Sumergidos en esta vorágine ¿por qué debemos recurrir al marxismo? Pues porque es la teoría que mejor ha resistido el criterio de la práctica, la prueba de los hechos. Y no hablo sólo de la teoría revolucionaria, comparando el marxismo con el anarquismo y con otras corrientes socialistas, sino fundamentalmente contratando el marxismo con la ideología burguesa. De entrada, y sin que podamos ahora extendernos en esta cuestión, el marxismo no es una «teoría», ni una «ciencia», y mucho menos una «ideología» y una «sociología», en el sentido dominante de estos términos, aunque por desconocimiento o razones vulgarizadoras y pedagógicas se utilicen para explicar qué es el marxismo. En realidad es una praxis, una dialéctica entre la mano y la mente, la acción y el pensamiento, la práctica y la teoría.
El concepto de «praxis» proviene de lo mejor de la filosofía dialéctica de la Grecia clásica, y quiere decir la capacidad del ser humano libre para crear cosas nuevas. Por un lado, las diversas ramas del socialismo premarxista, desde el lassalleanismo hasta el anarquismo, se caracterizaron por repetir de algún modo anteriores concepciones sin aportar una síntesis cualitativa novedosa. Por otro lado, la ideología burguesa ha retrocedido al marginalismo del último tercio del siglo XIX que surgió precisamente para impedir el avance del marxismo y para evitar que otros estudiosos burgueses investigasen más allá de lo alcanzado por la economía política clásica. Solamente el marxismo aportó una visión totalmente nueva, mejor dicho, esa visión se caracterizó ya entonces y sobre todo ahora, no tanto por las respuestas dadas a las preguntas ya existentes sobre las causas de la injusticia y la explotación, como muy en especial por el planteamiento de nuevas preguntas, de nuevas interrogantes que nadie se había hecho hasta entonces, y obviamente, a darles una solución inaceptable para la burguesía y de muy difícil comprensión para el socialismo premarxista.
La fuerza del marxismo como teoría-matriz radica precisamente en que plantea nuevas dudas y aporta nuevas respuestas y, además, lo hace desde una nueva concepción de lo que es el pensamiento y de lo que es la acción humana. Como no tenemos ahora espacio para desarrollar en detalle esta crucial novedad, vamos a verla en su desenvolvimiento en tres problemas decisivos en el presente y que exponen la esencia inhumana de la civilización del capital. Los tres tienen directa relación con la militancia internacionalista de Askapena.
El primero es la dinámica de formación de un «nuevo» sujeto revolucionario a escala mundial, una «nueva» clase trabajadora explotada que se crea tanto como efecto de la contraofensiva general capitalista denominada neoliberalismo, como por respuesta de las propias masas explotadas que, a golpes, van aprendiendo de sus errores, de las traiciones político-sindicales, de las innovaciones represivas de la burguesía, etc. Entrecomillamos lo de «nueva» para indicar que, de hecho, mantiene lo esencial de la clase explotada ya existente a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, sobre todo lo esencial de la clase existente entre 1830 y 1871, pero con añadidos fundamentales «nuevos» como el papel decisivo de las naciones oprimidas, el papel decisivo de las mujeres, el papel decisivo de la juventud empobrecida, etc., siempre a escala mundial, planetaria.
Naturalmente, esta «nueva» clase mundial no surge de golpe sino que necesita una o dos generaciones, tal vez más, para irrumpir con fuerza renovada. Siempre ha sido así, siempre la recomposición del proletariado mundial, unida irreconciliablemente a la recomposición de la burguesía mundial, ha necesitado de atroces e insufribles experiencias para superar las cadenas mentales y materiales que ataban a la vieja clase trabajadora al reformismo de su época. Al igual que la economía capitalista tiene fases y ondas, la lucha de clases también las tiene, y la dialéctica entre ambas muestra cómo las viejas clases explotadoras y explotadas deben mudar su piel, adquirir nuevas formas externas manteniendo su naturaleza interna, para responder a las nuevas problemáticas que ellas mismas han ido generando en su lucha de clases, unas veces abierta y otras veces encubierta y latente, pero siempre activa.
El segundo es el creciente peso de las luchas tanto en defensa de las propiedades comunales y comunes que todavía resisten a los empites imperialistas, como de las luchas por recuperar de nuevo, en el actual contexto de mundialización del capital, el valor humano de la propiedad común, social, pública y/o estatal, sin matizar ahora las diferencias entre ellas. Desde la segunda mitad del siglo XIX el marxismo fue cobrando conciencia de la importancia decisiva de la propiedad comunal precapitalista no sólo en la lucha contra el colonialismo sino también en la antropogenia, en la autogénesis de la especie humana. En pugna permanente con el determinismo economicista de la cultura eurocéntrica, el marxismo, no sin dificultades, fue integrando la reivindicación de los bienes comunes precapitalistas con la reivindicación del socialismo, integración que se realizaba con naturalidad pasmosa en las luchas de liberación nacional pero que seguía, y sigue, siendo incomprendida por las izquierdas de los Estados que no sufren opresión nacional, que no están invadidos ni ocupados militarmente y que tampoco padecen un saqueo masivo, público, notorio, sin tapujos e implacable, de sus recursos.
Pero también dentro de las sociedades imperialistas y de los pueblos no oprimidos siempre se han librado luchas populares por la recuperación de los bienes comunes. Lo que ocurre es que durante la fase de los «treinta gloriosos», del mal llamado «Estado del bienestar» (¿?), de las políticas keynesianas, etc., estas reivindicaciones parecían haber sido conquistadas para siempre, y sólo los denominados ambiguamente «nuevos movimientos sociales» desde los años 60 en adelante plantearon algunas reivindicaciones en este sentido, sobre todo el feminista, el ecologista, el antimilitarista, el antiracista, etc. La contraofensiva neoliberal está acabando con la suicida ilusión de que la «democracia» garantizaba los «derechos sociales» para siempre y sin necesidad de luchar por ellos. Ahora es cada vez más obvio para centenares de miles de jóvenes de origen obrero y trabajador, incluso de origen pequeño burgués, que ya viven peor que sus padres, con menos derechos, con más y peor trabajo explotado y con menores sueldos, con más control, con más vigilancia y con más represión dentro de la «democracia occidental». De nuevo, como en el pasado, lucha por una vivienda, por unos derechos laborales y sindicales, por una libertad de expresión, por unos servicios sociales y públicos, por unas ayudas institucionales, por una reducción de la dictadura empresarial, estas y otras reivindicaciones que enlazan básicamente con la lucha por los bienes comunes, vuelven a escena como en el pasado.
El tercero es la sinergia de las contradicciones clásicas y «nuevas» del capitalismo a escala mundial. Por contradicciones clásicas entendemos las que fueron teorizadas en las fases colonialista e imperialista, hasta la guerra de 1939 – 1945: producción social versus apropiación privada, racionalidad parcial versus irracionalidad global, aumento de la producción versus disminución del consumo, desarrollo del pensamiento científico versus mercantilización de la ciencia, acumulación de capital versus explotación asalariada. Por contradicciones «nuevas» entendemos las que irrumpieron definitivamente desde 1945 en adelante aunque ya estaban embrionariamente latentes en el pasado: autodestrucción termonuclear y bioquímica versus acuerdos de paz y desarme, multiplicación exponencial del consumo versus recursos finitos, y mercantilización de la Naturaleza versus catástrofe ecológica.
La sinergia de estas contradicciones es acelerada por el movimiento de las leyes tendenciales del capitalismo: concentración, centralización y perecuación de capitales; asalarización y proletarización progresiva de la humanidad; aumento del trabajo muerto, del capital constante y fijo instalado, de la composición orgánica del capital y reducción del capital variable y del trabajo vivo; tendencia a la baja de la tasa media de beneficios y socialización de la producción. La interacción entre las contradicciones inherentes y las leyes tendenciales se expresa mediante la lucha de clases que a su vez agudiza tal interacción en una dinámica de retroalimentación que, al final, estalla en forma de crisis cada vez más devastadoras y duraderas. Para salir de las crisis, el capitalismo no tiene otros recursos de la derrota inmisericorde del movimiento obrero y revolucionario, y de las naciones oprimidas que luchan por su libertad, así como la reestructuración brusca de la jerarquía interimperialista mediante implacables presiones económico-políticas, o en su defecto y fracaso, mediante guerras locales que pueden terminar y terminan en guerras mundiales. En síntesis, de las crisis el capital sale destruyendo inmensas fuerzas productivas, empezando por la fundamental, la de los seres humanos, que son sacrificados por decenas de millones en el altar de la propiedad privada. Para la civilización burguesa la muerte es la vida.
Pues bien, y concluyendo, solamente el marxismo puede actuar como teoría-matriz del resto de luchas y de pensamientos críticos parciales y sectoriales, focalizados hacia y en una opresión concreta, en una injusticia particular y en una dominación determinada. Y puede hacerlo porque sólo esta praxis ha planteado las nuevas preguntas y ha dado con las nuevas respuestas generales, comunes y básicas, con las constantes elementales y esenciales que bullen en el interior del capital y del trabajo, en el interior de su lucha permanente. Saber desarrollar de manera crítica y creativa las lecciones sustantivas del marxismo con las aportaciones particulares pero necesarias de todas las formas de lucha de la humanidad oprimida, esta permanente dialéctica es especialmente decisiva para los movimientos internacionalistas porque ellos han de moverse en escenarios diferentes, en culturas, tradiciones e historias colectivas distintas a las de sus naciones de origen. Es por esto, que para los movimientos internacionalistas, como Askapena, el marxismo es el único instrumento emancipador válido para estudiar y conocer otras experiencias y sus conexiones de fondo con la lucha antiimperialista general.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 18 de mayo de 2011