la revuelta Gibraleón quedó desabastecido. Se rompieron los medios de recepción y distribución de alimentos. El municipio se encontró en una situación angustiosa y en sesión de urgencia se acordó proceder a la requisa y distribución a los más necesitados de aquello que, como el carbón, la carne y otros alimentos vitales fuese encontrado en demasía en caseríos y cortijos. Cumplir con esta formalidad quedó a cargo de la Guardia Municipal, compuesta de Prieto, Antonio Choquero, Cristóbal Rodríguez Reciado, su hermano José, el cabo Juan Rodríguez Redondo y su primo el guardia Diego Redondo Macías, entre otros cuyos nombres quedan en el olvido.
Durante los diez días que el pueblo estuvo en manos de los republicanos nadie sufrió daño alguno, salvo las requisas de los alimentos mencionados más arriba. Pero los fascistas, guardadores del orden burgués, no podían perdonar ese atentado a la propiedad privada y todos cuantos participaron en esas requisas fueron inmolados. Sin embargo, la venganza fue más dura con Diego Redondo por su ferviente pasión revolucionaria. Así, cuando lo condujeron a fusilar uno de sus verdugos le dijo: “Ahora vamos a ver los cojones que tienes “. Le hicieron desnudar y le cortaron los testículos y le tiraron al vientre para que su muerte fuese más lenta…
La orden del nuevo alcalde, un jovenzuelo llamado Ramón Garrido Fernández, hoy jubilado y residente en Barcelona, con la muerte de Diego Redondo Macías quedaba cumplida: “hay que sembrar el terror…”. Pero tan lejos llevaba su siembra que, Francisco Garrido, uno de los acaudalados propietarios del pueblo no pudo por menos que decirle: “Oye, niño, ¿es que vas a terminar con todo el pueblo? ¿Quiénes van a roturar los campos?”
Queipo de Llano
“Fusilaré a diez por cada uno de los nuestros que fusiléis, aunque tenga que sacarlos de la tumba. ¡Os vamos a despellejar vivos, canalla marxista!” (Queipo de Llano a través de Radio Sevilla, cabe decir que lo cumplieron con creces).
Franco y Millán-Astray
«¡La tierra para el que dispare primero! ¡Que hablen las pistolas! ¡Muera la razón, viva la muerte!» (Millan-Astray, Coronel en Jefe de la Legión durante la Guerra Civil).
El falangista Jiménez Caballero
«Hoy escribo esta nota tras la conquista de Cataluña en la que he participado. Y aquello de «la maté porque era mía» vale por lo sucedido» (El falangista Ernesto Jiménez Caballero, «Genio de España», pàg. 226, 1939).
Franco y Hitler
“Le felicito de lo más profundo de mi corazón por los brillantes éxitos del Ejército Nacional bajo sus órdenes. También confío que el final próximo y victorioso de la guerra traerá al pueblo español la paz y con ella se abrirá una nueva época de brillante desarrollo de la nación española. Adolf Hitler, Canciller de Alemania” (Telegrama de Hitler a Franco, con motivo de la conquista militar de Catalunya, 1939).