Doce años de gobierno del Partido de los Trabajadores, que se fue alejando de los movimientos sociales que lo apoyaban, estarán en peligro en octubre próximo. En efecto, incluso en el caso de que en la primera vuelta Dilma Rousseff sea la ganadora muy probablemente vencerá con un margen estrecho a Marina Silva que, en la segunda vuelta, podría sumar a los suyos buena parte de los votos del candidato más derechista y algún apoyo de los que declaran que se abstendrán o votarán en blanco. Un gobierno conservador con una base de masa constituida por los evangelistas y los grandes sectores de descontentos sin mucha claridad y de despolitizados podría poner en riesgo las pocas conquistas sociales y las posiciones internacionales (UNASUR, MERCOSUR, CELAC, BRICS, contra los fondos buitres) del PT antes de que éste pueda reconquistar el gobierno con un nuevo período de Lula. Al mismo tiempo, el gobierno kirchnerista, en Argentina, batalla para conservar su caudal de 30 por ciento de los votos en el 2015 contando con la división de sus adversarios en el centroderecha y la derecha mientras pierde votos hacia la izquierda, Nicolás Maduro, en Venezuela, no logra ni la estabilización económica ni la política y Rafael Correa debe ceder al FMI y enfrentar una oposición de los movimientos indígenas, sindicales y ecologistas mientras la derecha clásica conserva el control de las clases medias de las grandes ciudades y hasta en Uruguay el Frente Amplio podría perder su mayoría.
Lejos de ser, como creen algunos entre los nacionalistas de izquierda, una nueva fase, irreversible y duradera, en la lucha por la liberación nacional y los sujetos del cambio social, estos gobiernos burgueses dirigidos por sectores de las clases medias son, más bien, un momento de transición en la crisis mundial del capitalismo.
Su “progresismo” está además en tela de juicio. ¿Serían progresistas porque tienen una política desarrollista, con elementos de estatalismo y distribucionismo, pero que no escapa al neoliberalismo y sirve fundamentalmente a las grandes transnacionales, a costa de los trabajadores? Preservan al capitalismo, mientras que progresista y democrático es en cambio solamente lo que aumente la confianza en sí mismos, la independencia política, la autoorganización y la capacidad de autogestión de los trabajadores y favorezca su construcción como ciudadanos y no simples votantes.
Otro sector de la izquierda latinomericana, en particular argentina, recurre a Gramsci, con su categoría de la revolución pasiva, y a Trotksy, con su análisis sobre el bonapartismo sui generis, para analizar una época totalmente diferente. Gramsci y Trotsky escribieron cuando centenares de millones de personas luchaban por una revolución anticapitalista y confiaban en una alternativa socialista al capitalismo. Mussolini y Hitler fueron el resultado del temor del gran capital y de vastas capas acomodadas de las clases medias ante la amenaza de una posible revolución socialista. De ahí las chácharas anticapitalistas y antiplutocráticas y las pretensiones nacional-socialistas, sobre todo del Mussolini de la República de Saló. Ante la debilidad de los sectores burgueses tradicionales muy golpeados por las movilizaciones sociales y la carencia de una dirección revolucionaria de los trabajadores, campesinos y clasemedieros pobres de sus países, ellos construyeron Estados corporativos aparentemente independientes de las clases fundamentales utilizando advenedizos y aventureros y se apoyaron internacionalmente en la Unión Soviética (Pacto de Locarno,Pacto Molotov-Ribentropp) para contrarrestar a los imperialistas principales. Lo mismo hizo el nacionalismo socializante de Lázaro Cárdenas, ante la extrema debilidad de los capitalistas mexicanos y la carencia de una dirección obrera y campesina revolucionaria y, en escala internacional, la debilidad relativa de Washington y la división entre Estados Unidos e Inglaterra, por un lado, y las potencias del Eje, por el otro. La revolución pasiva era así el subproducto del temor a la revolución socialista e internacionalmente se apoyaba sobre el relativo equilibrio de las potencias.
Hoy el capital no teme la revolución socialista, los socialistas revolucionarios a escala internacional y de cada país son una pequeñísima minoría y las clases medias y los trabajadores no son anticapitalistas sino que tratan de defender sus conquistas anteriores pero dentro del sistema y persiguen la utopía de humanizar el capital. Los aventureros e improvisados o incluso los dirigentes sindicales que dirigen los gobiernos llamados “progresistas” no se ven como enemigos del socialismo ni como agentes del gran capital, creen sinceramente en una alianza entre los capitalistas nacionales y los trabajadores y en el poder mágico del aparato estatal. No buscan engañar a los trabajadores adoptando banderas de éstos para afianzar al capitalismo, aunque de hecho los engañen. Son empíricos, pragmáticos; sin ser antiimperialistas aprovechan las grietas y brechas que surgen con la pérdida de hegemonía de Estados Unidos mientras se enriquecen en la función pública y se alían sin prejuicio alguno con los gobiernos autoritarios de los países capitalistas secundarios (el BRICS) para seguir ostentando un “progresismo” que expresa la debilidad del capitalismo mundial pero también el retraso político e ideológico de la inmensa mayoría de los trabajadores de sus respectivos países.
Este efímero “progresismo” de las carencias tiene como límite del desarrollo político de los trabajadores, la agudización de la crisis económica y de la lucha de clases que reducirán los márgenes para el clientelismo y el distribucionismo y para los que quieren jinetear caballos que tienden a ir en direcciones opuestas queriendo conciliar los intereses capitalistas con los de los explotados y oprimidos por el capital.