Manlio Dinucci
Edición del martes 27 de noviembre de 2012 de il manifesto
[Traducido del francés por Boltxe kolektiboa.]
Después del «alto el fuego» anunciado en El Cairo por Hillary Clinton, un hombre joven de unos veinte años, de Gaza, Anwar Qudaidh, fue a una fiesta en la «zona tampón», la banda de 300 metros en territorio palestino, allí donde antiguamente su familia cultivaba la tierra. Pero cuando se acercó a la barrera de alambres de espinos, un soldado israelí le disparó apuntándole a la boca. Fue la primero víctima del «alto el fuego», que se suma a los 170 muertos, de los que un tercio son mujeres y niños, y de los más de mil heridos por los bombardeos, que han provocado 300 millones de dólares de daños materiales. Para que el «alto el fuego» pueda durar «los ataques con cohetes debe cesar», señala Clinton, atribuyendo a los palestinos la responsabilidad de la crisis.
El plan de Washington estaba claro desde el principio: permitir que Israel diera «una lección» a los palestinos y utilizar la operación de guerra como test para la guerra regional, evitando de todas maneras que la operación se ampliara y se prolongara. Esto hubiera interferido en la estrategia USA/OTAN que concentra sus fuerzas en dos objetivos: Siria e Irán. Es en este marco que entra la nueva asociación con Egipto, que según Clinton está reasumiendo «el papel de piedra angular de estabilidad y de paz regional que ha jugado mucho tiempo», incluso durante los treinta años del régimen de Mubarak. El presidente Morsi, elogiado por Clinton por su liderazgo personal en el establecimiento del acuerdo, ha aprovechado la situación para concentrar el poder en sus manos. En compensación Washington le pide un control más fuerte de la frontera con Gaza a fin de reforzar el embargo. Pero el objetivo de la asociación va más allá: tiene como objetivo integrar Egipto, que depende de las ayudas militares estadounidenses y se los préstamos del FMI y de las monarquías del Golfo, en el arco de alianzas que construye Washington en función de su estrategia en Oriente Medio y en África del Norte. Significativo, en este marco, el papel jugado por Qatar: después de una visita secreta en Israel (documentada sin embargo con un vídeo), el emir Cheick Hamad bin Khalifa Al-Thani fue a Gaza a prometer ayuda y después estuvo con el presidente Morsi en El Cairo, dándole 10 millones de dólares para cuidar a los palestinos heridos por las bombas israelíes. Se presenta, así, como apoyo de la causa palestina y árabe, cuando lo que hace en realidad es apoyar la estrategia USA/OTAN, como lo ha hecho enviando fuerzas especiales y armas a Libia en 2011 y hoy a Siria.
Otra política que tiene dos caras es la del primer ministro turco Erdogan que, mientas condena a Israel y anuncia una próxima visita de solidaridad a Gaza, colabora en realidad con Israel en el cerco y la descomposición de Siria y, pidiendo la instalación de misiles Patrior en la zona de la frontera, permite a la OTAN imponer una «zona de exclusión aérea» [no-fly zone] sobre Siria. Lo mismo en referencia a la política del gobierno italiano que, mientras refuerza los lazos militares con Israel permitiendo que sus caza bombarderos se entrenen en Cerdeña, promete ayudas a las empresas palestinas de artesanía.
Así, mientras que los barcos de guerra israelíes, apoyados por los de la OTAN (incluso los italianos), bloquean los ricos yacimientos palestinos de gas natural en las aguas territoriales de Gaza, los palestinos pueden vivir haciendo objetos tallados en madera. Como en Estados Unidos los habitantes de las «reservas indias».