En un intercambio que sostuvo con académicos y voceros de movimientos sociales, el profesor Champagne destacó distintas fases en la construcción histórica de la “opinión pública”, en el caso francés.
Todo comenzó con la opinión de Dios. El rey decía: “Tengo a Dios conmigo” o “Dios está con nosotros…”, para justificar su accionar, y poder contar así con el apoyo de la población en sus guerras, y a la hora de exigir tributos.
Cuando le cortan la cabeza al rey y triunfa la Revolución Francesa, en 1789, se hace necesario otro principio legitimador de la acción política. Dios es sustituido por la “opinión pública”, que no es otra que la de los diputados de la Asamblea como representantes del Pueblo.
La insatisfacción con este modelo restrictivo de representación de la población conduce, en el siglo XIX, a la aparición de otro elemento que se suma a la construcción de la “opinión pública”: la toma de las calles por las manifestaciones, a menudo violentas y con muertos.
Mientras más cuantiosa la manifestación, más pretende ser ésta una expresión de la “opinión pública”, lo que a la vez alimenta los debates políticos convencionales en la Asamblea.
Seguidamente, los periodistas intervienen con fuerza en la constitución de la “opinión pública”, al convertirse en el medio predilecto para la visibilización de la esfera política, pero donde priman las reglas propias al campo periodístico.
Esto incide, por ejemplo, en las manifestaciones, que pasan de ser revueltas espontáneas, con frecuencia violentas, a convertirse en una puesta en escena para los periodistas. Es necesario mostrarle a los medios por qué se está protestando, utilizando pancartas y otros dispositivos. Un cúmulo de pequeñas invenciones busca atraer la atención de los medios.
A su vez, los periodistas se interesan en cubrir las manifestaciones más creativas y divertidas, donde tienen la sensación de asistir a un espectáculo.
Privilegian además a aquellas manifestaciones con las cuales se identifican, y que más se asemejan a su clase social; mientras que a menudo descalifican, o hacen caso omiso de manifestaciones más populares, por su carácter ‘aburrido’, aún siendo éstas más cuantiosas. De esta forma, pueden producirse pequeñas manifestaciones que son una verdadera puesta en escena para los periodistas, y que buscan el máximo impacto teatral (tipo “Pussy Riot”), mientras que otras manifestaciones más grandes, o de mayor alcance social, pueden pasar prácticamente desapercibidas.
Pero el panorama se complica aún más. Una lógica de simple oposición binaria, producto de la competencia en el seno del campo periodístico, puede hacer que una cobertura favorable de una manifestación, evento o personaje, encuentre rápidamente una ‘réplica’ en otros medios, cuyo propósito es descalificar o demoler, más allá de una evaluación estudiada de los hechos.
Buscando cada vez más autonomía respecto al campo político, los periodistas comienzan a sustentar sus posiciones en las encuestas o en sondeos de opinión, como base ‘científica’ de éstas.
Si bien los periodistas no cuentan con la legitimidad de una elección, éstos se enfrentan a la esfera política basándose en la legitimidad de las encuestas, que son presentadas como fieles representaciones de la “opinión pública”, al ser realizadas por expertos aparentemente independientes, y empleando métodos científicos de medición de la opinión. Sin embargo, dichas encuestas o sondeos en realidad se prestan para múltiples manipulaciones y distorsiones, dependiendo de las condiciones en que se llevan a cabo, una interpretación poco rigurosa de los datos, etc.
Los políticos a su vez se ven obligados a acudir a las encuestas para defender su posición con base en la “opinión pública”. En el caso de Francia, éstas irrumpen en el escenario político durante el gobierno del General De Gaulle, quien inicialmente las desestima. Sin embargo, cuando un candidato opositor obtuvo un resultado electoral importante en su contra, con base en sondeos de opinión realizados por consultores comunicacionales, las encuestas se convierten progresivamente en un elemento central de la vida política.
El problema está en que las campañas electorales se basan cada vez más en lo que la gente quiere escuchar, y en lo que el candidato debe decir para ganar; pero, una vez electo, éste no cuenta con un proyecto para hacer lo que prometió, y con frecuencia hace lo contrario. Las encuestas corren entonces el riesgo de convertirse en simples instrumentos de demagogia.
Por otra parte, una respuesta de encuesta puede tener razones muy diversas. Detrás de un ‘Sí’, por ejemplo, pueden esconderse más de treinta razones muy distintas, a menudo contradictorias. Pero en política “se cuentan las voces, y no se pesan”, muchas veces en función de justificar decisiones ya tomadas. En cambio, en las ciencias sociales no se trata de contar las voces, sino de pesarlas, según Champagne.
Finalmente, el internet y las redes sociales introducen una nueva variable en la constitución de la “opinión pública”, forzando a veces a los periodistas a tomar en cuenta hechos que normalmente pasarían desapercibidos, pero soslayando hechos de carácter más cotidiano, menos llamativos. Por otro lado, también supone un riesgo potencial para el campo periodístico convencional, ya que ofrece la posibilidad de eludirlo, permitiendo una comunicación más directa ‘de pueblo a pueblo’, aunque con sus propias tensiones.
Resulta menos fácil ahora, por ejemplo, opacar la realidad en Gaza, a pesar de las manipulaciones de los medios dominantes a nivel mundial. Pero los gigantes no se dejan domar sin patalear. La historia continúa…
Ante estas reveladoras variaciones, podríamos preguntarnos ¿Existe en realidad la “opinión pública”?
Tendríamos cierta razón en responder, junto con Pierre Bourdieu, que “la opinión pública no existe”; por lo menos en vista del uso manipulador que se le ha dado, y que simplemente la asimila a aquel Dios al que alguna vez acudían los reyes en la antigua Europa para justificar sus acciones.
El libro de Patrick Champagne Hacer la opinión: el nuevo juego político desarrolla con mayor detalle sus perspectivas y reflexiones en torno a este importante tema.
Su ponencia en el foro Democracia y Opinión Pública, el pasado 22 de noviembre en el Teatro Catia, aparece íntegramente bajo el título ¿Acabar con los debates acerca de “las encuestas”?, en el primer número de la revista Toparquía de la fundación GIS XXI, la cual fue bautizada en esa ocasión, abriendo así un espacio para la reflexión y la investigación en torno al nuevo proyecto de sociedad y de construcción colectiva que vive hoy nuestro país.
George Azariah-Moreno