El pasado siete de marzo han tenido lugar las elecciones iraquíes, y todavía siguen sin conocerse los resultados de las mismas. La publicación del goteo de resultados parciales ha servido para comenzar a especular sobre el posible escenario que se avecina en el país, pero todo ello sin más base que esos datos apuntados. Las voces críticas con este proceso han remarcado el silencio de los países occidentales ante este ?retraso?, al tiempo que afirman que esa situación no debe estar muy alejada de posibles manipulaciones o irregularidades a la hora de contra los votos emitidos.
Este año se ha cumplido el octavo aniversario de la ocupación de Iraq, y aquellos que defendieron la ilegal actuación del gobierno de Bush y sus aliados han contribuido a la actual situación que atraviesa el país y al sufrimiento que sigue soportando la mayoría de la población civil. La muerte, el miedo y la desolación se han convertido en una realidad del panorama iraquí. Un obrero iraquí señalaba recientemente que si los invasores anunciaron a bombo y platillo que su ?misión era para llevar la libertad de la democracia a Iraq?, podrían haber empezado por los regímenes aliados de EEUU en el mundo árabe, y ?Arabia Saudí es un buen ejemplo para aplicar las teorías democratizadoras, ¿no??
La fotografía actual nos muestra un triste y doloroso balance de la ocupación. El alto coste de vidas humanas, la crisis humanitaria, los abusos de derechos humanos, la corrupción, la fragmentación del estado y de la sociedad, la privatización de las empresas iraquíes, con especial relevancia la del sector energético, el auge de movimientos jihadistas, la violencia descontrolada y la sensación de terror generalizado, son algunas piezas de este nuevo Iraq que han construido las fuerzas de ocupación.
Las recientes elecciones han tenido lugar en este contexto. Por ello, en una situación como la mencionada es difícil hablar de un proceso electoral libre y limpio. Además, debemos tener en cuenta que la propia legislación para la ocasión ha estado repleta de irregularidades y de medidas nada democráticas. La prohibición de importantes candidatos bajo la genérica acusación de haber mantenido lazos con el partido Baath se ha mostrado como un claro intento para obstaculizar la presencia de las voces más laicas del país, y sobre todo para poner trabas a la puesta en marcha de una alternativa a la política de fuerzas sectarias que tanto parece agradar a Washington y a sus aliados locales y regionales.
El lento recuento está haciendo aumentar las especulaciones sobre la limpieza del mismo, pero cuando se conozcan los resultados definitivos, todo parece indicar que no tendremos un vencedor por mayoría absoluta, por lo que el escenario político diseñado por la ocupación estará nuevamente sometido a pactos y arreglos, muchos de ellos ?contra natura?. Además, todo apunta a que el proceso para la elección del próximo presidente y del primer ministro será largo y complejo, lo que además anticipa una coyuntura nada favorable para los intereses de las fuerzas de ocupación.
Cuando el Tribunal Supremo certifique los resultados electorales, el presidente saliente tiene quince días para convocar la nueva cámara, que será la que elija a los nuevos cargos del parlamento, así como al nuevo presidente (por una mayoría de dos tercios del parlamento). Una vez elegido éste, en las próximas dos semanas nominará al representante de la lista vencedora en las elecciones para formar nuevo gobierno y nombrar un primer ministro, en caso de que éste sea incapaz de lograr los acuerdos y apoyos necesarios, se abrirá un nuevo proceso con ?un nuevo candidato? de cualquier otro grupo o lista parlamentaria.
Esta dinámica nos anticipa que cualquier intento de lograr una coalición o alianza entre distintas fuerzas para la formación de un nuevo gobierno va a estar sometida a maniobras y presiones por muchas partes. Los enfrentamientos personales, el rechazo de ciertos dirigentes, el recelo entre formaciones son evidentes obstáculos para alcanzar un acuerdo rápido y estable.
Las tensiones y los pactos van a condicionar sobremanera las próximas semanas en Iraq, dando una sensación de vacío que puede incrementar las tensiones entre los diferentes actores locales, e incluso algunos de los poderes regionales aprovechará la situación para mover los hilos en defensa de sus propios intereses. Se presenta interesante el papel de las fuerzas sunitas y árabes, que sin duda alguna aumentará, pero es difícil anticipar su posición ante el primer ministro saliente Al-Maliki, que se ha granjeado la enemistad de unos y al que muchos apuntaban como virtual vencedor, aunque mantiene una dura pugna con el laico Iyad Allawi.
También habrá que prestar especial atención a los resultados que obtengan los candidatos de la Alianza Nacional Iraquí, la gran alianza chií, otrora aliados de al-Maliki, pero que en estas elecciones se han presentado divididos y que han disputado junto con la lista del estado de derecho, el voto de la comunidad chiíta.
Finalmente los resultados de la principal fuerza kurda, la Alianza del Kurdistán, formada por el PDK y el UPK, parecen haber logrado superar la ?amenaza interna? que representaba la lista Goran, y está a la espera de conocer los resultados en las zonas de mayor disputa con las fuerzas árabes, como Kirkuk
Fuera de ese escenario parlamentario se han vuelto a situar los grupos y organizaciones de la resistencia civil que han solicitado el boicot a las elecciones, así como los grupos cada vez más minoritarios que se sitúan en torno al jihadismo transnacional y que podrían aprovechar cualquier sensación de vacío para incrementar sus atentados indiscriminados para tensar todavía más la cuerda en el país.
También habrá que seguir de cerca los movimientos de los llamados poderes regionales. Las maniobras que desde Teherán se produzcan tendrán una consecuencia directa sobre el panorama iraquí, habida cuenta los intereses que están en juego. Tampoco hay que olvidar el papel que pueda desempeñar Siria, que recoge en su seno a una gran cantidad de refugiados iraquíes, la mayoría de los cuales podrían identificarse con la resistencia civil al régimen colaboracionista de Bagdad (la alta abstención entre éstos es una muestra de ello). De igual manera Arabia Saudí (buscando contrarrestar la influencia iraní), Jordania (siguiendo el guión marcado por Washington) o Turquía (en este caso sus maniobras buscarán imposibilitar cualquier marco que conceda un régimen de independencia al sur de Kurdistán) intentarán forzar un escenario favorable para sus propios intereses.
La solución para Iraq no pasa por el desarrollo del plan puesto en marcha hace más de ocho años por los neoconservadores que entonces ocupaban la Casa Blanca, y que contaron con el apoyo de sus aliados occidentales y regionales, y dentro del cualse enmarca la reciente cita electoral. Para una solución definitiva y justa debe ponerse fin a la ocupación, y no presentar ésta como una consecuencia y una realidad a partir del próximo agosto, fecha que ha señalado Obama para la ?salida de las tropas de combate de Iraq?. Porque habría que preguntarle al presidente de EEUU qué pintan en esa nueva coyuntura las bases permanentes que Washington tiene en Iraq, o por el papel de los miles de mercenarios armados e incluso por los soldados norteamericanos presentados bajo otro nombre, o por el enorme ?personal diplomático?.
La población de Iraq debe articular los mecanismos necesarios para la búsqueda de fórmulas que solucionen los temas más candentes y que abran las vías hacia una reconciliación, y todo ello deberá tener lugar sin ningún tipo de ingerencia externa. El status del sur de Kurdistán, de Kirkuk, el regreso de los refugiados, el fin de la ocupación? deberían ser los ejes sobre los que pivote cualquier intento serio por buscar una solución enjicada definitiva.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)