El juez Baltasar Garzón empieza a recibir parte de la medicina que siempre él ha propiciado. Ahora, los tribunales continuistas del franquismo (como la Audiencia Nacional que tanto «brillo» le ha dado al superjuez) le advierten que no meta su narizota en investigar los crímenes del franquismo. La advertencia es clara: que no investigue a los inspiradores de quienes actualmente arropan a Garzón para que castigue sin piedad a los luchadores vascos.
Asustado porque puede dejar de ser una joya preciada de la corona, el juez pide auxilio a «demócratas» de su entorno y a la progresía mundial, y como el planeta está lleno de desmemoriados y «mal informados» (eso sí que no se lo cree nadie), ya ha recolectado una buena lista de adherentes. Entre ellos algunos respetables intelectuales como el gran poeta argentino, Juan Gelman, autor de un reciente artículo solidario con el juez, titulado «No se entiende».
«Garzón es mala hierba», dijo en su momento un hombre que lo conoció de cerca, el juez Joaquín Navarro, lamentablemente fallecido.
En ese sentido hay mucho para historiar. Un hombre que administra «injusticia» a pedido de quien lo contrata. Y es por eso, que se ha convertido con el tiempo en el buque insignia de la arremetida represiva contra el independentismo vasco y otros tantos luchadores que hayan osado desafiar al establishment español.
Garzón convalida la tortura, que habitualmente aplican las fuerzas policiales españolas a los jóvenes vascos que caen en sus manos. Garzón mira a un costado, sonríe cínicamente, bosteza y hasta se irrita si alguien le endilga este mal comportamiento, cuando en los juicios en su querida Audiencia Nacional, chicas y chicos, casi adolescentes, denuncian las barbaridades que le han hecho los guardias civiles o policías del Reino, picana en mano, aplicando el «submarino», practicando violaciones por doquier, utilizando alucinogenos suministrados por el Mossad sionista y otros tormentos por el estilo. Métodos estos, que buscan quebrar voluntades, machacar cuerpos, aterrorizar, e intentar convertir a los detenidos en delatores de sus propios compañeros.
No olvidar tampoco que Garzón es el hombre que no dudó en apoyar al presidente colombiano Uribe en su idea de acabar con la insurgencia por métodos «múltiples», con todo el alcance que encierra esa palabra.
Garzón estuvo también en Venezuela para solidarizarse con los gusanos anti chavistas y protestar por lo que llamó «violación de la libertad de prensa». Se refería así a la no renovación de licencia a la cadena golpista RCTV. Pero alli, no se las llevó de arriba y obtuvo una digna respuesta de su colega venezolana, la Presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, Luisa Estrella Morales: «Estamos frente a un juez que vino como un mercenario, que vino a parcializarse con una posición que no le estaba dada porque realmente debemos comprender que ya 500 años fueron suficientes, y que Venezuela no acepta, y su poder judicial menos, un neocolonialismo que venga a usurpar lo que es la competencia y la jurisdicción de nuestro país».
El propio canciller bolivariano, Nicolás Maduro, lo calificó de «triste y cobarde» y aseguró que «el Señor Garzón con sus posiciones sobre el proceso revolucionario venezolano no tiene nada que envidiarle a Aznar y a Bush». Más claro, agua.
Por eso, sorprende ahora toda esta alharaca victimista por parte del rebuscado «club de amigos» del juez. Y molesta más aún leerlo a este Gelman pro-Garzón, ex montonero que también luchó en su momento, con los mismos métodos, que otros utilizan hoy en Euskal Herria. Precisamente porque se trata de un hombre que en el pasado no era tan condescendiente con leguleyos y represores, debido a que otros «Garzones» argentinos, como los jueces Quiroga, Perriaux y otros tantos serviles del poder militar, actuaban sin piedad contra la militancia revolucionaria.
No pega con nada que Juan Gelman, cuyo cuerpo está lleno de cicatrices por las pérdidas familiares sufridas a manos de la represión, venga a decir ahora, refiriéndose a un encuentro que tuvo con Garzón en Madrid: «Nos recibió con la misma deferencia y con un rostro que el sufrimiento ajeno le había escrito».
¿El sufrimiento de quien? ¿De los cientos de militantes vascos, tan jóvenes y tan idealistas como el hijo y nuera de Gelman asesinados por luchar contra la dictadura argentina?
O es que Gelman, que escribe habitualmente excelentes crónicas internacionales no sabe que en las mazmorras policiales españolas, similares a la ESMA argentina, se tortura, se humilla, se destrozan cuerpos como lo hacían los uniformados del Río de la Plata.
Gelman, o los Gelman que hoy apoyan a Garzón, ignoran o no quieren saber, que recientemente, un militante vasco llamado Jon Anza (al igual que el argentino Julio López) fue secuestrado y asesinado en la tortura, y que su cuerpo no apareció jamás.
¿Gelman no quiere enterarse, o prefiere pasar de largo, como hizo hace unos años, en la localidad asturiana de Gijón, cuando quien escribe esta nota, y que compartió la misma organización político-militar que el poeta, lo fue a saludar y le pidió que firmara un manifiesto de protesta por el cierre del diario vasco «Egin» y contra la represión a sus periodistas. En esa ocasión, el autor de «Gotan» y «Mundar», eludió el compromiso expresando: «Esto es una emboscada, ¿cómo te voy a firmar esto si tengo que verlo a Garzón?. Lo siento, a mi sólo me preocupan los represaliados argentinos». Y se marchó ofuscado. Allá él y su pensamiento aggiornado que le permitió derramarse en elogios con el Borbón Juan Carlos en ocasión de recibir el Premio Cervantes.
Mientras tanto, el juez Garzón seguía, como siempre, condenando sin pruebas, sacando del medio a abogados defensores, generando una política de indefensión que en cualquier país del mundo más o menos democrático no tendría cabida. Pero claro, el Estado Español, cogobernado por «socialistas» y «popular-fascistas» no entra hoy en la pequeña lista de naciones que respeta los derechos humanos.
De allí, que los mismos que siempre ponderaron las mañas de Garzón para convertirse en «símbolo de la represión anti-vasca», como con toda claridad señaló hace unos días el intelectual argentino Atilio Borón, hoy lo quieran quitar de en medio. Suele pasar con quienes comen de la mano de los poderosos: cuando dejan de servirles para todo tipo de tareas, les envían un telegrama de despido y ni siquiera le dan las gracias por los servicios prestados