Debemos poner fin a nuestra indiferencia y falta de compromiso con el país, que se resume en haber perdido esos gestos solidarios y de entrega que nuestros antepasados mostraron hace 73 años
El 26 de abril se cumplió el 73 aniversario del bombardeo que la aviación de la Alemania nazi realizó sobre la ciudad vasca de Gernika, que la destruyó en un 70 %, quedando solamente en pie el edificio de la estación de trenes y la Casa de Juntas. Según las estadísticas del Gobierno vasco, las víctimas fueron 1.654, mientras que el informe oficial emitido por el Gobierno franquista da cuenta solamente de unos 12 decesos.
¿Por qué Gernika? Una primera reflexión nos llevaría a la conclusión de que la ciudad de Gernika forma parte del área de resistencia republicana del norte, la cual intentaba penosamente contener el avance de los insurgentes fascistas que se habían levantado en el norte de África en julio de 1936, al mando de Francisco Franco. Pero indudablemente la elección de Gernika no fue al azar, sino que la operación tuvo como objetivo principal minar la moral de los gudaris y de un pueblo aguerrido y patriota, porque Gernika constituye uno de los símbolos más preciados de los vascos, por su legendario roble, que representa la tenacidad y firmeza nuestro pueblo.
Gernika hoy no debe constituir solamente una fecha del calendario anual que nos obliga a recordar ese luctuosos hecho histórico, sino que, además, debe ser motivo para que se realice una profunda reflexión de cara al futuro de nuestra nación. En tal sentido, pensemos íntimamente en aquellos gudaris que ofrecieron sus vidas por sus ideales patrióticos, sin anteponer ningún interés personal al de la defensa de su patria, Euskal Herria. En este sentido, nosotros, que somos los herederos de ese heroísmo impregnado de solidaridad y entrega por un ideal nacional, debemos hacer un ejercicio de reflexión, teniendo en claro que no hemos sido actores de los horrores de la guerra ni del bombardeo de Gernika, y que hoy vivimos con las comodidades diarias de nuestro tiempo. En tal sentido, al quedar en la soledad que el final del día trae y cuando nos enfrentemos a nuestro juez inapelable, nuestra conciencia, debemos preguntarnos: ¿qué hicimos hoy por los derechos y la libertad de nuestra nación? Y ¿qué estamos dispuestos a hacer por ellos en adelante?
No debemos olvidar que Gernika ha sido sinónimo de la lucha y de la resistencia heroica de nuestro pueblo, el cual de ninguna manera estaba dispuesto a perder su libertad. En este sentido, como un homenaje a estos patriotas vascos, debemos poner fin a nuestra indiferencia y falta de compromiso con el país, que se resume en haber perdido esos gestos solidarios y de entrega que nuestros antepasados mostraron hace 73 años. En tal sentido, no nos puede resultar indiferente, y aceptar sin más, que nos gobiernen quienes pretender ir destruyendo las señas particulares de nuestra identidad cultural, quienes niegan nuestro derecho a decidir, quienes hoy defienden un Estatuto obsoleto, que antes criticaban, imponiendo a nuestro pueblo el día 25 de octubre como «fiesta nacional», cuando la fecha en cuestión es sinónimo de la pérdida de nuestras leyes viejas y nuestras instituciones nacionales.
Debemos ser consecuentes con nuestros símbolos como, por ejemplo, el roble de Gernika, y quizás este 73 aniversario del genocidio constituya una buena oportunidad para comenzar a tejer los mimbres necesarios entre la militancia abertzale, a partir de acordar un proyecto de unidad en la acción, colocando los intereses de Euskal Herria sobre toda intencionalidad política partidista, para que podamos comenzar a transitar un «sendero patriótico» que nos permita cristalizar los objetivos soberanistas de la nación vasca. Creo humildemente que es el mejor homenaje que podemos realizar a nuestros muertos en Gernika.