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Euskal Herria necesita la independencia socialista1
Presentación
Hace dos décadas, militantes de la izquierda abertzale debatimos un documento titulado: Euskal Herria necesita la independencia. Su lógica interna puede resumirse en pocas palabras: la independencia vasca no era solo un derecho, era una necesidad. En 1994, nuestro pueblo vivía, por un lado, en una situación común a la del resto de pueblos europeos y, por otro lado, vivía una situación diferente. Lo igual y lo diferente son una unidad de contrario que se inscribe dentro de la relación entre lo universal, lo particular y lo singular.
Estos criterios son fundamentales para entender qué ha ocurrido en dos décadas, qué se mantiene y qué cambia, y qué alternativas nuevas debemos crear a partir de lo anterior. Si no recurrimos a este método caeremos en el error de creer que apenas hemos logrado avances en estos años, que la heroica lucha ha servido para muy poco, o de nada, que debemos tomar caminos absolutamente nuevos e incluso opuestos a los anteriores.
Un punto central que entonces no pasó desapercibido fue el de afirmar el contenido de necesidad de la independencia. Para la militancia abertzale que debatió el texto, la independencia era algo superior a un derecho, No era una consigna extremista causada por la deriva voluntarista de un supuesto sueño romántico creado en el siglo XIX, el nacionalismo, como sostienen intelectuales orgánicos de los Estados español y francés. Era un paso imprescindible para garantizar la supervivencia del pueblo vasco como realidad nacional autoconsciente, y por eso mismo era una necesidad vital para su pueblo trabajador.
Ejercitar un derecho puede ser opcional según su contenido y según las circunstancias, pero tal opción va convirtiéndose en necesidad perentoria en la medida en que ese derecho es sistemáticamente negado; y en la medida en que, además, se agravan las condiciones vascas e internacionales, en esa medida, la urgencia del derecho se convierte en necesidad pura. Esto es lo que ha ocurrido en las dos últimas décadas: los derechos oficiales de la sociedad burguesa están siendo reducidos a su mínima expresión mientras que, por el lado contrario, aumentan las necesidades prácticas e inmediatas de los pueblos, clases y mujeres explotadas.
La licuación de los derechos burgueses que pueden beneficiar a las clases y pueblos explotados va pareja al fortalecimiento de aquellos otros derechos del capital que benefician a los Estados imperialistas y a sus clases dominantes: menos para los primeros y más para los segundos. En los últimos veinte años este proceso ha sido planificadamente intensificado y extendido por una alianza internacional de las burguesías más poderosas del mundo, las occidentales, para recuperar en la medida de lo posible el dominio y control imperialista del que gozaban mal que bien hasta la Gran Crisis de 1968 – 1973 y cuyas secuelas seguimos padeciendo en algunas cuestiones centrales.
El contenido de necesidad de nuestra independencia se ha ido agudizando precisamente como efecto de esta estrategia imperialista que responde a las crecientes contradicciones que dificultan la acumulación ampliada de capital desde la década de 1970 a pesar de los tenues, puntuales y fugaces repuntes del beneficio en determinadas economías.
Independencia o vasallaje
Desde que se redactó el texto Euskal Herria necesita la independencia, el capitalismo mundial ha ido bajando imperceptiblemente por un sendero descendente hasta estrellarse en la Gran Crisis iniciada en 2007 – 2008. Ya mientras se redactaba borrador del texto al que nos referimos se agudizaban las contradicciones que estallaron en la crisis mejicana del Tequila de ese mismo 1994. La insolvencia financiera mexicana fue la excusa para que Estados Unidos diera el último asalto contra la independencia del Estado de México sostenida desde 1938 en la nacionalización del petróleo.
Desde 2013 se acentuaba la claudicación nacional de la burguesía mexicana ante las presiones imperialistas, claudicación nacional burguesa definitiva desde 2015 cuando se decretó la privatización del crudo hasta entonces propiedad del Estado: cualquier recuperación seria de la independencia mexicana debe basarse en la re-nacionalización del crudo, tarea que solo las naciones y clases oprimidas de México están dispuestas a realizar. Un proceso inverso al venezolano, donde la movilización del pueblo y la coherencia nacional de Chávez llevaron desde 2003 a una política de «plena soberanía petrolera» como una de las bases de la independencia real del país, reconquista que se afianzaría en 2007.
La crisis del Tequila de 1994 es triplemente ilustrativa para nuestra independencia como necesidad: una porque demuestra que ya no es posible una independencia auténtica dentro de las cadenas financieras imperialistas: en realidad esto ya se había confirmado muchas veces con anterioridad en casos que no vamos a repetir por conocidos, aunque sí debemos recordar que una de las grandes contradicciones que precipitaron el desplome del «socialismo del Este» fue la impagable deuda que contrajo con el imperialismo, mientras que la supervivencia de China Popular, Vietnam, Cuba, etc., es debida a que han sabido mantener su independencia financiera, además de otros méritos obvios.
El capital-dinero, sobre todo en su forma especulativa, o si se quiere el «dinero» en sí mismo como receptáculo de poder de explotación social, es irreconciliablemente antagónico con la independencia de los pueblos que no aceptan sojuzgación alguna, porque el «dinero» en cuanto «gran igualador» reduce todo a mercancías, como el euro ha reducido a Grecia a mercancía con la que Alemania ha ganado 100.000 millones de euros: mercancía e independencia popular son enemigos mortales.
Lo que se denomina «vasallaje financiero» de países endeudados hacia potencias prestamistas e incluso a grandes banqueros se instauró de forma irreversible en el tránsito del siglo XV al XVI, se expandió desde entonces. A finales del siglo XVIII J. Adams, presidente de Estados Unidos, sentenció que había dos formas de esclavizar a un pueblo: con las armas o con la deuda. La deuda de los imperios chino, ruso y turco hacia los financieros europeos y yanquis a finales del siglo XIX eran minúsculas comparadas con las actuales de los Estados, empezando por Estados Unidos y Alemania, por ejemplo; pero los financieros de entonces tampoco las quisieron perdonar, como tampoco lo han hecho ahora, imponiéndoles feroces programas de austeridad social para pagarlas. La lección de la historia es aplastante: tales exigencias salvajes fueron una de las razones decisivas por las que, en un primer momento, esos imperios entraron en una crisis interna gravísima que, en un segundo momento y con tiempos desiguales pero combinados, provocaron revoluciones de liberación nacional de clase como la rusa y la china, y revoluciones políticas como la turca.
Algo más tarde, en los años veinte, la deuda de Gran Bretaña con respecto a Estados Unidos a raíz de los préstamos de la Primera Guerra Mundial permitió a los yanquis imponerles severas tasas a sus productos, siendo uno de los primeros indicios
de la pérdida de independencia real del obsoleto imperio británico con respecto al expansivo imperialismo norteamericano, dependencia fáctica multiplicada entre 1939 – 1945, asumida en 1953 cuando Estados Unidos obligó a los aliados y a Gran Bretaña a perdonar la deuda de reparación contraída por Alemania en la Seguna Guerra Mundial para acelerar su industrialización y endurecer el ataque global a la URSS, pero creando uno de los problemas que minan a la Unión Europea acrecentado por su humillación a Grecia: la falta de credibilidad histórica del mal llamado «proyecto europeo».
El fin de la independencia práctica británica llegó en la guerra de Suez en 1956 al tenerse que comer su orgullo militar cuando Estados Unidos le ordenó abandonar el campo de batalla que tenía ganado, genuflexión realizada también por el Estado francés. Estas lecciones volvieron a confirmarse de manera trágica para la derecha añorante británica cuando en 1982 Margaret Thatcher tuvo que implorar el decisivo apoyo de la OTAN y de Estados Unidos para poder recuperar las islas Malvinas venciendo a un débil y desmoralizado ejército argentino. Aunque suene fuerte y contradiga la lógica formal: no existe independencia burguesa de Gran Bretaña, sino lazos de dependencia negociada permanentemente con Estados Unidos, la Unión Europea y el capital financiero internacional que tiene en la City londinense una de sus plazas fuertes.
Ahora, mejor decir desde finales del siglo XX, asistimos al «vasallaje financiero global» hacia una infinitesimal clase financiero-industrial de altas tecnologías que se protege tras el imperialismo occidental y que hace que sus capitales internacionales crezcan en los mercados financieros del 5% en 1960 al 47% en 2001 y al 78% en 2012. Apenas quedan «capitales financieros nacionales» y estos se concentran principalmente en Estados Unidos, Europa y Japón. De 2000 a 2012 el capital financiero transnacional ha aumentado 2,6 veces más que el PIB mundial, un 105% del primero frente a un 39,8% del segundo. Incremento económico reforzado por un aumento de la inmunidad legal que empieza a imponerse a los pueblos mediante la fuerza del imperialismo, con los apoyos de las burguesías estatales sumisas por interés al «vasallaje financiero global».
Más modestamente, nuestra historia nacional aporta ejemplos aplastantes al respecto. Veamos solo tres: uno, durante las dos guerras del siglo XIX llamadas «carlistas» por la historiografía española, que fueron guerras de resistencia nacional precapitalista, uno de los mayores frenos de los Estados vascos que existieron de facto en ambas era su extrema dependencia financiera pese a la alta efectividad administrativa que desarrollaron. Otro, en la heroica Comuna de Donostia, de verano de 1936, la mayoría de las fuerzas políticas se negaron a nacionalizar el capital privado guardado en el Banco de Gipuzkoa, política que se mantuvo también en Bizkaia hasta su total ocupación por ejército internacional franquista, lo que imposibilitó mejorar el armamento del ejército vasco. Y, tres, el secreto último del Concierto Económico de la CAV, que el PNV tiene como su gran conquista, es que se integra como parte subsumida del poder financiero del Estado español que a su vez es dependiente de la llamada Troika.
O sea, de 1994 a 2015, justo en el tiempo transcurrido entre la redacción de Euskal Herria necesita la independencia y el documento que aquí se presenta, durante estas dos décadas, Estados Unidos ha logrado uno de sus objetivos básicos desde 1821 fecha de la creación oficial de México: liquidar la independencia real que no formal de un Estado que fue un obstáculo para sus intereses, acrecentado desde 1910 y desde la nacionalización del crudo por Cárdenas en 1938, siendo un referente de la dignidad nacional de Nuestra América. Pero le ha surgido otro nuevo y tal vez peor: la independencia recuperada por la Venezuela bolivariana. Por su parte, la Unión Europea ha conseguido con Grecia lo que Estados Unidos con México pero con métodos algo diferentes. Toda reflexión sobre la independencia de cualquier pueblo en el capitalismo contemporáneo que no tenga en cuenta semejante demostración de fuerza del imperialismo y a la vez sus debilidades, está condenada al ridículo.
Todo vasallaje es incompatible con la verdadera independencia caracterizada por cuatro cuestiones decisivas: finanzas y poder económico propio, control del comercio exterior, fronteras garantizadas por un Estado propio, y autodefensa armada. Los Estados medianos y débiles han aceptados amputaciones sustanciosas en esos cuatro criterios por dos razones básicas y unidas: protegerse de la competencia externa y explotar mejor a sus pueblos trabajadores internos, y para ello esas burguesías han entregado a antiguos «enemigos nacionales» componentes imprescindibles de su anterior «independencia nacional».
Este es el caso de la burguesía griega que aceptó una a una las exigencias de dos enemigos históricos recientes del pueblo trabajador. Alemania y Gran Bretaña masacraron en 1941 – 1946 los barrios populares de Atenas que apoyaban a la poderosa guerrilla de liberación nacional dirigida por los comunistas hasta aplastarlos en 1950. La burguesía siempre ha tenido miedo al pueblo y por eso apoyó las masacres nazis y británicas, apoyó la dictadura militar impuesta por la OTAN, y cumplió todas las órdenes del FMI, BM, Bruselas y demás piratas en los dos «rescates» anteriores a la vez que arruinaba la economía con masivas fugas de capitales.
Pues bien, ahora mismo nada menos que el 25% de la capacidad industrial griega permanece improductiva porque ni la burguesía ni Syriza quieren ponerla en funcionamiento ya que la Unión Europea lo prohíbe: fábricas sin trabajar mientras se extiende el hambre. Casos idénticos en el fondo los encontramos en las cesiones de independencia real realizadas por Irlanda, Portugal, Italia, Estado español, e incluso el Estado francés de forma menos burda al aplicar feroces recortes exigidos por la Troika que el propio presidente Hollande había dicho que no iba a aceptar. Peor es el caso de las burguesías de las naciones oprimidas que ni tan siquiera reivindican sus derechos nacionales-burgueses y recurren al Estado ocupante para que les defienda de su propio pueblo.
Viendo todo esto, la pregunta es ¿qué independencia nacional-burguesa es factible en el capitalismo actual?
Estrategia imperialista
En medio de la Gran Depresión iniciada en los años ochenta y con una tasa mundial media de ganancia de alrededor del 22% en la mitad de los noventa que seguía su tendencia a la baja a pesar de todos los esfuerzos, en aquellas condiciones, México adelantaba muchas de las características de las crisis posteriores que confluyeron sinérgicamente en la catástrofe de 2007 – 2008 de la que no salimos. Las crisis parciales de los «tigres asiáticos» en 1997; la rusa de 1998 y la ecuatoriana de 1999; el corralito argentino de poco después; la extrema fragilidad del sistema financiero mundial descubierta a raíz del 11‑S de 2001 cuando se paralizaron las bolsas por dos o tres días; el desplome en picado del Nasdap o «punto.com» en 2000 – 2003 y el fracaso del mito propagandístico de la Nueva Economía, de la Economía de la Inteligencia, etc., hasta llegar al inicio en los Estados Unidos de 2007 a la actual «crisis pavorosa».
Hoy, a estas alturas del retroceso de las condiciones de vida del pueblo trabajador, parece que no tiene sentido recordar las ilusiones espurias, creencias idealistas en las promesas sobre el fin definitivo de los sufrimientos, del inicio de una «gobernanza» mundial que reviviría el milagro evangélico del pan y los peces y que, democrática y pacíficamente, instauraría la libertad en la Tierra gracias a las ONG expertas en «resolución de conflictos» y al «espíritu democrático» de Obama, Nobel de la Paz, al que algunos felicitaron al sentarse en el Despacho Oval. Sí tiene sentido recorda
r esto y más, simplemente para aprender de los errores y conocer las argucias tramposas de los Estados «democráticos» y de sus servicios secretos.
Y eso que no decimos aquí ni palabra de la impresionante lista de luchas y rebeliones de los pueblos explotados desde antes incluso de 1994 como El Caracazo de 1989 y el Alzamiento de Chávez en 1992; la heroica resistencia de Cuba durante el «período especial»; los motines por hambre en ciudades de Estados Unidos en 1992; el zapatismo en 1994; las duras huelgas de 1995 en Francia, Bélgica y Alemania, y en Corea de Sur en 1997; la revuelta social de Seattle y la victoria de Chávez en 1999; el corralito argentino de 2001 y triunfo de Lula en 2003; el fracaso del golpe contrarrevolucionario en Venezuela en 2002 gracias a la decidida contraofensiva popular en respuesta al ataque imperialista en el que el PP español jugó clave… ¿Y qué decir de la lucha de liberación nacional de clase vasca entre 1994 con el endurecimiento represivo y el «lazo azul», en 1998 con el cierre de Egin, en 2003 con la ilegalización de Herri Batasuna…?
O sea, mientras desde finales de los años noventa se vivían momentos de champán y cocaína con la burbuja financiero-inmobiliaria, con la economía del cemento, del dinero barato y de la corrupción máxima como en el «milagro español» que fascinaba al recién estrenado presidente Zapatero, por debajo de tanto «glamour» espumoso la realidad se pudría en sus contradicciones internas. Lo peor era que bastantes colectivos y personas de izquierda se dejaron seducir por los cantos de sirena del triunfalismo burgués y de la autoderrota de la izquierda, cuando en realidad las clases explotadas tenían que endeudarse cada vez más para sobrevivir: en enero de 2004 el 70% del salario debía gastarse en todo lo que significaba la vivienda. Pero además, el nacionalismo imperialista español sostenía en diciembre de 2003 por boca de UGT que el Plan Ibarretxe atentaba contra los derechos de la clase trabajadora.
Ninguna noticia, estadística o porcentaje desarrolla su pleno contenido de verdad si no está contextualizada e inserta en una visión política y estratégica. El endeudamiento y el españolismo de UGT eran expresiones de movimientos de fondo del imperialismo occidental. El carácter de necesidad de la independencia vasca se reforzaba precisamente como la negatividad absoluta de la dinámica imperialista, es decir, según el imperialismo español y occidental ampliaba su ofensiva para recuperar el poder mundial que iba perdiendo, los pueblos oprimidos nacionalmente íbamos sufriendo mayores ataques contra nuestras identidades, lenguas, culturas y contra los pocos derechos que aún nos permitían tener. Incluso pueblos con Estado propio pero débiles económica y políticamente sufrían más recortes prácticos de su soberanía: nada de la actual tragedia griega –la pérdida de su independencia real– es comprensible si negamos o menospreciamos la fuerza determinante de las contradicciones capitalistas mundiales.
En efecto, en 2003 el imperialismo invadió definitivamente Irak, agresión que era parte de una estrategia sistemática no solo para apropiarse de los vitales recursos energéticos sino también para impedir que potencias subimperialistas en ascenso –las que al poco tiempo formarían el BRICS– desarrollaran otras políticas socioeconómicas, fiscales, legales e institucionales internacionales diferentes a las impuestas por los Estados Unidos en Bretton Wood a finales de la Segunda Guerra Mundial. La estrategia político-militar ha sido siempre una constante capitalista que se refuerza conforme los Estados retroceden en la jerarquía mundial de explotación de la fuerza de trabajo y de saqueo de los pueblos y de la naturaleza. Pero la ofensiva global, a la vez económica y político militar no consiguió detener el retroceso del imperialismo occidental.
Nos detenemos unos instantes en este retroceso relativo porque él nos explica por qué y cómo se endurece el imperialismo occidental en su conjunto, y dentro de él se endurecen los nacionalismos opresores de los Estados: En 1991 lo que llamamos Occidente representaba el 26,53% de fuerza productiva mundial, en 2012 ha bajado al 14,97%, y por mucha superioridad tecnológico-productiva que tenga más temprano que tarde la producción de valor se concentrará en ese 85,03% de fuerza productiva del resto del mundo. Si en 2004 Estados Unidos producía el 20,1% del PIB mundial en 2014 ha bajado al 16,2% frente al 16,4% de China. Según el FMI para 2015 China Popular, Rusia, Brasil, Sudáfrica e India generarán el 30,6% del PIB mundial y el G‑5 el 28,4%. Pero si los informes del FMI son de poca fiabilidad, menos fiables son sus prospectivas de futuro como se ha demostrado muchas veces, lo que nos lleva a profundizar un poco más.
Entre 1991 y 2015 se han producido las crisis que hemos citado arriba, y otras menores y de diferente naturaleza que no exponemos. A finales de 2006 en los Estados Unidos empezaron a confluir diversas sub-crisis que se unificaron en 2007 y estallaron sinérgicamente en 2008. La respuesta neokeynesiana y militarista de Washington es conocida, pero lo que apenas se conoce es que en 2008 en respuesta a la catástrofe de los beneficios, como hemos visto arriba, se lanzó a dominar económicamente el planeta: el 42% de los millonarios del mundo son yanquis; son de su titularidad el 85% de las acciones y participaciones de las 100 mayores transnacionales; se lleva el 84% de los beneficios en la industria del hardware y software, el 89% y 53% en salud y farmacia respectivamente. Su supremacía es casi total en los servicios financieros pasando del 47% en 2007 al 66% en 2013. Su titularidad es mayoritaria en 18 de los 25 sectores fundamentales de la economía mundial en los que operan las 200 empresas más grandes, dominando abrumadoramente en trece de ellas.
Aun así su supremacía está relativamente segura solo en la Unión Europea porque es contestada de varias maneras por los BRICS, algunos de cuyos miembros coinciden con la estrategia de China Popular de ir desplazando paulatinamente a Estados Unidos del poder mundial, o al menos de ir creando un entramado internacional que equilibre el enorme dominio del imperialismo occidental. Decimos que relativamente segura porque en la Unión Europea existen diferencias de interés entre sus burguesías y hasta oposiciones algo significativas –intereses energéticos y exportadores de Alemania en Rusia y China Popular, por poner un ejemplo – , pero nunca existen contradicciones entre la Unión Europea y Estados Unidos. Los debates sobre el TTIP y el TiSA así lo confirman.
El imperialismo occidental ha movilizado a más de medio centenar de Estados fieles a su dominio en la elaboración ultra secreta del TiSA porque todos los datos indican que el simple TTIP no sirve: extrapolando las proyecciones iniciales resultaría que, de existir en 1990 el TTIP, su poder productivo en ese año significaría el 46,1% del PIB mundial, bajando al 44,2% en el 2000 pero desplomándose al 33,8% en 2013, un poquito superior al del BRICS ese mismo año, el 29,3%: una caída en picado del 12,3% en dos décadas.
Estos y otros estudios explican el porqué de al menos seis medidas acentuadas desde 2013: acaparar la mayor cantidad posible de recursos energéticos, materias «raras» y oro; acelerar el TTIP, el TiSA y otros planes idénticos como el Acuerdo del Pacífico en Nuestra América, etc.; cambiar de forma en sus relaciones con enemigos históricos como Cuba, Irán y otros, mientras aplica «golpes suaves» o duros contra otros pueblos; multiplicar la presión militar contra Rusia en la Unión Europea y contra China Popular en Asia y afianzar sus centenares de bases en el resto del globo; intensificar la «guerra cultural» e ideológica con la imposición del papal Francisco I; y teledirigir al Estado Islámico para acelerar la balcanización de Oriente Medio y zonas vitales de África.
Estados Unidos solo no puede desarrollar plenamente esta séxtuple estr
ategia universal, y menos aún sus complejas interacciones particulares y ramificaciones singulares por lo que necesita de aliados bajo su dirección. Se necesitan mutuamente, con la diferencia de que, como alguien ha escrito, Estados Unidos no se apiada de Europa con tal de vencer a Rusia. En 2010 un informe de la Inteligencia Militar alemana advertía que para 2030 el ejército alemán no estaría en condiciones de garantizar la independencia energética del país; y decía por esas fechas lo mismo pero para Gran Bretaña. En diciembre de 2012 el Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos reconocía que en 2030 Estados Unidos no sería la potencia dominante a nivel mundial, y, en mayo de 2014, Obama aseguraba a lo más granado de los ejércitos yanquis que Estados Unidos eran y seguirían siendo por siempre «la única nación indispensable» en el mundo.
Debemos hablar por tanto de un imperialismo occidental bajo la dirección de Estados Unidos. Si la estrategia vista saliera vencedora Estados Unidos controlaría directa o indirectamente alrededor del 60% del PIB mundial, con lo que habría recuperado prácticamente la totalidad del poder imperialista de que gozaba entre 1945 y 1971. A su vez el imperialismo occidental habría derrotado a los subimperialismos del BRICS, y en lo que nos interesa ahora –la necesidad de la independencia de las naciones oprimidas– estaría en condiciones de imponer una jerarquía de obediencia a los Estados débiles y a las burguesías de las naciones oprimidas que pretendan acceder a su propio Estado, como veremos.
Consenso de Washington
Desde que en 1994 debatiéramos Euskal Herria necesita la independencia hasta ahora, el capital financiero-industrial de altas tecnologías ha diversificado sus medios de poder, dejando pequeño el decálogo del Consenso de Washington de un lustro antes porque el sistema ha cambiado en cosas importantes desde 1989. El segundo artículo del decálogo, el único que podía dar alguna esperanza a las clases explotadas y hacer creer al Estado que todavía tenía algo de independencia efectiva al poder orientar parte del presupuesto público hacia gastos sociales urgentes para el pueblo empobrecido, fue rápidamente silenciado. Los nueve restantes tenían la función de vaciar a los Estados de toda independencia básica dejando solo su fachada externa.
La liquidación de la soberanía real de México en 1994 y de Grecia en 2015, por no extendernos a más casos, se inscriben en el proceso oficialmente abierto en 1989, pero operativo mucho antes como hemos visto al seguir la evolución del simple «vasallaje financiero» de los siglos XV-XVI hasta el «vasallaje financiero global» actual. El significado real del Consenso de 1989 no radica tanto en el papel que ha jugado en la devastación de los derechos y libertades, que también, sino que oficializó, al mismo tiempo, el objetivo de liquidar la independencia práctica de todo Estado explotable, de todo Estado que tuviera recursos necesarios para el imperialismo, o que pudiera terminar siendo un estorbo para su hegemonía mundial o regional.
Veamos el articulado: la disciplina fiscal que controle el gasto público, la reforma tributaria en beneficio del capital, la determinación por el mercado de las tasas de interés privado en contra de los intereses colectivos, los tipos competitivos de cambio en contra del proteccionismo frente al saqueo exterior, la liberalización del comercio a costa de la producción interna, la libre inversión extranjera directa que termina comprando el país trozo a trozo, la privatización del Estado para destruirlo como cohesionador interno, la desregulación y libertad financiera para liquidar su independencia económica, y la inviolabilidad del derecho de propiedad para defender los intereses extranjeros y burgueses dentro del país. Los nueve artículos suponen el desguace interno del Estado como poder independiente aunque mantenga su fachada externa, si es que puede hacerlo.
Sobre todo el décimo, que legitima la prohibición de toda medida social beneficiosa para el pueblo por enemiga de la propiedad burguesa, e impide el avance a la «nación trabajadora» con su Estado obrero y su independencia socialista. Es por esto, que una de las pocas atribuciones que conserva el Estado y que hasta incrementa es la de la represión contra su pueblo para defender la propiedad burguesa del peligro del socialismo.
Pues bien, esta estrategia se ha visto reforzada por la acelerada expansión de los tratados de libre comercio y por el reciente desarrollo de la lex mercatoria. Los tratados de libre comercio, de los que hemos hablado un poco, son la readecuación al siglo XXI del «libre comercio» armado del joven capitalismo que imponía la «libertad de comercio» a los demás pero protegía celosamente sus fronteras nacional-mercantiles para acumular en ellas sus ganancias. La lex mercatoria es la readecuación al siglo XXI de la ideología burguesa de derecho mercantil de la primera mitad del siglo XV que exigía a la nobleza y a los mercados medievales total libertad individual por encima de las leyes generales y locales establecidas.
El comerciante, usurero y prestamista burgués exigía a los poderes que le reconocieran la absoluta libertad individual para hacer y deshacer negocios fuera de las leyes locales que protegían el precio del pan, aceite, sal, vinagre, encurtidos y salados, productos básicos para la supervivencia, que pudiera acapararlos a la espera de que multiplicasen su precio aunque el pueblo sufriese frio y hambre para venderlos luego, en plena carestía, con precios quintuplicados, o simplemente exportarlos a otras regiones sumiendo en la desesperación y hambruna al país de origen. Era la ley de libertad de mercado, inseparable de la obligatoriedad de pagar las deudas a los usureros que ya empezaban a ser formas de «vasallaje financiero».
Los pueblos y las clases dominantes débiles se defendían reforzando en lo posible sus leyes proteccionistas, sus comunas, ciudades y Estados. Esta lucha recorre y caracteriza la historia de las contradicciones entre la necesidad expansiva del capital, que debe destrozar todas las barreras que la frenan, y la necesidad de los pueblos de defenderse de la libertad burguesa de explotación y saqueo. Las luchas a varios bandos eran más complejas de la simplicidad pedagógica que aquí usamos pero la lección histórica es la misma: conforme el capitalismo se expande necesita imponer el derecho burgués a la libre explotación máxima destruyendo las leyes que protegen el derecho popular a no ser explotado ni expropiado ni saqueado.
La segunda mitad del siglo XIX nos muestra lo efectivo de las feroces presiones del colonialismo para destrozar los intentos de industrialización soberana de pueblos con Estado propio como China e India en Asia, Egipto en África, Paraguay y casi toda Nuestra América; pero también para mantener en la pobreza dependiente a naciones oprimidas como la irlandesa y la polaca, por ejemplo. La industrialización de Catalunya y Hego Euskal Herria es singular porque se produce dentro de un imperio en absoluta descomposición que no ha resuelto ni siquiera el problema internacional dentro de sus fronteras estatales, desintegración interna que facilita que las burguesías catalana y vasca puedan industrializarse sin apenas presiones en contra del capitalismo extraestatal más desarrollado que incluso las impulsa deliberadamente, como hizo Gran Bretaña con la industria vasca. Luego, estas burguesías pactarán con el bloque de clases dominante, la Iglesia y el Ejército, y terminarán de crear la «nación española».
Por el lado opuesto y sobre todo desde la irrupción del imperialismo, las tres grandes burguesías que monopolizarán el poder mundial durante el siglo XX y lo mantendr�� relativamente en lo que va del XXI, o sea, Estados Unidos, Alemania y Japón, y en menos medida otras no tan fuertes, imponen férreos controles a los productos extranjeros aplica
ndo un «nacionalismo económico estatal» casi fanático, que se mantiene en el presente reforzado por sus parcelas de control del sistema financiero. Semejante proteccionismo estatal es el secreto de su fuerza y esta lección será aprendida más tarde por los movimientos de liberación nacional anticolonialista y antiimperialista conscientes del decisivo papal de la independencia estatal para superar el empobrecimiento y la ignorancia causados por la opresión nacional sufrida.
La lucha de clases también se libra en el interior de los procesos de liberación, y en casi todos los casos termina venciendo una burguesía que contemporiza con el imperialismo y machaca a las fuerzas revolucionarias que han sido la carne de cañón de la recién conquistada independencia formal, que casi al instante empieza a cubrirse de cadenas económicas, financieras, tecnocientícas, que asfixian la independencia real imponiendo una dependencia práctica. Sólo allí donde la lucha ha sido clara y abiertamente socialista desde el inicio, y por tanto donde se ha desmarcado de la burguesía pero no de la pequeña burguesía y de los pequeños campesinos propietarios, solo allí –y no siempre– se logra la independencia real, práctica, con impresionantes avances sociales y democráticos. No hace falta decir que una alianza de clase formada por el imperialismo y la llamada «burguesía nacional» se lanzó contra esos independentismos socialistas antes incluso de que resultasen victoriosos.
Durante unos años, hasta el inicio del neoliberalismo en 1973, bastantes Estados soberanos dirigidos por burguesías que no renunciaban totalmente a cotas de real independencia, aplicaron una política socioeconómica que en Nuestra América se le definió como «sustitución de importaciones», es decir, desarrollar industria autóctona para no depender de las importaciones y de las cadenas que estas crean a corto plazo en economías débiles dirigidas por burguesías que tienen más miedo a sus pueblos trabajadores que al imperialismo.
Lógicamente fracasaron por varios motivos que no podemos exponer en detalle pero que nos llevan al final a lo dicho: llegaba un momento en que las reivindicaciones sociales internas se volvían ingobernables y las burguesías buscaban apoyo en el imperialismo. Otras veces, la corrupción era tal que azuzaba el malestar popular dando una excusa a los golpes de Estado realizados por militares educados y «ayudados» por el imperialismo. También, la lenta caída tendencial de los beneficios y de la productividad del trabajo a nivel mundial que estamos viendo, terminaba pesando más que las recuperaciones aisladas o regionales incluso a pesar de la llegada de capitales extranjeros, lo que impedían el despegue sostenido de la economía. Y por no extendernos, las presiones durísimas del imperialismo occidental para abortar esos intentos de independencia nacional-burguesa que, de asentarse, podrían ser una peligrosa competencia.
El fracaso de la intentona de relativa «desconexión» de estas burguesías débiles del imperialismo occidental fue debido a la sinergia de las cuatro causas mayores y de otras menores, más particulares y singulares. Fracasada y/o derrotada la industrialización autónoma, a estas burguesías débiles solo les ha quedado la vía del estractivismo, de la dependencia tecnocientífica y financiera para intensificar el monocultivo transgénico para exportar y biodiesel, para la industria maderera y para la minería de superficie. Brasil, por ejemplo, es una mediana potencia corrupta embarrada hasta las rodillas en la imparable deforestación amazónica; Chile es un capitalismo de pocos ricos rodeados por el pueblo empobrecido y protegidos por la constitución impuesta por la dictadura militar; etc.
Desde la doctrina yanqui del «destino manifiesto» borrosamente enunciada a comienzos del siglo XVII hasta las declaraciones de 2014 de Obama ante los militares ya vistas, pasando por la Doctrina Monroe de comienzos del siglo XIX y las declaraciones y doctrinas posteriores de Truman, Kennedy, Reagan, Bush…, a lo largo de esta historia el imperialismo norteamericano y también el occidental, han intentado siempre que Nuestra América nunca llegase a ser un competidor ni siquiera burgués, recurriendo a todos los métodos. Un dato, el primer viaje internacional de Lula cuando accedió a la presidencia de Brasil en 2003 fue a Estados Unidos, a rendir pleitesía a su presidente Bush.
La historia de Europa está también surcada por estas luchas por la hegemonía y por aplastar a las sucesivas potencias emergentes desde el siglo XVI, cuando el poder de los Austria y del Imperio español empezó a ser contestado por las burguesías de los Países Bajos, de Inglaterra y luego Gran Bretaña, del Estado francés, de Alemania, etc.; luchas tan crueles como prolongadas sin las cuales no se conoce la verdadera naturaleza del capitalismo a los largo de sus tres reordenaciones sucesivas, hasta la cuarta, la actual, que dio un salto tremendo en el Tratado de Maastricht de 1992, muy poco antes de que se empezara a redactar el borrador de Euskal Herria necesita la independencia.
Las fechas son concluyentes. Consenso de Washington de 1989 expresión de la fase iniciada a comienzos de los años setenta, implosión de la URSS en 1991, Maastricht en 1992, crisis de México de 1994 y en cascada una larga serie de crisis hasta 2007 en medio de dos dinámicas interrelacionadas: una tendencial y estructural como es el descenso de la tasa media de ganancia y de la productividad del trabajo, y otra contra-tendencial y sociopolítica y económica como es el neoliberalismo y socialiberalismo. A lo largo de este proceso el imperialismo occidental va perfeccionando sus armas contra los Estados débiles y contra las naciones oprimidas. Podemos sintetizarlas en estos seis puntos.
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Saqueo y privatización de lo que queda de bienes comunales, bienes públicos y sociales, empresas estatales, pequeñas propiedades campesinas y de la antigua pequeña burguesía, de sus propiedades urbanas y campestres, de sus ahorros monetarios y culturales: se busca abrir nuevas ramas económicas. Privatización de los servicios sociales y públicos mantenidos por los Estados e instituciones no privadas ni con «ánimo de lucro», como sanidad y servicios básicos, educación, transporte, correos, servicios burocráticos estatales e institucionales.
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Intensificación de la compra de tierras, subsuelos terrestres y marítimos para acceder a los recursos cada vez más escasos; y cada vez más prioritariamente, privatización de la vida, código genético, cultura y folclore popular, pensamiento colectivo, creatividad científica, saber humano acumulado, etc., dentro de una ofensiva mundial autoritaria, machista y racista. Privatización y conversión en valores financieros de compra-venta incluso especulativa por las grandes transnacionales de la agroindustria, de la salud, de la energía, de la química, etc., de los recursos alimentarios y de la biodiversidad para hacer de la salud negocio financiero y arma contrarrevolucionaria.
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Privatización del «cuerpo colectivo» de la mujer para multiplicar la productividad de su trabajo sexo-económico, productivo/reproductivo, afectivo y de cuidados, normativo, cultural, etc., en un capitalismo que debe, por un lado, reducir lo más posible el salario directo e indirecto, social, diferido, cargando sobre la mujer el sobretrabajo que eso supone; por otro lado, debe aumentar la mano de obra sobrante a la expectativa de realizar el mismo trabajo con un 30% menos de salario sin derechos sindicales y con posibilidades de abusos sexuales patronales; además, en lo normativo, cultural e ideológico, la mujer debe reforzar la sumisión social desde la primera educación, reforzando el poder adulto; y por último, debe reproducir los «valores femeninos» para asegurar al sistema los tres puntos vistos.
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Endurecimiento de todas las presiones para cobrar las deudas públicas y privadas de los Estados, para dejar vía libre
al capital financiero transnacional reduciendo a la nada las funciones de los Bancos Centrales nacionales rebajados a sucursales de los Bancos Centrales de los bloques imperialistas; total poder de burocracias como el FMI, BM, OMC, etc., estrechamente conectados con los lobbys que «negocian» en secreto la liberalización comercial dirigida por el imperialismo. -
Presiones para que los Estados vayan «adaptando» sus sistemas legales a las exigencias de la lex mercatoria en detrimento de los acuerdos y convenciones estatales e internacionales sobre derechos sociales, laborales, culturales, de sexo-género, ambientales y socioecológicos, etc. Exigencia de que las grandes corporaciones tengan derechos propios al margen de los del Estado e incluso superiores a los de estos, de modo que puedan reclamarles daños y perjuicios con multas millonarias que los Estados anfitriones han de pagar a los llamados «fondos buitre» empresas especializadas en comerse las entrañas de los pueblos deudores. Aquí hay que introducir la reciente propuesta de que los Estados y los sindicatos cedan la política salarial a un reducido «comité de sabios» transnacional que impondrá los límites salariales, multando a los Estados que los incumplan por arriba.
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Presiones para que los Ejércitos y sistemas de inteligencia y seguridad de los Estados débiles estén integrados y subsumidos en organizaciones militares más amplias que conocen la fuerza real y las debilidades de sus miembros segundones, anulando así su independencia militar a la vez que se ha anulado su independencia económica y política.
El Estado español ha sido especialmente golpeado por estas medidas. Incluso podríamos decir que su primera gran crisis, la de la mitad del siglo XVII, estaba en cierta forma motivada por su incapacidad para responder a las germinales fuerzas del capitalismo comercial y financiero europeo. La pobre y endeudada economía española no podía mantener los costos del mantenimiento del imperio si no recibía regularmente las masas de plata y otras riquezas expoliadas en Nuestra América y en menos medida en Filipinas, India y África.
Las cuatro expresiones básicas mediante las que se muestra en este inicio del siglo XXI la debilidad estructural del Estado español ya estaban anunciadas en la crisis de mediados del siglo XVII: atraso económico y científico cualitativo; debilidad de la burguesía industrial frente a otras fracciones burguesas; debilidad del Estado-nación burgués por la existencia de pueblos oprimidos con autoconciencia; y corrupción congénita. Las cuatro se han ido combinando sinérgicamente respondiendo a las contradicciones más profundas que bullen en la ley general de la acumulación capitalista y en la ley de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia.
Periódicamente las cuatro formas de expresión de tal debilidad estructural arrastrada desde el siglo XVII han estallado en crisis sociopolíticas y militares, es decir, en guerras de clases y de pueblos resueltas brutalmente con la victoria del bloque de clases dominantes existente en cada momento. Pero la misma naturaleza irresoluble de esa debilidad estructural hace que las contradicciones vuelvan a emerger a pesar de todas las represiones y de las pocas reformas realizadas como la de 1978. Para entonces la gloriosa «independencia nacional española» había desaparecido hacía tiempo, lo que quedó de nuevo confirmado con el ejemplo aplastante de la traición española al pueblo saharaui en 1975, entregándolo atado de pies y manos a Marruecos, según las órdenes de Estados Unidos.
En lo que nos interesa ahora, la independencia vasca como necesidad, la estrategia nacional española implementada por el bloque de clases dominante en la segunda mitad de los años setenta choca con un obstáculo interno que le impide ponerse en marcha: la debilidad sociopolítica de la burguesía que se muestra en la incapacidad de AP y UCD para llevarla a cabo a pesar del apoyo incondicional de CiU y PNV, representantes de las medianas burguesías catalana y vasca.
La solución viene de la dialéctica entre lo estatal y lo internacional, como siempre en los momentos críticos del Estado desde el siglo XVII, ahora entre Alemania Federal, Estados Unidos, la OTAN y la burguesía española que impulsan al PSOE al gobierno de Madrid para que salve el capitalismo español supeditándole aún más al imperialismo occidental. La intensa destrucción industrial y agraria, la concentración bancaria, la turistificación y financiarización así como el poder creciente de las grandes empresas energéticas, constructoras y de telecomunicaciones. Fijémonos en que no existe ninguna gran empresa industrial en el IBEX-35, lo que indica la poca fuerza de la industria en el capitalismo español, fuerza que va decreciendo. Un dato ilustrativo: la «españolidad» del IBEX-35 se mide en su masiva defraudación fiscal y en su relación con los paraísos fiscales.
Estos y otros cambios en la estructura económica responden a las exigencias del imperialismo y a la certidumbre del bloque de clases dominante –el gran capital estatal en el que la gran burguesía de origen geográfico vasco se co-integró decididamente desde finales del siglo XIX– y las medianas burguesías de la CAV y Nafarroa representadas políticamente por PNV y UPN, y de Catalunya con CiU, además de otras alianzas burgueso-terratenientes, de que deben ceder aún más «independencia española» al imperialismo a cambio de mantener su propiedad privada en su Estado.
La concentración y centralización de capitales en la Unión Europea dirigida por Alemania y la OTAN termina definitivamente con la «independencia española» cara al exterior, aunque por el efecto rebote la refuerza en el interior del Estado. Cara al exterior, la reforma en 2011 del artículo 135 de la Constitución española por el ultimátum imperialista para establecer la estabilidad presupuestaria en beneficio del capital financiero transnacional y de Euroalemania, es la piedra angular de todas las demás cesiones parciales; mientras que la aceptación de la base militar yanqui Morón supone otra dependencia más hacia Estados Unidos. Cara al interior el progre nacionalismo de Podemos y el derechista de Ciudadanos refuerzan el nacionalismo español dominante, reactivado contra las naciones oprimidas en los últimos años: se refuerza en el interior lo que se cede en el exterior.
La situación y perspectivas del Estado francés no son trágicas como la española aunque empieza a ser dramática porque no tiene la productividad del trabajo ni capital acumulado suficiente como para reducir la ventaja que va sacándole Alemania, por mucho que su PIB crezca alrededor de un 0,3%. Además, la creciente competencia interimperialista por el control de África le obliga a pedir ayuda a la OTAN porque su capacidad militar va siendo insuficiente para cubrir tanto espacio y sobre todo los ya casi insostenibles gastos del arsenal atómico.
Recordemos que en 1966 De Gaulle, furioso por el trato norteamericano y la humillación de 1956, retiró al ejército francés de la OTAN aunque en la práctica siguió siendo una pieza clave en la lucha terrorista contra los movimientos de liberación nacional, enseñando a los Estados represores las inhumanas técnicas que desarrolló en Vietnam, Argelia, etc., así como que nunca rompió los lazos últimos con la OTAN frente a la URSS. Pero fue un derechista como Sarkozy al que se le llenaba la boca gritando sobre la «grandeur nationale», el que en 2009 claudicó a la presión yanqui y al férreo gasto nuclear integrándose en la OTAN y renunciando a la independencia militar.
Los presupuestos de 2015, aprobados a finales de 2014, suponen un recorte social cualitativamente diferente a los anteriores ataques, para mantener su capitalismo en el segundo puesto de la Unión Europea cumpliendo con sus exigencias monetaristas y de austeridad antipopular. El «socialista» Hollande llegó al gobierno en verano de 2012 prometiendo que defendería los dere
chos sociales y democráticos. Para verano de 2013 era ya obvio que terminaría claudicando frente a las exigencias de Euroalemania pero casi nadie imaginaba entonces que esa «genuflexión nacional» del gallito francés frente al águila alemana fuera casi incondicional como se demostró en otoño de 2014. Aunque París se ha distanciado un poco de las presiones alemanas contra Grecia antes de su tercer rescate, ha sido para defender sus parciales intereses financieros dentro de las diferencias –que no oposiciones y menos aún contradicciones– lógicas entre burguesías hermanas.
Universal, particular, singular
A lo largo de lo expuesto hasta aquí hemos visto cómo ha ido perdiendo vigencia la independencia de los Estados capitalistas, si entendemos por independencia burguesa su momento de esplendor entre los siglos XVIII y XIX, antes de que el «vasallaje financiero» saltase a «vasallaje financiero global». Simultáneamente, las clases explotadas, campesinos, artesanos, obreros urbanos preindustriales y obreros de la industria desde finales de ese siglo XVIII intentaban crear sus propios sistemas de poder que, sin mayores precisiones ahora, podríamos definir a grandes rasgos como poderes comunales o estatales opuestos a los de las clases explotadoras; y lo mismo sucedía en las luchas de los pueblos oprimidos. Queremos decir con esto que no solo tenemos a nuestra disposición las realidades de los Estados burgueses, sino también las de sus irreconciliables enemigos, las de las clases y naciones trabajadoras que luchaban por su independencia.
Las teorías burguesas del Estado y sus versiones reformistas niegan, ocultan o ridiculizan los impresionantes logros organizativos de las clases y pueblos explotados en la creación y sostenimiento de sus poderes comunales y/o estatales en las peores condiciones imaginables. Esta historia no existe para el pensamiento oficial, cuando en realidad es necesario estudiarla para comprender, por ejemplo, que las formas que iba adquiriendo el Estado español en las sucesivas crisis desde mitades del siglo XVII estaban directamente relacionadas también con preparar a ese Estado para aplastar rápidamente los intentos holandeses, portugueses, aragoneses y catalanes, y a menor escala andaluces, de crear o conservar sus sistemas estatales. Ya la primera forma-Estado dominante en la península desde finales del siglo XV se creó machacando la independencia galega y andaluza, y la del Estado navarro al inicio del siglo XVI. Por no hablar de la suerte que corrió el pueblo castellano.
Hemos citado arriba varias experiencias de poderes vascos que, desde una visión histórico-materialista, pueden ser perfectamente definidos como poderes estatales de facto, al margen del reconocimiento internacional de iure: la autoorganización popular y de pequeñas clases propietarias empobrecidas alrededor de las Diputaciones y del Régimen Foral en las dos guerras del siglo XIX, la Comuna de Donostia y la limitada autoorganización obrera y popular en zonas liberadas hasta octubre de 1936 cuando se constituye el Gobierno Vasco que vuelve a ser un Estado de facto. Desde entonces, y en especial mediante la Constitución de 1978, una obsesión furibunda del Estado español es la de impedir por cualquier medio que vuelva a constituirse otro Estado vasco. Y uno de los mejores métodos para impedirlo son las burguesías de Nafarroa y la CAV representadas por UPN y PNV.
Naturalmente, existen diferencias entre estos Estados de facto que no podemos analizar ahora. Nos hemos referido a ellos porque refuerzan nuestra argumentación en dos sentidos: uno, la realidad es más compleja y rica en experiencias estatales, al margen de su reconocimiento o rechazo internacional; y, otro, todas ellas, sean las que fueren pero todas, giran precisamente alrededor del último artículo del Consenso de Washington de 1989: el problema de la propiedad de las fuerzas productivas. Cualquier debate sobre un futuro Estado que evite esta cuestión termina divagando sobre abstracciones. Y todos sabemos que lo abstracto siempre beneficia al opresor ya que impide que se desarrollen los tres ejes que definen qué es la verdad: que es concreta, que es revolucionaria y que es verificable por la práctica, o lo que es lo mismo, objetiva, absoluta y relativa.
Vamos a aplicar este criterio para intentar prefigurar algunos contenidos esenciales de un necesario Estado vasco, y lo vamos a hacer proponiendo soluciones concretas a cada uno de los seis ataques a los Estados explicados en el capítulo anterior. Prefigurar quiere decir representar algo anticipadamente, lo que exige conocer suficientemente las contradicciones internas de lo que vamos a anticipar y por tanto su tendencia evolutiva, no vaya a ser que nuestra prefiguración se reduzca a una copia muerta inservible en el futuro. Es por esto que a lo largo de este texto hacemos tanta insistencia en la dialéctica de lo real, en la evolución de los Estados, en la lucha entre intereses antagónicos y en las perspectivas irreconciliables que se abren en ellas.
Los puntos arriba expuestos corresponden al nivel del ataque universal, general, del imperialismo contra los Estados medianos y débiles e incluso contra atribuciones fundamentales de los fuertes, como hemos visto en el caso británico y francés, o del italiano, del que no hemos hablado y que es más poderoso que el español. Una ofensiva que con formas diferentes es universal ya que nace de las entrañas del capitalismo. Pero en su aplicación se encuentra con Estados y pueblos particulares, con autoconciencia suficiente como para resistirse e incluso organizarse colectivamente para ofrecer una más efectiva resistencia internacional contra ese ataque universal.
Por ejemplo, la India, en representación de varios Estados, se enfrenta a las multinacionales farmacéuticas en algo fundamental como son las patentes públicas de los medicamentos genéricos, confrontación de cuyo resultado depende la vida de centenares de millones de personal en el sentido literal; además, si los pueblos con Estado vencen en esa y otras batallas –el agua como derecho y bien humano no mercantilizable, por citar otro caso entre multitud de ellos – , aumentará la moral de lucha y los combates prácticos contra el imperialismo mientras que si se pierde, se extenderá la pasividad derrotista. La tendencia al aumento de las resistencias particulares al ataque universal es debilitada, sin embargo, por la nefasta acción del reformismo que presiona a sus pueblos para que claudiquen a las exigencias imperialistas.
Pero quedan los casos singulares, los de los pueblos oprimidos a los que se nos niega el derecho a disponer de nuestro Estado independiente, derecho que es una necesidad imperiosa porque estamos totalmente indefensos frente a las decisiones «negociadas» entre los Estados que nos oprimen y explotan directamente y los Estados más fuertes que actúan en unión al capitalismo financiero y que, mediante esas «negociaciones», pasarán a explotarnos solapada o descaradamente porque nadie defiende nuestros intereses. Recordemos aquí la reforma del artículo 135 de la Constitución española en 2011, o el masivo recorte de derechos en el Estado francés materializado en sus presupuestos de 2015, ambos respondiendo a exigencias del imperialismo.
Debemos movernos siempre en esta singularidad, la de ser nación oprimida, para que no se nos olvide un hecho fundamental: la necesaria independencia estatal debe manifestarse como verdad objetiva, absoluta y relativa, como necesidad concreta, revolucionaria y práctica en cada reivindicación y lucha aunque no parezca tener relación alguna con la independencia reducida a simple «derecho democrático» que se expresa únicamente en lo político-institucional o en todo caso en algunas «medidas económicas». Para las fuerzas reformistas y democrático-burguesas nacionalistas franco-españolas la reivindicación independentista es una singularidad de varios pueblos que por circunstancias infrecuentes, anómal
as o raras no han seguido el curso general de la nacionalización española y francesa en sus respectivos Estados, no hemos sido asimilados, españolizados o afrancesados. Desconcertados, creen entonces que tal anormalidad se superará con pastillas de «democracia» regionalista y autonomista.
En Euskal Herria tienen el apoyo directo de sectores sociales con identidad nacional francesa y española, e intenta ganarse a los que se sienten vascos y españoles a la vez. El mito de la «europeidad» progresista puede aumentar este bloque que también puede ser reforzado con los «ciudadanos del mundo», que rechazan con aire de superioridad todo nacionalismo pero hablan en castellano o francés y piensan con los códigos mentales impuestos por la educación de ambos Estados. No hace falta decir que la «pastilla» es también asumida con matices diferentes por UPN y PNV.
La singularidad de las naciones oprimidas ha ido en aumento a lo largo de la evolución del imperialismo por tres razones: la agudización de la contradicción expansivo-constrictiva inherente a la definición simple de capital, arriba vista; la imparable cesión de independencia práctica de los Estados medios y débiles hacia los más fuertes; y la progresiva toma de conciencia de los pueblos oprimidos en el sentido de que no pueden seguir siendo «el capacico de las hostias», es decir, la última reserva de explotación de los Estados sobre las que descargar buena parte de los golpes que reciben del imperialismo, al que sin embargo apenas se enfrentan.
Limitándonos al marco imperialista occidental, tanto los movimientos en Quebec, Escocia, Catalunya, Galiza, Euskal Herria, etc., como los que están despertando, Bretaña, Andalucía, Aragón, Occitania, etc., tienen características comunes a grandes rasgos: la gran burguesía ha optado por los Estados ocupantes; la mediana burguesía oscila entre la autonomía y el regionalismo, y apenas por el soberanismo; y la pequeña burguesía oscila por el soberanismo o por un independentismo abstracto que no plantea la pregunta crucial: ¿la nación es propiedad privada del capital o propiedad colectiva del trabajo? La respuesta a esta interrogante es inseparable del contenido de clase que se dé al Estado independiente que se quiere construir.
Si se define la nación como el valor de uso creado por el pueblo trabajador, entonces la independencia ha de ser socialista o no será. Si se define la nación como valor de cambio que beneficie al capital, la independencia será un formalismo que oculte la dependencia real del imperialismo. Desde el criterio del valor de uso, el Estado es la «forma política del trabajo»; desde el criterio del valor de cambio, el Estado es la «forma política del capital». En el contexto de opresión nacional, las tensiones entre ambos modelos y proyectos surgirán inevitablemente en todas y cada una de las reivindicaciones posibles, en especial cuando empiecen a prefigurar modelos concretos de nación: independiente y socialista o dependiente y burguesa. Se quiera o no admitirlo, esas tensiones ya se producen en la cotidianeidad de las luchas, pero muchas veces sin llegar a expresarse teórica, política y económicamente. La lucha de clases dentro de la nación oprimida entre burguesía y pueblo trabajador es una realidad objetiva aunque el reformismo la niegue.
La singularidad de los pueblos oprimidos explica la importancia vital que tiene para ellos el complejo lingüístico-cultural como la forma de expresión del «ser comunal» materializado en los movimientos sindicales, populares y sociales, importancia vital en todos los sentidos, cualitativamente superior a la de la política institucional y electoral dentro del sistema impuesto por los Estados ocupantes. La burguesía y el reformismo autóctono aceptan las llamadas «leyes del juego político» llevando así las reivindicaciones del complejo lingüístico-cultural a un callejón sin salida. Otro tanto debemos decir de las necesidades y derechos del pueblo trabajador, diferentes a los de la burguesía autóctona: el pueblo tiene la necesidad de trabajar menos con más salario y mejores servicios sociales, y la burguesía tiene la necesidad de aumentar la explotación, y congelar o reducir salarios y servicios.
La contradicción entre los dos modelos llega a niveles extremos al intentar avanzar a algo esencial a cualquier Estado: la contabilidad nacional. Euskal Herria, oprimida por dos Estados dependientes del imperialismo, dividida en tres trozos y multidividida en trocitos administrativos que forman un puzle caótico, tiene dificultades extremas incluso para elaborar una contabilidad nacional única. Desde las primeras ciudades-Estado del modo de producción tributario, la contabilidad centralizada estatalmente fue una condición imprescindible para su independencia. En nuestro caso, las burguesías de la Nafarroa, Vascongadas e Iparralde no hacen ningún esfuerzo por negociar criterios uniformes de centralización de datos, sino al contrario.
Pero incluso aunque lo hicieran inmediatamente, que no van a hacerlo, surgirían entonces problemas cualitativos porque tendríamos que debatir qué orientación y objetivos dirigirían esa contabilidad. Es sabido que, por ejemplo, el PIB no puede medir la productividad media porque deja fuera cuestiones básicas como el trabajo doméstico, los costos ecológicos, la economía sumergida y criminal, etc.; es sabido que la contabilidad económica está diseñada para ocultar la explotación asalariada y el saqueo imperialista, y como estas otras muchas más cuestiones que atañen al método y a los resultados: según cuales utilizásemos mediríamos la realidad de una nación oprimida por el capitalismo, o su opuesto. O sea, dos contabilidades nacionales y visiones contrarias de la realidad.
Dos necesidades y visiones contrarias en la misma nación, o mejor dicho dos naciones contrarias dentro de la misma nación: por un lado, el pueblo trabajador nucleado por la clase obrera tal cual existe en lo que va de siglo XXI y que quiere aglutinar alrededor suyo a buena parte de la pequeña burguesía y de las mal llamadas «clases medias», y, por el lado opuesto, la mediana burguesía con su bloque social de apoyo. Dos modelos de nación enfrentados: la nación popular y trabajadora por construir, que necesita urgentemente de su propio Estado; y por el otro lado, la nación burguesa no quiere construirse como nación realmente independiente porque vive feliz en el marco autonómico y foral impuesto por el Estado ocupante, a lo sumo mejorarlo en la medida de lo posible pero siempre dentro de la ley.
Prefiguración del Estado vasco
Si por Estado vasco entendemos la «forma política del pueblo trabajador», como poder económico, político y cultural operativo no dependiente del imperialismo, es incuestionable que solo existirá como tal mediante un salto revolucionario. Evolución y revolución forman un proceso en el que el salto cualitativo lo aporta la revolución, siendo la evolución la que aporta el aumento cuantitativo. El salto revolucionario puede ser más o menos pacífico, tenso, duro o violento, pero no cabe duda de que visto en perspectiva social e histórica será un salto brusco tanto menos violento y cuanto más fuerza de masiva de masas populares haya aglutinado y dirigido la clase obrera y el independentismo socialista.
Tiene poco sentido ahora mismo, en este texto, elucubrar cómo va a ser la forma concreta del salto revolucionario desde el Estado burgués español al Estado obrero y popular vasco, en qué contexto nacional e internacional se producirá, qué resistencias pondrá la burguesía y el imperialismo antes y durante ese avance popular, y si éste tiene éxito cómo las quintuplicará. Solo decimos que la militancia abertzale ha de estudiar minuciosa y críticamente la historia de las luchas de liberación nacional de clase para que no se deje llevar por las ideales peticiones de fe del reformismo pacifista.
Pero si bien ahora no divagamos en los futuri
bles sí necesitamos reflexionar sobre la prefiguración del Estado vasco en el contexto presente. Nos detendremos en cada uno de los seis puntos expuestos más arriba, analizándolos desde cuatro perspectivas: cómo refuerzan la opresión nacional; cómo combatirlos desde el independentismo para prefigurar el Estado socialista; qué contradicciones genera esto en el autonomismo y regionalismo; y que formas concretas de oponerse a esas respuestas internas. Al final, sintetizaremos todo base a la última y esencial «recomendación» del Consenso de Washington: salvaguardar la propiedad capitalista.
La primera y la segunda dinámica imperialistas expresan de diversos modos y sobre pueblos y Estados diferentes la necesidad congénita del capital de privatizar todo lo que sigue siendo público, colectivo, común, estatal, etc., esté en el suelo o subsuelo terrestre y marítimo, tierras, bosques, salud, alimentación, vida y biodiversidad, código genético, cultura y folclore popular, pensamiento colectivo, creatividad científica, saber humano acumulado; y también quedarse con las propiedades, talleres, tiendas, campos, etc., de los pequeños campesinos y pequeños burgueses arruinados por la competencia mundial y por la dejadez de los Estados que debieran protegerles.
Nos encontramos ante el desenvolvimiento tendencial de la ley general de la acumulación capitalista que entre crisis, expansiones, revueltas, guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, va arrasando la naturaleza y reduciéndolo todo a mercancía, a valor de cambio, para acelerar la acumulación ampliada de capital. Y si no ha destruido más es porque ha chocado con una tenaz resistencia de la humanidad explotada. El capital se acumula a costa del aumento de la explotación de los pueblos y de las clases trabajadoras.
La privatización de los pocos bienes comunes que nos quedan como pueblo, de los servicios públicos y sociales, del complejo lingüístico-cultural y del pensamiento colectivo, del código genético, de la biodiversidad y de la vida en cuanto tal, así como de las pequeñas propiedades de la pequeña burguesía, etc., que se ha realizado en Euskal Herria tras un sistemático expolio burgués amparado en la fuerza militar extranjera, se incrementará desde ahora. Todo ello supone la desertización cultural y el expolio de las escasas reservas de bienes raíces, inmuebles, recursos públicos y colectivos materiales e inmateriales garantes de una relativa independencia socioeconómica de un futuro Estado, al margen ahora de su contenido de clase y de sexo-género.
Sin estos recursos será un Estado endeudado hasta los tuétanos desde su mismo nacimiento, es decir un Estado dependiente del imperialismo si fuera burgués, o si fuera obrero y popular dependiente de la solidaridad antiimperialista e internacionalista, pero no sería independiente más que en su nombre, no en su contenido. El pueblo trabajador tiene vitales intereses en mantener y ampliar los recursos colectivos incluidos talleres, comercios y propiedades de la pequeña burguesía que no puede resistir la competencia exterior, porque es una de las bases actuales de la futura independencia: a menos recursos propios más deudas y menos libertad.
Las formas de lograr mantener los recursos propios e incluso de aumentarlos no es otra que intensificar la lucha de liberación nacional de clase en la práctica y en el proyecto estratégico. En la práctica la resistencia a las privatizaciones ha de ser radical y sistemática, desde movilizaciones activas en su defensa uniendo la acción sindical y popular junto a la institucional, llevando la lucha hasta el final, pasando por el impulso a las múltiples formas de autogestión, cooperación, economía social, y recuperación de empresas cerradas que serán puestas a funcionar por la clase obrera. Aquí son muy importantes los acuerdos con las microempresas de la pequeña burguesía, de 1 a 9 trabajadores, e incluso con algunas pequeñas empresas, de 9 a 49 trabajadores cuyos propietarios comprendan la necesidad de no hipotecar el país al capital financiero.
En el proyecto estratégico se trata de ganar la batalla teórica y política de la necesidad de expandir formas de propiedad colectiva, sin mayores precisiones ahora. La praxis comunal es decisiva para mantener la acción diaria del complejo lingüístico-cultural euskaldun, de la cultura popular vasca, entendiendo por cultura la creación y distribución colectiva de los valores de uso, en oposición frontal a la industria cultural transnacional e imperialista, que fabrica en serie culturilla mercantil. Dos ramas económicas capitalistas recientes, el turismo y las telecomunicaciones, se relacionan cada vez más estrechamente con la industria cultural creando una terrible fuerza de alienación, desnacionalización y aculturización. La prefiguración del Estado vasco también debe empezar por la urgente independencia lingüístico-cultural popular en la medida de lo posible.
Ahora bien, hemos de ser conscientes de que esta praxis popular es antagónica con la praxis burguesa, que tanto UPN como PNV, así como la burguesía de Iparralde y los Estados en los que se protegen, se oponen sistemáticamente a todo mínimo repunte de la propiedad común y pública, a todo mínimo recorte de su propiedad privada. La responsabilidad de la izquierda abertzale es crucial en esta problemática porque ceder a las exigencias burguesas en el nudo gordiano de las formas antagónicas de propiedad –capitalista o socialista, muy en resumen– es negarse a prefigurar la República vasca. En política no hay espacios vacíos ni tiempos muertos, y menos, burguesías amables y desinteresadas: aprovechan a su favor cada segundo perdido por el pueblo.
Ambos puntos nos llevan a otra reflexión más profunda: la de las relaciones de nuestra singularidad como nación oprimida con las lecciones universales aprendidas en las derrotas y victorias en la transición revolucionaria al socialismo: ¿podemos aprender de ellas? Si es que sí podemos aprender de las experiencias socialistas la pregunta es: ¿Deben integrarse y cómo en un modelo de planificación económica las prácticas de economía social, mercados justos, consumo cooperativo, cooperativas, autogestión local, economía verde y limpia, decrecimiento y ecosocialismo, etc., que proliferan en tiempos de crisis?
¿Debemos impulsar que estas y otras prácticas reflexiones sobre la necesidad de superar la ley del valor, el valor, el trabajo abstracto y la anarquía del mercado? ¿Qué socialismo ecológico antiimperialista debemos prefigurar? ¿Qué decisivo papel juegan en la democracia directa, asamblearia, vecinal y popular que deben ser la base de la democracia socialista que controle y vigile desde fuera al Estado vasco para evitar cualquier riego de burocratización corrupta? ¿Qué papel juega el movimiento obrero, popular, cultural… en todo esto?
La tercera dinámica capitalista, la privatización del «cuerpo colectivo» de la mujer, tiene una importancia decisiva en la desnacionalización y, por tanto, la tiene en el sentido antagónico, el de prefigurar un Estado antipatriarcal. Sin entrar al superficial debate sobre «patria» o «matria», sí es necesario decir que el impacto negativo surge del papel que el sistema patriarcal otorga a la mujer alienada como sostén reproductor del orden en general. En un contexto largo de explotación creciente, el patriarcado multiplica los mecanismos de integración de las mujeres en el sistema de dominación a la vez que las explota con más brutalidad: por cada primera ministra, empresaria, reina, policía, deportista, periodista, etc., que el patriarcado poner el algún puesto de responsabilidad, millones de mujeres trabajadoras, migrantes, desempleadas, golpeadas en sus hogares, malviven a diario en los fondos del sistema, reproduciéndolo y reforzándolo.
Las naciones oprimidas tenemos pocos recursos propios para cambiar radicalmente esta realidad, y «nuestras» burguesías solo hacen gestos a favor de las mujeres cuando son presionadas por las movi
lizaciones, no antes. Mientras tanto, en medio de la crisis desoladora, el poder adulto, en el que la mujer alienada es clave, refuerza la pasividad juvenil ante la opresión, reproduciendo roles sexistas y machistas. Por otra parte, se mantiene e incluso se refuerza la «reserva de conservadurismo» que anida en muchas mujeres explotadas que en el momento de decidir en cuestiones fundamentales se pliegan más a los efectos de la pedagogía del miedo: la derrota independentista escocesa en el pasado referéndum de 2014 fue debida en buena medida al voto de la mujer atemorizada por la astuta propaganda británica.
La prefiguración del Estado popular ha de plasmarse en la crítica que el feminismo socialista hace al Estado burgués como pilar del sistema patriarcal. En la praxis diaria esto supone una lucha por derechos y necesidades radicales que deben basarse, antes que nada, en la conquista de la independencia económica, sexual y afectiva de la mujer, lo que es inaceptable para la burguesía. La izquierda abertzale debe liderar la denuncia práctica del terrorismo simbólico de la Iglesia española y francesa en Euskal Herria, la denuncia de la familia patriarcal, la denuncia de la sexualidad…, pero ello le enfrentaría a sectores menos concienciados e incluso reaccionarios en estas decisivas «cadenas invisibles» que le dan el voto o pueden dárselo. Prefigurar la República Socialista exige avanzar en la independencia de la mujer y eso ahuyenta votos machistas…
La experiencia y los innegables logros en la emancipación de la mujer alcanzados por el socialismo en todas partes, pese a las enormes dificultades que ha tenido que superar, son lecciones universales y particulares válidas en nuestro caso por la universalidad del patriarcado. Pero esas conquistas que humillan al feminismo académico y reformista nos remiten siempre al problema de la propiedad sexual, de la planificación económica, del reparto del trabajo, de la planificación familiar y educativa con guarderías públicas, de comunas y viviendas libres, de la revolución sexual y afectiva, del derecho socialista, de la democracia cotidianas y vivencial para vencer las múltiples formas del machismo y del patriarcado en su mismo entorno diario, del papel del Estado.
La cuarta dinámica es la que destruye la independencia económica mediante el «vasallaje financiero» parcial o total como constatamos en la historia del capitalismo desde el siglo XV. No existirá Estado vasco vasallo porque las burguesías autóctonas prefieren y necesitan la protección de grandes Estados con algo más de autonomía relativa dentro de su inevitable vasallaje financiero. El capitalismo vasco no se formó como el de Venecia cuyo Estado organizó el inmenso negocio financiero-comercial del saqueo de Constantinopla en 1204 obteniendo ganancias ingentes que asentaron el despegue del «primer» capitalismo. Tampoco se formó como en los Países Bajos del siglo XVI o en el inglés del siglo XVII, que eran, como el veneciano, Estados avasalladores gracias a su independencia económica, política y militar, conquistada con atroces luchas de independencia nacional-burguesa.
La burguesía vasca también acumuló capital con el expolio de América, África y Filipinas, pero lo hizo en simbiosis con dos imperios extranjeros, el español y el francés, lo que le marcaría para siempre: cuando la gran burguesía se encontró con la posibilidad de avanzar decididamente hacia su Estado vasco gracias al estallido de la crisis de 1931 se lanzó a «salvar España» ayudando al ejército internacional franquista; y la mediana burguesía se dividió: una parte mayoritaria apoyó la contrarrevolución española, otra permaneció pasiva y la más pequeña no tuvo más remedio que cabalgar el tigre obrero y popular, domarlo y cansarlo, para rendirse luego en Santoña. El vasallaje económico al capitalismo estatal es parte del código genético de la burguesía vasca, exceptuando sectores de su pequeña burguesía.
Prefigurar la independencia financiera es inseparable de la praxis de los tres puntos vistos hasta ahora, pero con la mayor insistencia en el plano teórico y político. La mentalidad, la ideología, la estructura psíquica dominante es la burguesa, es lo que se denomina «abstracción de la mercancía» que no podemos exponer ahora y que, junto al fetichismo, impone una forma de ver la vida totalmente funcional al capitalismo, acorde con sus necesidades. Como en los tres puntos anteriores, la izquierda abertzale tiene una responsabilidad insoslayable en esta tarea: demostrar política y teóricamente que la independencia solo es posible si se asienta en una economía planificada por el pueblo trabajador mediante la democracia socialista y su Estado vasco. Y una de las primeras y fundamentales explicaciones ha de ser la de no pagar las deudas que la burguesía ha adquirido.
La deuda internacional que contrajeron muchos Estados socialistas fue una de las causas de su implosión posterior. Esta lección se enriquece con otra: la cooperación internacional entre países que dicen guiarse por el socialismo no pudo desarrollar todo su potencial emancipador por varias razones, entre las que destacan la supervivencia de la producción de mercancías y de la ley del valor sin el contrapeso rector de la democracia socialista ahogada por el Estado burocratizado, el retraso económico inicial con respecto al imperialismo, las destrucciones masivas de la guerra y luego el férreo cerco imperialista, etc.: estas lecciones son más pertinentes que nunca.
La quinta dinámica es una conclusión necesaria de la anterior: enfrentarse a la raíz de la lex mercatoria, de los tratados de libre comercio, mostrando que cada avance actual de estas apisonadoras es un actual retroceso de las posibilidades del nuestro Estado. Un problema que se agudiza al extremo aquí es el de los derechos básicos de los pueblos frente a las leyes burguesas extra-estatales. La propuesta de que incluso los salarios sean decididos por «expertos» extranjeros ataca la esencia misma del sindicalismo y de los movimientos populares y sociales, propuesta idéntica al sueño de la patronal de Hegoalde de imponer las leyes laborales españolas.
La lex mercatoria es incompatible con los derechos concretos de los pueblos y clases explotadas, y solo la más sistemática pedagogía práctica sostenida mediante debates y movilizaciones puede demostrarlo al pueblo trabajador. La pedagogía debe ser aún más paciente con las mal llamadas «clases medias» y con la vieja pequeña burguesía incapaz por su naturaleza individualista y dubitativa de conocer la naturaleza del capitalismo. Por sus demoledores impactos sobre todo lo colectivo e identitario, la lex mercatoria y los tratados de libre comercio pueden despertar algunas protestas en franjas de la mediana burguesía autonomista e incluso regionalista, pero jamás debemos repetir el error estratégico de creer que la «burguesía nacional» va a levantarse contra ella.
La prefiguración del Estado vasco ha de recordar los debates socialistas sobre el monopolio del comercio exterior por el Estado como una de las garantía contra el poder omnívoro del capital financiero, así como la función insustituible del Banco del Estado, que no la simple «banca pública», como garante de la independencia económica. Ello nos lleva al problema básico de las formas de propiedad que deben sustentar la independencia socialista: la sola enunciación del problema desata la histeria reaccionaria de la burguesía y el tartamudeo miedoso del reformismo en todas sus expresiones.
La sexta y última dinámica no tiene trascendencia oficial para ninguna nación carente de Estado propio y por ello de un ejército oficial que deba subsumirse en otro extranjero más fuerte. Aparentemente no debiera inquietarnos pero la realidad es otra: este punto dice que ningún Estado ni pueblo tiene ya derecho a su autodefensa a no ser que sea bajo el mando extranjero. Para las naciones oprimidas este punto es la cadena que ata el cepo de su depen
dencia absoluta incluso aunque tuvieran bastante autonomía fiscal y económica. Sin la posibilidad última de la autodefensa armada su destino y su presente están en manos de poderes extranjeros que ya no necesitan invadirles sino que les basta con cortar las vías que les abastecen de recursos vitales.
Desde antiguo se sabe que no existe mejor docilidad pusilánime que aquella que surge del desarme mental, de la aversión psicológica a la autodefensa, rechazo emocional introyectado desde la primera infancia en la juventud del pueblo vencido. Es por esto que las potencias dominantes imponen el pacifismo estricto a las clases y pueblos que explotan mientras que se reservan para sí el derecho a la violencia para defender sus propiedades. En determinados casos les permiten tener cuerpos represivos sujetos en último caso a la disciplina estatal y con ideología furibundamente burguesa.
Prefigurar en estas condiciones el Estado propio exige explicar lo elemental de su autodefensa y proponer en el presente un sistema radicalmente democrático de seguridad orientado en esa dirección. Las fuerzas represivas burguesas no sirven para ello porque están diseñadas para impedirlo. Hablar de autodefensa exige extraer lecciones de los conflictos habidos entre explotados y explotadores, recuperar la memoria opuesta de unos y otros explicando que no puede existir concordia definitiva mientras perviva la opresión de los primeros por los segundos. La responsabilidad de la izquierda abertzale es aquí más importante incluso que en los cinco puntos anteriores, porque ninguno de ellos termina sirviendo para algo si no se defienden en la medida en que se conquistan.
El Estado del pueblo existe en la medida en que puede defender los pilares de su existencia. Lo particular y lo singular de la marcha de los pueblos no anula la valía universal de las lecciones esenciales del socialismo en cuanto a la autodefensa de la independencia estatal: el pueblo en armas. Las formas particulares y singulares en las que se aplique esta lección esencial son muchas, pero al final, en el momento crítico, es el pueblo militante armado en que defiende su independencia.
Llegamos así al final. Durante la relectura actualizada del texto de 1994 Euskal Herria necesita la independencia, hemos visto cómo se ha acelerado la tendencia inherente al debilitamiento de la independencia real de los Estados medianos y débiles para acumular, concentrar y centralizar el capital en los más poderosos. La dinámica de esta tendencia no es rítmica ni uniforme sino que sufre acelerones y ralentizaciones dentro del desarrollo desigual y combinado del capitalismo. Desde mitades de los años setenta ha ido cogiendo velocidad bajo los cada vez más desesperados impulsos de Estados Unidos y la Unión Europea destinados a contener su retroceso en la jerarquía de la explotación mundial, retroceso causado fundamentalmente por su incapacidad de mantener una clara ventaja en la productividad del trabajo compensando así los efectos negativos de la ley de caída tendencial de la tasa de ganancia y de la ley general de la acumulación capitalista.
Estas leyes tendenciales muestran que el futuro humano depende de la lucha de clases irreconciliables, de las luchas de liberación nacional de clase de los pueblos explotados incluso aunque tengan Estados propios formalmente independientes, pero vasallos del imperialismo y del capital financiero. Títeres estatales a los que el imperialismo les permite sobrevivir a condición de que protejan la propiedad privada de las fuerzas productivas, la propiedad del capital. Si fracasan los pulveriza acusándolos de Estados «fallidos», balcanizándolos en un caótico desorden que facilita el saqueo sistemático por las grandes transnacionales y sus ejércitos «privados».
La última imposición del Consenso de Washington a las burguesías que claudican firmándolo es precisamente esa: salvaguardar la propiedad capitalista, que cada vez es más propiedad extranjera: un vampiro que sorbe la fuerza de trabajo del Estado, arruinando a su pueblo y expatriando las riquezas explotadas a su Estado-cuna. Las naciones oprimidas ni siquiera tenemos Estado por lo que nuestra indefensión es absoluta.
El argumentario expuesto en Euskal Herria necesita la independencia tiene ahora más vigencia en lo sustantivo que hace veinte años. Como pueblos sometidos a la indefensión, es innegable que la débil y formal independencia burguesa supone un avance valioso pero insuficiente, el primero de una larga marcha. Los pueblos de Nuestra América adecuaron a sus singularidades y particularidades la lección universal de la emancipación de las naciones teóricamente desarrollada en los ricos debates del socialismo mundial: hay que avanzar de la primera a la segunda y verdadera independencia, la socialista.
Las dos décadas transcurridas desde 1994 han demostrado definitivamente que la independencia burguesa de los pueblos pequeños ya no les garantiza vivir sin explotación externa, planteándoles la necesidad perentoria de avanzar a la independencia socialista. La experiencia de las naciones oprimidas es aún más contundente: la necesaria independencia formal, necesaria en todos los sentidos, debe ser solo un trampolín para el más rápido y decidido salto revolucionario a la socialista.
Debemos adaptar ligeramente el texto Euskal Herria necesita la independencia y decir Euskal Herria necesita la independencia socialista.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 27 de agosto de 2015
- Este texto fue redactado en agosto de 2015, antes de que se iniciara el debate Abian! en la izquierda abertzale. Por diversas razones no ha sido publicado en la red hasta ahora. Aconsejamos que se estudie con la ayuda de otro texto escrito un poco más tarde que este y a disposición en la red: Borrador sobre tendencias del capitalismo. Apuntes para una posible estrategia (II), del 3 de octubre de 2015.