La explotación colonial que el Reino Unido infligió a la India, a sus mercados, hacienda, materias primas y mano de obra sirvió de modelo para la guerra y conquista que Alemania intentó en Rusia [1].
La enemistad entre Churchill y Hitler tuvo tanto que ver con sus visiones imperiales comunes como con sus puntos de vista contradictorios de la política. Del mismo modo el pillaje colonial de Europa y EE.UU. realizado en el sudeste asiático y las ciudades costeras de China sirvió de modelo para la ofensiva colonizadora y explotadora de Japón en Manchuria, Corea y China continental.
En cada caso, el conflicto entre las potencias imperiales establecidas, pero estancadas, y las nuevas potencias imperiales dinámicas de desarrollo tardío condujo a guerras mundiales en las que sólo la intervención de otra potencia imperial en ascenso, Estados Unidos (junto a la proeza militar imprevista de la Unión Soviética), hizo posible la derrota de las anteriores potencias dominantes. EE.UU., establecida después de la guerra como la potencia imperial dominante, desplazó a las potencias europeas, subordinó a Alemania y Japón y se enfrentó al bloque sino-soviético [2].
Con la desaparición de la URSS y la transformación de China en un país capitalista dinámico, el escenario estaba preparado para un nuevo enfrentamiento entre el poder imperial establecido –EE.UU. y sus aliados europeos– y China, la potencia mundial emergente.
El imperio de EE.UU. cubre el mundo con cerca de 800 bases militares [3], alianzas militares multilaterales (OTAN) y bilaterales, y una posición dominante en las denominadas instituciones financieras internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) y los bancos transnacionales, firmas de inversión e industrias de Asia, América Latina, Europa y otros lugares.
China no ha desafiado ni copiado el modelo de EE.UU. de construir el imperio basándose en la capacidad militar. Y todavía menos el enfoque japonés o alemán de cuestionamiento de los imperios establecidos. Su dinámico crecimiento está impulsado por la competitividad económica, las relaciones de mercado guiadas por un estado de vocación desarrollista y la voluntad de pedir prestado, aprender, innovar y expandirse interna y externamente desplazando la supremacía estadounidense en los mercados regionales y nacionales de América Latina, Oriente Próximo y Asia, así como dentro de EE.UU. y la Unión Europea [4].
Las potencias imperiales establecidas
Las guerras mundiales y regionales, en la medida en que participaron las potencias dominantes (por mediación de los propios estados o a través de otros subordinados), fueron resultado de los esfuerzos de éstas por mantener posiciones privilegiadas en los mercados establecidos, el acceso a las materias primas y la explotación del trabajo a través de acuerdos bilaterales y multilaterales.
Con frecuencia, unos acuerdos territoriales vinculaban al país imperial con los estados y regiones dependientes, y excluían a los competidores potenciales. Las bases militares eran una imposición añadida sobre las zonas económicas imperiales controladas, mientras que redes de clientelismo político favorecían a los países imperiales.
Dado el privilegiado y temprano establecimiento de sus dominios imperiales, las potencias imperiales tradicionales presentaban a las nuevas potencias imperiales como agresores que amenazaban la paz, es decir, su posición hegemónica. Al igual que las primeras, las nuevas potencias seguían un mismo patrón de conquista militar de estados satélites coloniales y no coloniales antes en manos de los estados imperiales establecidos, seguida por su saqueo [5].
A falta de redes, sátrapas y clientes, las nuevas potencias se apoyaban en el poder militar, los movimientos separatistas y quintas columnas (movimientos locales leales a la naciente potencia imperial). Los nuevos poderes alegaban que su «legítima» aspiración a una parte del poder mundial se veía bloqueada por boicoteos económicos ilegales en su acceso a las materias primas, y por sistemas mercantiles de tipo colonial que les cerraban sus mercados potenciales.
La derrota de las nuevas potencias (Alemania y Japón) a manos de las anteriores potencias coloniales [6], con el apoyo esencial de la URSS y EE.UU., sentó las bases de un nuevo conglomerado imperial que competía y entraba en conflicto, sobre nuevas bases. La Unión Soviética creó un grupo de países satélites de carácter militar-ideológico limitado a Europa oriental en el que el centro imperial subvencionaba económicamente a sus clientes a cambio de su control político.
La potencia estadounidense sustituyó a las potencias coloniales europeas a través de una red mundial de tratados militares y de la penetración forzada en los antiguos estados coloniales mediante un sistema de dependencia neocolonial [7].
El colapso del imperio soviético y la implosión de la URSS abrió inmediatamente nuevas perspectivas en Washington en favor de un imperio unipolar sin competidores o rivales, una pax americana [8].
Esta visión, basada en un superficial análisis unidimensional de la supremacía imperial militar estadounidense ignoraba varias debilidades cruciales:
1.) la disminución relativa del poder económico de EE.UU. frente a la dura competencia de la UE, Japón, los países de reciente industrialización y, desde principios de los años noventa, de China;
2.) los frágiles cimientos del poder imperial estadounidense en el Tercer Mundo, basado en gobiernos satélites colaboradores altamente vulnerables, cuyas economías, objeto de pillaje, no eran sostenibles;
3.) la desindustrialización y la financiarización de la economía de EE.UU., que provoca una disminución del comercio de mercancías y una creciente dependencia de los ingresos por servicios financieros. El carácter especulativo casi total del sector financiero llevó a una gran volatilidad y al saqueo de bienes productivos como garantía de la deuda pendiente.
En otras palabras, la cara externa de un imperio unipolar oculta la podredumbre interna y la profunda contradicción entre la mayor expansión exterior y el creciente deterioro interno.
La rápida expansión militar de EE.UU. en sustitución del Pacto de Varsovia con la incorporación de los países de Europa del Este a la OTAN creó la imagen de un imperio dinámico incontenible. El saqueo y la transferencia de riqueza de Rusia, Europa Oriental y las ex repúblicas soviéticas dieron la apariencia de un dinámico imperio económico.
Este punto de vista plantea varios problemas, en la medida en que el saqueo fue un golpe de suerte que sólo sucede una vez. Éste enriqueció principalmente a gángsters oligarcas rusos y las empresas públicas privatizadas en su mayoría pasaron a manos de Alemania y otros países de la Unión Europea.
El imperio estadounidense cargó con el gasto de promover la caída de la URSS, sin por ello ser el primer beneficiario económico; sus ganancias fueron, en su mayor parte, militares, ideológicas y simbólicas.
Las fatídicas consecuencias a largo plazo de las victorias militares de EE.UU. posteriores a la caída de la URSS se produjeron durante las presidencias de Bush padre y Clinton, a principios y mediados de 1990. La invasión estadounidense de Iraq y el aplastamiento a fuego rápido de Yugoslavia dieron un enorme impulso a la construcción del imperio estadounidense basado en el poder militar.
Las rápidas victorias militares, la posterior colonización de facto de Iraq septentrional y el control de su comercio y presupuesto revitalizó la idea de que el dominio imperial a través de la colonización era un proyecto histórico viable. Del mismo modo, el establecimiento de la entidad de Kosovo (tras el bombardeo de Belgrado) y su conversión en una gran base militar de la OTAN reforzó la idea de que la expansión militar global era la ola del futuro [9].
En una consecuencia aún más desastrosa, la primacía militar sobre la economía dio lugar al ascenso de los ideólogos militaristas de la línea dura, profundamente embebidos de la metafísica militar israelí-sionista de interminables guerras coloniales [10]. Como resultado de ello antes del comienzo del nuevo milenio todos los elementos –político, militar e ideológico– estaban listos para el lanzamiento de una serie de guerras impulsadas por el militarismo y el sionismo, que contribuirían a minar aún más la economía de EE.UU., profundizar su déficit presupuestario y comercial y abrir el camino al surgimiento de nuevos imperios basados en unas economías dinámicas [11].
A diferencia de anteriores potencias imperialistas, China se ha basado desde el principio en el desarrollo de sus fuerzas productivas nacionales, sobre la base de los logros fundamentales de su revolución social. La revolución social ha creado un país unificado, libre de enclaves coloniales, y dotado de una fuerza de trabajo educada y sana, y una infraestructura y una industria básicas. Los nuevos dirigentes capitalistas dirigieron la economía hacia el exterior e invitaron al capital extranjero a aportar tecnología, mercados exteriores abiertos y capacidad de gestión capitalista, manteniendo el control sobre el sistema financiero y las industrias estratégicas.
Lo que es más importante, su agricultura semiprivatizada creó una fuerza de trabajo de millones de trabajadores de bajos salarios e intensa explotación en las plantas de montaje de la costa. Los nuevos gobernantes capitalistas eliminaron la red de seguridad social sanitaria y educativa básica y gratuita, obligando a utilizar el alto nivel de ahorro para cubrir gastos médicos y de enseñanza y aumentando los índices de inversión a niveles astronómicos.
Al menos inicialmente, China, en contraste con anteriores potencias imperiales, intensificó la explotación de su propia fuerza de trabajo y sus recursos, en lugar de participar en conquistas militares en el extranjero y practicar el saqueo de recursos y la explotación de trabajo forzado.
La expansión exterior de China estuvo impulsada por el mercado sobre la base de una triple alianza de capital estatal, extranjero y nacional, en que, con el tiempo, el papel de cada uno de los tres ha variado según las circunstancias políticas y económicas y el realineamiento de las fuerzas internas del capitalismo.
Desde el principio, se sacrificó el mercado interior en la búsqueda de mercados externos. El consumo masivo se pospuso en favor de las inversiones, beneficios y riquezas de las élites estatales y privadas. La rápida y masiva acumulación amplió las desigualdades y concentró el poder en la parte superior del nuevo sistema de clases híbrido de capitalistas y Estado [12].
En contraste con las potencias imperiales del pasado y de EE.UU. en la actualidad, China, como nueva potencia imperialista, subordinó los bancos a la financiación de la industria manufacturera, en particular los sectores de exportación. A diferencia de aquéllas, China renunció a un gran gasto militar de grandes bases en el extranjero, guerras coloniales y costosas ocupaciones militares.
En su lugar, sus productos penetraron los mercados, incluidos los de las grandes potencias. Ha sido una evolución sui generis basada en tomar prestadas la tecnología y la técnica de comercialización de las transnacionales imperiales, y luego darles la vuelta y utilizar las competencias adquiridas para elevar el ciclo productivo, de la planta de ensamblaje a la manufactura, luego al diseño y por fin a la creación de productos de alto valor añadido [13].
China aumentó sus exportaciones de mercancías mientras limitaba considerablemente la penetración de los servicios financieros, la nueva fuerza motriz de las potencias clásicas. El resultado, al cabo de un tiempo, fue un ascenso rápido en el déficit comercial de mercancías, no sólo con China, sino con casi 100 países de todo el mundo. La preeminencia de la élite imperial líder en finanzas y fuerza militar inhibió el desarrollo de mercancías de alto nivel tecnológico, capaces de penetrar en el mercado de las potencias emergentes y reducir así el déficit comercial.
En cambio, el retroceso en un sector manufacturero subdesarrollado y poco competitivo impidió competir con los productos chinos, de salarios más bajos, y condujo, junto con unos cuadros sindicales sobrerremunerados y nostálgicos, a denuncias de competencia desleal y de infravaloración de la moneda china.
Se pasa por alto el hecho de que el déficit de EE.UU. es resultado de la configuración económica nacional y de los desequilibrios entre las finanzas, los fabricantes y los productores. Un ejército de escritores de temas financieros, economistas, expertos, peritos y otros especialistas ideológicos vinculados al capital financiero dominante han proporcionado el barniz ideológico a la campaña ideológica contra China y su potencia imperial de raíz económica [14].
En el pasado, las potencias imperiales organizaron una determinada división del trabajo. En el modelo colonial, se dependía de las materias primas de las colonias y de los productos manufacturados importados terminados de la potencia colonial. En el primer periodo postcolonial, la división del trabajo consistía en la producción de bienes intensivos en mano de obra en los países de reciente independencia a cambio de bienes tecnológicamente más avanzados de las potencias tradicionales. Una tercera etapa en la división del trabajo fue propagada por los ideólogos del capital financiero, en la que las potencias imperialistas tradicionales exportarían servicios (financieros, tecnológicos, entretenimiento, etc.) a cambio de bienes manufacturados de mano de obra intensiva y más avanzados.
Las ideologías de la división del trabajo en su tercera fase suponen que los ingresos derivados de los ingresos invisibles repatriados del capital financiero “equilibrarían” las cuentas externas de la balanza de mercancías. El monopolio financiero de Wall Street y la City de Londres garantizaría unos ingresos suficientes para mantener un superávit de la balanza de pagos. Esta errónea suposición se basa en el modelo anterior colonial y postcolonial, en el que los países de producción agro-minera y los países manufactureros no controlaban su propia financiación, seguros y transportes de mercancías nacionales e internacionales.
Hoy no es así. Incapaz de dominar los mercados financieros de países de fuerte comercialización de mercancías, como China, el capital financiero especulativo ha intensificado su actividad especulativa interna e intraimperial. Lo cual ha conducido a una espiral de crecimiento de la economía ficticia, a su inevitable colapso y al crecimiento de la deuda externa y los déficit comerciales.
En cambio China expande su sector industrial equilibrando las importaciones de productos semiacabados para el montaje con la tecnología para configurar su producción de fabricación propia; y el capital vinculado a empresas de propiedad nacional con las ventas de productos terminados a EE.UU., la UE y el resto del mundo. A través de los bancos estatales, China controla el sector financiero, con lo que disminuye el flujo de salida de «ingresos invisibles» pagado a las potencias tradicionales.
��stas practican el gasto a gran escala, improductivo e ineficiente, (con miles de millones de dólares de exceso de coste) de los gastos militares y las guerras coloniales de alto costo sin “ventajas imperiales” [15].
En cambio una nueva potencia como China vierte cientos de miles de millones en la construcción de su economía interior, como trampolín para la conquista de los mercados exteriores. Las brutales guerras imperial-coloniales de las potencias tradicionales arrancan grandes sumas de los pueblos conquistados, pero a costa de la desacumulación de capital.
En cambio países como China explotan duramente a cientos de millones de trabajadores migrantes, en el proceso de acumulación de capital para la reproducción ampliada en los mercados nacionales e internacionales. A diferencia del pasado, son las potencias tradicionales las que recurren a la agresión militar para conservar los mercados, mientras que los nuevos países se expanden en el extranjero por medio de la competitividad del mercado.
La «enfermedad económica» de las potencias establecidas es su tendencia a excederse en su sector financiero y cambiar sus políticas de fomento de la industria y el comercio por las actividades especulativas y otras igualmente nefastas que se retroalimentan y autodestruyen. En cambio las nuevas potencias trasladan su capital bancario de la financiación de manufacturas nacionales a garantizar las materias primas exteriores para su industria.
Diferencias entre centros imperiales y diásporas
Hay diferencias importantes entre los países imperiales pasados y presentes y sus diferentes diásporas. En el pasado, los centros imperiales, en general, dictaban la política a sus dependencias de ultramar, de las que reclutaban mercenarios, soldados y voluntarios para sus guerras imperiales y obtenían altos rendimientos para sus inversiones y unas relaciones comerciales favorables.
En algunos casos, los asentamientos de colonos, a través de sus representantes en los parlamentos, influían en la política imperial, llegando a conseguir algún tipo de descentralización del poder. Además, en algunos casos los colonos repatriados recibieron el apoyo político del centro imperial y compensaciones financieras por las propiedades expropiadas. Sin embargo, el centro imperial siempre hizo caso omiso de la resistencia de sus colonos en el extranjero a la hora de configurar un pacto con las ex colonias que preservase los grandes intereses económicos y políticos del centro [16].
En cambio, el estado imperial de EE.UU. paga un tributo de miles de millones de dólares y se somete a las políticas de guerra dictadas por Israel –un país que aparenta ser su «dependencia»– como resultado de la penetración de la configuración del poder sionista en la formulación de políticas estratégicas. Tenemos la extraordinaria circunstancia de que la «diáspora» de un Estado extranjero (Israel) prevalece sobre los intereses económicos estratégicos (industria petrolera), y sobre los altos mandos militares y las agencias de inteligencia del centro imperial en el establecimiento de las políticas en Oriente Próximo [17].
A diferencia de cualquier potencia anterior, en EE.UU. todo el aparato de propaganda de los medios, la mayoría de los centros académicos, la mayoría de los think tanks, ricamente subvencionados, producen cada año miles de programas, publicaciones y documentos de política que reflejan una visión israelí-sionista de Oriente Próximo, y que censuran, elaboran listas negras y purgan a cualquier disidente, o lo obligan a retractarse sumisamente.
Las potencias imperiales emergentes, como China, no tienen este tipo de dependencia «hegemónica». En contraste con el desleal papel de la configuración de poder sionista, que sirve como un instrumento político-militar de Israel, la diáspora china es un aliado económico del Estado chino. Los chinos de ultramar proporcionan oportunidades de mercado a los grupos empresariales del continente y participan en empresas mixtas dentro y fuera de China, pero no definen la política exterior del Estado en que residen.
La diáspora china no actúa como una quinta columna en contra de los intereses nacionales de sus países de residencia, a diferencia de los sionistas estadounidenses, cuyas organizaciones de masas colaboran con toda su fuerza en el único objetivo de subordinar la política de EE.UU. para maximizar las políticas coloniales de Israel.
Las diferencias en las relaciones entre los centros imperiales pasados y presentes y sus diásporas externas e internas tienen enormes y diversas consecuencias en el contexto competitivo del poder global. Vamos a enumerarlos someramente:
Las potencias europeas sacrificaron las exigencias de sus diásporas coloniales de continuar con la forma racial-colonial del imperialismo, en favor de una transición negociada a la independencia, y del mantenimiento y ampliación de sus lucrativas inversiones a largo plazo, de sus vínculos comerciales y financieros y, en algunos casos, incluso de sus bases militares. Los colonos fueron sacrificados para promover un nuevo tipo de imperialismo.
En estos momentos China no está constreñida por unos colonos racistas, por lo que puede promover sus intereses económicos en cualquier parte del mundo, particularmente en las regiones y países y entre los pueblos amenazados por la quinta columna sionista “incrustada” en su potencia rival, EE.UU [18] .
China tiene colocados en Irán más de 24.000 millones de dólares en inversiones lucrativas, y es su principal comprador de petróleo; EE.UU. tiene cero inversiones y cero comercio. China ha desplazado a EE.UU. como principal importador de petróleo saudí y es el principal socio comercial de Siria, Sudán y otros países musulmanes donde las políticas sionistas de sanciones han minimizado o eliminado la actividad económica estadounidense [19].
Mientras las políticas chinas, movidas por sus intereses mercantiles nacionales, han sido la fuerza motriz para mejorar su situación económica en el mundo, EE.UU., trabado por las necesidades propias de una potencia colonial tributaria, es un claro perdedor económico. Igualmente significativo, mientras que la diáspora china está estrictamente interesada en ampliar los vínculos económicos, la diáspora israelí –la configuración de poder sionista– está rigurosamente conectada con la militarización de la política de EE.UU., participando en guerras prolongadas extraordinariamente costosas, y enemistándose con casi todos los principales países de población islámica con su retórica escandalosamente islamofóbica.
El giro hacia una política exterior militarizada y totalmente desequilibrada, promovida en nombre de Israel, ha trastornado por completo la relación entre la política militar de EE.UU. y sus intereses económicos ultramarinos. Paradójicamente, la quinta columna israelí ha contribuido poderosamente a facilitar la relegación de EE.UU. en beneficio de China en los principales mercados mundiales. El que había sido históricamente definido como un pueblo sin estado (formado por ciudadanos de estados seculares no judíos) y conocido principalmente por su capacidad empresarial, ha sido redefinido por sus principales líderes como el principal defensor de la doctrina de guerras ofensivas (guerras llamadas preventivas) vinculadas a Israel, el país más militarizado del mundo [20].
Como resultado de esta influencia, y en alianza con la extrema derecha, Washington ha abandonado importantes oportunidades económicas en favor del uso de la fuerza militar.
Reacción de los imperios ante la decadencia: pasado y presente
Al igual que EE.UU. hoy, en su decadencia los imperios del pasado adoptaron diversas estrategias para minimizar las pérdidas, unos con más éxito que otros. En general las políticas menos exitosas y más costosas fueron los intentos de hacer retroceder los movimientos antiimperialistas de masas e intentar restaurar la dominación colonial.
En un período de declive del poder económico mundial, las políticas coloniales restauracionistas siempre han fracasado. La estrategia no militar fue la menos costosa y la de mayor éxito, al menos a la hora de permitir una cierta apariencia de presencia imperial. El éxito se basó en las transiciones a la independencia negociadas, en la que la supremacía económica permitió continuar la hegemonía imperial en alianza con una burguesía colonial emergente.
Históricamente, las potencias imperiales decadentes recurrieron a cinco estrategias, o alguna combinación de ellas:
1) Intentar recuperar colonias o neocolonias mediante ofensivas militares. Después de la Segunda Guerra Mundial, Francia en Indochina y Argelia, o el Reino Unido en Kenia pagaron un alto precio económico y político al tratar de restaurar el régimen colonial, y, en última instancia, fracasaron.
2) Negociar un acuerdo neocolonial. El Reino Unido, gravemente debilitado por las pérdidas durante la Segunda Guerra Mundial, y frente a un movimiento de independencia de millones de personas, asumió que lo más razonable sería negociar y conceder la independencia a la India con el fin de mantener una apariencia de comercio imperial y vínculos de inversión, así como una influencia política indirecta por mediación de los funcionarios civiles y militares del país, de formación británica.
3) Ceder la posición de liderazgo a un poder imperial emergente superior. Al convertirse en socio menor, este planteamiento pretende al menos obtener una pequeña parte de los beneficios económicos y la influencia política. Ante el movimiento de resistencia griego, masivo y antifascista, liderado por los comunistas, el Reino Unido dio un paso atrás y desempeñó un papel secundario dejando que EE.UU. asumiera el papel de gendarme político y potencia dominante en una Grecia satélite. El Reino Unido mantiene una esfera de influencia reducida en los Balcanes y el Mediterráneo. Del mismo modo Bélgica intentó derribar al gobierno nacionalista del Congo, dirigido por el presidente Patrice Lumumba, para luego ceder el lugar de honor al régimen títere de Mobutu, respaldado por EE.UU.
4) Ceder el dominio político a gobernantes indígenas dispuestos a preservar los mecanismos económicos y financieros de la época colonial. La retirada del régimen colonial británico del Caribe disminuyó de hecho los gastos administrativos y policiales destinados a proteger y promover la privilegiada posición comercial y las inversiones en el período post colonial. La “preferencia imperial” fue defendida por medio de una red amiguista de “viejos camaradas” locales, educados y adoctrinados por El Reino Unido, y siempre impresionados por la pompa y el ceremonial de una sociedad elitista. Sin embargo, con el tiempo la dominación del mercado por medio de las “doctrinas de libre comercio” sustituyó a estas redes clientelares del pasado y abrió la puerta a la hegemonía de EE.UU.
El rápido colapso de un imperio competidor puede dar nueva vida a un imperio que experimenta un declive más lento y prolongado. El colapso repentino y total del sistema de países satélites comunistas y la desintegración de la URSS supusieron una oportunidad excepcional para EE.UU. de extender su imperio de bases militares y de reclutar a mercenarios para pelear sus guerras imperiales.
Las principales potencias europeas sintieron revivir sus momentos imperiales al apoderarse de los sectores industrial, de servicios, transportes, bienes raíces y finanzas de Europa oriental, los países bálticos y los Balcanes, en una sustitución del dominio ruso «directo» por la dominación del mercado y de la ideología.
Las experiencias recientes de cómo las clases dirigentes imperiales manejaron su decadencia son de interés en relación con las respuestas de los gobernantes imperiales estadounidenses.
Las respuestas de EE.UU. a la decadencia imperial: sacrificar el país para salvar el imperio
Washington ha dado al menos seis respuestas a su decadencia:
1) La respuesta a largo plazo y gran escala a su posición de decadencia dentro de la economía mundial y a su decreciente influencia política en varias regiones ha consistido en ampliar y reforzar su red de bases militares mundiales [21] . A partir de la década de 1990, convirtió a los antiguos países del Pacto de Varsovia –Polonia, Hungría, República Checa, etc.– en miembros de la OTAN, bajo el liderazgo de EE.UU. Más tarde, amplió su alcance militar con la incorporación de Ucrania y Georgia como miembros «asociados» de la OTAN. Y a esto siguió el establecimiento de bases militares en Kirguistán, Kosovo y otros pequeños estados de la ex república yugoslava. El nuevo milenio ha sido ya testigo de una serie de prolongadas guerras e invasiones militares, en Iraq y Afganistán, que culminaron en la construcción de enormes bases militares y el reclutamiento de ejércitos mercenarios y policía locales.
Además, la Casa Blanca consiguió siete bases militares en Colombia, amplió su presencia militar en Paraguay y Honduras, y firmó tratados militares bilaterales con Perú, Chile y Brasil, aun cuando EE.UU. fue expulsado de su base militar en Manta [22] (Ecuador). Mientras ampliaba su presencia militar global en Asia y América Latina, China tomó su lugar como principal socio comercial de Brasil, Argentina, Perú y Chile [23].
Mientras EE.UU. financiaba un enorme ejército mercenario en Iraq, China se convertía en el principal mercado de exportación del petróleo de Arabia Saudí. La expansión militar global estadounidense no se ha traducido en un aumento paralelo proporcional de su poder económico global; por el contrario, con la expansión de lo militar, la economía ha seguido decayendo.
2) La segunda respuesta de la Casa Blanca a su declive económico mundial ha sido una campaña muy activa y bien financiada de creación de regímenes satélites. La mayor parte de este esfuerzo consiste en financiar a élites locales, ONG, políticos de oposición maleables y ex patriotas residentes en Estados Unidos, y con conexiones en Washington y sus agencias de inteligencia. Las llamadas revoluciones de colores en Ucrania y Georgia; la rebelión de los tulipanes en Kirguistán; la desintegración étnica de Yugoslavia; la partición de facto de Iraq y el establecimiento de una república kurda; la promoción de los separatistas tibetanos y uigures en China, y de oligarcas en el oriente de Bolivia; y el refuerzo militar gradual de Taiwán pueden considerarse parte de este esfuerzo por extender el dominio político frente a la crisis económica mundial. Sin embargo, la construcción global de espacios clientelares ha sido un fracaso por dos razones. Por una parte, los gobiernos satélites han saqueado la economía y el erario público y han empobrecido a la población, lo que en algunos casos ha llevado a su derrocamiento por la fuerza o por las papeletas de votos [24].
En segundo lugar, los gobiernos satélites suponen un costo de préstamos y donaciones del Tesoro de EE.UU., en lugar de contribuir a las aspiraciones económicas globales de este país. La construcción de costosas clientelas y el apoyo a sátrapas locales socava la construcción del imperio económico. Mientras tanto las inversiones chinas en la industria y su demanda resultante de nuevos materiales y productos alimentarios han llevado a una mayor y más rentable presencia, incluso en estados satélites de EE.UU. Mientras los estados satélites estadounidenses surgen y desaparecen en rápida sucesión, la presencia china, de tipo económico, experimenta un crecimiento constante.
3) Bajo la dirección de una elite altamente militarizada, entre la que se cuentan influyentes políticos sionistas, Washington se ha empantanado en múltiples guerras de ocupación, a un costo de muchos billones de dólares, en Oriente Próximo y Asia Meridional, en la suposición errónea de que estas demostraciones de fuerza intimidarían a los países nacionalistas e independientes y reforzarían la presencia económica de EE.UU.
En cambio las guerras han disminuido la influencia de EE.UU. y han incrementado el nacionalismo local y el rechazo panislámico, a la luz del respaldo incondicional de Washington al colonialismo israelí. Más que cualquier otro movimiento destinado a reforzar el imperio, las guerras coloniales prolongadas han asignado erróneamente enormes recursos económicos a gastos militares no productivos. Estos recursos, en teoría, podrían haber revitalizado la presencia económica global de EE.UU., y han potenciado la posición competitiva global de China.
4) Las guerras coloniales de restauración del poder imperial fueron, como hemos señalado, una opción fallida de las potencias europeas al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Del mismo modo EE.UU., debilitado internamente por el saqueo perpetrado por Wall Street de la economía productiva, por las transferencias al extranjero de un gran volumen de capital y por la deslocalización de la producción –principalmente a China e India– está en peor situación para restaurar y sacar provecho de la construcción imperial.
La ironía es que hace medio siglo EE.UU. optó por el dominio del mercado frente al modelo colonial europeo de construcción imperial. Ahora es al revés: europeos y chinos persiguen la hegemonía por la via del mercado, mientras que EE.UU. adopta el modelo militar colonial en su construcción del imperio.
5) Las operaciones clandestinas, es decir, el fomento de los golpes de Estado, se ha convertido en un método preferente para revertir los regímenes nacionalistas populistas en América Latina, Irán, Líbano y otros lugares. En todos los casos, Washington no consiguió restaurar sus regímenes satélites, y en cambio provocó un efecto boomerang: los gobiernos afectados han radicalizado su política, han aumentado su apoyo y se han arraigado con más fuerza. Por ejemplo, un golpe de Estado con el apoyo estadounidense en Venezuela fracasó, el presidente Chávez fue repuesto, y luego procedió a nacionalizar las grandes transnacionales y a estimular la oposición de América Latina a los acuerdos de libre comercio y las bases militares [25]. Del mismo modo el respaldo de EE.UU. a la invasión israelí de Líbano y la efectiva defensa posterior de Hizbulá reforzó la presencia de este partido en el gobierno pro estadounidense de Hariri.
6) El apoyo incondicional de EE.UU. al Estado colonial militarista y racista de Israel como su principal aliado y acompañante en las guerras coloniales de Oriente Próximo, ha tenido, de hecho, el efecto contrario y ha conseguido alienar a 1.500 millones de ciudadanos islámicos, erosionando el apoyo de antiguos aliados (Turquía y Líbano) y fortaleciendo a los promotores de la política sionista de abrir un “tercer frente militar”: una guerra contra Irán, país que cuenta con dos millones de personas en sus fuerzas armadas.
Las estrategias para socavar, debilitar y excluir a China como potencia imperial emergente
Ante los primeros signos del potencial de China como competidor global, Washington promovió una estrategia económica liberal con la esperanza de crear una relación de dependencia. Posteriormente, cuando se vio que la liberalización no conducía a la dependencia, sino que más bien favorecía un crecimiento acelerado de China, Washington recurrió a políticas más punitivas.
Durante los años ochenta y noventa, Washington alentó a China a ejercer una política de puertas abiertas a las corporaciones transnacionales de EE.UU. y a proporcionar los incentivos fiscales que alentasen a éstas a «colonizar» sectores estratégicos de crecimiento de China. Washington promovió con éxito la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC), con la idea de que el libre comercio jugaría a favor de sus transnacionales en la captura de los mercados chinos.
La estrategia fracasó: China sujetó las transnacionales a su propia estrategia exportadora y se hizo con los mercados de EE.UU.; obligó a las transnacionales a integrarse en empresas mixtas, que aceleraron la transferencia de tecnología y propiciaron el aprendizaje industrial de China de desarrollo de su propia capacidad productiva.
El acuerdo de la OMC minó las barreras estadounidense al comercio y facilitó el flujo de capitales estadounidenses a los sectores productivos chinos, al tiempo que erosionaba la base productiva de EE.UU. y socavaba su competitividad. Con el tiempo las empresas chinas, estatales y privadas, superaron en parte su dependencia, y asumieron un mayor control de las empresas mixtas, a la vez que desarrollaban sus propios centros de innovación, marketing y finanzas [26].
La estrategia liberal de crear una relación de dependencia fracasó; fue China quien acumuló un superávit comercial y, posteriormente, asumió el papel de acreedor, a la vez que EE.UU. se convertía en un estado deudor.
La liberalización puede haber sido efectiva para EE.UU. en América Latina y África, en situaciones de Estados débiles dirigidos por gobernantes corruptos supervisores del saqueo de sus propios países (materias primas, privatizaciones y desnacionalizaciones ruinosas de las empresas estratégicas, salida masiva de beneficios). Pero en China, sus gobernantes amarraron las transnacionales a sus propios proyectos, garantizándose el control sobre el proceso dinámico de acumulación de capital.
Sacrificaron unos beneficios extraordinarios a corto plazo para conseguir el objetivo a largo plazo de ganar mercados, conseguir know-how y proceder a la ampliación y profundización de nuevas líneas productivas a través de «normas sobre contenidos» y transferencias de tecnología. La liberalización favoreció el auge de las exportaciones chinas de mercancías, mientras que la economía ganó en autonomía, con la mejora del ciclo del producto.
China ha mantenido las riendas del sector financiero, bloqueando la toma de control por parte de los sectores estadounidenses líderes en finanzas, medios de comunicación, bienes raíces y seguros [27]. Al limitar la penetración, la especulación y la volatilidad, China ha evitado las crisis periódicas que afectaron a EE.UU. en 1990 – 1991, 2000 – 2002 y 2008 – 2010.
La versión china de la puerta abierta no fue una repetición de la primera versión, que llevó a la dominación extranjera de los enclaves costeros. Más bien, las propias transnacionales extranjeras se convirtieron en islas de crecimiento vinculadas al fomento de la expansión exterior, controlada por el Estado chino.
En los primeros años del nuevo milenio, Washington se dio cuenta de que la estrategia liberal no había conseguido bloquear el ascenso de China a potencia mundial, y cada vez más se inclinó hacia una estrategia punitiva.
Las estrategias para socavar y debilitar a China como potencia mundial emergente
EE.UU. ha desarrollado una estrategia detallada, compleja y multifacética para socavar el ascenso de China al primer plano mundial. La estrategia implica medidas económicas, políticas y militares destinadas a debilitar el crecimiento dinámico de China y contener su expansión hacia el exterior.
Estrategias económicas
Washington, con el respaldo de la principal prensa financiera, y la mayoría de los economistas y “expertos”, fomenta la intervención en la política económica interna de China en busca de medidas destinadas a desarticular su modelo de crecimiento dinámico. La exigencia más generalizada es que China revalúe su moneda, a fin de erosionar su ventaja competitiva y debilitar sus dinámicas industrias exportadoras [28] .
En el pasado, entre 2000 y 2008, China revalorizó su moneda en un 20% y aun así duplicó su excedente de exportación con EE.UU [29]. Lo consiguió mediante aumentos de la productividad, reducción de las tasas de ganancia y mejora del control de calidad. Cabe decir también que el problema de los saldos comerciales negativos estadounidenses es crónico y mundial: EE.UU. tiene saldos negativos con más de 90 países, entre otros Japón y la UE [30].
La coalición anti China, encabezada por el complejo Washington-Wall Street, ha seguido presionando insistentemente a Pekín para que liberalice su sector financiero, a fin de facilitar la toma de control de los mercados financieros de China, basándose para ello en “infracciones comerciales y de inversión”.
La Casa Blanca considera que el poderoso sector financiero es el único medio efectivo para conseguir una situación dominante en la economía de China, mediante fusiones y adquisiciones. Esta campaña perdió fuerza frente a la crisis financiera de 2008 – 2010, inducida por la actividad especulativa de Wall Street. El sistema financiero chino apenas se vio afectado gracias a su estructura reguladora pública y a los obstáculos a la entrada de los bancos estadounidenses.
Washington ha impuesto medidas proteccionistas, contrarias a las directrices de la OMC, en forma de aranceles a las exportaciones chinas de acero y neumáticos, y el Congreso estadounidense ha amenazado con imponer un arancel general del 40% a todas las exportaciones chinas a EE.UU., lo que constituye una llamada a la guerra comercial.
Estados Unidos ha bloqueado varias grandes inversiones chinas y también algunas adquisiciones de compañías petroleras, empresas tecnológicas y otras. En cambio, China ha permitido que las transnacionales estadounidenses invirtieran decenas de miles de millones y que subcontrataran en los más diversos sectores de la economía china.
Como potencia mundial en ascenso, confía en que su dinámica economía vincule las transnacionales a su continuo crecimiento. Por contra EE.UU., ante una posición constantemente deteriorada, teme cualquier aceleración de las adquisiciones chinas, un temor nacido de la debilidad económica, que tipifica y disfraza con la retórica de que constituye una amenaza a su seguridad.
Washington alentó a los fondos de inversión soberanos y los inversores exteriores chinos a que se vincularan a las empresas estadounidenses dedicadas a actividades especulativas, con la esperanza de fortalecer las salidas de capitales hacia EE.UU. y crear una cultura de la especulación en China para debilitar la fuerza del capital productivo en la planificación estatal.
Washington ha aumentado sus amenazas de ejercer represalias económicas a fin de socavar y excluir el dinámico sector exportador de China, y lograr concesiones que comprometan la situación política interna de sus gobernantes, tan pronto adopten los dictados de Washington. Los líderes políticos chinos que permitan que Washington determine sus políticas económicas provocarán la oposición interna de las empresas y los trabajadores perjudicados por esas políticas. Una vez comprometidos y debilitados, y frente a una opinión pública nacional inflamada, los líderes chinos se enfrentarían a presiones internas y externas, amenazando la estabilidad del país.
Washington ha puesto en marcha una campaña concertada en los medios de comunicación internacionales, el FMI y la UE con el objetivo de debilitar el modelo industrial nacional chino, culpando a la potencia emergente de su propia decadencia. Desde las columnas principales de la prensa financiera “seria” hasta la prensa amarilla de gran circulación, desde los líderes políticos en el Congreso hasta los altos funcionarios ejecutivos, los líderes de industrias no competitivas y los burócratas sindicales de un movimiento obrero moribundo, se ha orquestado una campaña destinada a “plantar cara” a China ante una larga serie de delitos y pecados que van desde la competencia desleal, los bajos salarios y los subsidios estatales, hasta la mala calidad y poca seguridad de sus productos.
Académicos, economistas, expertos en inversiones y expertos incrustados de Estados Unidos y El Reino Unido alientan a sus homólogos chinos, así como a los inversores y los responsables políticos extranjeros a que propaguen políticas en consonancia con las exigencias de Washington de un cambio de política. El objetivo es facilitar una mayor penetración de EE.UU. y limitar la expansión dinámica de China en ultramar.
Día tras día, «expertos» y economistas estadounidenses descubren nuevas razones para anticipar una crisis inminente en China: la economía se está desacelerando o crece demasiado rápido; una burbuja en el sector inmobiliario está a punto de estallar [31]; los bancos están sobrecargados de deudas de dudosa recuperación, poniendo el sistema financiero en peligro de colapso; la inflación está creciendo fuera de control; las inversiones en el extranjero siguen los habituales patrones coloniales; la economía está desequilibrada, demasiado dependiente de las exportaciones y no del consumo interno; su competitividad exportadora es un factor clave de desequilibrio del comercio mundial; sus crecientes lazos económicos con otros países de Asia ponen en peligro su seguridad nacional, etc. Estos y otros numerosos artículos propagandísticos envasados y presentados como serios análisis de graves problemas económicos en el Financial Times, The Wall Street Journal y The New York Times están diseñados para responsabilizar a China de las debilidades y decadencia de la competitividad económica de EE.UU. en el mundo.
El objetivo es influir y presionar a funcionarios chinos potencialmente maleables o acomodaticios para que modifiquen sus políticas. Igualmente importante, estas críticas están diseñados para unificar las élites de los negocios, la banca, políticos y militares, y justificar acciones agresivas contra China. El problema básico con estos expertos diagnósticos es que han sido repetidamente refutados por la realidad del continuo crecimiento dinámico chino. La capacidad de este país de gestionar y regular los préstamos financieros para evitar burbujas financieras; la creciente acogida positiva por sus anfitriones africanos de nuevas inversiones, debido a unos préstamos relativamente generosos y unos proyectos de infraestructura que acompañan a las inversiones en sectores extractivos [32]. Más recientemente Washington ha presionado a India y Brasil para que se unan al coro contra China por sus desequilibrios comerciales, una alianza muy peligrosa.
Ofensiva política
Los imperios establecidos y en decadencia, como EE.UU. hoy, tienen un repertorio de recursos diseñado para desacreditar, seducir, aislar y contener las potencias mundiales emergentes, como China, y ponerlas a la defensiva.
Una de las estratagemas políticas clásicas de Washington son las campañas de propaganda de los derechos humanos, que destacan las violaciones que tienen lugar en China a la vez que ignoran sus propias reiteradas violaciones y disculpa las de sus aliados, como por ejemplo el Estado judío de Israel. Al desacreditar la política interna de China, el Departamento de Estado espera amplificar la autoridad moral de EE.UU., desviar la atención de sus propias violaciones de los derechos humanos, en todo el mundo y a gran escala, que acompañan a su construcción del imperio mundial y a la formación de una coalición anti China.
Si bien la propaganda de los derechos humanos sirve de vara para golpear y hacer retroceder el avance económico de China, Washington intenta también inducir la cooperación de este país para desacelerar su propia decadencia. Los diplomáticos estadounidenses destacan este enfoque, haciendo hincapié en “tratar a China como a un igual”, reconocerla como una “potencia mundial” que tiene que “compartir responsabilidades” [33].
Detrás de esta retórica diplomática hay un esfuerzo por forzar a China a seguir una política de colaboración y de aceptación de las estrategias estadounidenses como socio menor, a expensas de los propios intereses económicos de China. Por ejemplo, mientras que China ha invertido miles de millones en empresas mixtas con Irán y ha desarrollado una creciente y lucrativa relación de comercio, Washington le exige que apoye su política de sanciones para debilitar y degradar a Irán e incrementar el poder militar de EE.UU. en el Golfo [34].
En otras palabras, China debería renunciar a su expansión económica impulsada por el mercado para compartir la “responsabilidad” de ser la policía del mundo de la que EE.UU. es el jefe superior. Del mismo modo, si traducimos el significado de la exigencia de la Casa Blanca de que China “asuma la responsabilidad de reequilibrar la economía mundial”, éste se reduce a decir a Pekín que reduzca su dinámico crecimiento, a fin de permitir que EE.UU. obtenga ventajas comerciales que le permitan reducir –“reequilibrar”– su déficit comercial.
Alternando con positivos gestos simbólicos, como las referencias a EE.UU. y China como el G‑2, es decir, las dos potencias determinantes en el mundo, la Casa Blanca ha promovido un “frente unido” con la UE contra supuestas prácticas desleales de China, como su “proteccionismo”, “manipulación monetaria”, etc. [35].
En las reuniones internacionales como la reciente Cumbre sobre el Cambio Climático de Copenhague, la reunión de la OMC sobre la liberalización del comercio, o la reunión de la ONU sobre Irán, Washington trata de satanizar a China como el principal obstáculo para llegar a acuerdos globales, desviando la atención de hechos como el cumplimiento chino de normas superiores a EE.UU. [36] en materia de clima, su oposición al proteccionismo y la búsqueda de una solución negociada con Irán.
Con el tiempo esta ofensiva imperial destinada a desacelerar su decadencia ha provocado una respuesta cada vez más agresiva, a medida que China gana confianza en su capacidad de proyectar su poder. Estrategias para hacer frente a las potencias imperiales establecidas
La respuesta más formidable y efectiva que puede dar una potencia económica emergente ante los esfuerzos de los poderes establecidos por bloquear su avance es seguir creciendo a un ritmo que duplique o triplique el de su adversario en declive. Nada desafía tanto la propaganda lanzada por los expertos incrustados como por ejemplo el dato de que en 2010 China crecerá un 12%, seis veces el crecimiento previsto de EE.UU [37].
La política de China ante los ataques y amenazas estadounidenses fue reactiva y defensiva, en lugar de proactiva y ofensiva, sobre todo durante la primera década de su avance hacia el estatus de potencia mundial.
China afirmó que sus tipos de cambio son un asunto interno, pero accedió a las demandas de EE.UU. y revalorizó su moneda (2006−2008) en un 20%. Después China respondió señalando que todo el guirigay en torno a su moneda tenía poco que ver con el déficit comercial de EE.UU., que indica debilidades estructurales en la economía de este país: a saber, su bajo nivel de ahorro, la formación de capital y la pérdida de competitividad.
Inicialmente, China se limitó a protestar por los ataques de EE.UU. en materia de derechos humanos, ya sea negando las acusaciones o alegando que eran asuntos internos. En 2010, sin embargo, China pasó a la ofensiva con la publicación de su propio inventario documentado de las violaciones de derechos humanos en Estados Unidos [38] . Cuando Washington protestó por la violación de China de los derechos humanos de los tibetanos y separatistas uigures, China rechazó la interferencia de Washington en los asuntos internos de China y amenazó con tomar represalias, lo que condujo a Washington a abandonar su cruzada.
Pekín ha animado a las transnacionales estadounidenses a que inviertan en China y exporten su producción a EE.UU. Dado el crecimiento general de China, la penetración de estas empresas no potencia el poder de EE.UU. sino que ofrece a China un lobby en Washington contra las medidas proteccionistas.
China hace poco para restringir directamente la expansión imperial de EE.UU. –dado que Washington hace un buen trabajo de autodestrucción– sino que se centra en mejorar su propia estrategia económica basada en el aumento de sus inversiones en el extranjero, los préstamos de tecnología y la actualización de sus industrias de alta tecnología.
China, a pesar de la presión de Washington, se niega a unirse a su campaña de sanciones contra Irán y desarrolla sus vínculos inversionistas con Afganistán al tiempo que la ocupación militar cuesta miles de millones de dólares, y aleja de EE.UU. a la mayoría de los afganos, incluido su gobierno satélite [39]. China se niega a prestar apoyo a los militares de Obama, cuya estrategia está orientada a reforzar el imperio. Aunque asiste a cumbres y conferencias bilaterales, se niega a hacer concesiones que perjudiquen sus mercados exteriores, sin por ello enfrentarse directamente a la misión militar promovida por Obama.
Lo que resulta más sorprendente en Asia es que los países más dinámicos han ignorado las advertencias de Washington respecto a China acusándola de ser “una amenaza a la seguridad”, y han ampliado sus relaciones comerciales y económicas con su vecino. Con el paso del tiempo, Asia está reemplazando a EE.UU. como socio comercial cada vez más importante de Pekín. Más recientemente, en abril de 2010, India expresó su preocupación por los desequilibrios comerciales con China, e inició negociaciones para aumentar sus exportaciones.
En general, la estrategia imperial de EE.UU. para frenar su declive y bloquear el crecimiento de China como potencia mundial ha fracasado. Los responsables de las políticas de la Casa Blanca y los detractores financieros de Pekín han ignorado los formidables fundamentos de la construcción del imperio chino y su capacidad para rectificar los desequilibrios internos y sostener una expansión dinámica. Los pilares del poder global
Como la mayoría de las anteriores potencias mundiales, China ha buscado –en su caso con éxito y sin recurrir a la fuerza y la conquista– sentar las bases de un imperio económico sostenible. La estrategia incluye una compleja mezcla de elementos internos y externos:
1. inversiones extranjeras para garantizar los recursos estratégicos, especialmente energía, metales y alimentos [40];
2. alto nivel de inversión nacional en el desarrollo de la capacidad industrial, con la introducción de tecnologías avanzadas para mejorar el valor añadido y reducir la dependencia de las importaciones de piezas fabricadas; niveles altos y sostenidos de inversión necesarios para mantener la competitividad de las exportaciones;
3. gran impulso para mejorar la educación de la fuerza de trabajo y lograr la supremacía industrial, en particular ingenieros, científicos y gerentes industriales en lugar de especuladores en bolsa, bancos de inversión y abogados; sin embargo, los esfuerzos de China por modernizar su fuerza de trabajo no tendrán éxito a menos que reconozca e integre los 200 ó 300 millones de trabajadores migrantes, cuyos hijos están actualmente excluidos de la educación superior pública en las grandes metrópolis [41];
4. inversiones multimillonarias en infraestructuras: docenas de nuevos aeropuertos, ferrocarriles de alta velocidad y vías fluviales mejoradas que unan las regiones costeras con el interior, potenciando el crecimiento dinámico de la industria, con el resultado de una menor migración a los centros fabriles establecidos en la costa, que en algunos casos provoca escasez de mano de obra, lo que a su vez ha dado lugar a un aumento significativo de los niveles salariales y menores desequilibrios geográficos entre los antiguos polos de desarrollo y los nuevos;
5. a medida que la mano de obra cualificada comienza a sustituir la mano de obra no cualificada y que un crecimiento dinámico avanza la escala de producción hacia productos de mayor valor añadido, también lo hacen los niveles salariales y la conciencia social, lo que lleva a la presión por disminuir las abiertas desigualdades de clase;
6. como resultado de las presiones de clase por la base, con más de 100.000 protestas, huelgas y manifestaciones anuales, el Gobierno ha procedido lentamente a reducir las tensiones de clase, en parte, con inversiones en bienestar social y un mayor gasto social. China está pasando de comprar bonos del Tesoro de EE.UU. a invertir en subvenciones a la salud pública y la educación en las zonas rurales; al volver a prestar atención al desarrollo social, en lugar de confiar en un mercado que ha demostrado ser muy ineficiente, el Estado chino está mejorando la mano de obra rural con vistas a prepararla para procesos de producción modernos.
En resumen, los pilares del dinámico impulso de China como potencia mundial descansan en el reequilibrio de la economía, la modernización de su base productiva, la expansión de su mercado interno, la búsqueda de crecimiento con estabilidad social y el aumento máximo de su acceso a materiales estratégicos esenciales para la producción.
La versión china del reequilibrio económico: las nuevas contradicciones
El reequilibrio que está realizando China de su economía interna se acompaña de un cambio relativo en sus relaciones económicas con EE.UU. Teniendo en cuenta la postura abiertamente hostil adoptada por los líderes del Congreso, y el estancamiento del mercado estadounidense, China ha incrementado su comercio y sus inversiones en Asia por el alto crecimiento de la región y para disminuir su dependencia del mercado de EE.UU. y reducir el riesgo de enfrentar una restricción proteccionista [42].
China, que sigue siendo un acreedor de EE.UU., está desplazando el uso de sus excedentes comerciales hacia inversiones más productivas y lucrativas. No todas las nuevas iniciativas chinas en el extranjero han tenido éxito, y algunos de sus gestores de inversiones educados en las prácticas occidentales han perdido varios miles de millones de dólares en inversiones en Blackstone y otras firmas de inversión.
El dinámico reajuste de crecimiento de China basado en consolidar las bases para una nueva fase de expansión exterior se enfrenta a mayores peligros en el interior que fuera de sus fronteras. Dentro de China algunos cambios en la estructura de clases interna pueden poner en peligro la estabilidad del sistema, como ha sido el caso en otros imperios establecidos. El gran impulso expansivo en el extranjero ha creado un poderoso y nuevo segmento de nueva clase social dominante pública-privada, que ignora la necesidad de desarrollar el mercado interior, especialmente de invertir en desarrollo social.
En segundo lugar, toda la clase política y la élite gobernante, a la vez que afirma de boquilla la necesidad de mejorar la cualificación del trabajo, mediante la creación de una red de seguridad social en las zonas rurales y la extensión de los derechos sociales a la salud y la educación para los trabajadores migrantes, se niega a aumentar los impuestos a pagar por ello, ofrece resistencia a las políticas redistributivas y defiende sus privilegios familiares, creando las condiciones para mayores tensiones y conflictos.
Igualmente perjudicial para las bases de la futura expansión exterior de China es el surgimiento de una poderosa clase especuladora, especialmente en el sector inmobiliario, la banca y las élites políticas locales, que tiende a practicar la burbuja económica, poniendo en peligro el sistema financiero [43]. Mientras que el Gobierno, por medio de su control sobre la política monetaria y el sistema financiero, adopta políticas destinadas a desinflar la burbuja, no hace nada que pudiera afectar estructuralmente este sector de la clase dominante.
Por otra parte, la especulación en bienes raíces aumenta el costo de la vivienda, poniéndola más allá del alcance de la mayoría de los trabajadores, mientras que el precio del suelo, inflado, conduce al despojo arbitrario de los propietarios de viviendas por parte de funcionarios locales y regionales vinculados a los especuladores de bienes raíces, alimentando desórdenes populares y en algunos casos violentas protestas.
El crecimiento del poder de los importadores, los especuladores financieros y los multimillonarios de bienes raíces podría proporcionar una oportunidad para el sector más importante del imperialismo estadounidense: las clases dirigentes ligadas a las finanzas, los bienes raíces y los seguros. Hasta ahora, la inestabilidad y las crisis repetidas inducidas por estos sectores en 1990 – 1991, 2000 – 2002, y 2007 – 2010, han socavado su capacidad de penetrar en la economía china.
Dado el continuo crecimiento de China, especialmente evidente en la actualidad con un 9% en 2009 y un 12% previsto para 2010, mientras que EE.UU. chapotea alrededor de crecimiento cero, ¿quién tiene más que perder en caso de que Washington decida recurrir a la guerra comercial?
La confrontación externa o la reestructuración interna de EE.UU.
Estados Unidos tiene déficit comercial con al menos 91 países además de China, lo que demuestra que es un problema estructural de su economía. Cualquier medida punitiva para restringir las importaciones de China sólo incrementaría el déficit de Washington con otros exportadores de la competencia. Una disminución de las importaciones de China no produciría un aumento de los fabricantes estadounidenses debido a la situación de subcapitalización de éstos, directamente relacionada con la posición preeminente del capital financiero en la captación y asignación del ahorro.
Por otra parte, terceros países podrían reexportar los productos elaborados en China, colocando a EE.UU. en la poco envidiable posición de tener que elegir entre iniciar una guerra comercial generalizada o aceptar el hecho de que una economía financiera-comercial no es competitiva en la economía mundial actual.
La decisión de China de desviar de forma creciente su superávit comercial de la compra de bonos del Tesoro de EE.UU. hacia inversiones más productivas de desarrollo de su hinterland y de creación de empresas ultramarinas en los sectores de las materias primas y la energía obligará eventualmente al Tesoro estadounidense a elevar las tasas de interés para evitar la salida en gran escala de dólares.
El aumento de las tasas de interés puede beneficiar a los operadores de divisas, pero podría debilitar la recuperación o hundir al país de nuevo en una depresión. Nada debilita más un imperio global que tener que repatriar sus inversiones en el extranjero y limitar los préstamos en el extranjero para impulsar una economía nacional en decadencia.
La aplicación de políticas proteccionistas tendrá un gran impacto negativo en las transnacionales estadounidenses que operan en China, ya que la mayor parte de sus productos se exportan al mercado de Estados Unidos. El remedio sería tan malo como la enfermedad. Por otra parte, una guerra comercial podría extenderse y afectar negativamente a los grandes fabricantes de automóviles que producen para el mercado chino. General Motors y Ford obtienen altos beneficios en China, pero no en EE.UU., donde registran números rojos [44].
Una guerra comercial tendría en un primer momento un impacto negativo en China, hasta tanto el país aprovechase su potencial mercado interno de 400 millones de consumidores. Además, los responsables de las políticas chinas están diversificando rápidamente sus mercados hacia Asia, América Latina, África, Oriente Próximo, Rusia e incluso la UE.
El proteccionismo comercial puede crear unos cuantos empleos en determinados sectores manufactureros poco competitivos, pero puede costar muchos más en el sector comercial, como Wal-Mart, que depende de la venta de artículos de bajo precio a los consumidores de bajos ingresos.
La belicosa retórica comercial del Congreso estadounidense y las políticas agresivas adoptadas por la Casa Blanca son posturas peligrosas, destinadas a desviar la atención de las marcadas debilidades estructurales de los fundamentos del imperio. El sector financiero, tan firmemente implantado, y la metafísica militar, también dominante que dirige la política exterior han llevado al país cuesta abajo hacia crisis económicas crónicas, interminables guerras, profundización de las desigualdades de clase y raciales, y empeoramiento del nivel de vida.
En un orden mundial nuevo, multipolar y competitivo, Estados Unidos no puede seguir sus políticas anteriores de bloqueo del acceso de una nueva potencia imperial a los recursos estratégicos mediante el boicot colonial.
Ni siquiera en países bajo ocupación estadounidense, como Iraq y Afganistán, puede impedir que China firme lucrativos acuerdos de inversión y comercio. Y respecto a países de la esfera de influencia estadounidense, como Taiwán, Corea del Sur o Japón, la tasa de crecimiento del comercio y de inversión con China es muy superior a la de EE.UU. Salvo llevando a cabo un bloqueo militar unilateral, EE.UU. es incapaz de contener el ascenso de China como actor económico mundial, un poder imperial de reciente aparición.
La principal debilidad en China es interna, de divisiones y de explotación de clase, que la elite política actualmente en el poder, con profundos vínculos familiares y económicos, podría mejorar, pero que no puede eliminar [45]. Hasta ahora China ha sido capaz de proyectarse en el ámbito internacional a través de una forma de “imperialismo social”, con la distribución de una parte de la riqueza generada en el extranjero entre una creciente clase media urbana y los emergentes gestores, profesionales, especuladores de bienes raíces y cuadros regionales del partido.
Por su parte, las políticas militares de Estados Unidos han resultado altamente costosas y no han aportado beneficios económicos, antes bien han causado daños de largo alcance a la economía civil, tanto en su aspecto interno como externo. Iraq y Afganistán no compensan al tesoro imperial de manera comparable a lo obtenido por El Reino Unido en su saqueo de India, Sudáfrica y Rhodesia (Zimbabwe).
En un mundo cada vez más basado en las relaciones de mercado, las guerras de estilo colonial no tienen futuro económico. Grandes presupuestos militares y cientos de bases militares y alianzas militares con estados neocoloniales son el medio menos eficiente para competir con éxito en un mercado globalizado. Esa es la razón por la cual Estados Unidos es un imperio en decadencia y China es un imperio de reciente aparición de un nuevo tipo.
La transición de imperio a república
Frente a la demostrable decadencia económica de Estados Unidos, ¿puede la clase gobernante reconocer que su imperio no es sostenible, por no hablar de deseable? EE.UU. puede aumentar sus exportaciones a China y su participación en el comercio mundial, y equilibrar sus cuentas sólo si lleva a cabo profundos cambios políticos y económicos.
Solamente una revolución política y económica puede revertir la decadencia de EE.UU. La clave está en equilibrar su economía transformándola de una economía financiera en una economía industrial, pero cualquier cambio de este tipo requiere la lucha de clases contra el poder arraigado en Wall Street y Washington [46].
Lo que pasa por ser el sector privado fabricante actual de EE.UU. no muestra tendencia un cambio histórico. Hasta ahora los fabricantes se han convertido o ha sido adquiridos por las instituciones financieras, perdiendo con ello su carácter distintivo como sector productivo.
Aun suponiendo que haya un cambio político en favor de la reindustrialización, la industria estadounidense tendría que reducir sus beneficios, aumentar sus inversiones en I+D y mejorar enormemente la calidad de sus productos para ser competitiva en los mercados nacionales y extranjeros. Deberían asignarse sumas enormes, actualmente destinadas a las guerras, el marketing y la especulación, a servicios sociales como los planes nacionales de salud y la formación y el perfeccionamiento laboral industrial para aumentar la eficiencia y la competitividad en el mercado interno.
La transferencia de un billón de dólares de los gastos militares fruto de las guerras coloniales podría fácilmente financiar la reconversión de una economía civil que produjera bienes de calidad para el consumo local y la exportación, entre otros, mercancías y productos que redujeran las fuentes de energía y los productos químicos tóxicos que perjudican el medio ambiente.
Sustituir las bases militares por misiones comerciales podría aumentar los ingresos de EE.UU. y reducir sus pagos en el extranjero. Poner fin a los vínculos políticos y a los subsidios de miles de millones de dólares a estados militarizados como Israel, y levantar las sanciones en mercados económicos de primer orden como Irán disminuiría los desembolsos del Tesoro y mejoraría los flujos económicos y las oportunidades de sectores productivos en todo el mundo musulmán, poblado por 1.500 millones de personas.
Dirigir las inversiones hacia el creciente mercado, interno y externo, de la energía y la tecnología limpias crearía nuevos puestos de trabajo y reduciría el costo de la vida, al tiempo que mejoraría los niveles de vida. Una política fiscal fuertemente gravosa para los multimillonarios, en especial para toda la élite rectora de Wall Street, y un tope máximo para todos los ingresos superiores a un millón de dólares pueden financiar la seguridad social y el sistema integral de salud pública nacional, lo que reduciría los gastos que soportan la industria y el Estado. La transición de imperio a república requiere un profundo reajuste del poder social y una decidida reestructuración de la economía de EE.UU. Sólo entonces será capaz de competir económicamente con China en la economía mundial.
La transición de potencia imperialista militarista, corroída por una élite política corrupta en deuda con una élite económica especuladora y parasitaria, a república con una economía productiva equilibrada y competitiva exige decisivas transformaciones políticas y una profunda revolución ideológica. Para llevar a cabo esta revolución política y económica es necesaria una nueva configuración del Estado, que persiga la creación de inversiones públicas industrias competitivas, profundice el mercado nacional y amplíe los servicios sociales.
Para ampliar los mercados de ultramar, Washington debe poner fin a los boicots y la sumisión militar a Israel y a la quinta columna israelí incrustada en las principales instituciones políticas y financieras que controlan el poder legislativo [47].
Poner fin a la construcción del imperio de base militar abriría el flujo de financiación pública hacia las innovaciones tecnológicas de uso civil; levantar las restricciones a la venta de tecnología en el extranjero podría reducir aún más el déficit comercial y mejoraría la producción local a niveles competitivos.
El avance hace necesario un choque frontal con los ideólogos del capital financiero y el rechazo de sus esfuerzos por desviar la atención de su papel en la destrucción de América. En lugar de echar la culpa a China por lo que en realidad son desequilibrios estructurales de origen interno, es preciso enfrentar éstos antes de que nos conduzcan a nuevas guerras comerciales costosas y autodestructivas, si no a algo peor.
Los desequilibrios internos de China son profundos y penetrantes, y con el tiempo pueden debilitar los pilares de su expansión externa. En China, las desigualdades de clase, el desarrollo regional desigual, la riqueza privada y la corrupción pública, y el trato discriminatorio de los inmigrantes como ciudadanos de segunda categoría (un sistema de doble ciudadanía) se resolverá internamente a medida que las divisiones socioeconómicas se traduzcan en la lucha de clases. Los cambios fundamentales en el sistema de salud privatizado hacia un sistema nacional integral de salud pública son esenciales, pero estos cambios requieren un renacimiento de la lucha de clases contra el Estado y los intereses creados de particulares [48].
Conclusión
Al igual que en el pasado, una potencia imperial en decadencia que se halle frente a profundos desequilibrios internos, pérdida de competitividad en el comercio de mercancías y dependencia excesiva de las actividades financieras, recurrirá a la revancha política, las alianzas militares y las restricciones comerciales para frenar su desaparición [49].
La propaganda, que azuza las emociones chovinistas contra China y presenta a éste país como el nuevo chivo expiatorio, y la forja de alianzas militares para rodear a este país no tienen absolutamente ningún efecto, y no han impedido que todos sus vecinos ampliasen los lazos económicos con China. Por otra parte, no hay perspectivas de que esto cambie en un futuro próximo, y China va a seguir obteniendo tasas de crecimiento de dos dígitos.
El imperio estadounidense seguirá enfangado en el estancamiento crónico, las guerras sin fin y una creciente dependencia de la subversión política, la promoción de regímenes separatistas que, previsiblemente, acaban derrumbándose o siendo derrocados. A diferencia de otras potencias coloniales anteriores, EE.UU. no puede negar el acceso de China a las materias primas estratégicas, como hizo en su día con Japón. Vivimos en un mundo postcolonial en el que la gran mayoría de países comercian e invierten con quienquiera que pague el precio de mercado.
China, a diferencia de Japón, depende de una seguridad de los mercados conseguida por medio de la competitividad económica –el poder del mercado– no la conquista militar. Y también a diferencia de Japón cuenta con una multitud de trabajadores, por lo que no le es necesario conquistar y explotar el trabajo extranjero mediante colonización.
La construcción del imperio de China está en sintonía con los tiempos modernos, y viene impulsada por una élite libre de hacer frente al mundo en sus propios términos, a diferencia de unos EE.UU. plagados de especuladores financieros que se comen la economía y la erosionan causando estragos en los centros industriales y convirtiendo las casas abandonadas en estacionamientos de automóviles.
Mientras la actual élite imperial de EE.UU. se encuentra perpleja sopesando la forma en que puede contener el ascenso de China a potencia mundial, la masa de la clase obrera estadounidense no encuentra el modo de pasar de un imperio militar a una república productiva. La decadencia económica y las élites políticas y sociales establecidas han conseguido despolitizar el descontento; las crisis económicas sistémicas han sido convertidas por ellos en enfermedades privadas individuales.
A más largo plazo, algo se tiene que romper. El militarismo y el poder sionista desangrarán a Estados Unidos, y lo aislarán de tal modo que la necesidad inducirá una respuesta contundente. Cuanto más tiempo tome, más violento será el renacimiento de la república.
Los imperios no mueren en paz, y las élites económicas instaladas en su extraordinaria riqueza y poder no renuncian pacíficamente a sus posiciones privilegiadas. Sólo el tiempo dirá cuánto tiempo el pueblo de Estados Unidos es capaz de soportar la expropiación de sus viviendas, la servidumbre a sus empresarios, la colonización de la quinta columna y el imperio basado en el poder militar que llevan a la descomposición interna.
Notas:
[1] Ian Kershaw, Hitler: 1936 – 1945, vol.2, Londres 2008. Según el eminente estudioso Frederick Clairmont: “Para Hitler, India era el modelo de imperio colonial depredador, y afirmaba jubilosamente que la Unión Soviética sería su India.” “Operation Sea Lion: Looking Back”, carta a un colega de la Sorbona, abril 2010.
[2] Gabriel Kolko, Políticas de guerra, Grijalbo 1974
[3] Chalmers Johnson, Nemesis: The Last Days of the American Republic, Metropolitan Books 2007
[4] James Petras, The US and China: One Side is Losing, the Other is Winning y The US and China: Provoking the Creditor, Hugging the Holyman, en petras.lahaine.org
[5] Herbert Bix, Hirohito and the Making of Modern Japan, Harper-Collins 2000
[6] Edward Miller, Bankrupting the Enemy: The US Financial Siege of Japan before Pearl Harbor, US Naval Institute Press 2007
[7] James Petras y Morris Morley, “The Imperial State”, en James Petras et al. Class, State and Power in the Third World, Allenheld and Osmund 1981
[8] Defense Strategy for the 1990’s, publicado más tarde como Defense Planning Guidance, borrador 1992
[9] Diana Johnstone, Fools Crusade: Yugoslavia, NATO and Western Delusions, Monthly Review 2002
[10] Los manifiestos neoconservadores son emblemáticos de esta nueva élite de poder. Véase The Project for the New American Century, Information Clearance House, 2000
[11] En relación con los altos cargos estadounidenses que han promovido la guerra con Iraq véase James Petras, The Power of Israel in the United States, Clarity Press 2006
[12] La clase gobernante china ha producido varios centenares de multimillonarios y probablemente las peores desigualdades de Asia. Véase The Financial Times (FT) 30.3.2010
[13] La promoción y el crecimiento de nuevas industrias chinas de alto nivel tecnológico han conducido a controles más estrictos de las transnacionales tecnológicas extranjeras (FT 22.2.2010). China sustituye a EE.UU. como mayor fabricante de turbinas de viento y mayor productor de “carbón limpio” (FT 29.3.2010). Sobre el creciente control chino de su economía véase FT 8.4.2010.
[14] En casi cada número del Financial Times hay al menos un artículo en el que se responsabiliza a China de los “desequilibrios globales”. Véase FT 31.3.2010, 6.4.2010, etc.
[15] El presupuesto militar estadounidense se ha más que duplicado en los últimos diez años, alcanzándose la cifra de un billón de dólares, del que el 70% corresponde a los gastos de las actuales guerras y la preparación de otras nuevas, y el resto para el pago de pensiones y otros.
[16] En los casos de Kenia y Zimbabue (antes Rhodesia), la potencia imperial británica accedió a conceder la independencia ante la prolongada resistencia, a cambio de generosas compensaciones a los propietarios europeos por las propiedades perdidas.
[17] James Petras, The Power of Israel in the United States y Zionism, Militarism and the Decline of US Power, Clarity Press 2008
[18] Esto es especialmente el caso de las sanciones del gobierno estadounidense contra Irán, Siria y antes Iraq, promovidas por la configuración de poder sionista. China ha realizado recientemente, entre otras, una inversión de 5.000 millones de dólares en los yacimientos gasíferos iraníes, Global Research 8.3.2010
[19] En 2010, China y en menor medida India han sustituido a Estados Unidos como principales importadores de petróleo saudí, FT 22.2.2010.
[20] En un cálculo per cápita, Israel tiene las mayores fuerzas armadas, el mayor número de aviones de combate y de bombas nucleares del mundo. Con el respaldo de Estados Unidos ha invadido más países que el resto de países de Oriente Próximo juntos.
[21] Chalmers Johnson, The Sorrows of Empire, Owl Books 2005
[22] Desde 2000, Estados Unidos ha entregado 6.000 millones de dólares a Colombia como respaldo al ejército, la policía secreta y los escuadrones de la muerte, y tiene más de mil consejeros militares y mercenarios operando en Colombia. Los acuerdos militares con Brasil y el resto de América Latina tienen un carácter mucho menos intrusivo.
[23] El desplazamiento de EE.UU. como socio comercial dominante en América Latina, en beneficio de China, recibió una atención ínfima comparado con la que recibe la visita de cualquier dirigente israelí.
[24] Por ejemplo, el gobierno satélite de Kirguistán ha sido derrocado en 2010, el de Ucrania derrotado electoralmente en 2009, y el de Georgia se enfrenta a una oposición popular masiva a raíz de su desastrosa aventura militar.
[25] James Petras, US-Venezuela Relations: Imperialism and Revolution, petras.lahaine.org 5.1.2010
[26] Véase “China Mobile Group axes Google”, Financial Times, 25.3.2010 y 22.2.2010
[27] Congressional Research Services, “China’s Holdings of US Securities: Implications for the US Economy”, 30.7.2009
[28] Véase el informe sobre las acusaciones del Congreso de EE.UU. a China de manipulación monetaria, Financial Times, 6.4.2010
[29] Yang Yao, “Renmibi Adjusted will not Cure Trade Imbalances”, FT 12.2.2010
[30] Stephan Roach, “Blaming China will not Solve America’s Problems”, FT 30.3.2010
[31] Véase FT del 22.2.2010, sobre los temores a una burbuja. Dos meses más tarde, China había “deshinchado” la burbuja, al forzar a los bancos a reducir sus préstamos en un 43% en el primer trimestre, Al Jazira, 15.4.2010
[32] En contra de las acusaciones de descuidar su mercado interior, éste creció en un 15% el pasado año. Las importaciones chinas están creciendo a un ritmo mayor que sus exportaciones. Véase Jim O’Neill “Tough Talk on China Ignore Economic Reality”, FT, 1.4.2010
[33] Financial Times, 12.4.2010
[34] “Obama to press Hu on Teheran Sanctions”, FT 13.4.2010
[35] En una reunión del G20, EE.UU. hizo circular una carta de condena a China, pero sólo cinco países la firmaron. “G20 attack China on exchange rate”, FT 31.3.2010
[36] China marcha en primer lugar, destacado, en energías limpias. Sus inversiones sobrepasaron las de EE.UU. en 2009, y es el primer inversor en tecnologías de energías renovables, con un incremento de la capacidad instalada del 79% en 5 años. BBC News, 26.3.2010
[37] Financial Times, 12.4.2010. Proyección de crecimiento basada en el primer trimestre de 2010.
[38] Al Jazira, 12.3.2010
[39] Cf. China Daily, 24.3.2010 sobre los diferentes enfoques relativos a Afganistán.
[40] La dinámica política china para asegurarse el suministro de materias primas queda ilustrada por sus masivas inversiones en minas de hierro en Rusia y África, FT 13.4.2010
[41] Al Jazira, 5.3.2010
[42] El comercio entre China y EE.UU. representa hoy únicamente el 12% del comercio total chino. FT, 30.3.2010
[43] “Shangai plans to equal New York as a global financial centre by 2020”, FT 24⁄25.4.2010
[44] Financial Times, 13.4.2010
[45] “China vows to tackle the social divide”, Al Jazira 5.3.2010
[46] En relación con una recomendación similar de “reequilibrar” el peso en la economía británica del sector financiero y el sector I ndustrial, véase Ken Coults y Robert Rowthorne «UK: Either a Large Trade Surplus or Grim Prospects for Profits and the Fiscal Deficit», citado en FT 14.4.2010
[47] Tras una votación que arrojó 300 votos a favor y 10 en contra, el Congreso firmó una carta elaborada por el lobby israelí AIPAC de respaldo a Israel y exigencia a Obama de que se retracte de sus “presiones” sobre Israel para que deje de apropiarse de tierras palestinas. Véase FT 24⁄25.4.2010
[48] Waikeung Tam, “Privatizing Health Care in China: Problems and Reforms”, Journal of Contemporary Asia, vol. 40(1), feb. 2010, p. 63 – 81
[49] “US tightens missile-shield encirclement of China and Russia”, Global Research, 4.3.2010
James Petras
James Petras es profesor emérito de sociología en la universidad de Binghamton (New York). Intelectual emblemático de la izquierda estadounidense, es autor de numerosas obras