Los mismos trucos de Wall Street que alimentaron las hipotecas subprimes han precipitado la crisis que sacude Grecia y socava la fortaleza del euro al haber permitido a gobiernos europeos ocultar su endeudamiento; lo afirmaba un equipo de reporteros del New York Times el pasado 14 febrero. Mientras, las gentes de izquierda centran su atención en combatir las consecuencias olvidando las causas, como es la contabilidad creativa o de escaparate, descontrolada, que practican los grandes bancos avalados por los contribuyentes. A principios de noviembre último, el banco de negocios Goldman Sachs ‑escuela de mandatarios de Washington- ofrecía sus servicios al recién estrenado gobierno griego, que acababa de revelar la falsificación de los informes hasta entonces presentados a Bruselas sobre el cumplimiento de las reglas de Maastricht para el Eurogrupo.
Esta vez el nuevo gobierno griego dijo que no; pero ocho años atrás los gobiernos negociaron con Goldman Sachs y JP Morgan la creación de “instrumentos financieros” para engañar a Bruselas, camuflando como operaciones de divisas lo que eran simples préstamos.
Según informaciones solventes, los griegos nunca cumplieron el limite del 60 del PIB para la deuda pública establecido para los países del euro; y para cumplir el tope del déficit presupuestario del 3 % hicieron trampas contables. La investigación que lleva a cabo el Senado estadounidense está revelando que el engaño fue mayor de lo que se suponía gracias a la colaboración “técnica” de los ingeniosos banqueros de Wall Street que mediante derivados y contabilidad creativa ayudaron a desplazar el endeudamiento hacia el futuro.
Esta colaboración, por supuesto, no fue gratuita sino que reportó pingües comisiones a Goldman Sachs, JP Morgan Chase y a otros grandes bancos; los mismos que, pasado el susto inicial de la crisis bancaria, han recuperado su protagonismo y bajo la expresión mediática de “los mercados” imponen políticas a los gobiernos europeos.
En este caso el mecanismo utilizado ha sido una modalidad de derivados de crédito, que siguen sin tener regulación alguna. Concretamente, se utilizaron permutas financieras de tipos de interés en diversas monedas (currency interest-rate swaps) para la emisión de deuda griega en dólares y yenes que se permutaba por deuda en euros durante un periodo, para luego en una fecha posterior se intercambiada de nuevo a las divisas originales. Unas operaciones que se contabilizaban como ventas cuando se trataba de préstamos bancarios encubiertos.
Desde luego la dependencia de los mercados financieros parece aceptada como procedimiento ordinario de obtención de recursos públicos mediante transacciones normales para la financiación de políticas gubernamentales. Aunque los gobiernos del euro consiguen fondos de los “inversores” de todo el mundo emitiendo bonos en dólares, yenes o francos suizos, los pagos de las facturas han de hacerse en euros. Y el dinero recaudado con esos bonos ha de convertirse más tarde en la divisa original.
En el caso griego, los bancos estadounidenses idearon un tipo especial de permuta con tipos ficticios de cambio. Grecia recibía una suma mucho mayor que el valor en el mercado del euro. Por ejemplo, con 10.000 millones de dólares o yenes gracias a Goldman Sachs se camuflaba un crédito adicional de hasta 1.000 millones para los griegos. Y ese crédito disfrazado de “swap de tipos de interés” no aparecía en las estadísticas. ¿Por qué?
Pues porque la idea vigente aún de no interferir en los mercados financieros hace que no se controlen esos productos ni que todo lo que sean derivados de crédito se tengan en cuenta para las estadísticas de Eurostat, la Oficina de estadísticas europeas. Y casi tres años después del estallido de la crisis, la comercialización de estos productos se realiza en mercados informales llamados OTC (out of the counter, sin pasar por la ventanilla), fuera de las bolsas oficiales, por lo cual no hay constancia oficial de esos acuerdos.
Y ahora hemos sabidos también que en años anteriores Italia también aplicó esos trucos u otros similares con la cooperación de la gran banca, así como importantes ayuntamientos italianos. De donde se deduce que una vez más que la tecnocracia de Bruselas goza de una confianza inmerecida.
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