Che­che­nia: ani­ver­sa­rio olvi­da­do por Car­los Taibo

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En este oto­ño car­ga­do de cele­bra­cio­nes hay una que ha pasa­do inad­ver­ti­da: la del déci­mo ani­ver­sa­rio del ini­cio de la segun­da gue­rra ruso-che­che­na post­so­vié­ti­ca. Seme­jan­te des­liz bien pue­de acha­car­se a la con­di­ción de fon­do de un con­flic­to, el de Che­che­nia, que a los ojos de muchos es un ejem­plo de libro de una cate­go­ría, la de los con­flic­tos olvi­da­dos, que gene­ra, eso sí, la ilu­sión ópti­ca de que hay otros que no olvidamos.

Cuan­do lle­ga el momen­to de asu­mir un balan­ce de lo ocu­rri­do en los últi­mos años en Che­che­nia, antes que nada se impo­ne rese­ñar que las par­tes enfren­ta­das disien­ten a la hora de deter­mi­nar si la gue­rra ha ter­mi­na­do o, por el con­tra­rio, pro­si­gue. Mien­tras la pri­me­ra es la ver­sión ofi­cial rusa, la segun­da ver­sión se ve abra­za­da por una resis­ten­cia que sigue con­tro­lan­do zonas de la par­te más meri­dio­nal y más mon­ta­ño­sa del país. Las cosas como fue­ren, nadie duda que la posi­ción mili­tar rusa es hoy mucho más cómo­da que la que se regis­tró al ampa­ro de la gue­rra libra­da entre 1994 y 1996. El Ejér­ci­to ruso ha ope­ra­do, por aña­di­du­ra, en la más abso­lu­ta impu­ni­dad. Tén­ga­se pre­sen­te que en Che­che­nia no hay obser­va­do­res inter­na­cio­na­les ni perio­dis­tas que pue­dan rea­li­zar su tra­ba­jo. Tam­po­co hay, por cier­to, jue­ces ni fis­ca­les que se encar­guen de garan­ti­zar que algo que hue­la a Esta­do de Dere­cho se abra camino. Las secue­las de todo lo ante­rior son fácil­men­te per­cep­ti­bles en for­ma de muer­tes, des­apa­ri­cio­nes, tor­tu­ras, deten­cio­nes y extor­sio­nes, en un esce­na­rio en el que las can­ci­lle­rías occi­den­ta­les pre­fie­ren mirar hacia otro lado.

Des­de hace un tiem­po, y en otro terreno, el Krem­lin pro­cu­ra sacar ade­lan­te un pro­gra­ma de supues­ta nor­ma­li­za­ción en Che­che­nia, en esen­cia orien­ta­do a per­fi­lar un Gobierno local mani­fies­ta­men­te pro­rru­so. Aun­que las inyec­cio­nes finan­cie­ras y las ope­ra­cio­nes de ima­gen aco­me­ti­das han per­mi­ti­do apun­ta­lar mal que bien ese Gobierno, lo cier­to es que sus cre­den­cia­les demo­crá­ti­cas son nulas y per­ma­ne­cen vivas todas las dudas en lo que res­pec­ta al cacarea­do apo­yo popu­lar del que, según Mos­cú, disfrutaría.

Lo ante­rior al mar­gen, los diri­gen­tes rusos recha­zan pal­ma­ria­men­te cual­quier suer­te de nego­cia­ción polí­ti­ca con la gue­rri­lla sece­sio­nis­ta. No deja de ser lla­ma­ti­vo que en los diez últi­mos años las auto­ri­da­des de Mos­cú hayan pues­to más empe­ño en aca­bar con los sec­to­res más mode­ra­dos de la resis­ten­cia local –los que en su momen­to se vie­ron repre­sen­ta­dos por el ase­si­na­do pre­si­den­te Mas­já­dov– que en hacer lo pro­pio con los seg­men­tos más radi­ca­les y vio­len­tos de aque­lla. En cual­quier caso, la cerril nega­ti­va del Krem­lin a abrir el camino a algu­na fór­mu­la de nego­cia­ción polí­ti­ca para Che­che­nia tie­ne un fun­da­men­to prin­ci­pal: el con­flic­to que hoy nos intere­sa le ha veni­do como ani­llo al dedo a Vla­dí­mir Putin para con­so­li­dar su poder y asen­tar en para­le­lo auto­ri­ta­rias for­mas de con­trol y gobierno en Rusia.

Hay quien adu­ci­rá, car­ga­do de res­pe­ta­ble razón, que la resis­ten­cia che­che­na no la con­fi­gu­ran ange­li­tos. Es ver­dad. No con­vie­ne, sin embar­go, tirar en dema­sía del argu­men­to, no vaya a ser que des­em­bo­que en una con­clu­sión nada feliz: la de que Rusia, gene­ro­sa­men­te, ha lle­va­do la paz y la pros­pe­ri­dad a un pue­blo, el che­cheno, al que –agre­ga­mos noso­tros– esta­ría bien se per­mi­tie­se que se pro­nun­cia­ra, de una vez por todas, sobre su futuro.

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