Distinguido Sr. R. Ares: recientemente he tenido noticia de su propuesta para que el día 10 de noviembre de cada año se celebre un denominado «Día de la memoria». La fecha se justificaría en que es una de las «pocas del calendario que no está marcada por la existencia de un atentado terrorista con víctimas inocentes asesinadas».
Con la venia, le voy a suponer en Babia o, al menos, manipulado por esos que le apuntan en la oreja lo que debe de decir. Esta vez se han equivocado de cabo a rabo y, usted, por extensión. Y, con la misma franqueza que se lo digo, que espero no le moleste, voy a ser pródigo en mis apreciaciones y, si me lo permite, incluso incisivo. Ya sabe que la lectura de los diarios se realiza en horario infantil, lo que nos obliga a guardar las formas y a ser caballerosos. Lo seré.
Antes de entrar en ello, en lo de los niños, porque según tengo entendido el día elegido tiene como destino, entre otras cosas, el acercar a los escolares la proximidad de diversas víctimas, vaya mi opinión sobre la paternidad de la idea. No debería haberla distribuido desde la Consejería de Interior. Quizás desde la de Presidencia, Educación o Justicia. Si lo hace desde Interior, con la imagen que tienen los funcionarios que dependen de su departamento, el fracaso está asegurado. Y no se moleste, pero los policías, aquí, en Nairobi o en Miami, incluso en Caracas, son sinónimos de sañudos y bárbaros, lo contrario que los que cultivan la memoria, poetas y nostálgicos de la vida.
Hecha esta adenda, me sorprende la fecha que ha elegido porque, en nuestra colectividad escolar, en un día como ése, precisamente de hace 50 años, se produjo un atropello mayúsculo contra los derechos de los estudiantes euskaldunes. Y como le supongo con ganas de instruirse, al igual que otros paisanos suyos también gallegos ilustres como Castelao, Valle Inclán o Cunqueiro, se lo cuento.
En esa fecha, precisamente, el inspector de Primera Enseñanza de Bizkaia (Pablo Sánchez Aspuru), cuyo nombre no le dirá demasiado, pero se lo presento porque me dicen que en Interior tienen unos archivos descomunales, irrumpió en el convento de los franciscanos de una catequesis de Iralabarri, ya que las maestras enseñaban historia sagrada en euskara. Una red impresionante de 45 niños era el objetivo de las maestras. Fue un escándalo: gritos, niños traumatizados, fantasmas lingüísticos y las maestras, junto al administrador de la catequesis, que acabaron en comisaría. Tecleé en Google el nombre completo del inspector y lo encontré con una página en alemán que describe el atropello con detalle. No se preocupe, el mismo buscador se lo traduce.
El inofensivo centro fue clausurado porque enseñaba el viaje de Moisés a Egipto y las diez plagas bíblicas en euskara. No se podía ser católico y vasco a la vez, por lo visto. Sí, en cambio, otras muchas cosas que tanto usted como yo conocemos perfectamente. Cincuenta años no son nada para la memoria del sapiens, esta especie colonizadora que, por colonizar, es enemiga de sus propios compañeros.
Por otro lado, y entrando en materia, me parece un tanto irrespetuosa su tajante afirmación de que el día 10 de noviembre es uno de los días libres del calendario, sin atentados terroristas. Me parece irrespetuosa porque no es verdad. Un día como ése de 1977 los llamados «incontrolados», eufemismo de mercenarios al servicio de causas anti-democráticas, se hicieron fuertes en la Parte Vieja donostiarra y camparon a sus anchas. En cualquier hemeroteca lo puede comprobar. El mismo día de 1983, un acongojado ciudadano sufrió las de dios en un control policial en Bera. La lista, que estará en alguna carpeta de su consejería, es realmente amplia.
Más injurioso aún es el hecho de que ese día, y según mis cuentas, han sido asesinadas al menos 15 personas en nuestro pequeño país y en los últimos tiempos, por motivos políticos. Nada que ver con guerras, conflictos bélicos mundiales, ni desastres naturales. Por tanto, eso de «no estar marcada por la existencia de un atentado terrorista con víctimas inocentes asesinadas» es, nuevamente, una falsedad supina.
Y me permito la licencia de citarle los nombres de los 15 asesinados. Más que nada para que los lectores lo sepan, porque el derecho a la información es el pilar del Estado de ídem y a veces tengo la impresión de que no tenemos acceso a todo lo que debiéramos. Nos ocultan la verdad. Ya sabe usted, distinguido señor, que la información garantiza la libertad de pensamiento y, gracias a ella, podemos procurar el control de la gestión pública.
Al grano. Un 10 de noviembre asesinaron de un tiro en la nuca a Pedro Arroniz, de Mendabia y a Eduardo España, de Bilbo, a los que habían llevado a Logroño. A Dimas Calvo, Santos Ruiz, Julián Irazola, Eusebio Sola Arabillet y los hermanos Eulogio e Hilario Sola Izal, todos ellos de Cárcar, los mataron en Peralta, sin testigos ni jueces que certificaran siquiera una fechoría. Limpieza ideológica.
Ese mismo día ejecutaron en Donostia al vecino Luis Irisarri y a José Lazcano, de Eskoriatza. En Bilbo, un año más tarde a los anteriores, a Francisco Abrahim Martín, José Azcunaga y Guillermo Minguito. Bastante tiempo después murieron, un 10 de noviembre, Bernardo Navarro, encarcelado en la capital vizcaina y en 1944, José Urrutia Anduaga, de Aretxabaleta, en el penal del monte Ezkaba. Por cierto, la información sobre este último había sido ocultada por los militares, dueños del penal de San Cristóbal, y su cuerpo enterrado en el monte, como un perro. Algún día lo desenterraremos.
Así pues, entienda, egregio señor, que mi ánimo está un tanto afligido ante tanta tergiversación. Las víctimas necesitan un espacio en nuestra vida, sin duda, y en ella lo hemos guardado durante generaciones. No somos desmemoriados, como algunos nos hacen creer, y tampoco nos gusta que se nos diga con tanta insistencia que el mundo empezó ayer y que el resto no tiene valor. ¡Claro que tiene valor!
Por eso, precisamente, permítame recordarle lo que ya sabe pero lo encaja debajo de la alfombra. Que durante decenas de años hemos sufrido persecución por nuestras ideas y que, como consecuencia de ese acoso, lloramos también a miles de muertos y decenas de miles de heridos, torturados, vejados. Como el resto de mortales. Víctimas doblemente, escondidas por la prepotencia y la memoria selectiva del poder, que usted ejerce ufanamente, imprimiendo un sesgo vergonzante.
Permítame asimismo, excelso señor, hacer memoria porque ella es, precisamente, la fuente de nuestra fuerza individual y colectiva, la de un pueblo al que me enorgullezco de pertenecer. Ya sé que el lehendakari que le nombró consejero de Interior habla de ciudadanía y no de pueblo, de lucha antiterrorista y no de tortura, de constitucionalismo y no de libertad, de defensa del Estado y no de derechos humanos. Ambigüedades y no evidencias.
Y gracias a la memoria, me permito sugerirle, con la sencillez de un humilde escribidor, otras fechas relacionadas con pasajes relevantes de nuestra historia, no con días artificiales que esconden tras el encabezamiento un reguero de sangre incómodo para el Departamento y la ideología que defiende. Porque, sobra recordarle, su puesto público le obliga a gobernar a todos, no sólo a sus amigos y aduladores.
Días como el del bombardeo de Gernika o de Durango, el de las matanzas de Gasteiz del 3 de marzo, el de la muerte por torturas a Arregi, Zabalza, Lasa o Zabala, el de los 50 presos vascos muertos en Alanís, el de los días que las plazas de toros de Iruñea o Bilbo, no hace tanto, sirvieron para encarcelar a centenares de paisanos, el día que las bombas militares mataron a unos niños en Jaizkibel, o las balas policiales a aquellos que protestaban por la polución en Erandio. O el día que el señor X abrió la espita del BVE o del GAL. Reunirían tantos días, señor, que la memoria nos quemaría.