Por una Nue­va Colom­bia sin dis­cri­mi­na­ción de género.

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Las FARC-EP adop­ta­mos como prin­ci­pio la no dis­cri­mi­na­ción por razo­nes de géne­ro y en espe­cial el res­pe­to, garan­tía y pro­tec­ción de todos los dere­chos huma­nos de las muje­res. Son la igual­dad y la jus­ti­cia, fun­da­men­tos prin­ci­pa­les de los obje­ti­vos de lucha de nues­tra fuer­za insur­gen­te y par­te impres­cin­di­ble de los cimien­tos de la socie­dad demo­crá­ti­ca que aspi­ra­mos alcan­zar para la Nue­va Colom­bia. En esa cons­truc­ción, las muje­res gue­rri­lle­ras jue­gan un papel insus­ti­tui­ble de con­tri­bu­ción a la lucha; refle­jo de ello es que alre­de­dor de un 40 por cien­to del total de nues­tra orga­ni­za­ción insur­gen­te se com­po­ne de guerrilleras.

En nues­tro pro­yec­to de socie­dad demo­crá­ti­ca se inclu­ye la libe­ra­ción de las muje­res de las ata­du­ras de dis­cri­mi­na­ción y explo­ta­ción a que las some­te la socie­dad capi­ta­lis­ta y sexis­ta, que las man­tie­ne res­trin­gi­das en el ejer­ci­cio de sus dere­chos huma­nos. Es indig­nan­te el hecho que en Colom­bia las muje­res sigan ganan­do entre 15 y 23 por cien­to menos que sus homó­lo­gos hom­bres, mien­tras que sus jor­na­das labo­ra­les se extien­den en muchos casos, por más de 16 horas al día, esto es suman­do la jor­na­da labo­ral y el tra­ba­jo en el hogar. El des­em­pleo feme­nino es casi el doble que el mas­cu­lino (1). Según el repor­te del Foro Eco­nó­mi­co Mun­dial 2012, Colom­bia ocu­pa el pues­to 114 (entre 135 nacio­nes) en cuan­to a la par­ti­ci­pa­ción de las muje­res en la fuer­za labo­ral, y ocu­pa el pues­to 111 en cuan­to a dife­ren­cias sala­ria­les entre hom­bres y muje­res, desem­pe­ñan­do los mis­mos tra­ba­jos (2).

Ade­más de la dis­cri­mi­na­ción, las muje­res son víc­ti­mas de múl­ti­ples for­mas de vio­len­cia, entre ellas la pro­du­ci­da en el ámbi­to domés­ti­co y de pare­ja, y en la socie­dad en gene­ral en el con­tex­to del con­flic­to social y arma­do. El Esta­do, por acción u omi­sión, es el prin­ci­pal res­pon­sa­ble de esta situación.

En el seno de nues­tra orga­ni­za­ción, hom­bres y muje­res goza­mos de un reco­no­ci­mien­to esta­tu­ta­rio, de unas nor­mas y una prác­ti­ca de con­vi­ven­cia entre com­pa­ñe­ros y com­pa­ñe­ras en igual­dad de debe­res y dere­chos. Esta juri­di­ci­dad gue­rri­lle­ra inclu­ye las defi­ni­cio­nes de deli­tos tan­to en con­tra de la pobla­ción civil, como en con­tra de inte­gran­tes de filas. En las FARC-EP, el mal­tra­to en todas sus for­mas es seve­ra­men­te cas­ti­ga­do; la vio­len­cia sexual es tipi­fi­ca­da como deli­to gra­ve y tra­ta­da como tal. No obs­tan­te la nor­ma­ti­vi­dad exis­ten­te y tenien­do en cuen­ta el ori­gen socio­cul­tu­ral de nues­tra mili­tan­cia, reco­no­ce­mos que aún per­sis­ten pre­jui­cios y algu­nas acti­tu­des patriar­ca­les que se expre­san de for­ma sutil, indi­rec­ta o sub­je­ti­va, como en el res­to de la socie­dad colom­bia­na, pero con la dife­ren­cia de que nues­tros prin­ci­pios nos obli­gan y per­mi­ten com­ba­tir­los, con la pro­mo­ción de los valo­res revo­lu­cio­na­rios y cul­tu­ra­les de res­pe­to e igual­dad, y espe­cí­fi­ca­men­te dig­ni­fi­can­do el papel de las muje­res en nues­tra orga­ni­za­ción y en la sociedad.

fotos4.jpgLas FARC-EP recha­za­mos toda estra­te­gia o cam­pa­ña difa­ma­to­ria que pre­ten­da vin­cu­lar las accio­nes de la gue­rri­lla a prác­ti­cas de vio­len­cia sexual; pues estas prác­ti­cas son total­men­te aje­nas a nues­tros prin­ci­pios y por lo tan­to, de nin­gún modo tole­ra­das en nues­tras filas, ni res­pec­to al res­to de la pobla­ción feme­ni­na. Por prin­ci­pio, recha­za­mos rotun­da­men­te gol­pear a las muje­res, uti­li­zar la vio­len­cia sexual como arma de gue­rra, o como ins­tru­men­to de pre­sión, de repre­sa­lia, de ven­gan­za o humi­lla­ción, las cua­les no son y nun­ca han sido prác­ti­cas de las FARC-EP, como tam­po­co aque­llas aso­cia­das a la vio­la­ción y abu­so de sus cuer­pos, la tra­ta y la esclavitud.

Denun­cia­mos la mani­pu­la­ción que insis­te en acu­sar­nos de estas prác­ti­cas, cuan­do es un hecho reco­no­ci­do que son las fuer­zas del Esta­do, ofi­cia­les y para­es­ta­ta­les, quie­nes las apli­can como polí­ti­ca de pre­sión y des­es­ta­bi­li­za­ción de la pobla­ción y como estra­te­gia de gue­rra, con el fin de soca­var nues­tras bases socia­les y some­ter al cam­pe­si­na­do y otros sec­to­res de la pobla­ción a sus desig­nios. De todos es cono­ci­do que la uti­li­za­ción de la vio­len­cia sexual como arma de gue­rra es una prác­ti­ca sis­te­má­ti­ca de las fuer­zas del Esta­do y del paramilitarismo.

Los dife­ren­tes tipos de pla­ni­fi­ca­ción y el recur­so del abor­to en con­di­cio­nes médi­cas favo­ra­bles, como últi­ma medi­da a tomar para evi­tar los par­tos en medio de la inten­si­dad de la con­fron­ta­ción, tam­bién han sido obje­to de las mis­mas cam­pa­ñas difa­ma­to­rias y de des­pres­ti­gio con­tra la insur­gen­cia. Las FARC-EP defien­den el dere­cho de las muje­res a deci­dir libre­men­te sobre sus cuer­pos, dere­cho que obvia­men­te tam­bién osten­tan las gue­rri­lle­ras. Es una prác­ti­ca habi­tual que apli­que­mos medi­das de pro­tec­ción tem­po­ral al emba­ra­zo, el par­to y la lac­tan­cia en con­di­cio­nes de la gue­rra, mien­tras los hijos son entre­ga­dos por sus pro­ge­ni­to­res a fami­lia­res o ami­gos para que crez­can en un ambien­te apropiado.

Más allá de nues­tras nor­mas y volun­tad en cuan­to al no mal­tra­to de la pobla­ción civil, por la cual lucha­mos, es un hecho que en los terri­to­rios afec­ta­dos por el con­flic­to social y arma­do, muje­res han sido víc­ti­mas direc­tas e indi­rec­tas de la con­fron­ta­ción, ya sea por hechos acci­den­ta­les que salen del con­trol de las y los com­ba­tien­tes, o a manos de nues­tro enemi­go de cla­se y de sus bra­zos arma­dos, sean mili­ta­res, poli­cías o para­mi­li­ta­res, como con­se­cuen­cia de una prác­ti­ca sis­te­má­ti­ca del terror. Ade­más, son usa­das y pre­sio­na­das para actuar como agen­tes encar­ga­das de desa­rro­llar labo­res de infil­tra­ción y espio­na­je al inte­rior de nues­tra orga­ni­za­ción y de sus mis­mas comu­ni­da­des. Por todas estas razo­nes, sabe­mos que las muje­res viven, expe­ri­men­tan y sufren de for­ma par­ti­cu­lar los impac­tos del con­flic­to, muchas veces agra­va­dos por múl­ti­ples fac­to­res: por su con­di­ción de géne­ro, su cla­se social, su edad, su etnia, su orien­ta­ción sexual, su con­di­ción de des­pla­za­da o refu­gia­da, de pri­sio­ne­ra polí­ti­ca, de jefa de hogar, entre otros. Por tan­to, nues­tras pro­pues­tas ten­drán en cuen­ta la dis­cri­mi­na­ción múl­ti­ple que sufren algu­nas muje­res o gru­pos de muje­res, para esta­ble­cer y poner en prác­ti­ca pro­gra­mas de desa­rro­llo y poten­cia­ción de todos sus derechos.

Las FARC-EP reco­no­ce­mos la con­tri­bu­ción inva­lua­ble de las muje­res a la pro­duc­ción de valo­res eco­nó­mi­cos, cul­tu­ra­les y socia­les: no como una mino­ría ni como un gru­po vul­ne­ra­ble, ni solo como una fuen­te de repro­duc­ción de la pro­pia socie­dad huma­na, sino como suje­to polí­ti­co y par­te mayo­ri­ta­ria de la socie­dad que tie­ne todo el dere­cho, la capa­ci­dad y la legi­ti­mi­dad para asu­mir, en igual­dad de con­di­cio­nes con los hom­bres, res­pon­sa­bi­li­da­des en todos los ámbi­tos de la vida nacional.

Por tan­to expre­sa­mos la jus­ta nece­si­dad de incor­po­rar una mira­da de géne­ro a todos los deba­tes y diá­lo­gos para el dise­ño y apli­ca­ción de los Acuer­dos de Paz; al mis­mo tiem­po, expre­sa­mos nues­tra volun­tad polí­ti­ca de pro­mo­ver la par­ti­ci­pa­ción de las muje­res colom­bia­nas y de nues­tras pro­pias mili­tan­tes en este pro­ce­so de paz, así como lo hemos hecho en todos los ámbi­tos de la vida guerrillera.

Las FARC-EP con­si­de­ran que el papel fun­da­men­tal de la sub­co­mi­sión de géne­ro debe ser el de aten­der el man­da­to de las orga­ni­za­cio­nes de muje­res de Colom­bia y el mun­do expre­sa­do a tra­vés de las NNUU, median­te la Con­ven­ción del 18 de diciem­bre de 1979, sobre la eli­mi­na­ción de todas las for­mas de dis­cri­mi­na­ción con­tra la mujer y, de las dife­ren­tes Con­fe­ren­cias y Reso­lu­cio­nes en cuan­to mujer y géne­ro, por ejem­plo la Pla­ta­for­ma de Acción de Bei­jing de 1995, así como la Decla­ra­ción inter­na­cio­nal de los dere­chos de los cam­pe­si­nos y otras per­so­nas que tra­ba­jan en áreas rura­les, de 2012, entre otras, y aten­der a las jus­tas y lógi­cas deman­das y a las expec­ta­ti­vas que gene­ra este tema en las orga­ni­za­cio­nes socia­les y de muje­res en Colombia.

El Esta­do tie­ne la obli­ga­ción de garan­ti­zar des­de ya un papel pro­ta­gó­ni­co a las muje­res en la ela­bo­ra­ción del Acuer­do de Paz y en la Nue­va Colom­bia. Las FARC-EP nos esfor­za­re­mos por­que así sea.

Dele­ga­ción de Paz de las FARC-EP.

(1) Ela­bo­ra­ción PNUD de infor­ma­ción GEIH DANE: Tasas de des­em­pleo de hom­bres y muje­res 2002 – 2013. En el 2013, el des­em­pleo de las muje­res fue del 13%, el de los hom­bres 7%.

(2) The Glo­bal Gen­der Gap Report 2012, WorldEconomicForum.

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