3. La corta racionalidad del imperialismo
Sin embargo, en la fase imperialista del capitalismo la «mano invisible» del mercado necesita del «puño de acero» del Estado para importe a los pueblos explotados cuando han fallado otros instrumentos previos de soborno, engaño y división. La historia real del capitalismo, la que padecen las clases oprimidas, ha mostrado desde siempre que este modo de producción no ha logrado derrotar al modo feudal en Europa y expandirse luego por el planeta entero sino gracias a la fuerza armada del Estado, o como dijera Marx, gracias a los métodos terroristas, fundamentalmente. Las primeras expediciones sistemáticas europeas en busca de riquezas que robar a los musulmanes, las sanguinarias Cruzadas, ya adelantaron algunas prácticas que al poco mejorarían los aventureros portugueses y españoles cuando se lanzaron a la búsqueda de especias, esclavos y oro, en expediciones sufragadas por el Estado y por comerciantes.
Si los ejércitos estatales han sido necesarios para la victoria del capitalismo colonial, también lo han sido sus burocracias recaudadoras, administrativas, técnicas y científicas, educativas y religiosas, etc. Por ejemplo, proyectar buenos mapas resolviendo cómo trasladar a dos dimensiones una superficie esférica era tan vital como crear buena artillería, buenos barcos, buena alimentación y buena salud; y era igualmente vital resolver el problema de la latitud y de la longitud de la esfera terrestre, lo que exigía hacer precisos y fuertes relojes y minuciosas tablas matemáticas, astronómicas, de corrientes marinas y de vientos, etc. Lo que ahora llamamos ciencia creció impulsada por las exigencias implacables de la expansión militar y económica, sobre todo a partir del siglo XIX cuando la burguesía comprendió que, para imponerse a la humanidad, debía lograr la proeza científica de sintetizar y concentrar en un buque de guerra moderno toda la civilización del capital.
Estamos diciendo que existe una lógica nada absurda e irracional que explica por qué y cómo el colonialismo capitalista expandiéndose a la vez que desarrollaba lo que se define como «logros de la civilización», es decir, que junto a la atrocidad terrorista del exterminio de culturas y pueblos también se producía el avance de la ciencia. Se trata de una unidad dialéctica de contrarios sin la cual no entendemos nada de la historia. Esta lógica ya latente en las Cruzadas ‑los salvajes saqueos de Jerusalén, Constantinopla, etc.- se ha desarrollado luego con ritmos e intensidades diferentes, pero de forma imparable hasta que chocaban con las resistencias de las clases y de los pueblos. En el fondo de tanta brutalidad rugía y ruge la necesidad ciega de la acumulación de capital, es decir, la necesidad dictatorial de acumular cada vez más capitales, más riquezas, más tierras, más dinero, más oro, porque, bajo las leyes del capital, por un lado, los empresarios y los Estados que no mantienen este ritmo creciente son vencidos por otros Estados y empresarios, son aplastados; y, por otro lado y a la vez, la clase burguesa que no explota lo suficiente a su clase trabajadora, exprimiéndola hasta el último aliento de su vida, empieza a rezagarse en la carrera por la hegemonía imperialista, lo que le debilita frente a sus competidores y también frente a su propio pueblo explotado.
Todos los ejemplos presentes que hemos visto arriba tienen su causa común en el ataque global que el imperialismo lanzó desde finales de los años 80 endureciéndolo desde 2001. Son los efectos externos de diversas estrategias que, por diferentes caminos y medios, con diferentes tácticas, buscan los mismos objetivos básicos: apropiarse de los recursos energéticos, reservas vitales y espacios productivos; arrinconar a las «potencias emergentes» para que no se atrevan a presentar una resistencia conjunta al imperialismo occidental; amenazar a los Estados y pueblos que pueden resistirse al imperialismo con su destrucción, a la vez que crear nuevos poderes colaboracionistas sobre las ruinas de los Estados destruidos; y sobreexplotar a las clases trabajadoras del centro imperialista.
Sin mayores precisiones ahora, desde finales del siglo XX hemos asistido a una secuencia marcada por los siguientes hitos: destrucción de Yugoslavia, balcanización y contrarrevoluciones «naranjas» en países de la ex URSS; primer ataque a Iraq e invasión y destrucción definitiva en un segundo ataque; ataque a Afganistán y extensión de las incursiones a Pakistán; crecientes amenazas a Rusia al querer asentar la OTAN muy cerca de sus fronteras; despliegue de la IV Flota en centro y sur América, ocupación yanqui de Colombia consentida por su burguesía, extensión yanqui en la cordillera andina y cerco militar a Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba, etc., así como amenazas a otros Estados soberanos; creación de bases militares en el gigantesco arco que va desde los montes caucásicos, el Indukush, Asia Central y el Himalaya, hasta llegar a la Corea del Norte amenazada y al sur de China Popular; partición del Sudán para dejar sus recursos en manos de la derecha cristiana; y, por no extendernos, recomposición del poder en el norte de África y otras zonas para apropiarse de sus riquezas, y cercar y preparar un ataque a Irán. Como se aprecia, en esta breve lista no hemos introducido los ataques contra las clases trabajadoras, contra las mujeres, pueblos oprimidos y migrantes dentro de los Estados imperialistas.
Pero debemos hacernos una visión histórica de esta lógica. Ningún análisis del presente es completo si no está afianzado en las experiencias históricas anteriores. La perspectiva histórica es imprescindible para conocer el presente y saber cómo podrá ser el futuro, cómo podemos actuar hoy mismo y mañana. Veamos tres experiencias anteriores: una, la denominada «diplomacia de las cañoneras» sobre todo en la primera mitad del siglo XIX, que abarcó prácticamente a todo el mundo; dos, la reorientación del imperialismo británico tras llegar al pico de producción de carbón en su Isla, lo que le obligó a lanzarse a la conquista de otros territorios agudizando las tensiones del «Gran Juego» en Eurasia con la Rusia zarista y con otros imperialismos; tres, la estrategia yanqui de control de su «patio trasero» expulsando a españoles, británicos y franceses de las Américas; cuatro, la denominada «creación de África» mediante las pugnas y negociaciones entre potencias europeas a finales del siglo XIX; cinco, el reparto similar pero más complicado del sudeste asiático y de China entre imperialismos occidentales; y por no extendernos, la política imperialista mundial durante la «Guerra Fría» que concluía a finales de los años 80.
Esta larga experiencia histórica se caracteriza por una continuidad en lo esencial de la lógica capitalista y por una innovación muy importante añadida durante el tránsito de la fase colonial a la fase imperialista. La constante esencial es que el capitalismo siempre ha sido, es y será, invasor, esquilmador, saqueador y expoliador de los pueblos y de la Naturaleza. No tiene otra alternativa porque la lógica del máximo beneficio en el menor tiempo posible exige a las burguesías, como hemos dicho arriba, sobreexplotar a sus pueblos y a la Naturaleza y a la vez, luchar entre ella, entre las diversas burguesías, para no perder poder. Da lo mismo que en el siglo XV se buscasen especias, oro y esclavos, o que en el siglo XXI se busque litio, tierras raras, uranio, etc. Estos cambios son secundarios porque lo permanente sigue siendo la necesidad ciega de acumular capital. La innovación no es otra que con la fase imperialista adquiere preponderancia el capital financiero-industrial, no sólo el industrial y menos aún el comercial. Desde comienzos del siglo XX y de forma creciente, la exportación de capitales se ha convertido una obsesión, y es ésta la que mejor explica el por qué de las decisiones tomadas desde la segunda mitad de los años 80, cuando Estados Unidos y Gran Bretaña, abrieron el melón podrido de la desregulación absoluta de los movimientos financieros, decisiones que han marcado al imperialismo en su etapa más reciente.
Ocurre que los empresarios tienden a invertir en los negocios financieros lo que no invierten en la industria y en los servicios comerciales debido a que los negocios industriales y de servicios tienden a ir reduciendo sus beneficios, por razones que ahora no podemos explicar. Los capitales sobrantes son improductivos, lo que es suicida para los empresarios, así que invierten esos capitales sobrantes en la banca, en las finanzas, en la especulación de alto riesgo, etc. Se abre así una espiral mortal que hace que presionar cada vez más para que los pueblos acepten ese capital financiero extranjero que les arruina y empobrece. Con el tiempo, se crea una burbuja financiera y de otros negocios totalmente dependientes de ella, que termina estallando en crisis cada vez más profundas, largas y dañinas. Y con cada hecatombe, el imperialismo redobla sus ataques. Ahora nos encontramos en la más reciente, demoledora y terrible crisis.
Hemos empezado este apartado hablando de la «corta racionalidad» del imperialismo. Queremos decir que, primero y efectivamente, el imperialismo es racional, no es absurdo, porque sabe buscar los medios adecuados para obtener los fines que busca. Un ejemplo de su racionalidad es su supervivencia, las victorias pírricas que ha cosechado y las derrotas que ha inflingido a la humanidad trabajadora. Pero esta racionalidad es parcial, limitada y corta, es operativa en parcelas determinadas y en tiempos breves, porque en general, vista a escala temporal larga, el imperialismo es irracional porque no puede evitar conducir a la humanidad al desastre, a la barbarie y al caos. Por ejemplo, un empresario debe llevar bien sus negocios y modernizar sus máquinas, y en este sentido es y debe ser lo más racional y lúcido posible siempre dentro de los límites capitalistas; pero cuando pasamos de un empresario individual y aislado al conjunto de la burguesía mundial, entonces no sirve la suma de racionalidades individuales, sino su sinergia sistémica, el hecho de que la resultante no es otro que la irracionalidad global del sistema capitalista. El imperialismo, como fase actual del capitalismo, lleva al extremo esta dialéctica entre la racionalidad parcial y la irracionalidad total, que es la que domina a la larga.
Para comprender mejor cómo y por qué funciona el imperialismo, y qué sucede ahora mismo, cómo interactúan en todo momento la corta racionalidad del sistema con su irracionalidad global, para esto, debemos estudiar la lucha de clases a comienzos del siglo XXI.