El llamado feminismo de la diferencia a menudo ha empleado la maternidad como baza argumentativa a favor de la superioridad femenina, aunque algunas de las más conocidas feministas de este sector y defensoras de esta visión rechazaran la maternidad para sí mismas, como ocurre en el caso de Lou Salomé.
En cambio, el feminismo de la igualdad, cuya máxima representante histórica es Simone de Beauvoir, se ha pronunciado en muchas ocasiones abiertamente sobre esta cuestión. Beauvoir, en la que puede considerarse obra de culto del feminismo social y filosófico, El segundo sexo [1] , sostiene que la maternidad puede suponer un obstáculo importante en el desarrollo intelectual y personal de la mujer. En este caso es patente la coherencia entre la filosofía feminista desarrollada por Beauvoir y la vida que ella eligió vivir, declarando en numerosas ocasiones que no quiso tener hijos para dedicarse por entero a todo aquello que le apasionaba, y así lo hizo hasta el final de sus días. Huelga decir que esta visión de la maternidad como impedimento para la realización de la mujer en diferentes terrenos, es la defendida por Beauvoir tomando como base y modelo las sociedades occidentales contemporáneas, como bien afirma ella misma, por lo que parece apuntar que la situación a este respecto sería bien diferente sostenida sobre una organización social y cultural distinta.
Pero a pesar de las afinidades que comparto con el feminismo de la igualdad, mi visión sobre esta cuestión es algo diferente. La maternidad (y la paternidad por supuesto) forma parte del ciclo natural de nuestra especie y lo que desafortunadamente falla es la manara de ejercerla en nuestra sociedad occidental, donde las exigencias del sistema obligan a las madres a separarse de sus hijos cada vez a edades más tempranas para atender a sus obligaciones laborales o de otra índole. Los niños necesitan estar con sus padres (especialmente con su madre) de manera casi permanente durante los primeros años de su vida y lo que les reportará mayor felicidad será precisamente ser criados por sus padres de la forma más natural posible [2] . Esto supone ser amamantados siempre que lo requieran o necesiten durante el tiempo que gusten (es lo que se conoce como la lactancia a demanda) [3] , dormir con ellos, igualmente durante todo el tiempo que necesiten (es lo que llamamos colecho), jugar con ellos y ofrecerles todo nuestro amor, atendiendo a sus necesidades, especialmente las afectivas y personales, que son las que realmente importan. Los bebés criados de esta manera, en permanente contacto con sus madres, tal y como ocurre en otras culturas, se denominan bebés continuum (referidos al concepto del continuum) [4] para significar los lazos naturales que se establecen entre una madre y su hijo al ser criado este como lo hicieron todos nuestros antepasados y el resto de mamíferos [5] .
Pero el bebé continuum no parece ser apto para las modernas sociedades occidentales, donde las madres que hemos decidido atender a nuestro instinto natural y luchar contra las imposiciones del sistema tenemos que enfrentarnos cotidianamente a todo tipo de prejuicios y críticas, no solo desde los convencionalismos sociales, sino también desde los propios movimientos feministas, muchos de los cuales consideran a la maternidad una lacra para la liberación de la mujer. Una falsa liberación diría yo, impuesta por nuestra propia cultura y sistema imperante, levantado en torno a un constructo artificial que ha hecho que nos olvidemos de lo que somos en realidad. Estamos tan contaminados en este sentido que nuestras aspiraciones personales, intelectuales o laborales no nos permiten disfrutar de la crianza natural de nuestros hijos, pensando que unos cuantos años dedicados por entero a su cuidado no permiten nuestra realización personal, suponiendo un paso atrás en las conquistas que la mujer ha llevado a cabo en los últimos tiempos. No, la maternidad no es la cuenta pendiente del feminismo, sino más bien su aliada y la clave fundamental para que los cambios importantes que los distintos movimientos feministas y sociales reivindican sean efectivos.
La maternidad a tiempo completo (o a vida completa, como gustan de llamar algunos y algunas) representa, a mi juicio, el punto de partida para sentar las bases de una auténtica aunque lenta transformación de la sociedad; una sociedad que sigue adoctrinando a nuestras niñas a través de los más variados mecanismos y que continúa asignando determinados roles, actitudes y comportamientos para cada uno de los sexos, sometiendo a críticas a aquellos que se desvían del camino establecido.
El contacto permanente de los niños pequeños con sus padres les proporcionará la seguridad y la preparación suficientes para enfrentarse en un futuro al mundo que van a habitar, un mundo que necesita de un salto generacional en el terreno de los principios y valores consolidados desde el propio hogar, desde aquello que enseñamos a nuestros hijos y que les acompañará durante toda su vida, por lo que nos encontramos ante nuestra mayor responsabilidad.
La maternidad a tiempo completo y concretamente la crianza natural, en nuestros días supone más bien un desafío, un reto y un enfrentamiento constante con la sociedad y sus imposiciones. Desde esta maternidad a tiempo completo, muchas mujeres luchamos cada día contra los mecanismos de adoctrinamiento con los que cuenta el sistema, tales como la televisión, el consumismo o el ocio dirigido y organizado, utilizados con objeto de disuadir las conciencias de los verdaderos problemas de nuestro mundo, encontrándose entre los primeros de ellos el sexismo que sigue recorriendo cada rincón de nuestra sociedad.
La maternidad, lejos de suponer una traba para la liberación de la mujer, representa más bien todo lo contrario. Contribuye a nuestra realización personal y como especie, manteniéndonos vivas, y vivas también nuestras esperanzas de contribuir a la transformación de la sociedad a través de los valores y actitudes transmitidos a unos hijos criados en condiciones de igualdad entre ambos sexos pero conscientes de todo lo que queda por hacer aún y del papel que juega la educación a este respecto.
Nuestras aspiraciones y proyectos personales (que por otra parte, a mi juicio, no dejan de ser un constructo más de la artificialidad de nuestra cultura, aunque nos resulte imposible abandonarlos), seguirán acompañándonos, y están presentes en todo momento, esperando a ser realizados, sabiendo que no hemos renunciado a ellos, sino que hemos decidido pasar los primeros años de vida de nuestros hijos junto a ellos, guiadas por el instinto natural y no por los dictámenes de la sociedad.
Feminismo y maternidad, lejos de excluirse mutuamente, son realidades hermanadas, pues la maternidad, además de reportarnos las mayores alegrías imaginadas, nos brinda la posibilidad de mantenernos en la lucha, atacando al sistema desde la base, a través de todo lo que vamos a transmitir y enseñar a nuestros hijos.
Concluyo estas líneas mientras mi hija duerme sobre mis rodillas y mi pequeño mama incansable de mi pecho, en fin, mientras ejerzo mi maternidad a tiempo completo, sin olvidarme de quién soy, de lo que hemos dejado atrás, lo que hemos conseguido y lo que aún queda por hacer.
[1] BEAUVOIR, SIMONE, El segundo sexo, Ediciones Cátedra, Madrid, 2005.
[2] GONZÁLEZ, CARLOS, Bésame mucho, Ediciones Temas de hoy, Madrid, 2009.
[3] GONZÁLEZ, CARLOS, Un regalo para toda la vida, Ediciones Temas de hoy, Madrid, 2009.
[4] LIEDLOFF, JEAN, El concepto del continuum: en busca del bienestar perdido, Ob Store, Tenerife, 2009.
[5] ODENT, MICHEL, El bebé es un mamífero, Ob Stare, Tenerife, 2007.