El mar­xis­mo y los movi­mien­tos nacionalistas

Marx y Engels se habían ocu­pa­do de la cues­tión sólo de un modo epi­só­di­co y acci­den­tal. Lenin nos ha lega­do, en cam­bio, una serie de tra­ba­jos teó­ri­cos que cons­ti­tu­yen una doc­tri­na bien tra­ta­da, y son una apli­ca­ción magis­tral del méto­do mar­xis­ta a las situa­cio­nes his­tó­ri­cas con­cre­tas. Resu­mi­re­mos sucin­ta­men­te la posi­ción clá­si­ca del bol­che­vis­mo, ela­bo­ra­da antes de la gue­rra y tra­du­ci­da en rea­li­za­ción prác­ti­ca des­pués de la revo­lu­ción de octubre.

Todo movi­mien­to nacio­nal tie­ne un con­te­ni­do demo­crá­ti­co que el pro­le­ta­ria­do ha de sos­te­ner sin reser­vas. Una cla­se que com­ba­te encar­ni­za­da­men­te todas las for­mas de opre­sión no pue­de mos­trar­se indi­fe­ren­te ante la opre­sión nacio­nal; no pue­de, con nin­gún pre­tex­to, des­en­ten­der­se del pro­ble­ma. La posi­ción pseu­do­in­ter­na­cio­na­lis­ta, que nie­ga el hecho nacio­nal y pre­co­ni­za la cons­ti­tu­ción de gran­des uni­da­des, sos­tie­ne prác­ti­ca­men­te la absor­ción de las peque­ñas nacio­nes por las gran­des, y, por lo tan­to, la opre­sión. El pro­le­ta­ria­do no pue­de tener más que una acti­tud: apo­yar el dere­cho indis­cu­ti­ble de los pue­blos a dis­po­ner libre­men­te de sus des­ti­nos y a cons­ti­tuir­se en Esta­do inde­pen­dien­te si ésta es su voluntad.

¡Nin­gún pri­vi­le­gio para nin­gu­na nación, nin­gún pri­vi­le­gio para nin­gún idio­ma! ¡Nin­gu­na opre­sión, nin­gu­na injus­ti­cia hacia la mino­ría nacio­nal! He aquí el pro­gra­ma de la demo­cra­cia obre­ra (Lenin).

Pero el reco­no­ci­mien­to del dere­cho indis­cu­ti­ble a la sepa­ra­ción no impli­ca, ni mucho menos, la pro­pa­gan­da en favor de la mis­ma en todas las cir­cuns­tan­cias, ni el con­si­de­rar­la inva­ria­ble­men­te corno un hecho pro­gre­si­vo. El reco­no­ci­mien­to de este dere­cho dis­mi­nu­ye los peli­gros de dis­gre­ga­ción y cimen­ta la soli­da­ri­dad indis­pen­sa­ble entre los tra­ba­ja­do­res de las dis­tin­tas nacio­nes que inte­gran el Esta­do. Al sos­te­ner este dere­cho, el pro­le­ta­ria­do no se iden­ti­fi­ca con la bur­gue­sía nacio­nal, que quie­re subor­di­nar los intere­ses de cla­se a los intere­ses nacio­na­les, ni con las cla­ses pri­vi­le­gia­das de la nación domi­nan­te, que quie­ren con­ver­tir a los obre­ros en cóm­pli­ces de la polí­ti­ca de opre­sión nacional.

La lucha por el dere­cho de los pue­blos a la inde­pen­den­cia no pre­su­po­ne, ni mucho menos, la dis­gre­ga­ción de los obre­ros de las dis­tin­tas nacio­nes que for­man el Esta­do, median­te la exis­ten­cia de orga­ni­za­cio­nes inde­pen­dien­tes. El bol­che­vis­mo ha sos­te­ni­do siem­pre la nece­si­dad pri­mor­dial de la unión de los tra­ba­ja­do­res de dichas nacio­nes para la lucha común por la demo­cra­cia y ha com­ba­ti­do acer­ba­men­te toda ten­den­cia con­du­cen­te a dar al par­ti­do del pro­le­ta­ria­do una estruc­tu­ra fede­ra­lis­ta. Y así, el Par­ti­do Bol­che­vi­que, que prac­ti­có una polí­ti­ca nacio­na­lis­ta con­se­cuen­te, fue siem­pre una orga­ni­za­ción esen­cial­men­te centralista.

Esta polí­ti­ca es la úni­ca sus­cep­ti­ble de garan­ti­zar el dere­cho abso­lu­to de las nacio­nes a deci­dir de su suer­te, de des­truir los cho­vi­nis­mos uni­ta­rio y nacio­na­lis­ta, de aca­bar con las riva­li­da­des entre los pue­blos, de sellar la unión del pro­le­ta­ria­do y de sen­tar las bases sóli­das en que han de cimen­tar­se las futu­ras con­fe­de­ra­cio­nes de pue­blos libres. El ejem­plo vivo de la Unión de Repú­bli­cas Socia­lis­tas Sovié­ti­cas es la demos­tra­ción prác­ti­ca más elo­cuen­te de la exce­len­cia de dicha polí­ti­ca. Pero este ejem­plo ha veni­do pre­ci­sa­men­te a evi­den­ciar que la cues­tión de las nacio­na­li­da­des, como todos los pro­ble­mas de la revo­lu­ción demo­cra­ti­co­bur­gue­sa, no pue­de ser resuel­ta más que por la revo­lu­ción social y la ins­tau­ra­ción de la dic­ta­du­ra del pro­le­ta­ria­do. Que no lo olvi­den las masas cam­pe­si­nas y semi­pro­le­ta­rias de las nacio­nes opri­mi­das que abri­gan toda­vía la espe­ran­za en una solu­ción radi­cal del pro­ble­ma en el mar­co de la demo­cra­cia burguesa.

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