¿Cómo es posible que una crisis de naturaleza sobre todo financiera haya producido una alta tasa de paro en la industria? Las respuestas que se han dado hasta ahora apuntan sobre todo a los efectos negativos de la restricción del crédito. Los bancos afectados o amenazados por la crisis, nos dicen, reducen el crédito a las empresas; sin crédito no se pueden comprar materiales ni hacer inversiones y por eso las empresas italianas y extranjeras reducen la producción y las importaciones, y suprimen puestos de trabajo.
Esta clase de explicaciones sobre la relación entre la banca y la industria en tiempo de crisis pueden ser correctas, pero superficiales. Sólo tienen en cuenta el último eslabón de la relación. Si nos remontamos varios eslabones, la relación puede resumirse así: la crisis financiera produce desempleo industrial a gran escala porque la industria, en sí misma, se ha convertido en un sector de las finanzas. En los últimos 30 años, aproximadamente, la empresa industrial se ha financiarizado por completo. Los desastres de principios de la década de 2000, encabezados por Enron, fueron el primer acto del drama de la economía mundial en esta fase de hibridación entre finanzas e industria. En el segundo acto asistimos a los desastres de 2007 – 2009, ejemplarizados por Lehmann Brothers, y a la actual destrucción de puestos de trabajo. Para no llegar a un tercer acto, que podría ser aún más espantoso, habría que tratar de entender mejor la relación entre ambas.
La financiarización de la empresa industrial empezó cuando los inversores institucionales –fondos comunes, fondos de pensiones y seguros – , que poseen en promedio cerca del 50% del capital de todas las sociedades cotizadas, impusieron a sus directivos un nuevo concepto de empresa. Esta ya no debía concebirse como una organización en la que cada parte está vinculada a las demás y cuyo funcionamiento afecta a los intereses de muchos grupos, desde los empleados, pasando por los proveedores, hasta la comunidad local, además de los intereses de los accionistas. Debía entenderse, por el contrario, como un haz de actividades (en el doble sentido de cosas que se hacen y activos financieros) vinculadas sólo temporalmente por un contrato; como un conglomerado de plantas productivas, medios de producción y oficinas, cada pieza de las cuales debe ser examinada continuamente para saber si su rendimiento financiero es igual o superior al de las mejores piezas de la competencia. Si el rendimiento es en sí elevado, pero inferior, siquiera un poco, al de la competencia, esa pieza de la empresa se reestructura de inmediato, o se vende, o se cierra definitivamente. Cada una de estas medidas, evidentemente, acarrea el despido de gran parte de los trabajadores, o de todos; como podría suceder en el establecimiento FIAT de Termini. Pero los directivos no deben preocuparse por esto, dicen los teóricos de la empresa como mera entidad financiera. Del desempleo ya se encargará el Estado.
Un segundo paso hacia la financiarización de la industria ha sido la externalización de la producción a escala mundial. Hemos pasado de la integración vertical del proceso productivo en una empresa determinada a la coordinación horizontal hecha por grupos de control de cientos de productores repartidos por el mundo. En el primer caso, una empresa procuraba producir en su interior todas las partes que componían el producto acabado. En el segundo caso una empresa hace todo lo posible por no producir nada en su interior. En los años 1950 y 1960 Olivetti producía en las plantas de Ivrea hasta la última tecla de los cientos de miles de máquinas de escribir que fabricaba. Y en la fábrica FIAT Mirafiori de Turín las cuatro quintas partes de los componentes de un automóvil se producían allí. Hoy más del 75% de un automóvil FIAT lo producen cientos de proveedores externos; en el caso de la Renault es más del 80%. El principal fabricante de PC del mundo, Dell, no produce ni un solo puerto USB de los aparatos que vende. Lo que hace es coordinar la actividad de miles de productores pequeños, medianos y grandes de los cuatro continentes.
La externalización global tiene varios efectos negativos en el empleo. Millones de puestos de trabajo han emigrado de las grandes empresas a las pequeñas y medianas. General Motors, por ejemplo, que todavía en 2005 tenía más de 330.000 empleados, a finales de 2009 contaba con menos de 90.000 en su plantilla, aunque el número de vehículos fabricados no era cuatro veces menor. El resto trabajan en Delphi, hijuela externalizada de GM, o en miles de subproveedores. Ventaja para la empresa madre: sindicatos débiles y salarios, contribuciones a planes de pensiones y seguros médicos reducidos. Otro efecto negativo en los niveles de empleo y las condiciones de trabajo lo produce la facilidad con que la empresa madre puede deshacerse del proveedor o subproveedor que por algún motivo haya caído en desgracia. Si una gran empresa descubre que una de sus divisiones no funciona como es debido, le resultará difícil cerrarla de un día para otro. Pero si se trata de una sociedad que está en otro país, puede sacarla de circulación con un simple correo electrónico. En conjunto, la externalización enfrenta entre sí a los proveedores, los trabajadores y las regiones, tanto las de un país como de unos países a otros. Es una receta tan eficaz para mejorar el balance financiero como mortífera para el empleo.
Otro aspecto de la financiarización de las empresas industriales ha sido la formación de monopolios con amplias campañas de fusiones y compras. En estas campañas tienen un papel decisivo los bancos de inversión, que consiguen con ellas unos beneficios astronómicos. Lo que menos preocupa a todos los actores involucrados son las consecuencias sobre el empleo. Por ejemplo, ¿por qué Alcoa quiere cerrar una fábrica grande en Italia? Más allá de los motivos técnicos y logísticos que tenga, es sabido que entre 2007 y 2009 Alcoa se enzarzó en una pelea implacable con dos colosos mineros angloaustralianos, BHP Billiton y Río Tinto, uno brasileño, Companhia Vale do Rio Doce (CVRD) y otro canadiense, Alcan, para conquistar a uno de ellos o por lo menos evitar que la comprara. En esta competición Alcoa tuvo que gastar miles de millones de dólares, suyos o prestados. El problema, en estos casos, es que las decenas o los cientos de miles de millones no se dedican a invertir, abrir nuevas plantas o crear empleo, sino a eliminar a un competidor y justo después reducir los puestos de trabajo. Al parecer esto hace que suba el valor bursátil.
En USA el presidente Obama, después de un año de silencio, vuelve a hablar de reformas serias en la arquitectura financiera. En la UE todavía estamos dándole vueltas a la idea de aumentar la vigilancia sobre los bancos, como si vigilar desde fuera lo que ocurre en un edificio lleno de grietas, como es el sistema financiero mundial, diera más confianza a quienes entran en él que reorganizarlo. De todos modos, aunque se emprendiera alguna reforma, no repercutiría en el empleo a menos que incluyera una reforma del sistema industrial, dado que este se ha convertido en un apéndice del sistema financiero.
Traducido para Rebelión por Juan Vivanco