Iniciativa Garzón en Argentina
Arropado por una multitud solidaria y consternada, este pasado sábado fue homenajeado en su pueblo natal de Elorrio, el prisionero político vasco Arkaitz Bellón, la última víctima de una política asesina llevada a cabo por el gobierno español, desde que se aplica esa doble condena que significa la dispersión.
Arkaitz, murió en la cárcel de exterminio de Puerto Santa María, en Cádiz y la autopsia forense señala alegremente que su deceso se produjo por ««muerte súbita por causas naturales». Lo de «natural» suena a eufemismo en las condiciones en que se hallan centenares de presos y presas vascas desde hace décadas.
¿Quién era Arkaitz Bellón? Un chico entrañable, solidario, deportista, buen amigo. Así lo describen quienes lo trataban en su pueblo, cuando a la edad de 23 años se comprometió con la militancia independentista y participó, en el año 2000, en una de las tantas manifestaciones de protesta contra la dominación española, realizadas con motivo de las fiestas de la ciudad de San Sebastián. Lo detuvieron por un hecho que hubiera sido clasificado de menor en cualquier parte del planeta, en donde este tipo de movilizaciones se castigan con una multa. Pero en Euskal Herria las cosas son muy distintas y más aún si los que se rebelan son vascos o vascas. Por eso el joven Arkaitz fue condenado a 13 años de cárcel, en uno de esos tantos juicios-farsa con magistrados como el ex juez Baltasar Garzón.
Gran parte de esa condena, Arkaitz la cumplió en condiciones de aislamiento total. Además lo «pasearon», gracias a la política de dispersión impuesta por el PSOE y el PP, por numerosos penales, en los que fue golpeado, ultrajado y muchas veces acorralado. Sin embargo Arkaitz resistió como pudo, y jamás dejó de sumarse a las medidas de fuerza que el Colectivo de presos y presas vascas lanzara para protestar precisamente por las extremas medidas carcelarias que soportan, y que desde siempre los han convertido en rehenes del Estado.
En marzo pasado, Arkaitz se encontraba en la cárcel de Sevilla II, donde recibió una brutal paliza por parte de funcionarios en el transcurso de un registro de su celda; era el tercer episodio similar que vivieron en pocas semanas a presos vascos. Son esos datos los que acumulan información para hablar o no de «causas naturales», a la hora de analizar cómo y por qué mueren los presos vascos en los calabozos.
Más aún, si España fuera un pais democrático como suelen pregonar sus defensores, Arkaitz Bellón deberia haber estado en la calle hace tres años, ya que eso es lo que sucede con cualquier detenido que cumple las tres terceras partes de su condena, por más injusta que haya sido esta. Pero España es lo que es, un Estado regido por poderes fácticos que, desde la Monarquía hasta la Guardia Civil, pasando por políticos corruptos y enredados en mil chanchullos ilegales, gobiernan con total impunidad.
Entre esa retahila de protectores y ejecutores de la criminalidad contra los que luchan en el País Vasco o en Catalunya, están los jueces. Y allí sí que se puede hablar de alevosía para perseguir e intentar aniquilar a cualquier persona que ose disentir.
Uno de estos jueces estrella, a la hora de reprimir y aplicar doctrina (copiada al detalle de las usinas estadounidenses) se llama Baltasar Garzón, residente actualmente en Buenos Aires, donde funge de tener DNI y ser subsecretario del área de Derechos Humanos.
Garzón colaboró (se sabe, se puede investigar, hay mil pruebas que lo certifican) activamente en crear fórmulas represivas contra los militantes vascos, catalanes, gallegos y de otras nacionalidades. Lo hizo cumpliendo un esquema por él mismo ideado, y avalado por los distintos gobiernos españoles de las últimas décadas. Tal fue la embestida represiva, que varios organismos internacionales de defensa de los derechos humanos se vieron obligados a tomar parte en las condenas al gobierno español por causas montadas por Garzón y que terminaron con presos y presas torturados brutalmente. Allí están como muestra los informes de Amnistía Internacional y los del Comisionado de la ONU, Theo Van Boven.
A sabiendas de esa currícula que en cualquier rincón del planeta serviría para acusarlo de inquisidor, Garzón armó también una estrategia para blanquearse. Para ello, ya que no lo podía hacer en su propia tierra porque sus antecedentes de avalador de la tortura e ilegalizador de partidos políticos, de editoriales, diarios, revistas y radios, que terminaban con periodistas, escritores y demás intelectuales vascos tras las rejas, el ex juez comenzó a dar pasos en Latinoamérica, disfrazándose de «progresista». Primero generó sumarios contra militares chilenos o argentinos, instancias que luego quedaban en nada, como gran parte de los que este mediático juez ha ido construyendo a lo largo de su carrera. Tanto es así, que varios de sus colegas, como el fallecido juez Joaquín Navarro, lo denunciaron públicamente.
Por último, decidió convertirse en el conferencista de moda, que un día habla de asuntos inherentes a la política argentina, al otro día viaja a Ecuador, luego pasa por Colombia, recala en Washington o participa de un foro sobre el Plan Cóndor en Paris, y si le queda tiempo pone la cara en el acto de presentación de una nueva nieta recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo. ¿Con qué dinero se mueve? ¿Quienes lo protegen a nivel internacional para que los antecedentes del pasado no ensucien su carrera actual? Son todas preguntas que duelen formularlas y que aún siguen sin respuesta.
Lo cierto es que Arkaitz Bellon ha muerto. Y que la «doctrina Garzón», aplicada a rajatabla por los actuales jerarcas españoles, no es ajena a este hecho.
Lo cierto es que recientemente, el Tribunal de Estrasburgo tuvo que obligar al gobierno español a liberar a dos docenas de presos y presas que deberían haber estado en la calle hace años. Y de estos castigos prolongados en las detenciones, también tiene mucho que decir el ex juez Garzón.
Lo cierto es que aún quedan en la cárcel alrededor de 600 presos y presas vascas, obstaculizando de esta manera el proceso de paz unilateral llevado a cabo por el independentismo de ese país. Y gran parte de esos condenados (varios de ellos a penas de más de 20 años de prisión), tienen que ver con las argucias ilegales impuestas por Garzón.
Por supuesto, que sabiendo esto, no eludiendo los datos que se amontonan en los archivos, no resucitaremos a Arkaitz y a tantos otros, pero han de servir para que por lo menos quede claro que mientras muchos callaban o miraban a un costado con cara de preguntar «qué les pasa a estos tipos con Garzón”, otros no duden en señalar al ex juez como un cuerpo extraño a la historia de lucha, de resistencia y de compromiso de nuestros pueblos.
Sábado 8 de febrero, mediodía en Buenos Aires, Garzón almuerza despreocupado. En Euskal Herria, Arkaitz Bellon era despedido por una multitud.