Jor­na­da de genu­fle­xión- Car­lo Frabetti

De niño me refu­gia­ba a menu­do en las igle­sias. Me arro­di­lla­ba en un recli­na­to­rio, jun­ta­ba las manos, cerra­ba los ojos y aga­cha­ba la cabe­za; pero, más que rezar, solía per­der­me en inter­mi­na­bles soli­lo­quios (“Quien habla solo espe­ra hablar con Dios un día”, decía Macha­do). Has­ta que, con la irrup­ción de la tor­men­to­sa ado­les­cen­cia, des­cu­brí que la penum­bra y el silen­cio de las igle­sias invi­ta al reco­gi­mien­to, tal vez a la medi­ta­ción, pero no a la refle­xión. La refle­xión es diná­mi­ca, y se avie­ne mejor con un vigo­ro­so paseo que con un enco­gi­mien­to está­ti­co. Para­fra­sean­do a Pasio­na­ria, es mejor pen­sar de pie que soñar de rodi­llas, aun­que los sue­ños recli­na­dos sean más tran­qui­li­za­do­res que los pen­sa­mien­tos erguidos.

Las “jor­na­das de refle­xión” pre­vias a las far­sas elec­to­ra­les son, en reali­dad, jor­na­das de genu­fle­xión, en las que la mayo­ría de los votan­tes se pos­tran ante sus ído­los polí­ti­cos para reafir­mar su fe (que por suer­te sue­le ser débil). Y sin embar­go la refle­xión es hoy más nece­sa­ria que nun­ca. Y hay un tema de refle­xión que debe­ría estar en todas las cabe­zas: LA DEUDA.

En medio de una situa­ción polí­ti­ca y eco­nó­mi­ca con­fu­sa, hay una cues­tión tan fun­da­men­tal como obvia, un ojo del hura­cán cla­ri­vi­den­te que se tra­du­ce en un no rotun­do y radi­cal: NO AL PAGO DE LA DEUDA.

No todas las can­di­da­tu­ras son igua­les, y no ten­go nin­gún repa­ro en admi­tir (aun­que se ras­guen las ves­ti­du­ras los que con­fun­den la radi­ca­li­dad con el mani­queís­mo) que en algu­nas de ellas par­ti­ci­pan per­so­nas sobre cuya inte­li­gen­cia y hon­ra­dez ten­go pocas dudas. Pero nin­gu­na de las can­di­da­tu­ras mediá­ti­cas (y lo no mediá­ti­co prác­ti­ca­men­te no exis­te en el plano elec­to­ral) ha hecho del no a la deu­da su con­sig­na, y por eso (y por algu­nas cosas más) hoy pro­pugno la abs­ten­ción acti­va, a pesar de que en las ante­rio­res euro­peas me impli­qué per­so­nal­men­te en la cons­truc­ción y pro­mo­ción de una can­di­da­tu­ra (Ini­cia­ti­va Internacionalista).

A quie­nes no quie­ran hacer de esta jor­na­da de refle­xión una mera jor­na­da de genu­fle­xión, les ani­mo a que pien­sen dete­ni­da­men­te (o mejor dan­do un vigo­ro­so paseo si el tiem­po lo per­mi­te) en lo que sig­ni­fi­ca que, para bene­fi­cio exclu­si­vo de la ban­ca y el gran capi­tal, pre­ten­dan impo­ner­nos el pago de una deu­da mons­truo­sa (equi­va­len­te al PIB) expo­lian­do a los más des­fa­vo­re­ci­dos. Y qué sig­ni­fi­ca que nin­gún par­ti­do par­la­men­ta­rio o con aspi­ra­cio­nes par­la­men­ta­rias se opon­ga enér­gi­ca­men­te a este bru­tal atropello.

Ah, sí: algu­nos pro­po­nen una audi­to­ría de la deu­da. Es como si, duran­te el fran­quis­mo, alguien hubie­ra pro­pues­to psi­co­ana­li­zar a Franco.

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