Aitzol Arrieta, Iñigo Altzelai. Joserra Altzelai y Marian Zabaleta. Familiares y procesados en el sumario 16⁄10. El tiempo ayuda a diluir los malos recuerdos, aunque aún les resulta difícil hablar sin emocionarse. Cogen fuerzas y logran relatar el momento de la detención, las torturas a manos de la Policía española… y cómo todo ello ha condicionado sus vidas y las de sus familias. Su deseo, que ningún otro joven de Euskal Herria tenga que pasar por ese infierno.
En la actualidad, en Euskal Herria hay 75 jóvenes a la espera de juicio después de ser detenidos, en la mayoría de los casos, en redadas contra la juventud independentista. Precisamente, la Audiencia Nacional española acogerá, entre el 18 y 28 de este mismo mes, la vista oral contra diez jóvenes que fueron arrestados en Hernani en la madrugada del 31 de marzo de 2009. Siete de ellos denunciaron haber sufrido torturas.
Acusados de pertenecer a Segi, los encausados se enfrentan a penas de cárcel de entre siete y nueve años. Mientras tanto, sus familias, amistades y gran parte del pueblo de Hernani se ha volcado con ellos. Muestras de apoyo incondicional que acompañan a la exigencia de que desaparezcan para siempre los juicios políticos.
Han pasado tres años y medio desde las detenciones. ¿Cómo recuerdan esos momentos y los días posteriores?
Iñigo Altzelai: Con el paso del tiempo, de una manera consciente o inconsciente, no lo sé, la cabeza ha ido olvidando ciertas cosas, como algún momento concreto de la incomunicación… Incluso, a veces, al leer la denuncia que interpuse por las torturas, yo mismo me sorprendo de lo que viví. Apartar ciertos pensamientos es como una defensa de la mente. No me gusta recordarlo y me pongo muy nervioso cuando lo hago.
En el momento de la detención en casa me dio un fuerte mareo, veía borroso y estaba totalmente desorientado. Recuerdo que fueron unos momentos muy dramáticos: amenazas hacia la familia, golpes… Aún hoy vivo todo aquello de una manera muy traumática, y eso que quedé en libertad bajo fianza, por lo que no pasé por la cárcel. Pero de repente te cambia la vida y te preguntas cómo debes enfrentarte a ella de nuevo. Te trastoca todo y te encuentras realmente desubicado. Aún hoy es como un fantasma, una carga que planea constantemente sobre muchos aspectos de la vida.
Tras los cinco días de incomunicación salí destruido, tanto física como sicológicamente. Perdí nueve kilos. Destruyeron mi persona, y reconstruir eso de nuevo, si es que lo que he conseguido, me ha costado mucho.
Aitzol Arrieta: Dentro de la gravedad, en el momento de la detención estuve bastante fuerte, pero me fueron hundiendo poco a poco. En mi caso recuerdo un cansancio físico extremo y claro, cuando el cuerpo no respondía, comenzó a flaquearme la mente.
También recuerdo la felicidad que sentí porque Iñigo saliera en libertad y, aunque a mí me enviaron a la cárcel, el reencuentro con tres de los detenidos en la furgoneta para ser trasladados a prisión fue todo un alivio en mitad de aquel infierno. No paramos de hablar en todo el trayecto.
Por otro lado, el sentimiento de culpa que la Policía consiguió que sintiera nunca va a desaparecer. Culpabilidad no solo por el dolor causado a la familia, también por haber dado algún nombre bajo torturas… creo que eso no lo superaré nunca.
Marian Zabaleta: El susto de la detención no se borra nunca, aunque en el momento tuve la sensación de que eso no era real, de que no nos estaba pasando a nosotros.
¿Como padres y madres, qué sienten al escuchar estos testimonios?
Joserra Altzelai: Es muy duro. Realmente muy duro [llora]. Es un shock tremendo. Y todo esto supone revivirlo de nuevo. Aún resulta difícil asimilar que sea verdad lo que ocurrió. La vida te da golpes, pero golpes naturales, no tan enrevesados y con tan poco sentido. Hemos intentado buscar una explicación, una lógica a todo esto, pero no la tiene. Por eso diría que nos sentimos víctimas, marionetas del Gobierno.
Han pasado más de tres años, pero cuando el abogado llama para darte cualquier información todo vuelve como un torbellino. Siento angustia. Durante la incomunicación hicieron con nuestros hijos lo que quisieron. Movimos cielo y tierra para saber dónde estaban.
Pero también hubo cosas que me conmovieron. Por ejemplo, las amistades se ofrecieron sin contemplaciones para sufragar la fianza de 10.000 euros que le impusieron a Iñigo. Y gestos como esos nos ayudaron a mantenernos en pie.
¿Cómo afrontan el momento del juicio?
J.A.: Sabíamos que este momento llegaría, antes o después, aunque teníamos un pequeña esperanza en que la actual situación política podía ayudar. Estamos otra vez ante una nueva injusticia, un juicio que no solucionará nada y que desgraciará la vida de nuestros hijos. Nosotros sí que nos sentimos culpables por no poder hacer nada, por no poder dar una solución a nuestros hijos.
En cierta medida vamos a Madrid mentalizados de que quizás algunos volverán con nosotros mientras que otros se quedarán allí. No obstante, los juicios políticos son tan arbitrarios que no sabemos qué es lo que puede suceder.
I.A.: Intentamos ponernos en la tesitura pero… ¡Uf! Yo tengo en mente mi testimonio por las torturas sufridas y la denuncia que haré por los arrestos injustos. Me pregunto cómo podré expresar bien todo eso. Habrá nervios porque estaremos en un lugar extraño… Tener a la familia cerca nos alentará. La Audiencia Nacional nos da respeto, pero me siento con fuerzas. La rabia que sentimos la transformaremos en fuerza.
A.A.: Iremos allí con nuestros argumentos, con ganas, porque tenemos pruebas suficientes para desmontar sus acusaciones obtenidas en sesiones de tortura. Pero, por otro lado, tenemos la sensación de que todo eso será en balde, y que se trata de un trámite.
Cuando les detuvieron tenían 19 y 20 años. ¿Cómo han condicionado sus vidas lo que ocurrió?
A.A.: A mí me partió los estudios de Ingeniería Mecánica y al entrar en prisión tuve que abandonarlos porque dentro me comunicaron que solo podía estudiar alguna carrera de Letras. Me decanté por Derecho, pero como fueron diez meses los que estuve preso retomé la Ingeniería. De todas formas, perdí aquel curso, las amistades… y tuve que empezar de nuevo.
A nivel personal, acababa de comenzar una relación y esto fue un duro golpe que tuvimos que afrontar, y lo conseguimos, porque hoy en día seguimos juntos.
A.A.: Yo pude continuar con mis estudios de Psicología, pero más allá de eso tenía planes para irme fuera, estudiar otras cosas… Y esto nos pone limitaciones, como no poder viajar con los amigos [no pueden salir del Estado español y tienen que presentarse una vez por semana en los juzgados, y cada quince días ante la Ertzaintza]. A nivel personal también me ha afectado y puede que me haya convertido en una persona más desconfiada con la gente nueva. Esto me hizo madurar de golpe.
Las adversidades suelen unir a las personas. ¿Ha sido así en el caso de sus familias?
M.Z.: Indudablemente que ha unido a la familia. Mira, mi hijo no es muy comunicativo y en casa, al menos conmigo, nunca ha hablado de las torturas por miedo a hacernos daño. Eso sí, desde aquello, cada vez que me ve, porque él ya no vive con nosotros, me da un beso, y antes no me daba ni medio. Si me ve cuatro veces en un mismo día, pues cuatro besos que me da [ríe].
J.A.: A raíz de lo que vivimos nuestras relaciones se tejen de otra manera, en la familia cerramos filas, todos a uno, y nos ha reforzado, somos más cómplices. Son nuestros hijos y siempre los apoyaremos. Iremos hasta el final con ellos