Las con­tra­dic­cio­nes en el seno del pueblo

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En nuestra sociedad, como he dicho antes, es una cosa mala el que algunas personas provoquen desórdenes y no lo aprobamos. Sin embargo, el surgimiento de ellos puede promovernos a sacar lecciones, superar el burocratismo y educar a los cuadros y a las masas. En este sentido, una cosa mala puede convertirse en buena. Los desórdenes tienen un doble carácter. Toda clase de disturbios puede ser considerado desde este punto de vista.
Los acontecimientos de Hungría no fueron una cosa buena; eso está claro para todos. Pero también tienen un doble carácter. Gracias a que los camaradas húngaros adoptaron medidas acertadas durante los sucesos, éstos, de una cosa mala, se transformaron en buena. Hungría se ha consolidado más que antes; y todos los países del campo socialista han sacado de ello una lección.
La campaña anticomunista y antipopular desencadenada en el mundo durante la segunda mitad del año 1956 fue también, desde luego, un cosa mala. Pero educó a los Partidos Comunistas y a la clase obrera de diversos países, los templó, y de esta manera se transformó en una cosa buena. Durante esta campaña, en muchos países, abandonaron las filas de los Partidos Comunistas una parte de sus miembros. Esas renuncias reducen el número de miembros de esos Partidos, lo cual es, por supuesto, una cosa mala. Pero también hay en ello su lado bueno. Los elementos vacilantes no quisieron permanecer en las filas de esos Partidos y se retiraron de ellos, mientras que la mayoría de los afiliados, de convicción firme, se unieron más todavía para la lucha. ¿No es esto una cosa buena?
En pocas palabras, tenemos que aprender a examinar las cuestiones en todos sus aspectos, a ver no sólo el anverso de las cosas, sino también su reverso. En determinadas condiciones, una cosa mala puede conducir a buenos resultados, y una cosa buena, a resultados malos. Hace más de dos mil años, decía ya Lao Tsi: «En la desgracia vive la suerte, en la suerte se oculta la desgracia». Los japoneses calificaban de victoria su invasión de China. Los chinos estimaban como derrota la ocupación por el agresor de vastos territorios de China. Sin embargo, la derrota de China llevaba consigo el germen de la victoria, mientras que la victoria del Japón contenía el embrión de la derrota. ¿Acaso no lo ha confirmado la historia?
En todos los países se discute ahora si estallará o no una tercera guerra mundial. Frente a esta cuestión, también debemos estar espiritualmente preparados y examinarla de modo analítico. Estamos resueltamente por la paz y contra la guerra. No obstante, si los imperialistas insisten en desencadenar una guerra, no debemos sentir temor. Nuestra actitud ante este asunto es la misma que ante cualquier otro «desorden»; en primer lugar, estamos en contra; en segundo, no lo tememos. Después de la Primera Guerra Mundial apareció la Unión Soviética, con 200 millones de habitantes; después de la Segunda Guerra Mundial surgió el campo socialista, que abarca a 900 millones de seres. Puede afirmarse que si, a pesar de todo, los imperialistas desencadenan una tercera guerra mundial, como resultado de ésta, otros centenares de millones pasarán inevitablemente al lado del socialismo, y a los imperialistas no les quedará mucho espacio en el mundo; incluso es probable que se derrumbe por completo todo el sistema imperialista.
Bajo determinadas condiciones, los dos aspectos opuestos de una contradicción se convierten inevitablemente en sus respectivos contrarios, como resultado de la lucha entre ellos. En este caso, tienen importancia las condiciones. Sin las condiciones determinadas, ninguno de los dos aspectos que luchan entre sí puede transformarse en su contrario. En el mundo, el proletariado es el que más desea cambiar su posición, le sigue el semiproletariado, por cuanto el primero nada tiene, y el segundo, poco. La actual situación, en que los Estados Unidos manejan la mayoría de los votos de las Naciomes Unidas y controlan muchas partes del mundo, es sólo temporal. Llegará infaliblemente el día en que esta situación cambie. La posición de China como país pobre y privado de sus derechos en la arena internacional también cambiará: el país pobre se tornará rico, el país privado de sus derechos se convertirá en país que goza de ellos, es decir, una transformación de las cosas en sus contrarios. Las condiciones decisivas para ello son el sistema socialista y los esfuerzos mancomunados de todo un pueblo unido.

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