A menudo se habla, sobre todo en el ámbito municipal, de políticas encaminadas a potenciar el tejido asociativo, entidades, movimientos sociales, etc. Ciertamente, al menos de entrada, cualquier iniciativa política encaminada a reforzar y dar apoyo a las entidades y movimientos sociales locales es positiva. Sin embargo hay que tener en cuenta tanto el fondo como la forma en que se plantean estas políticas desde las instituciones, sobre todo para no caer en la trampa del oportunismo político para quedar bien y perder las oportunidades que un tejido asociativo vivo y activo ofrece al conjunto de la ciudadanía.
Desgraciadamente, desde las instituciones se tiene cierta tendencia a concebir el tejido asociativo y los movimientos sociales como un peligro porque a menudo cuestionan y ponen en contradicción, con argumentos bien sólidos, la praxis de la política institucional clásica. El sistema actual se basa en un modo de hacer política donde prácticamente todo ya está blindado, y así evitar que en la práctica casi nada pueda cambiar, más allá del juego de intercambio de sillas cada cuatro años. Las instituciones olvidan y obvian que la perspectiva de las problemáticas sociales y las cuestiones ciudadanas que se tiene desde la óptica de los movimientos sociales o entidades que trabajan a pie de calle es diferente ya menudo mucho más objetiva que la que se tiene desde las salas de plenos o los despachos. La presión que se ejerce desde los movimientos sociales es la que muchas veces convierte el oportunismo de los que se apoltronan en cargos institucionales en oportunidades reales para la ciudadanía, como por ejemplo las luchas que han parado centenares de desahucios y que han garantizado los recursos básicos a ciudadanos y familias en riesgo de exclusión social. Esta realidad es un aspecto esencial que cualquier propuesta política planteada en clave rupturista con el actual marco debería tener muy, muy presente en todo momento.
Un análisis de la realidad hecha exclusivamente desde las instituciones lleva muy a menudo a una visión cerrada y preconcebida de la sociedad. Este sistema autodenominado ” democracia ‘, consolidado y perpetuado deliberadamente a lo largo de los años por la manera de hacer política de todos los que nos han ido gobernando, desdibuja la realidad y dificulta enormemente la apertura de miras necesaria para impulsar políticas sociales potentes y valientes encaminadas hacia la igualdad, la justicia, la solidaridad, y sobre todo destinadas al bien común. La perpetuación de esta manera cerrada de hacer política también muy ligada a la pésima concepción de la participación ciudadana que tienen los que nos han ido gobernando durante años y años. En este sentido, y sólo a modo de ejemplo, es bien sintomático un caso como el de Blanes, donde se ha tardado más de treinta años (con gobiernos de todos los colores) al plantear la necesidad de la participación activa de las entidades y ciudadanos en los plenos municipales.
El fomento del tejido asociativo crítico y autónomo, libre de tutelas institucionales innecesarias, es una oportunidad, nunca un peligro. Si queremos cambiar la forma caduca de hacer política en nuestros municipios se han de concebir los movimientos sociales como oportunidades para superar las enormes limitaciones de la política institucional y erradicar las praxis basadas en el oportunismo de discursos grandilocuentes, sobre todo en épocas pre-electorales , que se llenan la boca de apoyo al tejido asociativo y que, en el fondo, no hacen más que perpetuar el modelo actual garantizando que, en esencia, nada cambie.