Según la definición de Wikipedia: «El hambre es la sensación que indica la necesidad de alimento. En condiciones de normal alimentación, suele aparecer unas 4 horas después de la última comida, aunque este tiempo puede variar mucho. La sensación de hambre es algo natural, pero privarse de alimento durante mucho tiempo perjudica la salud mental y física. La privación de alimento induce a la somnolencia, atenúa las emociones e impide pensar con normalidad. El deseo de comer se hace prioritario y se diluyen los valores morales. El hambre extrema puede tener un efecto deshumanizador que lleve al robo, al asesinato e incluso al canibalismo. A menudo el hambre va acompañado de enfermedad y epidemias, que tienen su origen en el estado de debilitamiento de los afectados».
Según el director general de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de Naciones Unidas, Jacques Diouf, la ausencia de los líderes políticos de los países ricos en la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria que se está celebrando en Roma, revela que «el problema del hambre no es una prioridad para los más países ricos».
Asimismo, aseguró que, «con 44.000 millones de dólares, se resolvería el hambre en el mundo». Esa cifra equivale al 66% de la fortuna de Bill Gates, el primer millonario del planeta. O sea que, si el bueno de Bill se quedara con 16.000 millones de dólares y donara el resto a la FAO, los hambrientos del mundo comerían.
Pero en la cumbre, salvo los discursos, nadie, ningún país puso una moneda para paliar la hambruna que devasta a más de mil millones de habitantes de la Tierra. ¿Locura?, ¿Absurdo?, ¿Canibalismo de la propia especie? Nada de eso: Planeta regido por el sistema capitalista y falta de motivación para invertir en el «producto hambre». Invertir en el mercado de la pobreza no genera rentabilidad empresarial y resulta un pasivo cada vez más intolerable para los gobiernos.
Las pruebas están a la vista: En la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria los pobres y hambrientos del mundo (por una estricta valoración de la ecuación «costo-beneficio» capitalista) ya fueron condenados a muerte sin juicio previo. Y el Apocalipsis social ya no es una teoría conspirativa: La rebelión de los hambrientos se cocina a fuego lento pero seguro. El capitalismo se suicida, y no lo sabe, su demencia criminal es más fuerte que la propia realidad que genera.
Informe especial
IAR Noticias/
De acuerdo con información de las agencias internacionales, en una de las peores asambleas mundiales dedicadas al «más dramático problema de la humanidad», sesenta jefes de Estado y de gobierno, más delegados de todos los países produjeron el lunes sólo una declaración política y no dieron ni un centavo para paliar la hambruna que devasta a mil millones de habitantes de la Tierra.
El director general de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de Naciones Unidas, Jacques Diouf, dijo el martes que la ausencia de los líderes políticos de los países ricos en la cumbre revela que «el problema del hambre no es una prioridad para los más países ricos».
A excepción del primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, la reunión estuvo caracterizada por la ausencia de los demás miembros del G‑8, es decir, de las economías imperiales más poderosas del mundo, hecho que fue subrayado por el director general de la FAO, Jacques Diouf, así como por los principales responsables de la sociedad civil y de las organizaciones no gubernamentales que participaron en el evento.
«Da la impresión de que el problema del hambre en el mundo no es una prioridad», afirmó Diouf en declaraciones a Radio Nacional de España, recogidas por Europa Press, en relación con la ausencia de los jefes de Gobierno de los países del G8. «Hay declaraciones, compromisos, indicaciones pero no siguen las acciones», lamentó.
Según la FAO, cada seis segundos muere un niño de hambre en el mundo y cada día 17.000 niños pierden la vida por no tener nada que comer.
El director de la FAO, Jacques Diouf, contó seis segundos en un spot publicitario y agregó: «Un niño ha muerto de hambre en el mundo». En el día de la asamblea mundial contra el flagelo, 17 mil personas murieron de hambre, añadió.
El documento firmado por los 193 países miembros de la FAO expresa: «Nos alarma que las personas aquejadas por el hambre y la pobreza sean ahora más de 1.000 millones. Esta situación constituye una lacra inaceptable».
Y aunque los participantes en la cumbre manifestaron la necesidad de alcanzar para 2015 las metas del primer Objetivo de Desarrollo del Milenio de reducción del número de personas hambrientas a la mitad, la declaración no habla de los fondos con que se lograría ese empeño.
El director de la FAO lamentó el hecho de que no se hubiera hablado de una cantidad concreta de dinero ni tampoco de un plazo para estos objetivos. «Si se fija una meta es necesario cuantificarla y decir cuándo se tiene que cumplir», explicó Diouf en el marco de una rueda de prensa.
Durante la cumbre, el funcionario afirmó que se necesitan 44 mil millones de dólares para erradicar el hambre en el mundo.
En realidad, «se trata de una cantidad pequeña si se compara con los 365.000 millones de dólares en subvenciones a los productores agrícolas en los países de la OCDE en 2007», destacó e insistió en la necesidad de producir alimentos en el lugar donde residen los pobres y hambrientos.
«En algunos países desarrollados, entre el dos y el cuatro por ciento de la población puede producir suficientes alimentos para toda una nación y además exportar, mientras que en la mayoría de los países en desarrollo, entre el 60 y el 80 por ciento de la población no logra cubrir las necesidades nacionales de alimentos», explicó.
Pague o haga dieta
Según la ONU, en el mundo ya hay más de 1.000 millones de personas que padecen hambre, la cifra más alta de la historia, y en todo el planeta hay 3.000 millones de desnutridos, lo que representa casi la mitad de la población mundial, de 6.500 millones.
Pero en la realidad, la producción de alimentos está fuera de la órbita del control estatal de los gobiernos.
Los recursos esenciales para la supervivencia están supeditados a la lógica de rentabilidad capitalista de un puñado de corporaciones trasnacionales (con capacidad informática, financiera y tecnológica) que los controlan a nivel global, y con protección militar-nuclear de EEUU y las superpotencias.
En ese escenario, la producción y comercialización de alimentos no está supeditada a la lógica del «bien social», sino a la más cruda lógica de la rentabilidad capitalista.
Según la propia FAO, diez corporaciones trasnacionales controlan actualmente el 80% del comercio mundial de los alimentos básicos, y similar número de mega empresas controlan el mercado internacional del petróleo, de cuyo impulso especulativo se nutre el proceso de suba de los alimentos, causal de la hambruna, que ya se extiende por todo el planeta.
Entre los primeros pulpos trasnacionales de la alimentación, se encuentran la empresa suiza Nestlé SA., la francesa Groupe Danone SA. y la Monsanto Co., que lideran mundialmente la comercialización de alimentos y que, además de controlar la comercialización y las fuentes de producción, poseen todos los derechos a escala global sobre semillas e insumos agrícolas.
Despojados de su condición de «bien social» de supervivencia, esos recursos se convierten en mercancía capitalista con un valor fijado por la especulación en el mercado, y los precios no se fijan sólo por la demanda del consumo masivo, sino básicamente por la demanda especulativa en los mercados financieros y agro-energéticos.
Y los gobiernos, al no tener poder de gerenciación sobre sus recursos agroenergéticos se convierten en títeres de las corporaciones que los controlan y que se apoderan de la renta del producido por el trabajo social de esos países.
Por lo tanto, no hay «crisis alimentaria» (como sostienen la FAO, la ONU, el Banco Mundial, y las organizaciones del capitalismo como el G‑8) sino un incremento de la hambruna mundial por la especulación financiera y la búsqueda de rentabilidad capitalista con el precio del petróleo y los alimentos.
El control de las fuentes, de la producción, de la comercialización internacional y de la masa de recursos financieros emergentes por las corporaciones trasnacionales, tornan impotentes a los gobiernos dependientes (sin poder de gerenciación sobre esos recursos) para resolver los problemas de la hambruna que aqueja a sus pueblos.
Y por más apelaciones que hagan las instituciones «asistencialistas» del sistema capitalista como la ONU y la FAO (que suceden a la caridad religiosa) las corporaciones transnacionales establecen su dinámica productiva a partir de la relación costo-beneficio.
Esto es, y atendiendo a la lógica esencial que guía el desarrollo histórico del capitalismo, sólo producen atendiendo a la ley de la rentabilidad, a la ley del beneficio privado, y no atendiendo a la lógica del beneficio social.
Por otra parte, los fondos que destinan la ONU, el Banco Mundial y demás organizaciones del capitalismo trasnacional, son mendrugos comparados con la ganancias multimillonarias de los pulpos petroleros y de la alimentación y el crecimiento de las fortunas personales de sus directivos y accionistas.
En este escenario, el resultado de la Cumbre de la Alimentación en Roma no podía ser otro.
Pague o haga dieta: la receta del sistema capitalista para la masa mundial de población sobrante que permanece fuera del mercado del consumo. Increíble, pero real.