Un gran biógrafo de Marx, Boris Nicolaïevski, reconocía en 1937 que de cada mil socialistas, tal vez sólo uno haya leído una obra completa de Marx
Y de cada mil antimarxistas, ni uno. Y lo peor, concluía, es que Marx ya no estaba de moda. Cuarenta años antes, un gran teórico y militante, hablo de Labriola, al participar en el publicitado debate sobre la valencia científica de la obra de Marx en 1897, (la llamada “primera crisis del Marxismo”, y cuyos principales interlocutores eran nada menos que intelectuales de la talla de George Sorel, Eduard Bernstein y Benedetto Croce) se preguntaba con inocencia “los escritos de Marx y Engels… ¿fueron leídos enteramente por algún externo al grupo de amigos y adeptos próximos, esto es, de los seguidores e intérpretes directos de los autores mismos?… Añádese a eso la rareza de muchos de los escritos aludidos, y hasta la imposibilidad de dar con algunos de ellos.” Y concluía proféticamente si “este ambiente literario”, esta situación hermenéutica adversa, no era uno de los culpables de la mala asimilación, de la aparente decadencia y crisis del pensamiento de Marx.