Moscú y sus aliados locales llevan mucho tiempo prometiendo que el fin de la insurgencia en el norte del Cáucaso está cerca. Sin embargo a tenor de lo que está sucediendo en los últimos meses sus previsiones no se han cumplido y la situación empeora para los intereses rusos. Pese a la eliminación física de importantes líderes de la resistencia, ésta ha vuelto a demostrar que no es cuestión de individuos sino de la voluntad mani- fiesta de sus respectivos pueblos.
Así, mientras que algunos quieren presentar la situación en Chechenia como «estable», los rebeldes siguen atacando al régimen de Ramzan Kadyrov y a las tropas federales, al tiempo que en otras partes de la región la violencia aumenta día a día.
En Ingushetia la situación se deteriora por momentos, y los ataques rebeldes se suceden; Kabardino-Balkaria ha sido en las últimas semanas escenario de operaciones militares de la resistencia, incluida la destrucción de la planta hidroeléctrica de Baksan, el 21 de julio; en Daguestán, además de las acciones contra las tropas extranjeras se han producido ataques contra las infraestructuras, y en Karachaevo-Cherkesia y en Adigea también se han detectado movimientos y acciones rebeldes.
La estrategia de Moscú está sufriendo importantes reveses aunque en ocasiones algunos hechos sean presentados como triunfos. El Kremlin no puede ocultar su disgusto hacia la actitud de algunos de sus aliados locales. El caso más evidente es el soterrado enfrentamiento que mantiene Rusia con el dirigente checheno Kadyrov. Esa alianza de conveniencia ha permitido a Kadyrov instaurar un régimen personalista y sus ansias de poder no tienen freno.
Las continuas muertes de opositores a Kadyrov en Moscú, la promoción de la religión «oficial» en la vida política de la república (la presencia oficial del Islam es mucho más importantes ahora que en tiempos de Aslam Maskhadov), los desaires hacia la política exterior rusa con la amenaza de abrir delegaciones oficiales chechenas en el extranjero o la obstrucción a las tropas federales en Chechenia disgustan a los líderes rusos.
Oficialmente no se reconoce la grave situación que atraviesa el norte del Cáucaso, pero desde Moscú sus máximos dirigentes, Dmitri Medvedev y Vladimir Putin han presentado iniciativas para «corregirla».
Partiendo del grave déficit estructural que se vive en las repúblicas norcaucásicas, el Kremlin intenta paliar la situación con la promesa de importante incentivos financieros que, a su juicio, deberían ir acompañados de importantes transformaciones sociales (reparto de la tierra, creación de pequeña y mediana empresa y una modernización de las infraestructuras locales). Pero la crisis económica mundial y a las tres crisis locales que ahora asolan Rusia (incendios, sequía y la producción de cereales) pueden frenar o echar por tierra esas promesas.
En el seno de la resistencia se han producido también movimientos «extraños». Las dos recientes apariciones públicas de uno de sus líderes, Doku Umarov, nombrado «Emir del Cáucaso», han sembrado incertidumbre sobre una parte de la resis- tencia. En dos días, en dos vídeos, Umarov ha realizado dos discursos totalmente opuestos. En su primera aparición anunciaba su renuncia para dar paso a las nuevas generaciones y nombraba a Aslanbek Vadalov su sucesor. Dos días después reculaba y denunciaba que su discurso anterior era una manipulación de los servicios secretos rusos.
Esas apariciones han provocado muchas especulaciones, desde quienes dan veracidad a su segunda declaración hasta quienes apuntan a un intento de «golpe de Estado» interno. Lo único cierto es que la posición de Umarov va a salir muy deteriorada.
Un analista local señalaba que tras esta situación puede estar el auge reciente de las posiciones salafistas-jihadistas. Cuando en 2007 el propio Umarov decidió transformar la antigua república chechena de Ichkeria en una nueva entidad política, el «Emirato del Cáucaso», lo hacía guiado por una fuerte doctrina salafista, y eso fue clave para el posterior desarrollo de la insurgencia por toda la región.
Pero al mismo tiempo fue motivo de discrepancia en Chechenia, donde sectores importantes de la resistencia no compartían ese giro salafista, y denunciaban que se primaba una ideología islamista por encima de las demandas de autodeterminación, evidenciando de nuevo el carácter heterogéneo de la resistencia.
En los últimos meses, las tendencias salafistas parecen haber «recuperado» interés por la región. El uso de ciberespacio, la vuelta de los ataques suicidas, la estructuración del «Emirato del Cáucaso» y otras aportaciones ideológicas parecen haber reactivado esta rama de la resistencia, pese a los encontronazos con otros dirigentes locales y, en ocasiones, con una población que nunca ha asumido este tipo de tendencias del islamismo jihadista y que ha mantenido otra concepción de la religión.
La fotografía del norte del Cáucaso comparte los principales rasgos en todas sus repúblicas, y probablemente en ese puzzle podemos encontrar argumentos para entender mejor su compleja situación. Las tasas de desempleo son las más altas de Rusia, lo que lleva a que muchos jóvenes a emigrar o a adherirse a los grupos de la resistencia, y la corrupción es endémica, destacando el papel de las oligarquías locales, aliadas de Moscú, que controlan las ayudas financieras y la vida política.
La mayoría son regímenes faltos de democracia, opresores (donde la vulneración de los derechos humanos es constante) y corruptos, que no dejan espacios a la participación ciudadana en la vida política, social o económica de las repúblicas tenga lugar.
La celebración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi en 2014 es una de las preocupaciones en los círculos políticos del Kremlin, conscientes de que ese evento será una oportunidad de oro para que la resistencia se muestre a escala mundial y salga del ostracismo mediático a que la tiene sometida Occidente.
Pero Moscú tiene otros factores de preocupación en la región. El aumento del sentimiento nacional de los circasianos, que demandan la creación de una república propia que ponga fin a la marginación que dicen sufrir por parte de los karachys o la extensión del movimiento salafista a zonas en las que hasta ahora no tenían presencia, como la estepa de Nogai, la región de Sebastopol, Adigea o incluso Azerbaiyán.