Cam­bio de hora para un nue­vo ciclo- Txis­ko Fernandez

Este fin de sema­na, los relo­jes de toda la Unión Euro­pea vol­ve­rán a retra­sar­se una hora siguien­do una cos­tum­bre impues­ta en épo­cas de penu­ria ener­gé­ti­ca ‑en la Segun­da Gue­rra Mun­dial, pri­me­ro, y duran­te la cri­sis del petró­leo de 1973, des­pués- y que a día de hoy no tie­ne más jus­ti­fi­ca­ción que las deri­va­das de la desidia inte­lec­tual y la iner­cia social, ele­men­tos que nos impi­den refle­xio­nar y que con­for­man una de esas carac­te­rís­ti­cas tan «huma­nas» que sí nos dis­tin­guen del res­to de especies.

Con el cam­bio de invierno ‑que es como se deno­mi­na ofi­cial­men­te pese a que toda­vía nos que­dan casi dos meses de oto­ño- nos acer­ca­mos más al hora­rio solar, pero en mar­zo nos obli­ga­rán de nue­vo a ale­jar­nos de él. Y así, como el pobre Sísi­fo, segui­re­mos subien­do y bajan­do cues­tas con la pesa­da car­ga de no com­pren­der el sen­ti­do de estos cam­bios sus­tan­cia­les en nues­tro rit­mo de vida cotidiano.

En Eus­kal Herria, el cam­bio de hora va a coin­ci­dir con esta fase de inexo­ra­bles cam­bios polí­ti­cos en la que lle­va­mos tiem­po inmer­sos, por mucho que algu­nos pró­ce­res ins­ta­la­dos en las altas esfe­ras ins­ti­tu­cio­na­les y en las cúpu­las de los par­ti­dos se hayan nega­do a admi­tir­lo en públi­co has­ta últi­ma hora. A éstos el cam­bio de ciclo les ha pilla­do con el paso cam­bia­do e, inclu­so, toda­vía hay quien se resis­te a ajus­tar su reloj a la hora que está mar­can­do la mayo­ría social; se resis­ten al cam­bio por desidia, por iner­cia y ‑no con­vie­ne ocul­tar­lo- por­que están muy bien como están. Por eso mis­mo, cuan­do per­ci­ben que comien­zan a tem­blar los cimien­tos de esa estruc­tu­ra ya cadu­ca que habían mon­ta­do, se afe­rran aún más si cabe a sus poltronas.

Este cam­bio polí­ti­co por el que abo­ga ya la mayo­ría de for­ma­cio­nes polí­ti­cas, cen­tra­les sin­di­ca­les y orga­nis­mos socia­les en nues­tro país no se va a pro­du­cir duran­te la pró­xi­ma madru­ga­da, pero el día en el que todos podre­mos cons­ta­tar que se ha pro­du­ci­do está cada vez más cer­ca. Y el Sol, que no entien­de de relo­jes huma­nos, vol­ve­rá a salir a su hora ani­mán­do­nos a despertar.

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