Ni un minu­to de silen­cio, toda una vida de combate

La his­to­ria no hace nada a medias y atra­vie­sa muchas fases cuan­do quie­re con­du­cir una vie­ja for­ma social a la tum­ba…”
Karl Marx Con­tri­bu­ción a la crí­ti­ca de la filo­so­fía del dere­cho de Hegel, 1844.

Muchas veces tuvo que haber vis­to nacer el alba mien­tras se embe­le­sa­ba con­tem­plan­do el fir­ma­men­to sem­bra­do de estre­llas; muchas veces tuvo que haber con­tem­pla­do mano­jos de sil­ves­tres loros retan­do las tor­men­tas. Y, ¿cuán­tas veces sen­ti­mos su mira­da escru­ta­do­ra escar­ban­do en los luce­ros las rutas cier­tas del maña­na? ¿No nos pre­gun­tá­ba­mos, aca­so, como hacía para encon­trar con tan­to sen­ci­llo acier­to las tra­zas nece­sa­rias de lo eman­ci­pan­te concreto?

Guar­dián incan­sa­ble del sagra­do vien­tre de la tie­rra, her­mano del mon­te, ami­go del vien­to, gue­rre­ro de llu­via con lan­zas de sol y fle­chas de tem­pes­tad entre sus manos; él solía inter­pre­tar la jer­ga húme­da del bos­que para lle­nar de fe la con­cien­cia rebel­de de los oprimidos.

Hen­di­da la his­to­ria por la tor­men­ta, su cuer­po se vier­te sobre la auro­ra y en for­ma de amor se extien­de sobre las cosas.
La déca­da mue­re ado­lo­ri­da, pero el gri­to de gue­rra del pue­blo sufri­do emer­ge en vin­dic­ta por el gla­dia­dor caí­do. Enton­ces, el mal pre­sa­gio se disi­pa, al sen­tir­se la mani­gua son­rien­do en ver­de su espe­ran­za, por­que nun­ca un pue­blo tuvo un sal­va­dor dife­ren­te a sí mis­mo; es decir, al uni­ver­so colec­ti­vo de sus mejo­res hijos.

Con­fia­mos a la sel­va, el fue­go nues­tro que deten­ga el caos, ele­van­do has­ta el eterno el res­plan­dor cre­cien­te del ideal. Los ana­que­les de la flo­res­ta res­guar­dan su ima­gen de luz con­tra el ocaso.

Para un hom­bre que tuvo el valor de morir sin doble­gar­se, en una muer­te que no es quie­tud y pol­vo sino simien­te vege­tal de los sue­ños jus­ti­cie­ros; para un jaguar de azul celes­te y ver­dor de fron­da en el invierno; aus­te­ro en todo menos en cora­je y entre­ga por su pue­blo, es deco­ro­so par­tir entre la pól­vo­ra, como entre la pól­vo­ra se ha ido sólo para que­dar­se en la voz de las horas que derra­ma el tiempo.

Entre tan­to, a las puer­tas de su glo­ria, las moles fir­mes del guar­dián andino, velan arma­das la ama­da semi­lla de su huma­ni­dad caí­da; una estam­pi­da de sue­ños des­ata las rien­das de la pól­vo­ra encen­di­da: can­to épi­co de la jun­gla, poe­mas de ace­ro lan­zan­do el ver­bo de sus balas y el sigi­lo de la ira incen­dia­ria, com­ba­ti­va, asal­tan­do con su fue­go las fero­ces hor­das del averno.

Ellos, orde­nan su extin­ción, con­de­nan­do sus res­tos al fon­do melan­có­li­co de una fosa inau­di­ta, lan­zan­do su honor al pútri­do fan­go de las men­ti­ras… Pero, ¿qué malig­na fuer­za pue­de aba­tir por siem­pre la férrea dimen­sión de la ver­dad erguida?
Así, enton­ces, en el tumul­to del amor encuen­tran el retorno nues­tros muer­tos: un sepul­cro de luna, un sar­có­fa­go de estre­llas, un ara de ter­nu­ra en el pan­teón del cora­zón y en la mon­ta­ña, se ele­va para cada com­ba­tien­te que par­te tras la luz de la utopía.
En lo exten­so de los cie­los, en la dimen­sión del día, en el soca­vón de la noche y en las caver­nas de las som­bras, aún ante las garras de la muer­te, ante la evi­den­cia del estruen­do ale­ve, innú­me­ros serán los días de la evo­ca­ción para los nues­tros, en su lar­ga mar­cha admi­ra­ble hacia los inters­ti­cios del ori­gen, hacia el rega­zo de la memo­ria, hacia las radí­cu­las del agua…; para ele­var­se cón­so­nos en las espi­gas del vien­to, o esti­rar­se en la his­to­ria, afe­rra­dos a los lar­gos dedos del des­tino con un haz de tem­pes­ta­des en el alma y un escu­do de luna y hoja­la­tas de nie­bla, y más coros de balas, de pája­ros y bes­tias…; más coros de lia­nas, de robles y de insec­tos, agi­tan­do las bra­sas encen­di­das del rojo deseo de la leyen­da guerrillera.

Entre revo­lu­cio­na­rios, si la lla­ma de la san­gre se encien­de en el pecho y el fugaz fan­tas­ma de la vida se vuel­ve adiós de cara­co­las, no hay voces fúne­bres de sue­ños ven­ci­dos que le den cimien­to al fósil del olvi­do, por­que don­de caen, los que luchan, con la magia de su pro­pio ejem­plo se ele­van res­plan­de­ci­dos, alar­gan­do la auro­ra des­de la ala­ban­za del ayer dormido.
En él, los dilu­vios de la glo­ria derri­ban con cre­ces la muer­te ociosa.

Por eso, mien­tras el pue­blo humil­de lo que­ría y admi­ra­ba, ellos, los oli­gar­cas, le temían y odiaban.

Que­rían sus enemi­gos, que son los enemi­gos del pue­blo, ver­lo muer­to y des­trui­da su ima­gen, su memo­ria, su siembra.
Para los oli­gar­cas, Jor­ge Bri­ce­ño era un cam­pe­sino igno­ran­te, al que detes­ta­ban por­que no era de su cla­se y sobre todo por­que des­de las pobre­rías se había levan­ta­do en armas como un gue­rri­lle­ro de las FARC, del ejér­ci­to del pue­blo, encum­brán­do­se como sím­bo­lo de rebel­día y dig­ni­dad con­tra el pes­ti­len­te orden de injus­ti­cias que rei­na en Colom­bia, impues­to por los capi­ta­lis­tas y sucios ele­men­tos apá­tri­das que sir­ven a los intere­ses de las tras­na­cio­na­les extranjeras.

Qui­zás no les pare­cía sim­pá­ti­co, ade­más. Pero bueno, eso sería lo de menos. Lo esen­cial es que era su opo­si­tor pelean­do del lado de los amplios y mayo­ri­ta­rios sec­to­res socia­les empo­bre­ci­dos, que tan­to cla­man por sus dere­chos en nues­tro desan­gra­do país.
Como hom­bre pobre e incon­for­me, con­ver­ti­do en mag­ní­fi­co revo­lu­cio­na­rio con­duc­tor de la lucha con­tra los opre­so­res, tenía las carac­te­rís­ti­cas per­fec­tas para gene­rar el abo­rre­ci­mien­to abso­lu­to de los por­ten­to­sos “due­ños” del país. Habrían que­ri­do eli­mi­nar­lo hace muchos años, cre­yen­do que en él radi­ca­ba la fuer­za fun­da­men­tal de ese ingen­te colec­ti­vo insur­gen­te que él había ayu­da­do a for­jar. Pero, no; lo peor para ellos es que el Mono se les había con­ver­ti­do en un imba­ti­ble par­ti­sano, en un ejem­plo para el pue­blo sobre cómo hay que enfren­tar los opro­bios de los oli­gar­cas con dignidad.

Qué gran mili­tan­te era el mono, que gran gue­rri­lle­ro, que gran comu­nis­ta, que gran revo­lu­cio­na­rio. Con sen­ci­llas pala­bras era capaz de ener­var a sus per­se­gui­do­res y a los enemi­gos todos de los explo­ta­dos y de las FARC; pues su ver­bo con­cre­to y sen­ci­llo, era ense­ñan­za direc­ta para los mar­gi­na­dos y vili­pen­dia­dos; cada orien­ta­ción y con­sig­na era ruta para la orga­ni­za­ción y la ense­ñan­za, para la resis­ten­cia y la cons­truc­ción de poder entre las pobrerías.

Aho­ra bien, sin exa­ge­rar habría que refle­xio­nar en que la uti­li­za­ción de todos esos pro­ce­di­mien­tos de bar­ba­rie des­ti­na­dos para rea­li­zar un ata­que sobre un cam­pa­men­to gue­rri­lle­ro, no tie­nen que ver sola­men­te con la des­truc­ción ni de un hom­bre como tal, ni de la par­ti­cu­lar orga­ni­za­ción revo­lu­cio­na­ria a la que per­te­ne­ce. Los pro­ce­di­mien­tos bur­dos y mor­bo­sos de la acción cri­mi­nal que emplea­ron para ase­si­nar­lo a él y a 9 de sus cama­ra­das, y lue­go la mane­ra en que empren­die­ron la difu­sión noti­cio­sa ensa­ñán­do­se con­tra su ima­gen, engra­nan per­fec­ta­men­te, como prác­ti­ca, en lo que podría ser la men­ta­li­dad de una oli­gar­quía deca­den­te, subor­di­na­da al abo­mi­na­ble des­en­vol­vi­mien­to de un impe­rio en cri­sis, cuya civi­li­za­ción colap­sa ineluc­ta­ble­men­te, ponien­do en peli­gro el des­tino mis­mo de la humanidad.

Uti­li­za­da la cien­cia y la téc­ni­ca en la pér­fi­da empre­sa de crear incon­men­su­ra­bles armas para matar, inve­ro­sí­mi­les fac­to­res de alie­na­ción y chan­ta­je, inima­gi­na­bles fuer­zas de des­truc­ción que depre­dan la natu­ra­le­za y el equi­li­brio ambien­tal, los revo­lu­cio­na­rios son vis­tos por los explo­ta­do­res como su antí­te­sis, como la ame­na­za a sus deseos mez­qui­nos, sen­ci­lla­men­te por­que bien saben que con rebel­día crea­do­ra y pro­fun­da­men­te huma­na, se está dis­pues­to a empren­der la eman­ci­pa­ción y recons­truc­ción radi­cal de la socie­dad, en mane­ra tal que se pros­cri­ba para siem­pre la sumi­sión, el ser­vi­lis­mo, la vena­li­dad y las injus­ti­cias cri­mi­na­les que lace­ran al pueblo.

Pero los hom­bres y muje­res revo­lu­cio­na­rios, de la con­di­ción inco­rrup­ti­ble de Jor­ge Bri­ce­ño, por ser enemi­gos de la explo­ta­ción y la hege­mo­nía impe­rial, serán per­se­gui­dos por los laca­yos de la reac­ción; y esta per­se­cu­ción será a muer­te, por­que bien saben los mons­truos incu­ba­dos en el cieno del sór­di­do capi­tal, que el revo­lu­cio­na­rio ver­da­de­ro, el que no jue­ga con los prin­ci­pios, jamás aban­do­na sus valo­res espi­ri­tua­les, ni su com­pro­mi­so altruis­ta con la humanidad.

De tal con­di­ción era Jor­ge, cuyo nom­bre antes de ingre­sar a las filas insur­gen­tes era Víc­tor Julio Suá­rez Rojas. Y aun­que mucho se espe­cu­la sobre el lugar de su naci­mien­to, lo con­cre­to es que con su gran sen­ti­do del humor, algu­na vez escri­bió al coman­dan­te Iván Már­quez para cerrar uno de sus tan­tos men­sa­jes: “Cor­dial­men­te Víc­tor Julio Suá­rez Rojas, y si nece­si­ta esa par­ti­da de bau­tis­mo, mán­de­la a sacar de la igle­sia de Ico­non­zo (Toli­ma), que está pasan­do el río Suma­paz, al fren­te de Pan­di (Cun­di­na­mar­ca)”, y agre­gó con chis­pa de jovia­li­dad que “fir­mo con par­te de mi nom­bre y ense­gui­da lo comien­zo a escu­char por radio, tele­vi­sión y pren­sa; ¡qué vai­na!, eso sig­ni­fi­ca que me roba­ron por­que hace rato pagué para que me borra­ran de esos registros”.
Tenía 57 años al momen­to de su muer­te. Sus padres tam­bién habían sido lucha­do­res cam­pe­si­nos; como agra­ris­tas del Suma­paz estu­vie­ron liga­dos des­de siem­pre a las luchas de las empo­bre­ci­das masas de ese sec­tor en el que por tan­to tiem­po reso­nó el nom­bre de otro insig­ne lucha­dor comu­nis­ta: Juan de la Cruz Vare­la. Así, su con­di­ción de revo­lu­cio­na­rio no le vie­ne de la nada. Era hechu­ra del entorno de lucha en el que cre­ció des­de los tiem­pos en que a su fami­lia le tocó enfren­tar, como par­te del pue­blo opri­mi­do, los des­ma­nes del dic­ta­dor Gus­ta­vo Rojas Pini­lla, quien con las tro­pas mis­mas que venían de la odio­sa gue­rra impe­ria­lis­ta con­tra Corea, ata­có los terri­to­rios de Suma­paz y Villa­rri­ca en el orien­te del Tolima.

Mucho le tocó lidiar en el seno de su fami­lia humil­de, que como muchas otras se vie­ron obli­ga­das a tras­hu­mar en las mon­ta­ñas para sobre­vi­vir y final­men­te esta­ble­cer la resis­ten­cia en los his­tó­ri­cos coman­dos comu­nis­tas de auto­de­fen­sa arma­da que estu­vie­ron acti­vos des­pués del ata­que a Villa­rri­ca, en terri­to­rios de El Pato y Gua­ya­be­ro. Estos coman­dos inte­gra­dos en gran medi­da por los cam­pe­si­nos que tuvie­ron que hacer el qui­te a la muer­te en La Cor­ti­na de la Resis­ten­cia de Villa­rri­ca, con­du­ci­dos por el Coman­dan­te José Alfon­so Cas­ta­ñe­da (el coman­dan­te Richard) en el cam­po de bata­lla y lue­go en la reti­ra­da por la cor­di­lle­ra Orien­tal, en lo que sería el des­pla­za­mien­to de la Segun­da Colum­na de Mar­cha que toma­ría rum­bo sur hacia la mesa sel­vá­ti­ca de Gali­lea, entre los lími­tes de Hui­la con el Meta. Una vez logra­ron esta­bi­li­zar­se y dar­le res­pi­ro a los cen­te­na­res de hom­bres, muje­res y niños que via­ja­ban con la auto­de­fen­sa arma­da, Richard se movi­li­zó con el peque­ño gru­po que desa­rro­lla­ría el tra­ba­jo orga­ni­za­ti­vo en el Aria­ri, El Pato y Gua­ya­be­ro. Estos, jun­to a los coman­dos comu­nis­tas arma­dos de Rio­chi­qui­to y Mar­que­ta­lia, fun­da­dos por el legen­da­rio Jaco­bo Prías y el imba­ti­ble Manuel Maru­lan­da Vélez, des­pués de la desin­te­gra­ción del cam­pa­men­to del Davis y el rom­pi­mien­to de la alian­za de resis­ten­cia con los libe­ra­les, serían los semi­lle­ros de la lucha insur­gen­te que dio ori­gen a las FARC-EP. Sus alia­dos tác­ti­cos de enton­ces, como lo eran los Loay­sa y José María Ovie­do (Maria­chi), entre otros, que se hacían lla­mar “Libe­ra­les Lim­pios” para dife­ren­ciar­se de los que ellos lla­ma­ban “comu­nes” por su afi­ni­dad con los comu­nis­tas, toma­rían el rum­bo para­mi­li­tar a favor de las acti­vi­da­des de gue­rra sucia del gobierno.

En ese tra­se­gar de la resis­ten­cia agra­ris­ta y patrió­ti­ca de los comu­nis­tas, Jor­ge Bri­ce­ño apren­dió de la vida todos los tru­cos de los per­se­gui­dos que han toma­do la deter­mi­na­ción de enfren­tar al régi­men. Poco a poco fue asi­mi­lan­do des­de lo más ele­men­tal de la escri­tu­ra y la lec­tu­ra, entre cam­pa­men­to y cam­pa­men­to, has­ta lo más esen­cial de la gue­rra de gue­rri­llas, obser­van­do y con­vi­vien­do con los gue­rri­lle­ros, quie­nes de mane­ra cari­ño­sa le lla­ma­ban El Mono, hacien­do alu­sión a su tez blan­ca y cabe­llo un poco rubio.
Espe­cial­men­te obser­van­do y apren­dien­do de Manuel Maru­lan­da y de Jaco­bo Are­nas, insig­nes for­ma­do­res de diri­gen­tes revo­lu­cio­na­rios, cua­li­fi­có su con­di­ción de com­ba­tien­te, adqui­rió el habi­to de la lec­tu­ra, se for­mó como mar­xis­ta y boli­va­riano y con sus hechos y su buen ejem­plo, se con­vir­tió en un coman­dan­te gue­rri­lle­ro de mag­ní­fi­cas cali­da­des, cuya con­di­ción más impor­tan­te era el sen­ti­do de lo colec­ti­vo en la direc­ción de los aspec­tos polí­ti­cos y mili­ta­res de la organización.
La fra­ter­ni­dad y la cama­ra­de­ría era el ambien­te que flo­re­cía en sus cam­pa­men­tos, la con­fian­za para opi­nar y con­tro­ver­tir den­tro de los cáno­nes del cen­tra­lis­mo demo­crá­ti­co que rige la dis­ci­pli­na faria­na y siem­pre en el sen­de­ro de la crí­ti­ca y la auto­crí­ti­ca, eran los rum­bos del colec­ti­vo que rodea­ba a Jor­ge. La sem­blan­za que con moti­vo de su par­ti­da ela­bo­ró el Secre­ta­ria­do de las FARC para enal­te­cer­lo a él como uno de sus más sen­ci­llos y abne­ga­dos inte­gran­tes, habla sucin­ta pero cla­ra­men­te de su con­di­ción de revo­lu­cio­na­rio intachable.

Pero siem­pre se podrá decir más sobre sus cua­li­da­des: cuán­ta tena­ci­dad y arro­jo pro­di­ga­ba; como com­ba­tien­te o con­duc­tor había par­ti­ci­pa­do en cen­te­na­res de bata­llas, difun­dien­do un ejem­plo muy ele­va­do de dis­ci­pli­na, auda­cia y res­pe­to por el enemi­go. Así, cuan­do como con­se­cuen­cia del gol­pe del des­tino que le qui­tó la vida, los ase­si­nos que lan­za­ron 7 mil kilo­gra­mos de explo­si­vo letal sobre su cuar­tel de la mon­ta­ña le cre­ye­ron ven­ci­do, derro­ta­do y aún su ima­gen sepul­ta­da bajo el terror ale­ve de las hor­das mediá­ti­cas que vili­pen­dian su memo­ria sin cesar, el Coman­dan­te Jor­ge Bri­se­ño les ha reapa­re­ci­do cre­cien­te, ingen­te, como una legión de valien­tes en las voces de los opri­mi­dos que le reve­ren­cian, en los puños del pue­blo en armas mul­ti­pli­ca­do en dig­ni­dad y en con­ven­ci­mien­to abso­lu­to por la cau­sa a la que entre­gó su vida. Miles de gue­rri­lle­ros le han dicho pre­sen­te hacien­do tro­nar sus fusi­les con­tra el régi­men opre­sor. De orien­te a occi­den­te, de nor­te a sur, cada Blo­que de las FARC-EP ha entre­ga­do sus par­tes de vic­to­ria en esta rápi­da cam­pa­ña de home­na­je que hemos deno­mi­na­do JORGE BRICEÑO VIVE, la cual con­tri­bu­yó con cre­ces a ele­var los resul­ta­dos de cas­ti­go que el Ejér­ci­to del Pue­blo cau­só a las tro­pas del régi­men en el año 2010, y que suman 4371bajas entre muer­tos y heridos.

La caí­da de Jor­ge en las mon­ta­ñas, ha des­bor­da­do sin duda el cora­je, las ganas de la jus­ta vin­dic­ta, el deseo de emu­lar­le, el recuer­do de lo que fue su vita­li­dad ava­sa­llan­te, el deseo de tan­to com­ba­tien­te que­rien­do ser como él para así ren­dir­le home­na­je a la cau­sa noble y altruis­ta que encarnaba.

Sabe­mos en lo que anda­mos, los ries­gos y sacri­fi­cios que impli­ca una lucha revo­lu­cio­na­ria al lado de los des­po­seí­dos. Por eso asu­mi­mos que cual­quier pade­ci­mien­to sería poco fren­te a lo mucho que mere­cen los pue­blos en fun­ción de sus rei­vin­di­ca­cio­nes. Por ello nues­tros dolo­res no son ni serán jamás de lamen­ta­cio­nes; tam­po­co de con­for­mi­dad o tole­ran­cia, pues para los faria­nos la resig­na­ción es como una enfer­me­dad del alma. Nues­tro luto es de com­ba­te. Así que los gue­rri­lle­ros en todos los cam­pa­men­tos le han ren­di­do tri­bu­to a Jor­ge y a cada uno de nues­tros muer­tos des­bor­dan­do auda­cia con­tra el enemi­go y des­bor­dan­do, ade­más, amor y más amor en can­tos, poe­sías, pala­bras sen­ti­das…, que qui­sie­ran defi­nir el heroís­mo y la abne­ga­ción de ellos, en sig­ni­fi­ca­dos que flu­yen hacia la excel­sa idea de la jus­ti­cia y la eman­ci­pa­ción para los vili­pen­dia­dos y explotados.
En home­na­je pós­tu­mo al colo­so de la Maca­re­na, El Blo­que Orien­tal que coman­da­ba al lado de un ague­rri­do Esta­do Mayor de inclau­di­ca­bles, ha pasa­do a lla­mar­se Blo­que Coman­dan­te Jor­ge Bri­ce­ño, y su men­sa­je lan­za­do pocos días antes de su muer­te, aho­ra es con­sig­na que retum­ba como con­vic­ción des­de el cam­po y las barria­das humil­des de Colom­bia: ¡Naci­mos para ven­cer y no para ser ven­ci­dos! Y no se tra­ta ello de un vano con­ven­ci­mien­to fun­da­do en la idea de la pre­des­ti­na­ción como cla­ve de la sal­va­ción del hom­bre, no.

No se tra­ta de una con­fian­za iner­te en cuan­to a que tene­mos la fe de haber sido o de que sere­mos ele­gi­dos por­que cree­mos estar actuan­do dig­na­men­te, no. No es dable que el coman­dan­te Jor­ge pen­sa­ra o se espe­ran­za­ra en la “gra­cia de la elec­ción divi­na”. Nues­tro Dios es el pue­blo, sin duda algu­na, y por ello nues­tra fe radi­ca en el con­ven­ci­mien­to y cre­do en sus infi­ni­tas capa­ci­da­des que nos per­mi­ten repe­tir con El Mono, nues­tro que­ri­do Mono, que “¡somos pue­blo y el pue­blo es invencible!”.
¿Apun­ta­mos aca­so a un deter­mi­nis­mo reli­gio­so? NO. ¿Cree­mos aca­so en que nues­tra sal­va­ción ven­drá de la “libé­rri­ma, eter­na y omni­po­ten­te volun­tad divi­na”?, ó, aca­so ¿esta­mos pen­san­do en un des­tino con deter­mi­nis­mo natu­ral de sal­va­ción? NO.
Nues­tro con­ven­ci­mien­to boli­va­riano es que los pue­blos se sal­van a sí mis­mos y que noso­tros, somos pue­blo orga­ni­za­do en armas, que más tem­prano que tar­de logra­rá sus pre­ten­sio­nes con la soli­da­ri­dad de quie­nes en cada rin­cón del mun­do luchan por la liber­tad huma­na en dig­ni­dad. Sin creer que sea la lucha con­tra los explo­ta­do­res el “peca­do” que nos con­de­na­rá. Nues­tra úni­ca sal­va­ción está en la con­fian­za que tene­mos en las inago­ta­bles poten­cia­li­da­des revo­lu­cio­na­rias de los miles de millo­nes de mise­ra­bles del mun­do, en esa enor­me masa de sufrien­tes que cre­ce como nega­ción del sis­te­ma por­que ese sis­te­ma los nie­ga como seres humanos.
En tér­mi­nos de Marx, con la con­fian­za en que es ingen­te la fuer­za libe­ra­do­ra de la huma­ni­dad sufrien­te que pien­sa y de la huma­ni­dad pen­san­te que sufre como pro­pia la opre­sión aje­na; con cer­te­zas en cuan­to a que la rebe­lión de los opri­mi­dos ha de ser, su mar­cha nece­sa­ria hacia una socie­dad uni­ver­sal sin cla­ses y sin Esta­do se pre­sien­te; es decir, con el vivo cre­do en la era del comu­nis­mo, es que mar­cha­mos sin pau­sa, con­ven­ci­dos de la victoria.

Sin abun­dar en rela­tos refe­ri­dos a los com­ba­tes vic­to­rio­sos que pro­ta­go­ni­zó Jor­ge, sin hablar esen­cial­men­te de su inne­ga­ble genio mili­tar y de su loa­ble empe­ño polí­ti­co por hacer posi­ble el pro­pó­si­to socia­lis­ta, pode­mos dar su dimen­sión dicien­do que era un extra­or­di­na­rio cul­tor de las ense­ñan­zas del coman­dan­te Manuel Maru­lan­da Vélez, siem­pre ape­ga­do a la línea y a las orien­ta­cio­nes del Esta­do Mayor Cen­tral y su Secre­ta­ria­do, a los pla­nes, a las ideas del colec­ti­vo, a la cau­sa mayor del con­jun­to fariano, sin deno­tar indi­vi­dua­lis­mo ni suge­rir­lo siquie­ra por acci­den­te. Esa era su for­ta­le­za, su poder, o la magia que le hacían pare­cer invul­ne­ra­ble, imba­ti­ble, des­bor­dan­do ener­gía crea­do­ra que se des­en­vol­vía sólo al lado y en fun­ción de todos los que le rodea­ban que­rién­do­le igualar.

Nadie pue­de negar que jun­to a él no era posi­ble dejar de ser intré­pi­do, deno­da­do, incan­sa­ble, fer­vo­ro­so, inten­so…, par­te mis­ma de su genio y de su cicló­ni­ca pre­sen­cia a favor de la liber­tad. Pero, entre tan­ta cua­li­dad, sen­ci­lla­men­te Jor­ge, era un revo­lu­cio­na­rio de cora­zón, de cuer­po y alma, entre­ga­do a la cau­sa sagra­da de la Nue­va Colom­bia, la Patria Gran­de y el socia­lis­mo. Nada para sí, siem­pre, siem­pre, pen­san­do en los suyos y en el futu­ro del pue­blo, en pri­mer lugar.

Si le toca­ba morir no podía ser sino en la trin­che­ra, en la pri­me­ra línea, al lado de sus gue­rre­ros, enhies­to en sus con­vic­cio­nes y deco­ro, ergui­do y sereno en la mon­ta­ña…, sin impor­tar­le la per­ver­si­dad del enemi­go, sin pen­sar un ins­tan­te en des­per­tar com­pa­sión por los males del cuer­po que le aque­ja­ban y pesa­ban como far­dos de plo­mo sobre su existencia,
Más allá de la per­fi­dia enemi­ga, es glo­rio­sa su muer­te, es heroi­co su sacri­fi­cio,… y un sím­bo­lo y divi­sa el valor de los valien­tes que con él caye­ron; de los resis­ten­tes que por déca­das han entre­ga­do su san­gre y sus vidas para que flo­rez­can los sue­ños de liber­tad. Pero qué difí­cil es hablar de cada uno de nues­tros muer­tos, pues tan­to y tan­to hay que decir de cada cual que no habría pala­bras que pue­dan expre­sar lo que mere­cen. Cuán­tos que no estre­cha­ron nues­tras manos, cuán­tos res­pec­to a quie­nes ape­nas diji­mos algu­na vez sus nom­bres, cuán­tos que sólo vimos de paso pero que aún así están en nues­tras almas sem­bra­dos como semi­llas del pun­do­nor, gene­rán­do­nos el mayor com­pro­mi­so de abne­ga­ción por sus sue­ños. Tan­tos, tan­tos que tenían en sus almas la magia inma­cu­la­da y gene­ro­sa del amor al pró­ji­mo, el alien­to supe­rior de su deci­sión de entre­gar­lo todo por la cau­sa de los pobres…, y que por ello ganan los cora­zo­nes más agra­de­ci­dos del pue­blo y el méri­to de reci­bir su admiración.

Al hablar del Mono y de nues­tros muer­tos, los pen­sa­mien­tos se ele­van has­ta el cenit de la gran­de­za que entra­ña el sacri­fi­cio de cada cama­ra­da caí­do en cada lugar de la patria don­de hun­de sus raí­ces la memo­ria de esta lar­ga lucha, hacien­do flo­re­cer la cer­ti­dum­bre que nos man­tie­ne en la bata­lla dis­pues­tos a entre­gar­lo tam­bién todo por la liber­tad, o por un poco de espe­ran­za para los oprimidos.

Por eso, en estas pala­bras que ins­pi­ra Jor­ge, por todos los caí­dos en la lucha es que expre­sa­mos nues­tros más altos sen­ti­mien­tos y nues­tro com­pro­mi­so de lle­var ade­lan­te sus ideas. Y a quie­nes por temor a los vic­ti­ma­rios, o enga­ña­dos por las ava­lan­chas de men­ti­ras que el régi­men vier­te sobre las obras de los revo­lu­cio­na­rios, deci­den tomar dis­tan­cia y has­ta sumar­se a las ace­chan­zas de los vili­pen­dios, sim­ple­men­te como se hace con la mara­ña de la sel­va que no se quie­re mal­tra­tar, la apar­ta­mos del camino con la espe­ran­za de que un día, cuan­do a ellos lle­gue el sol de la ver­dad, se con­vier­tan en el abri­go tam­bién de estos sue­ños de patria dig­na que albergamos.

Quie­nes le cono­ci­mos al Mono per­so­nal­men­te o por sus his­to­rias for­mi­da­bles de lau­tá­ri­co gue­rre­ro y con­duc­tor polí­ti­co; quie­nes le sen­ti­mos a él y la vívi­da fla­ma de cada gue­rri­lle­ro aba­ti­do, les lle­va­re­mos en nues­tros cora­zo­nes, aho­ra más que nun­ca, recor­dan­do su res­plan­dor de comu­nis­tas. En el basal­to de la memo­ria colec­ti­va esta­rá ins­cri­ta la leyen­da de cada com­ba­tien­te vale­ro­so, de cada cama­ra­da indo­ble­ga­ble…, de cada hijo de este pue­blo aguerrido.

Reite­re­mos que tes­ti­mo­nio debe que­dar, enton­ces, en esta hora de luto com­ba­ti­vo, cuan­do la tris­te­za emer­ge como plo­mo y metra­lla de la jus­ta gue­rra vic­to­rio­sa, que se ha hecho sen­tir la emo­ción de milla­res de com­ba­tien­tes en las aulas gue­rri­lle­ras y en cen­te­na­res de pun­tos de Colom­bia; en unos lados recor­dan­do la obra del Coman­dan­te aba­ti­do, manan­do el todo como un fer­vien­te orfeón patrio hecho por una enor­me masa boli­va­ria­na de par­ti­sa­nos y mili­tan­tes, que espon­tá­nea­men­te han home­na­jean­do a Jor­ge, y jun­to a él a nues­tros muer­tos, des­bor­dan­do admi­ra­ción y cari­ño, hacien­do fluir la poe­sía, la pro­sa coti­dia­na y el can­to, agi­gan­tan­do en cada cora­zón la deter­mi­na­ción de con­ti­nuar ade­lan­te has­ta triun­far. Y en muchos otros luga­res, con más entu­sias­mo que ayer, con más exal­ta­ción que antes, con cre­cien­tes de arro­jo y valor, accio­nan­do los fusi­les y mor­te­ros, la osa­día y el tem­ple de la gue­rra de gue­rri­llas móvil.

Enton­ces sur­ge un gran con­ven­ci­mien­to en cuan­to a que ha sido inmen­sa la heren­cia de nues­tros muer­tos, esa heren­cia del pun­do­nor des­bor­da­do en el deber que con con­vic­ción nos impo­ne­mos más allá de las ardi­das con­sig­nas, pen­san­do –en tér­mi­nos de Bolívar‑, en que nada nos deten­drá si el pue­blo nos ama; nada nos deten­drá por­que sabe­mos que es el futu­ro de la huma­ni­dad lo que está en jue­go en cada rin­cón del mun­do don­de se enfren­ta a las oli­gar­quías y al impe­ria­lis­mo. Y ¿qué mayor huma­nis­mo que aquel que impli­ca la entre­ga ple­na a la cau­sa de los pobres rubri­can­do el com­pro­mi­so con la san­gre pro­pia?, sin titu­bear fren­te a la des­co­mu­nal máqui­na béli­ca del deca­den­te impe­ria­lis­mo en cri­sis estruc­tu­ral. En tal sen­ti­do, ¿qué mayor huma­nis­mo que aquel que se con­ju­ga siguien­do la ense­ña de Manuel Maru­lan­da, de Bolí­var, del Che; es decir, por ejem­plo, siguien­do a Jor­ge en su coti­dia­na prác­ti­ca del pen­sa­mien­to de Ernes­to Gue­va­ra: “En cual­quier lugar que nos sor­pren­da la muer­te, bien­ve­ni­da sea, siem­pre que ése, nues­tro gri­to de gue­rra, haya lle­ga­do has­ta un oído recep­ti­vo, y otra mano se tien­da para empu­ñar nues­tras armas, y otros hom­bres se apres­ten a ento­nar los can­tos luc­tuo­sos con table­teo de ame­tra­lla­do­ras y nue­vos gri­tos de gue­rra y de victoria”.

Y así esta­mos enton­ces, empu­ñan­do las armas, más allá de las crí­ti­cas de los enga­ña­dos, de los dis­traí­dos y de los mal inten­cio­na­dos que nos piden que tome­mos el camino del desar­me. Con todo el amor que pode­mos pro­di­gar a los opri­mi­dos, en pro del comu­nis­mo, en pos de la eman­ci­pa­ción huma­na, has­ta en medio del luto com­ba­ti­vo alzan­do la ban­de­ra de la soli­da­ri­dad y del inter­na­cio­na­lis­mo…; de la comu­nión de los explo­ta­dos, de la dig­ni­dad del ofendido.

¡Por nues­tros muer­tos ni un minu­to de silen­cio, toda una vida de combate!
¡Naci­mos para ven­cer y no para ser vencidos!
¡Viva la memo­ria del Coman­dan­te Jor­ge Briceño!

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