A Silvio, nadie lo dude, se le sigue escuchando bien quedo cuando habla. Especialmente los delimitadores de la independencia a quienes, por lo visto, más que su inagotable talento, les molesta que el cantautor persista en la necedad de querer morirse como vivió y no, como muchos otros han escogido, como un renegado.
Su Segunda Cita, el último disco del trovador, les ha caído en la cabeza como un cubo de agua fría. Entre otras razones, porque su presentación ha coincidido con la última campaña mediática contra Cuba a la que se han prestado gustosos algunos intelectuales de ambiguas reflexiones mercachifles, u otros desahuciados por el mercado, dispuestos estampar su rúbrica en cualquier misiva siempre que el papeleo les ofrezca algo de notoriedad.
A raíz de la presentación de Segunda Cita, que tuvo lugar en la Casa de las Américas, en La Habana, no faltaron medios de prensa ‑a los que no les hace falta la muerte voluntaria de ningún huelguista, (les viene bien cualquier pretexto), para atacar a la Revolución cubana‑, que intentaron tratar de sumar, manipulación mediante, la voz del poeta al coro de plañideras y arrepentidos que hoy se rasgan dramáticamente las camisas.
Si letras como “Sea señora”, leída por el trovador en la conferencia de prensa que ofreció en su última cita con su público, ha provocado el berrinche de los correligionarios de quienes otras veces han deseado arrastrarlo sobre rocas, arrancarle la lengua y el badajo, por aquello de:
“Hágase libre lo que fue deber.Profundícese el surco de la huella;reverdézcanse sol, luna y estrellasen esta tierra que me vio nacer.A desencanto, opóngase deseo.Superen la erre de revolución.Restauren lo decrépito que veo,pero déjenme el brazo de Maceoy, para conducirlo, su razón”
.…no sé qué pasará cuando, a la velocidad de las nuevas tecnologías, se diseminen por el mundo los 12 track que conforman su última entrega.
Sus mejores críticos, esos a los que la poesía les da cólicos, pronto descubrirán que en su más reciente CD, Silvio, a pesar del paso del tiempo
-que en su caso, por cierto, no parece resultar nada implacable‑, sigue siendo el pensador irreverente de siempre que, convocatorias de ángeles y criaturas mitológicas aparte, no ha dejado nunca de tomarle el pulso a la terrenal realidad que lo circunda, sean cuales sean sus circunstancias.
El poeta que sabe que:“Por aquí abajo huelgan las maravillas,
la costumbre deserta de la piedad.
Reina la pesadilla como suprema divinidad.
Ego, fama y dinero, sí,
bendita trinidad”.
(…)
”Las redes tejen sueños para subastas;
la sangre ajena es un efecto especial.
La dignidad se gastacomo la piedra filosofal.
El lucro y la codicia, sí,forman la patronal”.
Y que, en el tono del más puro son cubano, descubre en alta voz lo que le pidió a la patrona en la ermita:
“que nos libere del bloqueo y de los trogloditas;
que las salidas y las entradas sean expeditas;
para que la existencia de los hijos sea bonita;
y que opinar deje de ser jugar con dinamita”;
para evitar, de ese modo, que las alas
no se nos vuelvan herrajes y tengamos que
volver a hacer el viaje a la semilla del maestro.
Está demás decir que el antiguo nuevo trovador no será aplaudido ‑y es lógico‑, por quienes lo convocan a tomar partido, en el mejor de los casos, por la desesperanza.
Ya lo dije antes, a los llamados disidentes, en realidad asalariados del pensamiento oficial del imperio, no les gusta que le tomen la palabra, y mucho menos, desde posiciones revolucionarias e independistas.
Si nada menos que ese genio que es Silvio Rodríguez se pone a cantar por ahí, lo que según dicen sus críticos que en la Cuba reprimida y sin libertad de expresión, ni siquiera se puede mencionar, de qué van a vivir entonces esos liliputienses de la mediocridad.