
Después de un espeso letargo, asoma de nuevo la cabeza en nuestros barrios –tímido y decidido a la vez– el típico pregón cubano. A lo largo de estos años, sólo quedaban dos vendedores ambulantes en los alrededores de mi casa, anunciándose a voz en cuello (sin contar las esporádicas incursiones de los afiladores anunciando su proximidad a punta de zampoña, como para no permitirnos la total desmemoria a quienes pasamos de quince y, a veces, los triplicamos). Verdaderamente dignos de un homenaje popular, mi tamalero (…”ya están caliente’ los tamales”…) y mi florero (…”floreróo.. las flores.”) han contribuido a mantener desalmidonado el ambiente callejero que me rodea.
Claro que, en tiempos del rap y tratándose de una actividad en la que casi todos (hombres y mujeres jóvenes que no conocieron la tradición del pregón como recurso para anunciarse) pueden calificarse como debutantes, aquellas personas que estamos del otro lado ‑es decir, la posible clientela-percibimos, en ese renacer, el esfuerzo casi infantil de quien está inventando algo que ya existía, si bien aportándole un tinte nuevo. Pasa por mi puerta, en este momento, un hombre anunciando…”la pulpa de mango, pulpa de tamarindo…” y nuestros niños siguen tirándose sus inmensas pelotas sin mirar siquiera porque no saben de qué se trata en realidad (cosa que no ocurre cuando pasa el de la galletica de helado). Al mediodía pasa una pareja cuya mercancía nada tiene que ver con la pintoresca gama de dulcecitos criollos o el carbonero de antaño. Son otros tiempos y yo los espero para comprobar, con alivio, que su carga pesada, arrastrada en un improvisado carrito lleno de jabas plásticas cuyo contenido, sea cual fuere el producto, tiene precio fijo y ha encontrado un ritmo para organizarse en posible pregón:. Son voces de “sonero” ‑hombre y mujer‑y ensayan dos maneras: “..malanga-platanomacho – quimbombóoo…” o “plátano macho-malanga-quimbombóo…” Pasan seguros porque todavía no tienen competidor por estos alrededores. Dentro de muy poco, con toda seguridad, van a enriquecer y adornar su fanfarria en el caso de que aparezca alguien con una carretilla o un carretón y sonido de latas o cencerros y su mercancía limpia, variada y colocada bien bonito. Otra cosa es el brote de voces envidiables (me refiero a los sitios de La Habana que suelo frecuentar) que ha revelado una descomunal destreza en el oficio de armar rudimentarios escobillones, palos, haraganes, recogedores y demás artículos para la limpieza doméstica. Voces cortantes que bien podrían estar ensayando para presentarse a un “casting” con aspiraciones de entrar a desempeñar el papel de solistas o acaso como simples coros en cualquier grupo de música bailable actual. Cada pareja o trío pasa por la calle barajando maneras de entrelazar, de manera llamativa, los nombres de las piezas que integran el conjunto de su mercancía así como los respectivos atributos que pueden abrir las ganas y los monederos de los vecinos.
Todavía queda bastante por ver y escuchar: como dice una frase popular, “esto promete”. Poco nos separa de una etapa en la que se desbordará la inventiva de la gente, según se vayan diversificando y multiplicando los renglones en la oferta; pronto comenzará a insertarse, en nuestra música popular, un pregón de nuevo tipo. En cualquier momento parecerá que “…el manisero entona su pregón y, si la niña escucha su cantar, llama desde su balcón…” Todavía, por mucho tiempo, nuestros barrios, pueblos y repartos donde abundan las viviendas de uno, dos, hasta cuatro pisos, tendrán la oportunidad de colorear sus vidas con los matices del pregón popular.
La literatura universal abunda en estudios acerca de esta expresión y su trascendente paso al cancionero. El pregón que escucharemos aquí: El botellero, es obra del compositor matancero Gilberto Valdés (1905−1971). En él, además de las excelencias de su factura musical y el sabor de eternidad que nos deja cualquier interpretación de Ignacio Villa –Bola de Nieve−(1911−1971) podemos apreciar los componentes que, a grandes rasgos, caracterizan a este tipo de composición: el llamado “grito” en el que el vendedor proclama el nombre de su mercancía, los elementos que dan noticia del entorno en que pretende realizarse la compraventa, motivaciones de ambas partes entre vendedor y posible cliente así como ese toque de gracia que tipifica a las relaciones entre los personajes, sin contar los ardides que se ponen en juego para estimular la curiosidad del posible comprador hacia el producto. Acerca de estas y otras consideraciones relacionadas con el pregón en Latinoamérica y ‑muy especialmente-en Cuba, he podido encontrar amenas e interesantes reflexiones en el libro Si te quieres por el pico divertir, publicado en 1988 en San Juan, Puerto Rico, por el cubano Cristóbal Díaz Ayala.
La Habana, 22 de mayo de 201