Pensemos en Agustina de Aragón, Olga Benario, Tania Bunke, María Grajales y Celia Sánchez, o incluso las amazonas legendarias. Tampoco es una coincidencia que Liberté –la figura alegórica representada por Delacroix en las barricadas de la revolución de 1830– sea una mujer.
Colombia no es una excepción a esta regla. Incluso antes de la independencia, mujeres como la Cacica Gaitana y Policarpa Salavarrieta tuvieron un papel fundamental en la lucha insurreccional. Hoy en día este legado de mujeres en resistencia continúa en las FARC-EP, la guerrilla de más largo aliento en nuestro continente. Esta organización política y militar participa ahora en diálogos de paz en La Habana, donde uno de cada tres miembros de la Delegación de Paz es mujer.
¿Quiénes son estas mujeres? ¿Qué les hace arriesgar sus vidas por los ideales del socialismo y la liberación nacional en un país bajo la bota de los Estados Unidos? ¿Cuál es su papel en el actual proceso de paz, que apunta a una solución negociada a 50 años de conflicto interno en Colombia? De nuestras visitas a la Delegación en La Habana hemos regresado con respuestas interesantes a estas y otras preguntas acerca de las mujeres de la insurgencia colombiana.
La pobreza y la injusticia
Es un hecho bien conocido que la sociedad colombiana se caracteriza por una desigualdad extrema (con un índice de Gini de hasta 0,89 en áreas rurales). Sin embargo, al igual que la pobreza en todo el mundo, el peso recae especialmente sobre los hombros de las mujeres. Una combatiente llamada Marcela González se refirió a la relación entre género, pobreza y opresión: “La mujer es la que lleva la peor parte en este conflicto… La mayoría de los desplazados son mujeres, pero a esto se les acumula también la violencia sexual, la violencia intrafamiliar… La mayoría de esas mujeres son cabezas de hogar que deambulan con sus hijos por el territorio nacional. Entonces ésta es una tragedia humana que vive la mujer colombiana”.
Aunque las mujeres llevan la peor parte y representan un gran porcentaje de los casi cinco millones de desplazados en Colombia, las razones fundamentales que llevan a hombres y mujeres a incorporarse a la guerrilla son exactamente las mismas: la pobreza, la injusticia y la represión a la oposición política de la izquierda. “Las mismas necesidades, la misma miseria”, Marcela continuó, “obligan a que la gente opte por buscar salidas a esta realidad”.
La falta de opciones políticas es realmente la clave para determinar la forma que toma la lucha. El último intento de constituir una alternativa legal fue la Unión Patriótica, partido formado en 1985. La iniciativa generó gran entusiasmo, pero los agentes de la oligarquía masacraron sistemáticamente a los militantes de la UP: alrededor de 5000 muertos en menos de una década. La lección histórica, escrita en los muros con la sangre de la oposición política, es que donde no existe la democracia hay que luchar por ella. Por ahora sólo es posible oponerse al régimen oligárquico de Colombia –armado hasta los dientes por los EE.UU. y sus aliados– portando armas.
Una vez en la guerrilla, los hombres y las mujeres tienen papeles idénticos. “Hombres y mujeres tenemos los mismos derechos, vamos a las mismas tareas”, explicó Bibiana Hernández, quien se incorporó a las FARC hace una treintena de años. “Así como vamos a remolcar, como vamos a traer la leña, como vamos a dirigir las masas… también vamos al combate, también vamos a enfrentar al enemigo. Estamos en las mismas condiciones [que los hombres].” De igual manera, las mujeres asumen funciones de dirección y liderazgo en las FARC-EP, y su igualdad es parte de los estatutos de la organización.
Las mujeres en la Delegación de Paz son de orígenes diversos. Camila Cienfuegos nació en una familia del campo y de joven vio la pobreza extrema con sus propios ojos. Laura Villa estudió medicina en Bogotá; ella mencionó la privatización de la educación y de la salud como factores que pesaron en su decisión de unirse a la lucha revolucionaria de las FARC, donde ahora contribuye con su experiencia como médica titulada. Alexandra Nariño, nacida Tanja Nijmeijer en Holanda, consiguió un trabajo como profesora de inglés en Colombia en 1998, y un proceso gradual de aprendizaje sobre la opresión y la injusticia política la llevó a ingresar a la guerrilla.
Estas mujeres continúan una larga tradición en las FARC: la organización se fundó en 1964, cuando 48 campesinos en Marquetalia enfrentaron y superaron el ataque de más de 10 mil efectivos gubernamentales. Entre los “Marquetalianos” había dos jóvenes mujeres heróicas: Judith Grisales y Miriam Narváez.
En territorio libre de América
La docena de mujeres de la Delegación de Paz de las FARC son sobrevivientes de un conflicto brutal, pero ante su suave hablar y sus ropas de civil se pueden llegar a olvidar las duras realidades de la guerra. Uno puede sentarse a comer un helado en Coppelia con ellas o juntarse en la búsqueda de libros usados en las innumerables librerías de La Habana. Y es que a pesar de sus tareas políticas, estas mujeres buscan el tiempo para la lectura. Diana Grajales, una guerrillera del suroeste de Colombia, nos dijo que se está empapando en los libros del Che Guevara.
Uno de los proyectos de estas mujeres –además de “rearmarse” con libros y participar en las conversaciones de paz con los delegados del gobierno– es hacer contacto con organizaciones de mujeres: “Estamos escuchando las propuestas que nos llegan de las organizaciones de mujeres en Colombia,” explicó Alexandra, quien agregó que también han establecido relaciones con grupos internacionales de mujeres. La comandante Yira Castro observó que los movimientos de mujeres a menudo son invisibilizados, pero el proceso de paz ha permitido que las guerrilleras en la delegación conozcan más de cerca las luchas de otras mujeres, compartiendo experiencias con ellas. Las mujeres de la Delegación también mantienen una página web y una cuenta de facebook.
A pesar de la tranquilidad de La Habana, la realidad de la guerra irrumpe cuando uno está en compañía de la Delegación. La cicatriz en el brazo de una compañera o la cojera de otra nos recuerda que el gobierno colombiano viola sistemáticamente los derechos humanos en su conducción de la guerra. El de Colombia es un conflicto desigual e imperialista en el que –como en Vietnam o Argelia– todo tiene cabida con tal de mantener el orden neocolonial.
Muchas de estas mujeres han sobrevivido bombardeos con tecnología de punta que tanto se parecen a los intentos yanquis e israelís de asesinatos “quirúrgicos”. Algunas han perdido amigos cercanos y familiares –asesinados a sangre fría o desaparecidos en fosas comunes como la de la Macarena (la fosa común más grande de América Latina donde las fuerzas especiales de la Colombia depositaron unos 2000 cadáveres) – , y por lo menos una compañera de la delegación ha sido víctima de torturas y violación por parte de los soldados del ejército.
Laura Villa habla de las duras realidades de la guerra: “Una guerra es una guerra… Es una guerra por lograr la libertad de los pueblos, y en esa guerra se dan muertos y se dan heridos. Hay muertos que llegan a la sensibilidad de nosotros”. Entre las pérdidas más sentidas se encuentra la del comandante Alfonso Cano, quien inició el proceso de paz actual, y fue asesinado por el ejército hace dos años. Camila Cienfuegos denunció los abusos sexuales y las desapariciones forzadas por la parte de militares: “Recuerde que tenemos un episodio bastante palpable que son las madres de Soacha, [cuyos] muchachos fueron presentados como falsos positivos… Eso es también terrorismo de Estado”. Camila habla del terror del Estado desde su experiencia vivida: tiene quemaduras de cigarrillos en las manos y los brazos al haber sido torturada durante un interrogatorio por el ejército colombiano.
Además de las violaciones a los derechos humanos, hay difamación mediática constante sobre las combatientes de las FARC. Inventan historias sobre guerrilleras, historias que son un simple reflejo de la sociedad exterior: una sociedad que presiona a la mujer a entrar en todo tipo de relaciones de explotación en el trabajo y la vida privada, a veces acepta la idea errónea de que las mujeres se ven forzadas a ingresar a las FARC. Así mismo los medios colombianos dicen falsamente que las guerrilleras, que disfrutan de condiciones de igualdad de género muy superiores a las de la sociedad exterior, son meras cocineras y acompañantes sexuales de los comandantes.
Mirando hacia la paz
Una de las razones de fondo en este tipo de difamación es tratar de dividir y conquistar a las FARC-EP, separando a las mujeres de los hombres. Ese, dicen las mujeres de la Delegación, es un intento fútil, que no disuade a un número cada vez más creciente de mujeres de tomar la decisión de cambiar el mundo, en lugar de simplemente contemplarlo. Estas maniobras mediáticas tampoco dan lugar a que las mujeres ya en las FARC alteren su visión de los problemas sociales o abandonen un proyecto que reconocen esencialmente como lucha de clases por la justicia social.
Este último punto es importante. Las mujeres en las FARC ven la dominación patriarcal como parte de la lucha de clases y no están dispuestas a separar las causas, error en el que han caído algunas feministas. Las farianas luchan no sólo por las mujeres colombianas, sino por Colombia en su conjunto. Así, la paz que tratan de construir –una paz con justicia social, una paz que erradicará las raíces de la desigualdad social– será una paz para toda la sociedad.
¿Cómo entender, entonces, la importancia de las mujeres en la lucha de las FARC-EP? ¿Por qué es que, para citar a Victoria Sandino, “sin la participación de la mujer en el proceso revolucionario no hay revolución”? Tal vez la clave está en la vieja idea de que esos grupos, los que la estructura de la sociedad pone entre la espada y la pared, son precisamente los convocados por la historia para cambiar la sociedad en su totalidad. Esto es lo que se llama una misión histórica, y es una descripción perfecta de la posición de la mujer colombiana, cuya situación no se puede mejorar sin cambios fundamentales en toda la sociedad. Por eso el sector más consciente de las colombianas a menudo ha tomado las armas para cambiar las condiciones que operan en su país.
Hoy esta misma misión histórica puede conducir a nuevas tácticas. Con los cambios profundos que se están viviendo en muchos países de América Latina y el resurgimiento del movimiento popular colombiano, se abre la posibilidad de que los hombres y mujeres de la insurgencia piensen en una paz dialogada para lograr los mismos objetivos por los que siempre han luchado. Pero esto sólo ocurrirá si el Estado colombiano cambia radicalmente su accionar y permite que las fuerzas del cambio participen en el ámbito de la política legal. Desde este punto de partida –una “ventana democrática” lograda con las vidas de muchos guerrilleros y guerrilleras– la fuerza política más abnegada y comprometida podría iniciar el proceso de desmantelamiento de las injusticias estructurales del país y la construcción de una paz duradera.
* Chris Gilbert es profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela. Vilma Kahlo está trabajando en “Rosas y Fusiles”, un documental sobre las mujeres de las FARC-EP.