El fundamento económico de la nación es el desarrollo del intercambio sobre la base de la economía capitalista. La existencia de relaciones económicas determinadas, la comunidad de territorio, de idioma y de cultura constituyen los rasgos característicos de la nación. Se puede afirmar, por consiguiente, que la nación, en el verdadero sentido de la palabra, es un producto directo de la sociedad capitalista. Las unidades políticas y territoriales de la antigüedad y de la edad media no eran más que naciones en germen. Los países que no han entrado todavía en el período de desarrollo capitalista no pueden ser considerados, propiamente, como naciones.
La burguesía tiende a constituirse en Estado nacional porque es la forma que mejor responde a sus intereses y que garantiza un mayor desarrollo del capitalismo. Los movimientos de emancipación nacional expresan esta tendencia, y en los Estados plurinacionales, en que el poder está ejercido por los grandes terratenientes, adquieren una amplitud y una virulencia particulares. En este sentido, se puede decir que no representan más que un aspecto de la lucha general contra las supervivencias feudales y por la democracia. La historia nos demuestra, en efecto, que la lucha nacional ha coincidido siempre con la lucha contra el feudalismo.
Cuando la creación de los grandes Estados ha correspondido al desarrollo capitalista, ha constituido un hecho progresivo. Alemania, para citar sólo uno de los casos más típicos, nos ofrece un ejemplo elocuente de ello. Cuando la formación de los grandes Estados precede al desenvolvimiento capitalista, la unidad resultante es una unidad regresiva, despótica, de tipo asiático, que contiene, en vez de favorecer, el desarrollo de las fuerzas productivas. Los ejemplos más característicos de este tipo de unidad los hallamos en los ex-imperios ruso y austrohúngaro y en España. Por ello, en estos países la lucha por la emancipación nacional ha adquirido caracteres tan agudos y una importancia tan enorme como factor revolucionario.