Como la mayoría de nuestro pueblo, he prestado suma atención a las advertencias hechas por el Comandante en Jefe en sus Reflexiones, sus sorpresivas apariciones públicas y en la reciente comparecencia ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, sobre la amenaza del eventual ataque norteamericano a Irán mediante la terrífica Iniciativa de un Ataque Global Inmediato.
Aunque las incidencias de la Copa Mundial de Fútbol acapararon la atención del mundo, haciendo casi inadvertido el inicio de la concentración de medios militares de Estados Unidos e Israel en torno a ese país, su llamado de alerta penetró a través de los resquicios que dejaba esa absorbente información, constituyendo además de un gesto solidario con Irán y Corea del Norte, una advertencia de un peligro de dimensiones más que catastróficas.
Hizo a los parlamentarios y a todo nuestro pueblo tres preguntas. Una de ellas inquiría sobre la disposición del pueblo iraní. Dijo:” ¿Alguien cree que a los iraníes, un pueblo de milenaria cultura, mucho más relacionado con la muerte que nosotros, le faltará el valor que nosotros hemos tenido para resistir las exigencias de Estados Unidos?”
Quería, compartir algunas vivencias que me ayuden a responderle.
Acompañé al ministro Héctor Rodríguez Llompart a mediados de 1978 a Teherán; estábamos inmersos en los preparativos de la VI Cumbre del Movimiento de Países No Alineados que se celebraría en septiembre de ese año en La Habana. Éramos la primera delegación cubana que tomaba contacto directo con el proceso revolucionario iraní. El Sha había expulsado a nuestro embajador varios años atrás, en gesto servil a Estados Unidos.
Irán había sido el sub gendarme imperial en la región y un movimiento popular encabezado por el Allatollah Khomeini logró que se desmoronara el corrupto régimen del Sha Reza Paveli. Aunque por esas razones no pertenecía al Movimiento, Fidel avizoraba que el emergente régimen que comenzaba a instalarse daba señales de poder asumir los principios de la organización y nos indicó explicárselos, informarles de los preparativos de la próxima Cumbre en nuestro país, sugerirles que solicitaran su ingreso y asegurarles que en ese evento podrían contar con nuestro apoyo. También debíamos expresarles nuestra disposición a reestablecer las relaciones diplomáticas.
La ciudad estaba convulsa; el gobierno aún no era representativo de la principal fuerza que había contribuido a su derrocamiento. El Imán Khomeini estaba radicando todavía en la ciudad santa de Qom a 200 Km. de la capital y el reclamo a su arribo era creciente.
Nos reunimos al día siguiente en la mañana con el Primer Ministro y canciller Mehdi Bazargan quien para nuestra sorpresa nos comunicó que acababa de renunciar y aunque conversamos del propósito de nuestra visita era obvio que ya no era el interlocutor que requeríamos.
Partimos de inmediato a visitar al Imán y en una cordial entrevista confirmó su interés por integrar a Irán al Movimiento No Alineado, participar en la próxima Cumbre y saludó con afecto la iniciativa de Fidel. Afirmó que se ocuparía de dar los pasos para reanudar los lazos diplomáticos porque los existentes entre los pueblos nunca se habían roto.
En nuestros recorridos apreciamos, a partir de nuestras propias vivencias de Cuba, el ambiente revolucionario disperso, aún no coherente pero pujante, de un pueblo que había conocido el inicio del camino de la recuperación de sus riquezas y soberanía en 1952 con el Primer Ministro Mossadeh, había retrocedido en esas aspiraciones con el monarca anti patriota que lo derrocó y bajo la guía de líderes religiosos nacionalistas, retomaba aquel camino.
Irán asistió al evento y fue admitido en las filas de los No Alineados. Para suceder a Cuba en la Presidencia del Movimiento en 1982 fue electo Iraq pero durante la presidencia de Cuba, el 16 de septiembre de 1980, estalló el conflicto entre ambos. Era una vieja disputa que se atribuía a discrepancias sobre las fronteras comunes, particularmente a la división del curso navegable del estuario de Shat El Arab y cuyas causas reales el tiempo despejó.
El proceso que derrocó al Sha tuvo una base popular que ansiaba la recuperación de los avances logrados en época del Primer Ministro Mosadeh, derribado por un golpe militar auspiciado por la CIA, el M 16 y el Mossad, para recuperar los intereses económicos de la British Petroleum pero sobre todo para insertar los ambiciosos planes de los emporios petroleros norteamericanos.
Iraq, aunque integraba el Frente de países progresistas árabes, encabezado por el inolvidable líder argelino Hoari Boumediene, mantenía veladamente sus aspiraciones – como de hecho intentó- de extender su poderío y potencial petrolero anexándose las ricas regiones iraníes fronterizas y Kuwait.
Alentado y armado por Estados Unidos, que lo apertrechó con armas químicas incluso, calculó erróneamente que la aparente inestable situación en Irán y el descabezamiento del primer nivel de mando de sus fuerzas armadas, integrada por generales reaccionarios formados en ese país, ‑muchos de los cuales en alevosa traición asesoraban en Bagdad a los futuros invasores de su patria,- creaba condiciones para el éxito de una invasión fulminante y la ocupación de esos territorios.
Comenzó así una guerra fraticida que causó más de un millón de muertos, enormes daños materiales a ambos pueblos y debilitó el frente común a las acciones isaraelitas contra el pueblo palestino y sus vecinos. Todos los vendedores de armas estimulaban el conflicto.
Iraq inició la invasión de Irán con 190.000 hombres, 2.200 tanques y 450 aviones que atacaron la provincia de Juzestán. Las tropas iraquíes alcanzaron éxitos al principio, pero Irán reorganizó sus fuerzas e inició un contraataque convocando a los jóvenes a acudir al frente como voluntarios. Alrededor de 100.000 soldados y 200.000 milicianos se presentaron en poco tiempo, como muchos miles más después, y de este modo la guerra relámpago que esperaban los iraquíes realizar victoriosamente se convirtió en una guerra de desgaste en un frente de 300 kilómetros.
Ya en 1982, las tropas iraquíes habían sido expulsadas de la mayor parte del territorio iraní. Comenzaron a lanzarse contra las ciudades fronterizas ataques coheteriles por ambas partes.
La prensa occidental calificaba peyorativamente a los iraníes que despejaban los campos de minas que dejaron los iraquíes en su retirada de hordas motivadas exclusivamente por un fanatismo religioso y excluían deliberadamente sus sentimientos patrióticos, o la voluntad de enfrentar a quienes apoyados por las mismas potencias occidentales y sus conocidas transnacionales petroleras volvían a tratar de esquilmarles sus riquezas, derrocar su nuevo gobierno y repetir lo que sufrieron en 1952. Esa era la imagen que se divulgaba en occidente de sus combatientes.
Era imperativo detener ese conflicto que los países occidentales alentaban. De ahí la iniciativa de Fidel, como Presidente del Movimiento de Países No Alineados, de promover negociaciones entre las partes beligerantes y encontrar el camino para una paz justa.
Antes de que estallara, el Primero de Mayo de ese año, Fidel en su discurso dijo: “Debemos trabajar, a la vez, para que cesen los conflictos entre nuestros hermanos iraquíes y los hermanos iraníes. Debemos trabajar para que sus problemas se resuelvan por vías diplomáticas, porque esos conflictos solo llevan agua al molino del imperialismo.” Inmediatamente envió a Isidoro Malmierca, entonces canciller cubano, a ambos países para ofrecer sus buenos oficios en una mediación que lo evitara.
Luego, desatado el conflicto, Malmierca en su nombre se dedicó casi por entero a ese propósito. Primero Cuba, en ese carácter de Presidente realizó de inmediato diversas visitas a ambos países y después una comisión del propio Movimiento, a la que se añadieron los cancilleres de India, Zambia y la OLP continuó en ese empeño.
Un avión IL 62 cubano fue destinado a esas decenas de visitas a ambas capitales en negociaciones a veces interminables.
Oloff Palme, ex canciller sueco, mandatado por el Secretario General de las Naciones Unidas, también inició gestiones de paz. Quiso vernos para analizar la situación y Fidel no dudó en ofrecerle los resultados de nuestras gestiones y valoraciones porque el objetivo era alcanzar la paz y no los galardones a quien lo lograra. En la residencia de nuestro embajador en Londres Malmierca durante horas le transmitió nuestras experiencias.
En ocasión de una de esas visitas las autoridades iraníes pidieron e invitaron a esa Comisión del Movimiento a visitar ciudades sureñas iraníes que eran diariamente bombardeadas con misiles.
Visitamos varias y pudimos ver un espectáculo similar en todas. Las autoridades locales y militares nos llevaban al borde de los cráteres, de una manzana de diámetro aproximadamente, generalmente en zonas urbanas, donde el estallido de un cohete había arrasado todo. Alrededor del enorme hueco miles de combatientes iraníes armados con sus fusiles en alto gritaba en farsi consignas patrióticas contra el invasor y sus aliados.
El actual Presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, se ha dicho era entonces dirigente militar de esa zona y con seguridad debe haber estado entre los anfitriones que nos mostraban esos daños y a su pueblo orgulloso de resistir.
Era una imagen impresionante. En esos rostros no había miedo sino una decisión unánime de defender su patria.
Pienso por tanto Comandante, con esas imágenes aún en mis retinas, que a ese pueblo milenario no le faltará el valor para resistir y vencer, como no le ha faltado al nuestro bajo su guía.
Ojalá, como usted está deseando, no tenga que demostrarlo.