La pri­va­ti­za­ción de las igle­sias, ermi­tas, casas, tie­rras y otros bie­nes públi­cos de Nava­rra- Pla­ta­for­ma de Defen­sa del Patri­mo­nio de Navarra

El pasa­do mes de abril se cum­plie­ron tres años des­de que, bajo el títu­lo Escán­da­lo Monu­men­tal, se dio a cono­cer cómo la Archi­dió­ce­sis de Pam­plo­na esta­ba inma­tri­cu­lan­do masi­va­men­te edi­fi­cios reli­gio­sos, al ampa­ro del infaus­to artícu­lo 206 de la «Ley Hipo­te­ca­ria», de ori­gen fran­quis­ta y cla­ra­men­te incons­ti­tu­cio­nal, y a la modi­fi­ca­ción del artícu­lo 5 del «Regla­men­to de la Ley», duran­te la pri­me­ra legis­la­tu­ra de Aznar.
Mer­ced a ello, se le con­ce­de a la Igle­sia Cató­li­ca fun­cio­nes de feda­ta­rio públi­co, per­mi­tién­do­le inma­tri­cu­lar a su nom­bre cual­quier pro­pie­dad, por un pre­cio irri­so­rio, con la sola decla­ra­ción del dio­ce­sano y sin nin­gu­na expo­si­ción públi­ca. De esta for­ma, nin­gún ayun­ta­mien­to nava­rro, ni el pro­pio Gobierno, se ente­ra­ron de seme­jan­te movi­mien­to regis­tra­dor. El pro­ble­ma es esta­tal, pero en nin­gún sitio como en Nava­rra se habían detec­ta­do tan­tas inma­tri­cu­la­cio­nes en tan bre­ve tiem­po. Fue el pri­mer escándalo.
“Las igle­sias son nues­tras”, fue la pri­me­ra con­tes­ta­ción del Arzo­bis­pa­do, a lo que se les res­pon­dió, con pro­li­ji­dad de datos his­tó­ri­cos, jurí­di­cos y mora­les, que las igle­sias y ermi­tas eran de los pue­blos que las habían cons­trui­do, paga­do, usa­do y man­te­ni­do duran­te siglos, tan­to para el cul­to como para otros menesteres.
Pero pron­to sal­tó el segun­do escán­da­lo, al com­pro­bar­se que no se tra­ta­ba úni­ca­men­te de edi­fi­cios de cul­to, sino que, de las 1086 inma­tri­cu­la­cio­nes habi­das des­de 1998, al menos 236 corres­pon­dían a casas, pas­tos, arbo­la­dos, fin­cas comu­na­les y cementerios.
Y que antes de 1998, cuan­do no se podían inma­tri­cu­lar los luga­res de cul­to, la Dió­ce­sis lo había hecho con cien­tos de bie­nes de todo tipo, miles tal vez, entre ellos todas las casas parro­quia­les levan­ta­das por los pue­blos y que, lejos de devol­ver­las al aban­do­nar su uso (como lo fue­ron las escue­las públi­cas, las casas del médi­co o las de los maes­tros) las inma­tri­cu­la­ron a su nombre.
El ter­cer gran escán­da­lo fue la pro­pia con­tes­ta­ción del Arzo­bis­pa­do. La pri­me­ra sali­da de tono fue la del arzo­bis­po Sebas­tián, cali­fi­can­do de “ata­que al pue­blo de Dios” lo que era pre­ci­sa­men­te la defen­sa de ese pue­blo ante el expo­lio que esta­ba sufriendo.
Más tar­de se han limi­ta­do a decir que todo es suyo, que la ley les ampa­ra y que el que quie­ra vaya a los tri­bu­na­les, sopor­tan­do la car­ga de la prue­ba, eso sí, y en oca­sio­nes bajo pre­sio­nes de los párro­cos y la ame­na­za de qui­tar el cul­to a las igle­sias de los pue­blos que pleiteen.
Los recien­tes plei­tos del Arzo­bis­pa­do con­tra pue­blos de poco más de 30 habi­tan­tes y la ven­gan­za mez­qui­na de redu­cir la pen­sión de sacer­do­te jubi­la­do al pre­si­den­te de nues­tra Pla­ta­for­ma, son los últi­mos esla­bo­nes de esta cade­na de despropósitos.
El cuar­to escán­da­lo es el silen­cio, el mie­do o la com­pli­ci­dad ins­ti­tu­cio­nal. Hace ya año y medio que 117 ayun­ta­mien­tos se reu­nie­ron con el Par­la­men­to de Nava­rra y pre­sen­ta­ron una lis­ta de soli­ci­tu­des. Pedían infor­ma­ción sobre todo lo inma­tri­cu­la­do; ase­so­ría jurí­di­ca para los ayun­ta­mien­tos y con­ce­jos; apo­yo a los mis­mos para que pudie­sen defen­der su patri­mo­nio; defen­sa del Gobierno de Nava­rra, por subro­ga­ción, del patri­mo­nio de los pue­blos más inde­fen­sos, y estu­dio de la posi­bi­li­dad de inter­po­ner un recur­so de incons­ti­tu­cio­na­li­dad del artícu­lo 206 de la Ley Hipotecaria.
Hubo prác­ti­ca una­ni­mi­dad en los gru­pos par­la­men­ta­rios en feli­ci­tar la labor de la Pla­ta­for­ma y de la Comi­sión de Alcal­des; bue­nas pala­bras … y lue­go silen­cio abso­lu­to duran­te año y medio. Mien­tras, no pasa una sema­na sin que sur­ja un nue­vo enfren­ta­mien­to en los pue­blos, una ven­ta o alqui­ler del patri­mo­nio públi­co o, lo que es peor, la entre­ga de cuan­tio­sas ayu­das de fon­dos públi­cos, sin con­tra­par­ti­da algu­na, para man­te­ner un patri­mo­nio que aho­ra tie­ne como pro­pie­ta­rio una gran inmo­bi­lia­ria par­ti­cu­lar: la Archi­dió­ce­sis y, en últi­mo tér­mino, el Vati­cano. Nues­tros San­chos polí­ti­cos, pare­ce ser, no quie­ren topar­se con la Iglesia.
Pese a todo, el balan­ce de este tiem­po ha sido muy posi­ti­vo. La socie­dad está aler­ta y sen­si­bi­li­za­da; siguien­do las direc­tri­ces de la Pla­ta­for­ma, muchos ayun­ta­mien­tos y con­ce­jos han pro­ce­di­do a inma­tri­cu­lar sus bie­nes antes de que lo hicie­ra el Tra­gan­túa dio­ce­sano, y están ojo avi­zor sobre el des­tino final de lo inmatriculado.
Mien­tras, segui­mos tra­ba­jan­do. La Comi­sión de Alcal­des está pre­pa­ran­do nue­vas accio­nes y la Pla­ta­for­ma hará la pre­sen­ta­ción públi­ca en Pam­plo­na del libro Escán­da­lo Monu­men­tal. His­to­ria­do­res, juris­tas, alcal­des y cris­tia­nos escan­da­li­za­dos dare­mos nues­tras razones.

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