Los enfrentamientos que están sacudiendo el sur de la república de Kirguizistán, en Asia Central, se han convertido en los más cruentos de los últimos años. Desde el derrocamiento del anterior presidente Kurmanbek Bakiev, el pasado mes de abril, el nuevo gobierno interino ha estado afrontando diferentes conflictos y enfrentamientos, pero ninguno de la magnitud que ha alcanzado los que estos días están sucediéndose en la ciudad de Osh.
En un primer momento se ha presentado esta situación como la consecuencia directa de las diferencias y recelos entre los kirguises (cerca del setenta por ciento de la población total) y la importante minoría uzbeka del sur del país (un quince por ciento, pero concentrada principalmente en el sureño valle de Fergana). De hecho, la ciudad de Osh, la segunda del país, cuenta con un importante número de uzbekos, y las diferencias entre ambas comunidades sobre la propiedad de la tierra e el acceso a la vivienda no es algo nuevo (ya en 1990 más de cien personas murieron en los enfrentamientos inter-étnicos en Osh).
Sin embargo, sería excesivamente simplista presentar la actual situación como el resultado de esas históricas diferencias intercomunitarias. Todo apunta que en esta ocasión pueden estar confluyendo una serie de intereses que si bien persiguen diferentes objetivos, todos pueden sacar algún beneficio del deterioramiento de la situación en Kirguizistán. Según algunas fuentes locales, ?todo hace indicar que no se trata de un estallido espontáneo?, y son muchos los que señalan que hay demasiadas manos oscuras detrás de todo esto.
Desde el mes de marzo se han venido sucediendo los conflictos en esta república de Asia Central. Si entonces Kirguizistán vivió las protestas que desembocaron en el derrocamiento de Bakiev y la formación de un gobierno de transición, todo apuntaba a que las heridas podían haberse cerrado en falso. Los llamamientos del depuesto presidente a hacer frente al nuevo gobierno encontraron eco en algunas ciudades del sur, aunque las protestas no alcanzaron la virulencia actual. De hecho los enfrentamientos no se circunscribieron al sur del país, donde Bakiev y su clan tienen más apoyos, y prueba de ello son los cinco muertos que tuvieron lugar en la ciudad de Mayevka, al norte de la capital, Bishkek, cuando varias decenas de personas que habían ocupado tierras fueron desalojadas a la fuerza por la policía.
El pasado 19 de mayo también se produjeron enfrentamientos entre kirguises y uzbekos en la ciudad de Jalalabad, cuando varios grupos de jóvenes kirguises atacaron una universidad local de la comunidad uzbeka, que había sido fundada por Kadirjan Batirov, dirigente uzbeco local que ha apoyado públicamente al actual gobierno de transición. Este ataque se enmarcaba en un contexto donde los seguidores del depuesto Bakiev habían tomado el control temporal de algunos edificios gubernamentales en algunas ciudades del sur de Kirguizistán.
Escenas similares, aunque sin muertos, se vivieron también en otra región del sur, Batken, donde algunos manifestantes partidarios de Bakiev lograron ocupar la oficina del gobernador durante algún tiempo, intentando instalar un nuevo mandatario, aunque finalmente no lo lograron.
Los acontecimientos más graves se han sucedido en este mes de junio. La noche del pasado 10 al 11 de junio tuvieron lugar los primeros enfrentamientos entre jóvenes uzbekos y kirguises, que provocó la intervención del gobierno central, enviando éste a la región un importante contingente policial, que a tenor del desarrollo posterior de los acontecimientos no ha sido capaz de apaciguar los ánimos.
El posterior recrudecimiento de la situación y el llamamiento a Moscú para que intervenga militarmente, muestra claramente que al actual gobierno kirguiso se le ha escapado el control del escenario y se muestra incapaz de dominarlo.
Entre ese abanico de circunstancias que han podido desencadenar estos enfrentamientos, se encuentran las maniobras de los partidarios del depuesto Bakiev, que a través de una mayor desestabilización pretenden evitar que el actual gobierno pueda cumplir su hoja de ruta. Una delicada situación como la que puede estar atravesando el gobierno de transición le sitúa en una compleja posición ante la población, lo que puede ser la oportunidad que están esperando los seguidores del anterior presidente para revertir la situación.
Pero en esa coyuntura no hay que olvidarse también de otros factores. Por un lado están las poderosas fuerzas locales ligadas al crimen organizado y con un fuerte apego clánico. En ese sentido algunos señalan que podríamos estar ante una lucha por hacerse con el control del tráfico ilegal, incluido el narcotráfico (de hecho, Osh representa uno de los puntos clave de la ruta de la heroína afgana hacia Rusia y otras partes de Europa).
En ese panorama tampoco convine dejar de lado los intereses de los actores extranjeros. Rusia es una de las más interesadas en controlar la situación y evitar a toda costa que la desestabilización alcance a otras repúblicas vecinas en la región. No obstante, los dirigentes de Moscú tampoco quieren implicarse directamente a través de una intervención militar que le podría resultar contraproducente a medio o largo plazo. Tampoco conviene olvidar que Kirguizistán es de los pocos países del mundo, sino el único, que tiene en su seno bases militares de Rusia y de Estados Unidos.
Washington por su parte lleva tiempo maniobrando para ganar peso en Asia Central, consciente del valor geoestratégico de la región en aspectos energéticos y militares. EEUU necesita asegurar su presencia militar en la zona como vía de abastecimiento a sus tropas en Afganistán, y como contrapeso al auge de China y Rusia.
También los dirigentes chinos buscan cimentar su presencia en esas repúblicas, al tiempo que están interesados en evitar cualquier conato desestabilizador que pudiera actuar como un efecto dominó sobre otras realidades nacionales, como los uighur.
Finalmente tampoco podemos olvidarnos de las repúblicas vecinas, sobre todo Uzbekistán y Kazajstán. El control de los recursos hídricos de la región está a día de hoy en manos del gobierno de Kirguizistán, que no duda en usarlo como arma contra sus vecinos ante cualquier maniobra de éstos, como se vio recientemente al cerrar Kazajstán su frontera y tenerla que abrir poco después ante la decisión kirguisa de no abastecer de agua a sus vecinos.
Durante el mes de mayo se han sucedido las protestas en Kazajstán, donde sectores cada vez más amplios de la población protestan por las medidas gubernamentales ante la crisis económica, por ello, los actuales dirigentes locales miran con recelo lo que acontece en el país vecino, temerosos de que una ola de protestas acabe también afectando a su propio sistema.
Y algo similar ocurre en Uzbekistán, que todavía recuerda los graves acontecimientos de 1990 en Osh, y conscientes de que una radicalización de la situación en el valle de Fergana puede servir de atractivo a fuerzas islamistas radicales que en el pasado ya se han mostrado fuertes en Uzbekistán.
Cuando se cumplen veinte años de los disturbios de Osh, Kirguizistán parece que vuelve a revivir algunos de los aspectos más oscuros de su pasado reciente. Y nuevamente la ciudad sureña se ha convertido en el epicentro donde están confluyendo las diferentes pugnas que conviven en el seno del país.
Con el referéndum constitucional a la vuelta de la esquina, el próximo 27 de junio, y las elecciones parlamentarias de octubre, el escenario político de Kirguizistán se encamina a un complejo escenario, donde todos los actores buscarán maniobrar para que sus intereses se ubiquen de una manera privilegiada ante los posibles cambios que pudieren darse. Y todo ello, evidentemente, buscando las contradicciones mutuas y aprovechándose de cualquier inestabilidad para lograr sus propios intereses.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)