El marxismo-leninismo admite la lucha por las reformas o mejora de la situación del obrero, como condición importante para hacer posible los cambios realmente revolucionarios.
Nelson Lombana Silva
El proyecto estratégico de la izquierda por supuesto que suscita toda clase de comentarios e interpretaciones, puntos de vista, hipótesis y tesis habida cuenta de la magnitud histórica que encarna éste. La polémica hace parte de la historia del pensamiento marxista-leninista, cuya vigencia hoy se robustece con los nuevos descubrimientos científicos y la profunda crisis del capitalismo enfermo e incapaz de resolver sus profundas contradicciones.
La dinámica se mueve entre la reforma y la revolución. Se desarrolla el proyecto estratégico, siguiendo esa dinámica que hay que considerar con claridad para no sacrificar ni la una ni la otra, o cuando más, contraponerla. Y la forma correcta de interpretar esta realidad es sin lugar a dudas acudiendo al sabio método marxista-leninista. Otros métodos nos podrían acercar o aproximar, pero es realmente este método el expedito para entender y la razón es elemental: El método marxista-leninista es científico.
Este método establece una relación íntima entre reforma y revolución. Más concretamente: “Entre reformas sociales genuinas y revolución socialista”1
Concepción que dista bastante de las perspectivas de los anarquistas y reformistas incorregibles. Así para clarificar: El anarquista tiene por lo menos cinco aspectos en concreto, según el marxismo-leninismo: 1. El desprecio del anarquista por la política y la organización; 2. El individualismo y el voluntarismo; 3. Su concepción sobre la “abolición” del Estado; 4. La concepción de las acciones exclusivas de la base, desconociendo otros tipos de acciones; 5. Su absoluto rechazo a toda forma de reforma que beneficie a los obreros. El rechazo total a toda reforma social.
Ahora, en relación con el reformismo, la crítica marxista-leninista expresa fundamentalmente cinco criterios: 1. Los reformistas pretenden separar a los obreros de la lucha de clases; 2. Hacen ciego énfasis en el reformismo descartando la perspectiva revolucionaria; 3. Engañan a los obreros que siguen siendo esclavos asalariados, a pesar de reformitas de pacotilla; 4. Los reformistas renuncian al marxismo-leninismo y acogen lo que se suele denominar “política social” de la burguesía; 5. Suprimen la relación entre táctica y estrategia, afirmando que el objetivo final no es nada y el movimiento lo es todo.
Mientras tanto, el marxismo-leninismo admite la lucha por las reformas o mejora de la situación del obrero, como condición importante para hacer posible los cambios realmente revolucionarios. Los comunistas combatimos a los reformistas y anarquistas por su concepción que tienen de la reforma, porque para los anarquistas la reforma no tiene valor y para los reformistas es un fin en sí misma.
Así las cosas, para los comunistas hay una relación indisoluble entre reforma social y revolución socialista, siempre y cuando dichas reformas cumplan ciertas condiciones.
Antonio Gramsci –por ejemplo– propone o explica el lazo indisoluble entre lo uno y lo otro, al hablar de “guerra de posiciones” y “guerra de movimientos”. La primera se inclina por conquistas populares dentro de los límites institucionales; la segunda, prepara la toma del poder, la hegemonía y la alianza obrero-campesina.
Qué importante resulta tener claridad sobre el fundamento dialéctico de la reforma y de la revolución, sobre todo, la relación de una con la otra en el proceso revolucionario hacia el surgimiento o desarrollo del sistema socialista.
Tesis de discusión III Conferencia Nacional ideológica del PCC. Taller Popular. Página consultada 37.