En cada proceso histórico donde se asesina masivamente a un pueblo surgen arribistas y traidores, que con intelectual, carnavalero disfraz y halo apestoso de supuesta izquierda especulan, tergiversan y manipulan unos sucesos terribles que muchas familias represaliadas hemos sufrido en nuestras carnes.
La lucha por la recuperación de la memoria histórica es un claro ejemplo de monopolización partidista de organizaciones fieles al corrupto régimen, refundado con la llamada “transición democrática”, que no fue más que un espaldarazo y un reconocimiento vergonzoso a la sanguinaria dictadura franquista, con la firma de unos Pactos de la Moncloa, donde hasta el traidor Partido Comunista de España (PCE), encabezado por el siniestro agente del imperio, Santiago Carrillo, consensuaron un acuerdo sustentado en el robo y la corrupción generalizada, instalado sobre la sangre, los crímenes, las torturas, los tristes huesos enterrados en cunetas, fosas comunes, simas y pozos, donde mal reposan cientos de miles de republicanos/as asesinados/as por el fascismo español.
El revisionismo y el negacionismo se plasma en una Constitución de 1978, diseñada a la medida de la casta franquista y sus herederos, ahora enchaquetados “demócratas” de coche oficial, sueldazos millonarios, pelotazos, tramas mafiosas y una forma de hacer política que ha condenado a todo un pueblo a la miseria y el hambre.
Este triste documento manchado con la sangre de más de medio millón de defensores de la verdadera democracia, no es más que un apestoso papel mojado que justifica el terror del capitalismo como única alternativa a la dignidad y la libertad ciudadana, enmarcado con restos humanos enterrados, ametrallados, destrozados por los golpes y torturas terribles, vilipendiados, pisoteados, humillados. Una Constitución que permite que la misma justicia niegue a sus familiares recuperarlos para darles una digna sepultura, para tener un humilde lugar donde llevarles flores.
La recuperación de la memoria histórica no es solo quitar un monumento de Franco o cambiar nombres de calles, abrir fosas comunes, pozos o cunetas, va mucho más allá. Esos muertos y muertas eran personas con ideas revolucionarias, comunistas, anarquistas, socialistas de verdad, luchadores/as, militantes de base, sindicalistas insurgentes, dirigentes de la clase trabajadora, que entregaron sus vidas por unas ideas que ahora debemos recoger, hacer eternas para lograr una sociedad más igualitaria y justa.
Rescatar sus ideas y su ejemplo para seguir luchando contra esta ralea que nos gobierna, contra esta banda organizada de bandidos y sinvergüenzas, que someten a nuestro pueblo a la más cruel de las vejaciones premeditadas, organizadas para seguir llenándose los bolsillos.
Llama la atención el gran número de arribistas que presumen de memoristas y no son más que estómagos agradecidos del régimen, conscientes de que sus investigaciones o publicaciones no afectarán para nada al estatus quo español, que el corrupto poder establecido jamás sufrirá porque se reconozca parcialmente a las víctimas del franquismo, los avances de la República Española, la exaltación de los valores de un pasado de lucha y dolor. Jamás se cuestionarán que la transición fue una traición a las víctimas del franquismo, a millones de familiares que perdimos a nuestros seres queridos salvajemente, a las miles de personas que fueron torturadas, vejadas, violadas por falangistas, somatenes, militares, guardias civiles y policías nacionales, que actualmente cobran pensiones del estado, protegidos de las peticiones de extradición de la justicia internacional por crímenes de lesa humanidad.
La propia Ley de Memoria Histórica equipara a la democrática República con los fascistas, siempre en el afán que defiende la derecha gobernante y mediática de no “abrir heridas”, que resquebrajen este invento para enriquecer a unos pocos al que llaman “España”. Se trata de enterrar la memoria insurgente, para que no quede nada de la legítima lucha de todo un pueblo que se unió en un Frente Popular para acabar con la caterva caciquil, la misma que ahora ejerce el poder entre desahucios, hambre infantil, desempleo masivo, corrupción generalizada, saqueos, robos, privatizaciones y muerte.
La lucha de verdad por la memoria histórica es lucha de clases, la que ejercemos cuando nos quieren inundar con la mierda del petróleo de Soria y sus mariachis de Repsol en Canarias, lucha de clases contra los desahucios de sus viviendas de miles de familias cada mes en todo el estado español, lucha de clases cuando luchamos contra la privatización de la sanidad pública, de nuestra educación del pueblo, cuando denunciamos a la mafia sindical que come en la mesa de los corruptos reyes y ministros, lucha de clases cuando salimos a las calles en unas “Marchas por la Dignidad”, para acabar de una puta vez con la putrefacta banda que nos conduce al abismo de la barbarie, la esclavitud y el terror fascista del capital.
La recuperación de la memoria histórica no puede quedarse en una culta exposición visitada por derechistas cargos públicos, que fingen cara de interés, cuando en realidad tienen las tripas revueltas.
Ahora luchamos, seguimos alzados, combatimos como nuestros muertos, estamos dispuestos también a entregar nuestras vidas por nuestras ideas hasta el final. Luchar por construir el futuro y no solo por remover tierras inundadas de sangre. Fortalecer la revolución, el movimiento insurgente que desenmascare a esta gentuza que pisotea los derechos de millones de trabajadores/as.
Avanzar hacia el inminente día de la victoria, donde reviva el viento libertario que sopló imponente en cada brutal fusilamiento, en cada revolucionario/a arrojado/a a los pozos y simas del terror hace más de 70 años.
¿Recuperar memoria? Sí, por supuesto, pero acusando, desenmascarando, expulsando del poder a los herederos de los asesinos franquistas, los mismos que se intercambian el poder cada 4 años en la España de las maravillas para banqueros, ladrones, cobradores de sobres marrones y otras mafias impunes.
Esa memoria colectiva, revolucionaria, democrática, que plantaron nuestros/as abuelos/as con su humilde sangre obrera, entregando sus vidas por nosotros/as, en un gesto de amor que no cabrá jamás en ningún libro de historia.
Su ejemplo nos marca el camino de lucha, el proyecto revolucionario de un futuro de igualdad y fraternidad entre los pueblos de la tierra.