El PNV ha vuelto a las andadas. Arrinconando rasgos fundacionales se ha convertido ‑una vez más- en el incondicional aliado del PSOE. Cada vez que protagoniza una nueva y voluntaria entrega se hace merecedor de esas mieles pringosas que destilan los entornos del poder. Y se compromete a batir con furia su propia tierra siguiendo a rajatabla las órdenes que le llegan de Madrid.
Sabemos por experiencia propia que esta desvertebración identitaria del PNV es corrosiva para ellos y dolorosa para los demás. La infidelidad para con los propios se traduce en fidelidad inquebrantable para con los extraños; en los momentos cruciales, siempre han jugado con el equipo de fuera coadyuvando a las derrota del de casa. Cuando el PSOE quiso constreñir a sus interlocutores de Argel, fue el PNV quien les facilitó la tarea lanzándose a la calle. Cuando aquéllos organizaron el GAL, éstos guardaron celosamente el comprometedor maletín de Amedo. Cuando Madrid diseñó la estrategia de pactos antiabertzales, Ardanza lideró el de Ajuria Enea. Cuando Múgica apostó por la dispersión, contó con el visto bueno y la cobertura social de los jelkides. Cuando estos fueron invitados a la mesa de Loiola, hicieron tenaza con los españoles para ahogar cualquier solución soberanista. Así es la «transversalidad» antivasca que casi siempre practicó el PNV y que con excesivo desparpajo aireaba Josu Jon. De todo ello guardamos cumplida y amarga memoria.
Ésta es la hora de Urkullu. Vientos nuevos soplan por Euskal Herria y en muchos rostros se aprecian rasgos de una ilusión todavía contenida. Aquí o allá brotan tenues llamaradas (en la Edad Media, los núcleos de vida se contabilizaban como «fuegos») de confluencia soberanista. El siniestro Rubalcaba convocó a sus afines para advertirles del peligro que se avecinaba. Consta que el PNV, el más dispuesto de entre ellos, se aprestó a colaborar con Maquiavelo Pérez. Y en ésas anda. Urkullu se ha convertido en el portavoz de don Alfredo para que en estas tierras tengan buena acogida sus dictados. Quien quiera conocerlos en versión local no tiene más que escucharle al jelkide: «Zutik Euskal Herria es una reflexión ajena y nada novedosa», «los comunicados de ETA son insuficientes», «tantas convocatorias con sopa de letras, una estrategia ridícula y agobiante para marearnos», «que se muevan ellos», «los facilitadores internacionales hablan demasiado»… Espléndida debió de ser la cena de Madrid si tomamos en cuenta los empeños del jelkide por sofocar esperanzas. Ha asumido casi en exclusiva la portavocía del partido para sembrar recelos donde brotan sinergias; para instaurar desaliento donde despuntan ilusiones; para desmovilizar a una sociedad a la que se le propone ser sujeto activo de los cambios que ya se están produciendo. Grave delito de leso futuro contra un pueblo que lo busca con denuedo.
El PNV tiene por delante un trabajo demoledor y bien pagado; pero extenuante y nada fácil. No me atrevo a vaticinar qué sucederá, pero ya están prendiendo en Euskal Herria numerosas fogatas. Y detrás de todas ellas, cada vez hay más gente atizando la llama.
Fuente: Gara