La gen­te que nos mue­re – Anto­nio Álva­rez Solís

Sr. Bono, hacia la Espa­ña pro­fun­da, por ejem­plo, res­pec­to a La Man­cha que tan­to le dolía a Don Qui­jo­te, alber­go una pro­fun­da apren­sión. Creo que esa Espa­ña cir­cu­la por unos angos­tos veri­cue­tos inte­lec­tua­les. El pro­ble­ma no es que carez­ca de pen­sa­mien­to ‑oh, no- sino que ese pen­sa­mien­to sea pedre­go­so y de caña­da. En suma, tra­to de decir de la mejor for­ma posi­ble, a fin de que no me envíen la San­ta Her­man­dad, que Espa­ña tie­ne un solo hemis­fe­rio cere­bral y que, por tan­to, está inca­pa­ci­ta­da para aco­mo­dar ideas diver­sas para ela­bo­rar con ellas sín­te­sis enri­que­ce­do­ras. Que esto resul­te así no sé si es pro­pio de la gené­ti­ca, eso que lla­man aho­ra el ADN, o de los diri­gen­tes que la han atrai­lla­do duran­te siglos para man­te­ner­la en una sim­pli­ci­dad tan sin­gu­lar como peligrosa.

Espa­ña muer­de. Pen­sa­ba en ello, Sr. Bono, ante sus últi­mas decla­ra­cio­nes acer­ca de lo que hace el Gobierno del Sr. Zapa­te­ro para tapo­nar las infi­ni­tas vías de agua que sigue pro­du­cien­do con su impe­ri­cia y que tie­nen en nau­fra­gio el herrum­bro­so Esta­do que pilo­ta. En para­le­lo a esta son­ro­jan­te situa­ción y en un pro­gra­ma que se deno­mi­na «La lupa» ‑títu­lo que habla ya cla­ro de la agu­da vis­ta de quien lo diri­ge- usted ha dicho, si las repro­duc­cio­nes de que dis­pon­go son exac­tas, que «es hora de que gane Espa­ña, aun­que per­da­mos las elec­cio­nes». Y ha aña­di­do, muy pues­to en cas­te­llano, que «así de claro».

V e? Ahí, en esa fra­se serra­na, hay esa exce­si­va y siem­pre temi­ble cla­ri­dad espa­ño­la que hie­re al ojo del buho ajeno. ¿Por qué dice usted «que es hora de que gane Espa­ña»? ¿Qué esta­ba pasan­do a Espa­ña para que aho­ra «gane» y pro­duz­ca en usted esa exul­ta­ción de triun­fo en la barri­ca­da? ¿A quién tenía que ganar Espa­ña o por quién era derro­ta­da? ¿Por los socia­lis­tas en sus varia­dos momen­tos o por los «popu­la­res» en los suyos? Yo estoy de acuer­do en lo que usted pre­su­po­ne: que a Espa­ña siem­pre le pasa una derro­ta per­ma­nen­te. Y eso tam­bién es «pasar» si acep­ta­mos el diag­nós­ti­co de don José Orte­ga y Gas­set, que decía esta esplén­di­da cosa: «Lo que nos pasa es que no sabe­mos lo que nos pasa».

Espa­ña ha esta­do siem­pre inmó­vil des­de que se fue­ron los ára­bes y se lle­va­ron con­si­go el arte del dis­cur­so. Cuan­do lle­gó a Tari­fa Espa­ña no supo a qué había ido has­ta allí, si no fue­ra a poner muy alto el pen­dón de la rei­na cató­li­ca. Sola­men­te que­da­ron acti­vos los rebor­des cata­lán y vas­co, es decir, lo que no es espa­ñol. Lo demás sigue cons­ti­tui­do por aris­tó­cra­tas de Deu­da públi­ca, gene­ra­les a caba­llo, jue­ces enso­ber­be­ci­dos y igna­ros, bene­fi­cia­dos ban­que­ros de cose­cha bue­na o de cose­cha mala, guar­dia civil con la terra­te­nen­cia en el tri­cor­nio y curas de misa anual por el difun­to. La estam­pa qui­zá parez­ca de vie­jo calen­da­rio cho­co­la­te­ro, pero el resul­ta­do, rebo­za­do de moder­nis­mo de catá­lo­go, sigue sien­do barro­co. Espa­ña es una tris­te­za cabreada.

Pero vaya­mos a lo suyo de hoy, ya que lo dicho ut supra le es apli­ca­ble den­tro del cua­dro coral de Espa­ña, pero hay que con­cre­tar. Usted ha dicho que «a veces hay que jugar­se la vida por Espa­ña». Qué manía tie­nen uste­des, los diri­gen­tes de la sola­na, de aco­sar­nos a los pobres con la retó­ri­ca béli­ca y soplar el tara­rí cada vez que se les aca­ba el vino. Usted sabe que no se jue­ga gran cosa, ya que está exce­len­te­men­te aco­mo­da­do si aten­de­mos a su decla­ra­ción de bie­nes, que mejor es que no la hubie­ra hecho por­que un socia­lis­ta pobla­do de amor socia­lis­ta tie­ne, creo yo, la obli­ga­ción ‑por dar ejem­plo moral- de morir como Pablo Igle­sias, que dejó cua­ren­ta duros en la mesi­lla de noche. ¿Quién ha de jugar­se la vida, pues? Sos­pe­cho que el ove­je­ro que des­pa­cha su sopa de ajo en el mesón de la tra­ta. Y val­ga tam­bién la ima­gen clá­si­ca, que aún está ado­ba­da en el alma de la Espa­ña pro­fun­da. Yo creo que lo acer­ta­do no es morir por Espa­ña ni morir por nada. Lo ideal es vivir en una socie­dad en que cuan­do alguien toca el tim­bre de la casa al ama­ne­cer sea el leche­ro ‑como decía su admi­ra­do Wis­ton Chur­chill- y no los coman­dos del Sr. Rubal­ca­ba, que derro­tan todos los días a la Espa­ña soña­da en liber­tad y pru­den­cia. Por tan­to, recha­zo tam­bién de plano ese heroís­mo suyo que sos­tie­ne, des­de los torreo­nes del Alca­zar de Tole­do, que hay cier­tas oca­sio­nes «en que los paí­ses nece­si­tan que sus gober­nan­tes se jue­guen el todo por la nada». Vea usted, Sr. Bono, cómo le gus­ta dar­le a la car­pe­to­ve­tó­ni­ca meta­fí­si­ca tole­da­na en esa men­ción de la «nada», que ya sabe usted que no pasa de ser un fle­co meta­fí­si­co para hacer ver­sos al ham­bre del otro, pues la nada es nada y, por tan­to, incon­ce­bi­ble inte­lec­tual­men­te, a no ser que por «nada» entien­da usted que­dar­se sin un real de esa adu­ci­da for­tu­na hecha con el imán del poder, pues que fre­cuen­te­men­te aquí el dine­ro no se hace con el pro­pio talen­to sino con el hábil ave­cin­da­mien­to en la esfe­ra de los mag­ní­fi­cos. El heroís­mo sir­ve poco entre noso­tros, pues ni un real le dio a Agus­ti­na de Ara­gón cuan­do tras el últi­mo caño­na­zo les mos­tró sus bra­gas a los fran­ce­ses, gen­te dada a sedas.

Los vie­jos espa­ño­les, que son casi todos por­que casi todos nacen ya vie­jos, son muy pro­cli­ves ‑esto es, con incli­na­ción vicio­sa- a dar gran­des voces antes de que­dar­se per­ple­jos por sus exa­ge­ra­cio­nes sono­ras. Yo le supon­go hoy a usted muy asom­bra­do de sí mis­mo tras pon­ti­fi­car que «es un momen­to de san­gre, sudor y lágri­mas para el pue­blo espa­ñol». Si en su pro­xi­mi­dad andan espa­ño­les sen­sa­tos, que alguno habrá, digo yo, se pre­gun­ta­rán por qué han de ver­ter san­gre, sudor y lágri­mas por cau­sa del butrón que han hecho los ban­que­ros y sus cóm­pli­ces en la hacien­da del Estado.

Sr. Bono: la fra­se del Sr. Chur­chill no se pue­de emplear con esa incon­ti­nen­cia casi uri­na­ria con que lo ha hecho usted. El la sol­tó en el Par­la­men­to tras las pri­me­ras derro­tas en una gue­rra impor­tan­te y se refe­ría a la inevi­ta­ble resis­ten­cia de su pue­blo ante el desen­freno ale­mán. Así es que a mí no me con­vo­que a ese heroís­mo ante lo que hace y des­ha­ce en la Bol­sa la tri­bu bri­bo­na de los ricos, que son para uste­des ‑oh, socia­lis­tas del puño des­truc­tor de la rosa- el espe­jo con el que se apli­can los afei­tes en el alma. Todo lo más habré de sudar, sobre todo tenien­do en cuen­ta que para mi el día final de mes cae en doce. Pero aña­dir sangre…

Sobre esto últi­mo sí cabe decir que tam­bién hay con­ciu­da­da­nos que san­gran por su salud mal­tra­ta­da por el paro, la angus­tia y la men­ti­ra. Y otros ciu­da­da­nos derra­man lágri­mas copio­sas por­que uste­des han derro­cha­do lo poco que tenía­mos a fin de com­prar­se unas care­tas de esta­dis­tas para ir al bai­le en capitanía.

Le veo a usted muy avan­za­do en su ora­to­ria y me pre­gun­to si su dis­cur­so esta­rá bati­do para hacer pom­pas de jabón o si será fru­to de un momen­to eufó­ri­co debi­do a lo que sea. Lo digo por­que tan pron­to hace puen­ting con la figu­ra de que «deben pagar más los que más tie­nen» como reco­ge la maro­ma lle­ga­do a la media altu­ra y advier­te que, sin embar­go, «hay que ser muy cui­da­do­sos por­que el dine­ro es muy mie­do­so y no con­vie­ne asus­tar­lo». Res­pec­to a esto últi­mo no sé con qué ricos tra­ta usted, por­que los que yo conoz­co no tie­nen mie­do alguno y, como bue­nos tri­le­ros, cam­bian su dine­ro de cubi­le­te cada vez que lle­ga el momen­to de la apuesta.

El Esta­do siem­pre está detrás de ellos hacien­do de con­sor­te en el tri­le. El dine­ro que se asus­ta es un dine­ro de pobres y siem­pre está asus­ta­do. Usted sabe per­fec­ta­men­te la arrit­mia que pro­du­ce un sobre de Hacien­da en las fami­lias nor­ma­les. Y esos no huyen. ¿A dón­de van a huir? Por eso lo segu­ro, según usted, es empe­zar por el dine­ro de las pen­sio­nes que es «un sec­tor que subió mucho más que en otras épo­cas». Lo que me asom­bra es que por un sim­ple cuar­to de aumen­to en la sal a Luis XVI le pusie­ron la cabe­za aparte.

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