La combinación de esos dos aforismos ha hecho que casi nadie se haya escandalizado por el contenido de los llamados«papeles de Afganistán». Los informes secretos hasta ahora han despertado un rápido paralelismo con los «papeles de Vietnam» que aceleraron la salida de las tropas yankis del país asiático hace cuatro décadas. Es muy revelador que la Administración Obama respondiera inicialmente tratando de quitar valor a los documentos difundidos por la web Wikileaks y tres importantes diarios de Nueva York, Londres y Berlín o amenazara paralelamente con «matar al mensajero» para, finalmente, escudarse en que en realidad no hay nada nuevo. Efectivamente, nada nuevo hay ya en la constatación de las matanzas de civiles a manos de la OTAN, en la existencia de unidades especiales encargadas de llevar a cabo «ejecuciones extrajudiciales» o en la utilización por parte de los talibán de armas vendidas en su día por EEUU a los muyahidin para su guerra contra los soviéticos. Así, lo relevante no es el contenido, sino la fuente. Los papeles suponen la confirmación oficial de que en Afganistán no se libra un combate por la democracia, ni una batalla contra el terrorismo, ni siquiera una guerra convencional, sino sólo una guerra sucia, disparatada, injusta y genocida.
Sobre la filtración de los 92.201 documentos caben todas las hipótesis, incluida la de que haya sido una maniobra destinada a preparar a la opinión pública estadounidense para empezar a echar el telón a la tragedia que puso en escena George Bush. A efectos prácticos, es indiferente: tras casi una década de guerra, cualquiera sabe que el futuro sólo pasa por el fin de la invasión.
Desinformando sobre el conflicto vasco
En Euskal Herria, el episodio de los papeles afganos hace recordar batallas domésticas como la librada en su día en los tribunales para mantener ocultos los «papeles del Cesid» sobre los GAL. Ha pasado una década desde entonces, pero la estrategia de ocultar la verdad de los hechos de este conflicto no deja de recrudecerse.
El caso primero manipulado, luego inexplicado y finalmente silenciado de Jon Anza es un claro ejemplo. También el plan de adoctrinamiento en las aulas del Gobierno de Lakua. Y lo es, sobre todo, el empeño infantil en negar la existencia en Euskal Herria de presos políticos con rostro y nombre, nada menos que 700, y de decenas de miles de personas que reivindican sus derechos. En el segundo verano de cacería, a sus impulsores el tiro les sigue saliendo por la culata. A la persistencia del apoyo a los presos se le suma por ejemplo el doble ridículo de UPN con sus imputaciones a dos peñas de Iruñea y a tres concejales de Berriozar, tumbadas ambas por la Audiencia Nacional.
Los gobiernos de Madrid, Lakua e Iruñea insisten en escribir un relato absolutamente falseado de la realidad del conflicto en Euskal Herria, hasta que de vez en cuando salta algún «papel de Afganistán» que los delata, como las dos sentencias citadas o la reciente del Tribunal Supremo que admite que nadie debería ser condenado y encarcelado sólo por declaraciones policiales. Sin embargo, son papeles que tienen poco recorrido informativo en Euskal Herria y nulo en el Estado español, donde no se atisba una Wilikeaks dispuesta a difundir las verdades de un conflicto más viejo que el afgano. En una semana en que casi todos los medios han dado bombo y platillo a un par de excarcelaciones y un puñado de acercamientos, nadie se ha preguntado, por ejemplo, cuántos vascos deberían ser automáticamente excarcelados o desprocesados al haber sido condenados sólo por un interrogatorio en un calabozo.
El valor de la iniciativa
Aquellos papeles de Vietnam o éstos de Afganistán, en resumen, confirman que la mentira siempre tiene grietas, aunque muchas veces la verdad sólo logre pasar por ellas cuando cambian los escenarios y el tándem guerra-propaganda deja paso al binomio política-información. En ese tránsito, por ejemplo, a Gerry Adams no le dieron el Premio Nobel, pero sí es reconocido mundialmente de modo unánime como un líder y como la figura clave en el proceso irlandés. Por no hablar de Nelson Mandela, a quien la ONU acaba de dedicar la primera jornada de celebración mundial en honor a una persona concreta, en su 92 cumpleaños. Sobra recordar que uno y otro, Adams y Mandela, fueron en su día sólo «terroristas» para la opinión pública oficial. Y tantos otros.
Adams y Mandela ‑éste a través de su Fundación- han saludado el valor del documento «Zutik Euskal Herria» en la Declaración de Bruselas y han pedido su desarrollo. Ambos saben por experiencia el valor extra que tiene tomar la iniciativa para construir las soluciones a los problemas y, de paso, sustituir las mentiras enquistadas por verdades cargadas de futuro.