[Traducido para La Haine por Pável Blanco Cabrera] En Europa se asiste con indiferencia al ascenso del fascismo y se lanzan calumnias contra los trabajadores griegos
La muerte de un delincuente cubano, enmascarado de preso político, después de prolongada huelga de hambre, y la entrada en huelga de hambre de otro cubano son hace semanas tema de editoriales y reportajes en los medios internacionales. El segundo, en libertad, exige, tal como hizo el primero, la liberación de todos los “presos políticos cubanos”.
Los dos ciudadanos que desafiaron al gobierno de La Habana con tan inédita reivindicación fueron inmediatamente elevados a héroes por la comunicación social. De Washington a Paris, de Londres a Ottawa. Simultáneamente, llueven sobre Cuba violentas críticas, acusando a su gobierno de dictadura inhumana y no respetuosa de los derechos humanos.
Los mismos órganos de comunicación social que participaron de esa campaña anti-cubana, de ámbito mundial, raramente dedican un mínimo de atención a los crímenes, esos sí, muy reales, diariamente practicados en Afganistán y en Iraq por las fuerzas de los EEUU y la OTAN que ocupan esos países. En lo que concierne a la tortura de prisioneros en Guantánamo y a los horrores del presidio de Abu Ghraib son temas hace mucho olvidados por los grandes periódicos y emisoras de televisión de Occidente.
El denominador común de la campaña anti-cubana es un anti-comunismo evidente. Todo sirve a los analistas y politólogos de servicio para deformar los hechos y lanzar calumnias a la isla, con aderezo de ataques a Fidel, Marx y Lenin. El objetivo de esta gritería reaccionaria es, al final, el mismo de las campañas que buscan criminalizar el comunismo, equiparándolo al fascismo.
En estos tiempos en que en la República Checa intentan prohibir al Partido Comunista, y en Riga la derecha desfila prestando homenaje a los letones que participaron en las SS de Hitler contra la Unión Soviética, la prensa “bien pensante”, que se presenta como democrática y anticomunista, mantiene un silencio prácticamente total sobre los crímenes del fascismo.
¿Si la Alemania de la Sra. Merkel es el motor de la Unión Europea, para que recordar lo que fue el III Reich desaparecido hace 65 años? Suprimir la Historia es imprescindible para su falsificación.
Mensajes y sueños de Hitler
El hallazgo por el ejército de los EEUU en los últimos días de la guerra de 485 toneladas de los archivos del Ministerio de Asuntos Extranjeros del III Reich, en castillos y cavernas de las montañas de Harz, permitió el conocimiento de documentación muy valiosa sobre la Historia contemporánea de Alemania. Otros archivos aún más importantes permanecieron sepultados hasta 1955 en un depósito del ejército norteamericano, en Virginia.
Fue después de cinco años de estudio de parte de esa documentación que el periodista William Shirer escribió su obra The Rise and Fall of the Third Reich, editada en 1960 en Nueva York, y cuya traducción brasileña en cuatro tomos fue publicada en 1963 por Civilização Brasileira, de Rio de Janeiro(1)
No conozco otro trabajo que, a partir de los archivos secretos alemanes, ilumine tan amplia y minuciosamente el ascenso y el desmoronamiento del nazismo y la personalidad de Hitler.
William Shirer que vivió en Alemania como corresponsal del Chicago Tribune de 1926 a 1941, fue un observador privilegiado de la Historia en ese periodo. Cuando su obra me llegó a las manos yo acababa de leer una traducción de Mein Kampf (Mi Lucha) de Adolph Hitler, definido por el Ministerio de Educación nazi como “la infalible estrella polar pedagógica”.
¿Cómo fue posible, me preguntaba, que haya llegado a canciller del Reich (llamado por el mariscal Hindenburg) un ex-cabo austriaco que durante once años impondría despóticamente su voluntad a un pueblo de vieja cultura, conduciendo a la humanidad a una hecatombe (más de 40 millones de muertos, de los cuales 20 millones soviéticos y 8 millones alemanes)?
Shirer, un liberal americano del cual me distancio ideológicamente, me ayudó a entender mejor a Hitler y la marcha al abismo de Alemania. Me empujó además a una relectura del Mein Kampf.
En su único libro – el más vendido en el país durante años – Hitler expone en un lenguaje primitivo, su concepción loca y megalómana del mundo y esboza el proyecto que lo llevaría al poder, la guerra y la destrucción de Alemania. En su opinión, “el Estado Tribal debe actuar de tal modo que todo gire en torno de la raza (…) providenciar para que solo a las personas sanas sea conferido el derecho de procrear”.
Tocaría a los arianos (los alemanes serian su rama más pura) dominar el mundo, auynque las decisiones serian tomadas por un solo hombre. Solamente él (Hitler), liderando al pueblo predestinado, “podría ejercer la autoridad y el derecho de mando”.
El Nuevo Orden
Lo que parecía una imposibilidad absoluta ocurrió. Y no es sorprendente que, al tomar el poder con la aprobación del Reichstag, Hitler haya comenzado a llevar a la práctica, el Nuevo Orden que idealizara. La destrucción de la cultura alemana y mundial, acumulada durante siglos, le surgió como una necesidad.
La hogueras de obras clásicas fueron realizadas en las plazas públicas con el aplauso de la juventud nazi y la indiferencia del nuevo Ejército, la Wehrmacht. Los libros de autores como Heine, Thomas Mann, Einstein, Freud, Proust, Gide, Zola, H.G. Wells fueron quemados frente a multitudes entusiasmadas. Dirigiéndose a los estudiantes, Goebbels, ministro de Propaganda, comentó: “Esas llamas no solo iluminan el final de una vieja era, sino que lanzan luces sobre la nueva”.
En las universidades los programas de nazificación incluyeron la enseñanza de aquello que llamaban “la física alemana, la matemática alemana”. En la revista Deutsche Mathematik un editorial proclamó que el rechazo a considerar a la matemática racialmente contenía “los gérmenes de la destrucción de la ciencia alemana”.
Para Hitler, los judíos y los eslavos, sobre todo los polacos y los rusos, eran una “escoria humana”. Para los primeros concibió la solución final, o sea, el exterminio. En cuanto a los eslavos, vio en ellos un género de esclavos de nuevo tipo.
El General Halder, que era entonces el jefe del Estado Mayor General de la Wehrmacht, registró en su diario, publicado después de la guerra, una conversación que mantuvo días después a la invasión de Polonia con el general Eduard Wagner, que habia discutido con Hitler el futuro de aquel país:
“Se debe impedir ‑informó Wagner‑, que la clase culta se establezca como clase dirigente. Se debe mantener un bajo nivel de vida. Esclavos baratos…” Heydrich, el lugarteniente de Himmler, comunicó al general Wagner que era preciso “limpiar la casa de los judíos, y de la clase culta, de la nobleza y del clero”.
Hanz Frank, nombrado gobernador del área del país no anexada al Reich, declaró al tomar posesión del cargo: “Los polacos deberán ser esclavos del Reich alemán”. Y, dirigiéndose a un periodista nazi, afirmó: “Si yo ordenase que fueran fijados carteles por cada siete polacos fusilados, no habría florestas suficientes en Polonia para la fabricación de esos carteles”.
En 1943 en Poznan, en Polonia, Himmler, en un discurso oficial, declaró a los jóvenes oficiales de las SS: “Si 10 000 mujeres rusas cayeran exhaustas al cavar fosos antitanques, me interesa solamente que esos fosos sean terminados para Alemania.”
El 2 de Octubre de 1940, Hitler, en un informe secreto, escribió: “Debe haber apenas un señor para los polacos, un alemán (…) Todos los representantes de la clase culta polaca, tienen, por tanto, que ser exterminados. Eso parece crueldad, más es la ley de la vida.”
Fue en la URSS que la barbarie nazi alcanzó el auge. El 16 de Julio de 1941, pocas semanas después de la invasión, Hitler, en su cuartel general, dirigiéndose a los mariscales del Reich, declaro: “Toda la Región del Báltico habrá de ser incorporada a Alemania. Todos los extranjeros habrán de ser evacuados de Crimea que será colonizada solamente por alemanes y se transformará en territorio del Reich (…) El Führer arrasará Leningrado y la entregará después a los finlandeses.”
Hablando con Ciano, yerno de Mussolini, Goering afirmó: “Este año morirán de hambre en Rusia entre veinte y treinta millones de personas”.
En Septiembre del 44 trabajaban para el Reich siete millones de extranjeros, sometidos a un régimen de esclavitud. En las deportaciones para trabajos forzados las mujeres eran separadas de los maridos y los hijos de los padres. Generales de la Wehrmacht colaboraban en el secuestro de niños que eran enviados a Alemania.
En un campo de Krup, en Renania, los franceses que lo ocuparon en 1945 encontraron trabajadores que dormían en canales, y antiguos hornos. Es útil recordar que las autoridades norteamericanas permitieron años después que la familia de Gustav Krup von Bohlen – juzgado como criminal de guerra en Núrenberg- recuperase su inmensa fortuna.
Los prisioneros de guerra soviéticos fueron tratados como animales. Dos millones murieron en el cautiverio alemán, de hambre, frio y de enfermedades. Según Rosenberg, el filosofo oficial del nazismo, “cuantos más prisioneros muriesen mejor para nosotros”.
Los Campos de Exterminio
En todos los países ocupados, la Wehrmacht, y sobre todo las SS, cometieron crímenes monstruosos, masacrando millones de personas. Son símbolos de la barbarie nazi dos aldeas, la checa Lídice, y la francesa Oradour sur Glane. En ambas los vecinos fueron abatidos como ganado.
No hay estadísticas sobre la dimensión de la masacre de civiles en los países ocupados, pero solamente en la unión Soviética el total de víctimas es evaluado en varios millones. Las nuevas generaciones casi desconocen la historia verdadera de los campos de exterminio, Vernichtunggslager, porque el tema es incomodo para las clases dominantes de los EEUU y de la Unión Europea que en sus campañas prefieren falsificar la historia de la URSS. Solamente en Polonia fueron instalados cinco –Auschwitz, Treblinka, Belsec, Sibibor y Chelmno –que adquirieron siniestra celebridad.
Visité Auschwitz en 1981 y, transcurridas casi tres décadas, guardo recuerdo inapagable de las horas de angustia que pasé en el campo del horror, hoy convertido en museo.
¿Cuántos fueron asesinados ahí? No hay estadísticas confiables porque los registros fueron destruidos cuando las vanguardias del Ejército Rojo se aproximaban. R. Höss, ex-comandante del campo, al deponer en Núrenberg, como criminal, evaluó en 3 millones el total de prisioneros allí muertos. Recuerdo que al regresar a Varsovia, en lento viaje nocturno, no conseguí intercambiar más de media docena de palabras con el traductor que me acompañaba.
Auschwitz es inimaginable. Semanas después, cuando escribí un artículo sobre aquella jornada en el templo de los horrores nazis sentí una dificultad enorme en encontrar palabras para expresar emociones e ideas. Porque Auschwitz, museo que ilumina facetas obscuras de la degradación humana, nos coloca frente a la casi imposibilidad de que palabras creadas por los humanos transmitan lo que se siente al descubrir lo que allí ocurrió.
Diariamente en las cámaras de gas eran asesinados 6000 prisioneros. El aspecto del lugar no es el que tenía en 1944. Antes, tejados con flores estaban encima de las cámaras. Una nausea casi me hizo vomitar cuando el guía, hablando con lentitud, informó que una orquesta de bellas jóvenes vestidas de blanco y azul recibía a los prisioneros a la entrada de las cámaras ejecutando fragmentos de operas vieneses y francesas.
Era al son de esas melodías que las victimas cruzaban la puerta en la convicción de que iban a tomar “una ducha”. Cerrada la puerta, sirvientes en turno abrían los respiraderos, invisibles en los tejados, y los cristales del Zyklon B (acido prusico), producido por empresas asociadas de la gigante industria química I B Farben, eran introducidos en la cámara y se transformaban en gas letal.
Cuando los verdugos SS, que observaban todo por vigías acristaladas, concluían que la matanza, rápida, terminaba, la puerta era abierta. Prisioneros –abatidos posteriormente- removían los cadáveres. En Auschwitz, al contrario de otros campos, los SS pretendían evitar “por motivos humanitarios” que los prisioneros supiesen que iban a ser gaseados.
Shirer cita la declaración de Reitlinger, un testimonio de la “operación limpieza”: “La primera tarea de ellos consistía en remover la sangre y los excrementos antes de separar y arrastrar con cuerdas y ganchos aquellos cuerpos unidos unos a los otros, preludio de la busqueda de oro y de la remoción de los dientes y cabellos, considerados materiales estratégicos por los alemanes. Después, el transporte, en elevador o vagón, hacia los hornos, el molino que los reducía a cenizas muy finas y el camión que las espolvoreaba en las aguas del Sola”.
Las cenizas, además, eran utilizadas como fertilizantes. El oro de los dientes era depositado en el Reichsbank, en una cuenta especial de las SS. La construcción de los hornos crematorios, según amplia documentación existente en los archivos del Reich, era atribuida por concurso a empresas que sabían a que fin ellos se destinaban.
Pero cuando el número de ejecuciones aumentó, las cámaras de gas y los hornos no podían sobrepasar la capacidad máxima para la que estaban programadas. Las SS recurrieron entonces, paralelamente, a fusilamientos masivos. Los cadáveres eran después lanzados en grandes fosas, allí quemados, y después, bulldozers cubrían todo con tierra.
Es insignificante el número de jóvenes que en los países de la Unión Europea y en los EEUU tienen una noción, aunque sea superficial, de lo que fueron los campos de exterminio del III Reich. Los programas de Historia en las escuelas, con pocas excepciones, son omisos al respecto. La supresión de la memoria en lo tocante a los crímenes del fascismo es la regla.
Los sobrevivientes de mí generación que visitaron Auschwitz, no pueden olvidar lo que allí vieron y oyeron evocar.
En las noches de insomnio vuelvo a caminar por las salas del museo de horrores. Imposible olvidar los espacios acristalados donde se acumulaban millares de zapatos de los niños que las SS gaseaban, y los cabellos de mujeres cortados minutos antes de ser introducidas en las cámaras de la muerte. Recuerdo entonces también, con nitidez, la macabra exposición de objetos y “productos” que algunos prisioneros eran allí obligados a fabricar, como la mantequilla confeccionada con gordura humana, pantallas de lámparas cuya materia fue la piel de personas exterminadas en el campo.
Imposible –repito- olvidar.
Conspiraciones
Es un hecho que en Alemania hubo desde la ascensión de Hitler al Poder gente que se opuso al nazismo. Pero en la práctica solo los comunistas lo combatieron frontalmente. El precio de esa resistencia fue además muy alto. Thalmann, el Secretario General del Partido Comunista , murió en un campo de concentración. En la burguesía el nivel de conspiración contra el régimen fue siempre bajo, lo que explica el desconocimiento por la Gestapo de las actividades de altas personalidades que, desde antes de Múnich, se reunían con el objetivo de de derrocar a Hitler para evitar la guerra.
Pero fue solamente después de Stalingrado que en las Fuerzas Armadas surgió una organización conspirativa que se proponía eliminar a Hitler. A ella se habían adherido mariscales y generales de la Wehrmacht y el propio jefe del estado mayor, el general Halder.
Muchos de esos oficiales habían durante años apoyado a Hitler sin restricciones. Cuando la derrota del Reich les apareció como inevitable, concluyeron que solamente eliminando a Hitler se impediría la total destrucción del país. Creían ingenuamente que podrían negociar una paz satisfactoria por lo menos con Gran Bretaña y los EEUU.
El atentado contra el Führer, el 20 de Julio de 1944, en el cuartel general de Rastenburg, en Prusia Oriental, fue preparado minuciosamente con mucha anticipación. Pero fracasó debido a un imprevisto, porque la valija que contenía la bomba fue desviada del lugar donde el coronel Stauffenberg la había colocado, cerca de Hitler.
Alemania entraría en agonía y el propio Cuartel General fue apresuradamente transferido a Berlín.
Pero la represión asumió proporciones gigantescas, sin precedentes en la breve historial del Reich. Alcanzó a tres mariscales ‑Witzleben, Kluge y Rommel– y al general Beck, ex-jefe del Estado Mayor. El primero fue colgado, los otros fueron obligados a suicidarse. Los llamados Tribunales del Pueblo condenaron a la horca o al fusilamiento, en juicios de farsa, a millares de militares y civiles implicados en la conspiración.
Según una fuente citada por William Shirer, la Gestapo detuvo a 7.000 personas y en la lista de condenados a muerte constan 4980 nombres, entre los cuales el del almirante Canaris, jefe de la Abwehr, y los de decenas de generales y oficiales superiores.
En opinión de los historiadores del Reich, la perturbación mental de Hitler, que se acentuará después de las últimas derrotas militares, se agravó mucho a partir del atentado de Julio.
Epilogo de la Tragedia
En las últimas semanas de la guerra, todos los jerarcas del Reich eran conscientes de que la guerra estaba perdida y terminaría con la toma de Berlín. Excepto Hitler. Enfermo, desesperado, se sumergió en un estado de histeria permanente, imaginando planes locos de victoria. Creía que las V1 y V2, las bombas voladoras, destruirían Londres (las rampas de lanzamiento ya habían sido destruidas por la Royal Air Force) y que los primeros aviones de combate de chorro barrerían de los cielos la aviación anglo-americana (la mayoría de esos cazas pioneros fueron destruidos en los bombardeos).
Hitler emitía las ordenes más demenciales, admitiendo inclusive que el cerco de Berlín terminaría con la llegada del ejército del general Steiner (ya en desintegración). Mas ya nadie, entonces, lo escuchaba. En los últimos días acusó de traición a Goering y a Himmler. El 30 de Abril se suicidó en el bunker de la cancillería.
¿Cómo fue posible –insisto- que tal hombre tomase el Poder en Alemania, instaurase en ella un régimen de terror y desencadenase la más mortífera guerra de la Historia?
¿Cómo es posible –planteo la cuestión – que gobernantes e intelectuales que se presentan como paladines de la libertad y de la democracia, se empeñen hoy en deformar y falsificar la Historia, esforzándose por apagar la memoria del fascismo del Reich, cuando hacen todo para satanizar al socialismo (y al comunismo) única alternativa a la barbarie del capitalismo en crisis?
¿Cómo es posible que los gobiernos y los grandes medios de Europa asistan con indiferencia al ascenso en Holanda, en Austria y en los países bálticos de organizaciones fascistas y lancen calumnias contra los trabajadores griegos que luchan en las calles en defensa de sus derechos?
¿Cómo es posible que decenas de millones de norteamericanos manifiesten aprecio por la política del gobierno neofascista de Colombia, acepten pasivamente el bloqueo a Cuba y expresen simpatía por la histérica campaña contra la Isla Socialista transformada, de repente, en el asunto del día?
V. N. de Gaia, 23 de Marzo de 2010. 1. Todas las citas de este articulo fueron extraídas del libro de William Shirer