Movimiento Politico de Resistencia
Hasta la crisis de 2007 la burguesía engañaba a los estudiantes de las Facultades de Economía asegurando que el capitalismo había creado una sociedad de abundancia que, además, nunca tendría fin. A diferencia del siglo XIX, vivíamos en la era del consumo y el bienestar.
Una vez más, las teorías burguesas se han dado de bruces con la realidad. Ya no engañan a nadie, por lo que todos vuelven sus ojos hacia Marx, quien demostró que el capitalismo es sinónimo de pauperismo, no como consecuencia de la crisis sino como una tendencia general e inevitable, es decir, como una auténtica ley del capitalismo. Marx la calificaba como una ley general de la acumulación capitalista.
El pauperismo no es un problema de nivel de vida, de comparación puramente cuantitativa de una época histórica con otra sino que tiene varias facetas distintas, de las que se pueden destacar tres.
1. El pauperismo internacional
El pauperismo supone, en primer lugar, un empeoramiento en las condiciones de existencia de los países dependientes. Son muchas las cifras que periódicamente se exhiben sobre esta cuestión, a cada cual más dramática y escandalosa. Con ello se demuestra que la diferencia entre las metrópolis imperialistas y los países dependientes se ensancha a pasos agigantados y que, además, las condiciones de existencia en estos países se deterioran progresivamente, con consecuencias que son sobradamente conocidas y no necesitan nigún tipo de aclaraciones.
El verdadero problema de los países dependientes no es sólo la carestía; no se trata de que no tengan sino de que deben. Con la crisis la deuda exterior de muchos países se ha multiplicado, asfixiando cualquier posibilidad de escapar del dogal en que están atrapados por las grandes potencias. La deuda exterior es un instrumento de dominación. Aprovechando su situación ruinosa, las potencias imperialistas y sus instituciones financieras (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) vienen imponiendo draconianas políticas de ajuste.
De ese modo, mientras los países dependientes padecen toda suerte de calamidades, cada vez más monstruosas, entre las grandes potencias aparecen sectores parasitarios y rentistas que acaparan fabulosas riquezas.
En las metrópilis imperialistas el pauperismo es compatible con la existencia de un reducido sector de obreros aristócratas. El imperialismo es un sistema de soborno de una parte de los trabajadores, de creación de una aristocracia obrera corrompida y cómplice de las maniobras de los monopolistas. Las crecientes dificultades del capital necesitan de auxiliares suyos dentro de las filas obreras: de los reformistas, de los sindicatos amarillos y otros colaboracionistas. El capitalismo actual ha entrado en su fase imperialista, caracterizada por la agonía, la decadencia y la putrefacción de todo el tejido social. En el plano político esta fase última del capitalismo sustituye la democracia por el fascismo, la paz por la guerra, la libertad por la reacción. La descomposición penetra por todos los poros de la sociedad y no deja ámbito exento de la podredumbre burguesa.
2. La pauperización de la clase obrera
En segundo lugar, bajo el capitalismo el proletariado experimenta un proceso creciente de pauperización, es decir, es cada vez más pobre. El principio establecido por Marx, según el cual el salario se fija por la cantidad necesaria para la reproducción de la fuerza de trabajo, no se puede identificar con la ley de bronce de los salarios, con el mínimo fisiológico imprescindible para el sustento cotidiano del trabajador. Para Marx los salarios oscilan entre un mínimo de mera supervivencia y un valor real por encima de él, ya que no depende sólo de las necesidades físicas, sino también de las necesidades sociales, tal como se hallan históricamente determinadas (1).
Las necesidades de la clase obrera son sociales, también las impone el capitalismo. Lo que los burgueses califican de incremento en el nivel de vida no es más que un cambio histórico en la estructura del gasto, del consumo de la clase obrera. El porcentaje que los trabajadores dedican a alimentación por ejemplo, se ha reducido, pero el resto no les sobra y no lo pueden ahorrar porque si el gasto ha cambiado es porque las necesidades han cambiado, y además de alimentarse los trabajadores tienen otras necesidades tan imprescindibles como la alimentación. Si disponen de lavadora no es en concepto de lujo o para mejora de su bienestar sino porque no pueden lavar la ropa en el río más próximo. El cambio en la estructura del gasto demuestra un cambio en las necesidades de los trabajadores y no una mejora en su situación objetiva.
La condición material de la clase obrera no es hoy mejor que hace 150 años; es simplemente distinta porque el capitalismo ha creado necesidades distintas. Desde ese punto de vista no cabe duda que la situación de la clase obrera sigue siendo la misma: el salario sigue siendo una medida de las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo. Las previsiones de Marx sobre la proletarización y el empobrecimiento creciente de la clase obrera son, pues, absolutamente exactas y responden a leyes inexorables del capitalismo. La condición de la clase obrera empeora con el avance del capitalismo.
La acumulación tiene que incrementar el sector de la producción dedicado a fabricar bienes de consumo; una parte de la acumulación se tiene que destinar a incrementar el capital variable; el desarrollo de ese sector dedicado a la fabricación de bienes de consumo es también fundamental porque contribuye a abaratar el coste de la mano de obra. Esta es la clave para analizar la cuestión de la pauperización de la clase obrera: el sector dedicado a la fabricación de medios de producción crece más rápidamente que el dedicado a fabricar bienes de consumo, pero eso no significa que éste no crezca en absoluto.
El que los salarios reales aumenten no significa que no sea válida la ley general de la acumulación capitalista; sólo significa que ha aumentado el valor de la fuerza de trabajo o, lo que es lo mismo, que han aumentado sus necesidades de reproducción. Cada vez las necesidades son mayores y cada vez, por tanto, hay menos posibilidades de satisfacerlas: «Justamente porque la producción crece, y en la misma medida en que esto sucede, se incrementan también las necesidades, deseos y pretensiones, y la pobreza relativa puede crecer en tanto se aminora la absoluta» (2). La prueba más evidente de ello es que los trabajadores no pueden ahorrar, que sus ingresos se consumen casi diariamente. Si los obreros pudieran ahorrar cantidades importantes de dinero, no irían a trabajar y eso es justamente lo primero que ocurre cuando les toca la lotería. Está comprobado, por ejemplo, que los salarios no pueden subir indefindamente, porque por encima de un determinado nivel salarial, los obreros lo que hacen es reducir su jornada de trabajo o aumentar su periodo de vacaciones. El capitalismo necesita permanentemente un volumen de población en busca de empleo y eso sólo es posible cuando no tienen otra cosa que ofrecer que su fuerza de trabajo, cuando el proletariado está desposeído de toda propiedad sobre los medios de producción: «La existencia de una clase que no posee nada más que su capacidad de trabajo es una premisa necesaria para que exista el capital», dice Marx (3).
Hay toda una serie de indicadores estadísticos para demostrar la pauperización creciente de la clase obrera. La evolución de los salarios reales se utiliza para comprobar la evolución en el tiempo de la remuneración de los trabajadores. Así en España, entre 1994 y 2007 se produjo una caída importante de los salarios reales, es decir, perdieron poder adquisitivo de forma sistemática: se empobrecieron.
Pero las estadísticas burguesas tienen su trampa. El nivel de los salarios es un promedio de la remuneración de los trabajadores ocupados. Por tanto, no tiene en cuenta a los desempleados ni, en consecuencia, al volumen de los desempleados. De aquí se deduce que si se calculara el salario medio sobre la base de toda la fuerza de trabajo, esté ocupada o no, el descenso de los salarios resultaría verdaderamente vertiginoso.
Desde 2009 España no publica la tasa de cobertura del desempleo, es decir, la relación entre el número de parados registrados y los que reciben algún tipo de prestación, pero a partir de la crisis es obvio que el número de parados va en la dirección opuesta a las prestaciones que percibían. Como consecuencia de ello, más de 4 millones de parados registrados oficialmente no cobra ninguna clase de prestación.
Mucho más grave es el descenso del salario mínimo en términos reales. En los años ochenta perdió un 10 por ciento de su poder adquisitivo. En 2003 los trabajadores que percibían este salario tenían la capacidad adquisitiva correspondiente a 1975.
En España este salario mínimo afecta a unos 400.000 trabajadores en activo y a un número importante de parados que cobran el seguro de desempleo. El 27 por ciento de los trabajadores cobra salarios por debajo del mínimo, es decir, menos de 800.000 pesetas al año y casi tres millones de personas perciben ingresos inferiores a esa cuantía.
3. La pauperización relativa de la clase obrera
Si la pauperización se analiza relativamente, el acierto de la ley marxista es indiscutible, porque confirma la creciente penetración de las relaciones de producción capitalistas en todas las esferas de la vida y la desaparición de los modos de vida independientes, de la pequeña producción, del comercio individual y de las profesiones liberales, que es justamente la situación que, como hemos visto, se ha producido.
Relativamente, la situación de la clase obrera con respecto a la burguesía es infinitamente peor que hace siglo y medio; el abismo entre las condiciones de vida de ambas clases se ha ensanchado. Hay muchos más trabajadores que antes y muchos menos capitalistas pero, sin embargo, la parte de la renta que corresponde a los capitalistas crece, mientras se reduce la que corresponde a los trabajadores. El capitalismo exhibe un dramático contraste entre las condiciones de vida del proletariado y la gigantesca acumulación de riquezas alcanzada, de la cual únicamente pueden beneficiarse un puñado de oligarcas. La burguesía impide que el desarrollo de las fuerzas productivas se utilice para mejorar la calidad de vida y de trabajo de millones de trabajadores, que tienen vedado el acceso al tiempo libre, a la cultura, a los servicios y a la mayor parte de las posibilidades de expansión personal creadas bajo el capitalismo. Pero este modo de producción no puede entenderse de otra forma, no podría funcionar elevando los salarios y el consumo de las masas, disminuyendo la explotación y generalizando el disfrute de las riquezas obtenidas.
Marx explicó las razones por las que, aún en el supuesto de que crezcan los salarios reales de los trabajadores, se produce un empobrecimiento relativo: «Un aumento sensible del salario presupone un crecimiento veloz del capital productivo. A su vez, este veloz crecimiento del capital productivo provoca un desarrollo no menos veloz de riquezas, de lujo, de necesidades y goces sociales. Por tanto, aunque los goces del obrero hayan aumentado, la satisfacción social que producen es ahora menor, comparada con los goces mayores del capitalista, inasequibles para el obrero y con el nivel de desarrollo de la sociedad y los medimos, consiguientemente, por ella, y no por los objetos con que los satisfacemos. Y como tienen carácter social son siempre relativos […] Por tanto, si con el rápido incremento del capital, aumentan los ingresos del obrero, al mismo tiempo se ahonda el abismo social que separa al obrero del capitalista, y crece, a la par, el poder del capital sobre el trabajo, la dependencia de éste con respecto al capital […] Si el capital crece rápidamente, pueden aumentar también los salarios, pero aumentarán con rapidez incomparablemente mayor las ganancias del capitalista. La situación material del obrero habrá mejorado, pero a costa de su situación social. El abismo social que le separa del capitalista se habrá ahondado» (4).
Una comparación entre la evolución de los ingresos de burgueses y obreros tiene que tener en cuenta la evolución de la productividad que, al crecer, aumenta la parte de la plusvalía de la que se apropian los capitalistas. Como Marx previno, aunque los salarios suban, la productividad sube siempre mucho más; así en España entre 1975 y 1993 los salarios crecieron a un ritmo anual de 1’9 por ciento mientras la productividad creció al 2’6 por ciento anual, por lo que los capitalistas se van quedando cada vez con una parte mayor de la producción.
Los capitalistas también se van quedando cada vez con una parte mayor de la renta nacional. La participación de los salarios en ella mide la situación relativa de los trabajadores en relación con las demás clases sociales. En España a principios de los ochenta los asalariados recibían el 73 por ciento de la renta, mientras que en 1992 el porcentaje bajó al 69 por ciento y en 2010 era sólo el 61 por ciento.
La creciente precariedad en el empleo es también otro indicador del empobrecimiento alcanzado por los trabajadores, ya que les impide realizar cualquier tipo de planes de futuro, dado su incierto porvenir laboral.
Los contratos basura, que no dan derecho al cobro del seguro de desempleo, suman medio millón, bajo las denominaciones de contrato de aprendizaje, en prácticas o a tiempo parcial. Los trabajadores a tiempo parcial cobran un 23 por ciento menos.
La creciente movilidad geográfica de los trabajadores es otro índice del progresivo deterioro de las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera forzando a muchos trabajadores al desarraigo, al nomadismo.
La frustración profesional de los titulados es otro rasgo que ha aparecido en los últimos tiempos: sólo el 22 por ciento de los titulados trabaja en el oficio para el que se les ha capacitado; la mayoría o están en el paro o desempeñan tareas no cualificadas. Los académicos que afirman la creciente cualificación de la mano de obra en base al dato de que un porcentaje cada vez mayor de los obreros tienen estudios, silencian que, en realidad, esos estudios no tienen nada que ver con el trabajo que realmente desempeñan.
Este empobrecimiento brutal de las masas obreras anuncia el final próximo del capitalismo: «Para oprimir a una clase -escribieron Marx y Engels- es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como su ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle caer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él»(5).
Notas:
(1) Marx, El Capital, Fondo de Cultura Económica, III-50, págs. 793 – 794.
(2) Marx, Manuscritos, Filosofía y economía, Alianza Editorial, pág. 60.
(3) Marx, Trabajo asalariado y capital, en Obras Escogidas, tomo I, pg. 77.
(4) Marx, Trabajo asalariado y capital, en Obras Escogidas, tomo I, pgs. 80 y 84.
(5) Marx y Engels: Manifiesto Comunista, en Obras Escogidas, tomo I, págs. 30 – 31.