El más sumiso de los aliados de EEUU en América Latina, presentado por la propaganda como una democracia pero en realidad sometido a un régimen neofascista.
Becerra había sido detenido en abril de 2011 en el aeropuerto de Miaquetia, en Venezuela, a pedido de Interpol, acusado de ser «el embajador de las FARC» en Europa.
La acusación fue forjada con base en los célebres computadores del comandante Jorge Briceño (el Mono Jojoy) asesinado en un bombardeo salvaje de su campamento.
Extraditado a Colombia, pese a ser ciudadano sueco (tiene doble nacionalidad) con pasaporte emitido en Estocolmo, Becerra fue condenado a 8 años y permaneció en la cárcel de la Picota tres años y tres meses.
La Suprema Corte de Colombia, al final de una batalla judicial, reconoció, en fallo del 17 de julio, que las acusaciones eran falsas y ordenó su liberación inmediata.
En la decisión del tribunal habrá pesado la intensidad de la campaña mundial que demostró la farsa de la condena del periodista de Anncol y exigía su liberación.
En polémica con la revista Semana de Bogotá, Dick Emanuelsson, el subdiretor de Anncol, desmontó en una serie de artículos la campaña contra la agencia, subrayando que el expresidente Alvaro Uribe y su sucesor no perdonan a Becerra la lucha para quitar la máscara a la dictadura de fachada democrática que oprime al pueblo colombiano.
Hay que recordar que la persecución a Anncol fue tan lejos que la Agencia se vio obligada a transferir la sede de su web de Suecia a Dinamarca cuando el gobierno de Estocolmo lo bloqueó, cediendo a exigencias de Bogotá.
Algunos medios europeos y latinoamericanos identificaron en la liberación de Joaquín Becerra un gesto que abre perspectivas favorables a las negociaciones de paz que se desarrollan en Cuba.
Es una conclusión ingenua.
¿Acaso se registró en las ultimas semanas una alteración, por mínima que sea, en la actitud del presidente Juan Manuel Santos frente al conflicto que atormenta al pueblo colombiano?
No. Las esperanzas de que tal ocurriera han sido ilusorias. Consciente de la aspiración a la paz de la abrumadora mayoría de los colombianos, Santos defendió durante la campaña electoral la continuidad del dialogo con las FARC en las conversaciones de La Habana. Esa opción fue determinante para la derrota en la segunda vuelta de Zuluaga, el candidato uribista de la extrema-derecha, apologista de la escalada militar contra la guerrilla.
Mas, reinstalado en la Casa de Nariño, Juan Manuel Santos olvidó los compromisos electorales ‑incluyendo la reducción de impuestos y una nueva política agraria – y retomó exigencias inaceptables para las FARC, especialmente la que condiciona la firma de la paz a la renuncia de la guerrilla a las armas antes de un acuerdo global.
Es imposible olvidar que Santos, cuando era ministro de Defensa de Uribe, fue el autor intelectual y el organizador (con la CIA y la Mossad israelita) del bombardeo criminal al campamento del comandante Raúl Reyes, en Sucumbio, violador de la soberanía de Ecuador.
Obama sigue identificandole como un aliado preferencial. Ocho bases militares de EEUU en territorio colombiano expresan bien un status semi-colonial. Colombia, hay que recordarlo, es después de Israel el país que recibe mayor ayuda militar de Washington. El ala ultra de las Fuerzas Armadas (mas de medio millón de soldados y oficiales) es obviamente defensora de la intensificación de la guerra.
Las conversaciones de la Habana van proseguir. Pero no hay que alimentar ilusiones. El gobierno de Santos no está interesado en que conduzcan a un acuerdo final con la heroica guerrilla de Manuel Marulanda.
La paz no está próxima. Sin embargo, la liberación de Joaquín Perez Becerra – que ya se encuentra en Suecia – debe ser saludada como una victoria de las fuerzas que luchan hace décadas contra el neofascismo colombiano, por una sociedad democrática, progresista, soberana en la nación fundada por Bolívar.
Vila Nova de Gaia, 21 de Julio de 2014
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