Se completan al menos dos décadas en que además de proclamarlo, lo intentaron y casi lo logran evaporar como sujeto de la historia. Pero desde el rincón al que lo replegaron, regresó y hoy de nuevo está con nosotros, el socialismo como la ruta de izquierda para la humanidad.
Durante su repliegue, en todo el mundo, muchos lo vistieron con ropajes liberales y hasta neoliberales. Tan replegado se halla aún en Colombia, que la extrema derecha lo presionó a ser centro y hasta logró convertirlo en centro derecha, en algunos casos.
Lo más grave está en que para no dejarse matar en la cuna, el socialismo ha debido afirmarse tanto, que algunos lo transfiguraron en otro discurso de poder, de esos que a lo largo de la historia, la humanidad ha tenido que obedecer sin chistar.
Umberto Eco afirma que los discursos de poder son el único Satanás que ha existido, porque, “el diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda. El diablo es sombrío porque sabe a dónde va, y siempre va hacia el sitio del que procede”.
El malo de la historia nos posee mucho, poquito o nada y exorcizarlo demanda revisar de cuando en cuando nuestras certezas, para poder decirnos nosotros mismos unas cuantas verdades. Ellas están en la visión alternativa, con que enfrentamos las contradicciones álgidas de la lucha contra el capitalismo y su imperio.
TIERRA O CAPITALISMO
Desde nuestros Andes se alza el reclamo del socialismo de raíz comunitaria, contenido en el dilema más importante de los planteados, sobre la supervivencia del planeta y sus habitantes: “para que viva la tierra debe morir el capitalismo”.
El productivismo, desarrollismo, extractivismo, consumismo y el derroche son hijos de una letal creencia, en la que el progreso, se considera como una línea ascendente sin fin, para dominar la naturaleza, devorarla y agotarla, en un delirante acto de egoísmo, carente de responsabilidad con el futuro.
LA CONTRACULTURA SOCIALISTA, ¿CUÁNTO RETA?
La esencia del capitalismo reside en el énfasis que da al poseer, en detrimento del ser, por ello transforma todo en mercancía, hasta las relaciones humanas. Así, a la participación política de los ciudadanos se le coloca un precio, con lo que se torna costumbre la compra de votos, pagar la asistencia a una movilización o afiliarse a un partido para obtener beneficios, que el resto de la gente no disfruta.
Luchar por los cambios y la revolución sin esperar retribuciones materiales, es fundar el buen vivir de las siguientes generaciones, con lo que se aporta al desarrollo de una contracultura socialista, que reta a la ideología dominante.
Otro aspecto vital del socialismo ha estado en potenciar la fuerza de lo comunitario, la colectividad, lo social, lo público, las mayorías y lo nacional, en contraposición al interés individual, privado, sectorial y de elite. Fuerza creativa socialista expresada sobre todo en la producción, el poder y el saber popular.
CONSENSO SI, IMPOSICIÓN NO
La izquierda al convertirse en artista de tejer consensos, deja atrás la época de tratar en vano de converger alrededor de una supuesta verdad única, dentro de la cual los demás siempre se nos debían sumar.
Lograr unidad de acción alrededor de puntos comunes, mientras se deja para enseguida el debate de las diferencias, no solamente es tener sentido de la táctica, es ante todo implantar una cultura de negociación, en la que cada cual representa unos intereses, que pactan y saben cumplir acuerdos.
Luchar contra la guerra imperialista, es quebrar su antiquísima consigna de imponer su voluntad a los pueblos, para reemplazarla, como lo enseña Einstein:
«(..) toda clase de cooperación pacífica entre los hombres está basada, en principio, en la mutua confianza y sólo en segundo lugar en instituciones tales como los tribunales de justicia y la policía. Esto vale para las naciones y los individuos. Y el fundamento de la confianza es la lealtad».
LUCHAR POR LA PAZ Y RESISTIR A LA GUERRA IMPERIALISTA
Si la razón de ser de los imperios está en imponerse por medio de la guerra, la razón de vida de los pueblos ha estado en defenderse y resistir; para aquellos, la paz equivale a pacificación, mientras que para el grueso de la humanidad, la paz es justicia y libertad.
Doscientos años de aparente vida republicana en Colombia, han sido sostenidos por la ininterrumpida agresión de la elite contra el pueblo, hasta llegar a perfeccionar el actual régimen de terror de Estado, nutrido por múltiples vías desde la contrainsurgencia imperialista. Ésta, es la única forma como han podido mantener vivo su modelo capitalista neoliberal.
Luchar por la paz es lograr otro modelo económico social, dentro de un régimen democrático; la elite y el imperio, son quienes escogen la vía para que el pueblo los obtenga.
TENSIÓN ENTRE DIVERSIDAD E IDENTIDAD
En la izquierda crece la conciencia sobre el valor de la unión, ya que sin ella no habrá fuerza y sin ésta no se producen cambios, revolución ni paz. Así, ha aprendido, que la confluencia es un concierto de pluralidad y diversidad, composición de esfuerzos, en que el liderazgo es compartido.
La armonía y vigor de la diversidad reside en la excelencia de cada uno de sus componentes, que resulta tanto de la calidad de su identidad, como de su habilidad para ser con otros.
La unión no puede reducirse a la uniformidad, así como la construcción del consenso no riñe con respetar a la opinión mayoritaria. De la misma forma, que para garantizar la unidad se establecen niveles de autonomía, que es algo diferente a que cada uno haga según su mero criterio individual.
PULSO ENTRE ESTADO Y SOCIEDAD
En la lucha por un mundo mejor, muchos pueblos logran establecer Gobiernos Democrático Populares, desde los que avanzan hacia mayores niveles de Poder Popular. Sus Programas de izquierda recogen intereses pluriclasistas, materializados desde el Estado, los que satisfacen unas veces de mejor forma y otras de manera más precaria, las aspiraciones de las clases populares.
Un modelo económico y un régimen al servicio de las mayorías, sigue dependiendo de la participación del pueblo en estos procesos de transformación, la que no siempre es promovida desde las instituciones estatales, quienes por inercia tienden a monopolizar tales procesos. Por el contrario, desde el Estado, muchas veces se absorbe a las organizaciones sociales y políticas del pueblo, impidiendo que el cambio y la revolución se protagonicen desde estos espacios de la sociedad.
La predisposición casi espontánea hacia exagerar la función de las instituciones estatales en los procesos revolucionarios, puede contrarrestarse con la construcción del Poder Popular, entre otros componentes, por medio de la Fuerza Política de Masas, fundamentalmente por fuera de tal institucionalidad. Es la enseñanza que dejan las debilidades del modelo construido en el viejo mundo, en donde la lucha socialista se confinó en el ‘Triangulo de oro’ del sindicato, el partido y el parlamento, según critica de Istvan Meszaros.
CONTRAPOSICIÓN ENTRE NACIÓN Y PUEBLO
La generación de un Proyecto de nación a partir de una Alianza pluriclasista, un Programa de izquierda y un Gobierno Democrático Popular, es una característica sobresaliente de los procesos de cambio y revolución, que se construyen en Latinoamérica.
Desde este Proyecto se están recreando elementos de identidad nacional, en función de intereses propios de cada país, de Nuestra América y de los pueblos del Sur del planeta.
Es posible lograr un rumbo socialista para este Proyecto de nación en el mediano y largo plazo, afianzando el Poder Popular, en el que realmente la soberanía resida en el pueblo y los trabajadores.
COLISIÓN ENTRE MOVIMIENTOS SOCIALES Y ORGANIZACIONES POLÍTICAS
Por la fuerza de la costumbre, muchas veces la lucha social de las masas por objetivos inmediatos transcurre por un carril paralelo, de la lucha de los partidos y movimientos de izquierda, reducidos a la puja electoral. El reto de hacerlos confluir está requiriendo que desde la lucha social se abarquen propósitos de poder, más allá de lo puramente gremial y sectorial; junto al esfuerzo hecho desde los partidos por acompañar, articular y cualificar la lucha social; además de la indispensable convergencia de ambas vertientes de lucha, en un común Proyecto de nación, que garantice los intereses de las grandes mayorías.
La confluencia de estos dos esfuerzos de lucha ha partido del reconocimiento mutuo, de la especificidad, dinámica propia y necesidad de existencia de cada uno, para lograr el avance del cambio y la revolución.
El fracaso de las formas de representación política propias de dos siglos de repúblicas oligárquicas, también afecta a la izquierda, un ejemplo de ello está en el descrédito de numerosos dirigentes gremiales ante sus bases, a quienes ya no todos respaldan, cuando se postulan para cargos de elección popular.
La solución de fondo está en promover la autogestión en las organizaciones populares, con un nuevo tipo de liderazgo fundado en la consigna de “mandar, obedeciendo”. Lo que significa una construcción de diversas expresiones de vanguardia colectiva desde de las organizaciones sociales, movimientos, partidos e intelectuales de izquierda, que encarnan una genuina sobera